Читать книгу ¿Quiénes somos? - Constantino Bértolo - Страница 8
La voluntad
Оглавлениеazorín
(monóvar, 1873 – madrid, 1967)
En las primeras páginas de esta novela de Azorín, publicada en el año 1902, se lee la siguiente fábula protagonizada por un grupo de «jóvenes indignados»:
En la deliciosa tierra de Nirvania todos los habitantes se sintieron tocados de un grande y ferviente deseo de regeneración nacional.
¡Regeneración nacional! La industria y el comercio fundaron un partido adversario de todas las viejas corruptelas; el Ateneo abrió una amplia información en que todos, políticos, artistas, literatos, clamaron contra el caciquismo en formidables Memorias; los oradores trinaban en los mitins contra la inmoralidad administrativa… Y un buen día tres amigos –Pedro, Juan, Pablo–, que habían leído en un periódico la noticia de unos escándalos estupendos, se dijeron: «Puesto que todo el país protesta de los agios, depredaciones y chanchullos, vamos nosotros, ante este acaso, a iniciar una serie de protestas concretas, definidas, prácticas; y vamos a intentar que bajen ya a la realidad».
La fábula prosigue contando cómo, en contacto con la realidad, ese grupo de jóvenes acabará aceptando que el «ardimiento juvenil les había impulsado a concreciones y personalidades peligrosas» para, finalmente, integrarse en el juego político «haciendo votos para que en futuras edades mejore la suerte del pueblo de Nirvania, sin que por eso se atente a las tradiciones ni a los derechos adquiridos».
En definitiva, y si quisiéramos de manera oportunista trasladar a hoy la moraleja, bien podríamos enunciarla diciendo que es la historia de cómo el podemos se acaba convirtiendo en esto es lo que hay.
Pero no, esta no es una novela profética, sino una novela realista que, a través de la historia de un joven lleno de inquietudes literarias y políticas, nos da cuenta del desencanto político y vital de toda una generación de intelectuales –la llamada «generación del 98»– que, desde posiciones radicales, ya de corte anarquista, ya de raíz socialista, acaban acomodándose, vía pesimismo y escepticismo, «a lo dado», es decir, a la España del bipartidismo de liberales y conservadores.
La voluntad representa dentro de la historia de la literatura española la muerte de la novela decimonónica, es decir, de aquella narrativa caracterizada por una arquitectura lineal, con asiento en el mecanismo de causa efecto, por su ambición de totalidad y por el deseo de objetividad. Para nuestra historiografía literaria, la novela de Azorín –junto con Camino de perfección, de Baroja; las Sonatas, de Valle-Inclán, y Amor y pedagogía, de Unamuno, publicadas también en ese año referencial de 1902– supone un giro radical, un salto, un cambio cualitativo en ese espejo que se pasea a lo largo del camino del que habla Stendhal: el surgimiento de una nueva mirada.
Lo primero que llama la atención, ya desde sus primeras páginas, es la materialidad en el lenguaje:
A lo lejos, una campana toca, lenta, pausada, melancólica. El cielo comienza a clarear indeciso. La niebla se extiende en largas pinceladas blancas sobre el campo y en clamoroso concierto de voces agudas, graves, chirriantes, metálicas, confusas, imperceptibles, sonorosas, todos los gallos de la ciudad dormida cantan.
Vemos, leemos, cómo cristaliza la revolución que el modernismo venía impulsando: tacto, luz, sonido, color y alto nivel de resolución en las imágenes. Una extraña mezcla de impresionismo y nitidez. El uso de la secuencia de adjetivos como filtro para lo sustantivo.
La novela nos cuenta el ser y no ser de Antonio Azorín, joven con una posición propia de rentista, que vive su primera juventud en su provinciano lugar natal, donde crece intelectualmente a la sombra de su maestro Yuste, quien, en cuanto personaje, sirve para mostrar el batiburrillo ideológico –desde un radicalismo anarcoide hasta un idealismo del yo– sobre el que crecen el ser y el llegar a ser del héroe narrativo, mientras que ese Azorín en proceso de aprendizaje se presenta como el no ser o no llegar a ser de ese fracasado feliz con el que finaliza su historia. Aunque, más que de una novela de aprendizaje, habría que hablar de una novela de desaprendizaje arquetípica: alguien quiere cambiar el mundo y el mundo lo cambia a él.
Lo dicho: la juventud de un joven provinciano, Antonio Azorín, que quiere «intervenir» en la sociedad para mejorarla, que se instala en Madrid y durante años se desempeña como «periodista y revolucionario», pero que finalmente se resigna a ver cómo «su pesimismo instintivo se ha consolidado; su voluntad ha acabado de disgregarse en ese espectáculo de vanidades y miserias». De este Azorín hecho y deshecho se nos cuentan, a través de la expresión directa de sus pensamientos y de los diálogos con nuevos y viejos amigos –un trasunto de Baroja entre ellos–, sus ideas sobre esto y lo otro y lo de más allá, con disquisiciones que van desde la política, el periodismo y la literatura hasta el nihilismo, lo inmoral del progreso, el fracaso del socialismo, la democracia como error, el anarquismo y el eterno retorno de Nietzsche. Todo un repertorio ideológico abandonado por un protagonista que ve cuán inútil e insuficiente es todo. Si el pesimismo es el horizonte, la ironía es el confortable recurso final: «Entre la indignación y la ironía, me quedo con la ironía».
Una novela, en definitiva, sobre un tiempo en el que los intelectuales –la literatura, uno de nuestros espejos– nos devuelven una imagen justamente contraria a la que pocos años después propondría el pensador italiano Antonio Gramsci: «Contra el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad». Es decir, la voluntad… de la razón.
El pesimismo como excusa.