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El nuevo romanticismo
Оглавлениеjosé díaz fernández
(aldea del obispo, 1898 – toulouse, 1941)
La vieja y siempre nueva polémica entre el arte puro y el arte comprometido se remonta al menos al siglo xix y proviene del enfrentamiento entre la burguesía, que emerge en calidad de nueva clase soberana, y la Iglesia o las iglesias, que pretenden preservar su poder sobre las conciencias y obras de hombres y mujeres. De alguna forma, la estética, por cuanto es campo de definición y delimitación de la belleza, se convierte en instrumento de defensa contra ese deseo de intervención de lo religioso sobre la actividad artística. La estética como aduana y señalización de un espacio propio. La lucha contra el nihil obstat. Lo curioso es que pronto esa frontera a su vez será utilizada por parte de las élites cultivadas, primero como forma de distinción contra los prosaicos poderes del instrumento burgués por antonomasia –el mercado–, y poco después, como barrera de contención contra el ascenso y los deseos de protagonismo de las masas y sus ideologías correspondientes. Demos al César lo que es del César y a la literatura lo que es de la literatura.
En relación con dicha tensión polémica, Ortega y Gasset ya ha retomado esa distinción en La deshumanización del arte y descalifica o minusvalora su presunta trascendencia social en unos momentos históricos en los que lo social está incrementando –recordemos 1917– su presencia en el escenario político y cultural. Valga también recordar que la Revista de Occidente, fundada por él en 1923, a modo de declaración de intenciones y querencias ideológicas, se declaraba «de espaldas a toda política, ya que la política no aspira nunca a entender las cosas».
En 1930 José Díaz Fernández, intelectual precisamente surgido en las filas orteguianas, publica El nuevo romanticismo. Polémica de arte, política y literatura que debe considerarse una réplica a la publicación de Ortega, aun cuando el autor trate de preservar la figura del maestro al margen. Si en el texto de Ortega se propiciaba una literatura de vanguardia «deshumanizada», aquí se defiende sin ambages «la vuelta a lo humano» en cuanto distinción de una «literatura de avanzada» que recoja el impulso de un nuevo romanticismo, carente ahora «de aquel gesto excesivo, de aquella petulancia espectacular, de aquel empirismo rehogado en un mar de retórica». Se trata de que la literatura vuelva al hombre para «escuchar el rumor de su conciencia».
Díaz Fernández, que poco antes había publicado con gran éxito El blocao, toma la referencia a los escritores rusos, tanto por su esfuerzo y ansia por contribuir a la revolución –«que pretende sencillamente organizar la vida, transformando no un Estado, sino una moral, que produce la verdadera literatura de avanzada»–, como por su aprecio por los valores literarios presentes en el futurismo revolucionario: «Síntesis, dinamismo, renovación metafórica, agresión a las formas académicas». En esa necesidad de renovación de los recursos literarios concuerda con Ortega. Donde se separa es en la consideración de lo nuevo. Si en Ortega lo nuevo responde a la amenaza de la vulgaridad que el auge de las masas trae consigo, en Díaz Fernández lo nuevo es precisamente eso que las masas aportan: la revolución en cuanto «nuevo orden de cosas que tiene que afirmarse y fortalecerse». El escritor, en consecuencia, está llamado «a comprometerse ante la historia, a construir por sí solo un nuevo modo de vivir»: compromiso y, por tanto, responsabilidad. Bien es cierto que si en los planteamientos de Ortega no se explicitaba quiénes eran los jueces o legisladores de «las reglas del arte», tampoco Díaz Fernández aclara quiénes van a ser aquellos que se asuman como representantes de esa historia ante la que la literatura se compromete. La propuesta de la literatura de avanzada necesita escritores y escritoras –este libro incluye unas reflexiones sobre el feminismo bastante romas, incluso para el momento histórico que le corresponde– que vivan para la historia, para las generaciones venideras y sean capaces de ajustar «sus formas nuevas de expresión a las nuevas inquietudes del pensamiento […], que harán un arte para la vida, no una vida para el arte».
Dos libros, La deshumanización del arte y El nuevo romanticismo, que son dos estéticas, dos entendimientos del qué y el para qué de la literatura. Una tensión que, presente en la inestimable aportación de Díaz Fernández, atravesará toda nuestra literatura del siglo xx y que todavía hoy permanece. Y lo que queda.