Читать книгу Mujeres por la mitad de la vida - Cristina Wargon - Страница 13

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4. ¡Uy, comenzó el “usted”!

La primera señal de que me estaba poniendo vieja la tuve cuando un joven que me estaba vendiendo zapatos, me trató de usted. La confirmación fue bastante más adelante, cuando descubrí que me molestaba que un pendejo me tratara de vos. Mi reflexión inmediata es: “¿Quién te entiende, Gata Flora?”.

Esto es un intento para que me entiendas vos, usted o vuestra merced. Acomódelo como le guste o lo sienta.

Fatal encuentro con un jovenzuelo

“¿En qué cambié?”. Fue la primera pregunta que se me ocurrió cuando el joven de marras, empuñando unas sandalias (para mí, súper sexys), en lugar de erotizarse hasta el fetichismo me preguntó:

—Este número, ¿le va bien?

¿Cómo le va? ¡Si hasta hace cinco minutos todos me trataban de vos!

El improperio —así lo viví— se me clavó directamente en el ego, que hasta ese instante quedaba en el centro del corazón, y desde entonces descendió hasta el ombligo.

Miré desconcertada al agresor: zapatillas blancas, jeans primorosamente agujereados, melena al viento y expresión de “y a mí qué”.

Con una sandalia suspendida en el aire y la boca entreabierta en un espasmo de asombro me miré de abajo hacia arriba.

Y sí, yo no tenía zapatillas blancas, llevarlas sería un desubique para entrar en cualquiera de los lugares que marcaba mi agitada agenda. Súmese un punto para el “usted”. Pero sigamos.

Definitivamente no iba de jeans a esa hora, pero a cualquier hora, no los llevaría agujereados. Pertenezco a la generación de la aguja cuando la prolijidad era una virtud de utilidad dudosa pero incuestionable. ¡Súmese otro tanto para el pequeño hijo de puta!

Me detuve en su pelo y por un momento me engañé. “¡Mis rulos son naturales y se arman con el viento! Je, ¡te gané!”, me dije triunfante. Pero a fuerza de honesta, ya ni recuerdo cuál era mi color original. Primero me lo cambié por moda, después para jugar; una vez, incluso, me teñí para evitar suicidarme. Pero de pronto un día (prefiero no recordar cuándo fue) ¡necesité teñirme! Algo espantoso y ceniciento subía de mi cerebelo. ¡Eran canas! Otro punto a favor del pendejo y su maldito respeto. Estuve a punto de abrazarme a él y empapar en llanto su pelo sin rulos pero… ¡natural!

Aún quedaba analizar su aire de “a mí qué”, pero me di cuenta de que era inútil. Mi mirada, lejos de un fulgor de juvenil omnipotencia, pretendía parecer enigmática. Simple recurso para disimular que sin anteojos estoy más ciega que un murciélago en las playas de Cancún. ¡Otro set para el jovenzuelo!

Lamentablemente, cada rubro indicaba que sí, que algo había cambiado en mí. El ego comenzaba su derrape.

Más que probarme las sandalias, quería clavarme un taco en la sien.

Destrozada por mi descubrimiento cambié mis sandalias sexys por un par de botas de una castidad franciscana, más tirando a una monja del medioevo que a vieja loca, y volví a la calle sabiendo que algo sin vuelta atrás había ocurrido. Una catástrofe sin consuelo posible. Sé bien a qué personas trato de usted y por qué las trato así. Son señores y señoras venerables que podrían ser mucho más ancianas que mi madre. En síntesis: había entrado joven a esa zapatería, y salía para el geriátrico.

Finalmente, ni siquiera me molesté en maldecir al jovenzuelo. Lo tomé como uno de los ángeles que anuncian el Apocalipsis. No me dio el ánimo para desear que se le perdiera la trompeta en el… ¡usted!

No me tratés de vos, pendejo

Efectivamente, el joven sólo había sido portador de la mala noticia. De allí en más, el “usted” comenzó a caerme encima como la lluvia ácida. Era una gran confabulación donde se mezclaban inocentes y arpías. Finalmente uno se acostumbra a todo, y se consuela por el maravilloso recurso del olvido. Y es allí cuando el “vos” comienza a tener otro sentido, lamentable. Se aprende lentamente y se resume así.

Si un taxista te trata de vos, o te está por pasear aprovechando el aleteo adolescente que ha provocado semejante trato (siempre da un poquito de Juvenilia en vena, como si realmente fueras joven para alguien) o se está por tirar un lance de mala calidad. Es probable que sea una mezcla de las dos cosas, lo que puede leerse más o menos así: “A esta vieja boluda, la trato de vos y capaz que hasta me pague si le hago el favor”. ¿Se entiende por qué, contradictoriamente, añoramos el “usted”?

Si el verdulero te tutea, te está poniendo tomates podridos.

Si la empleada de una boutique lo hace, es que está tan distraída que ni siquiera ha registrado que entraste y muy probablemente tengas que luchar con talles equivocados y colores deleznables. Así que de pronto, desde el fondo de los siglos te aparece una voz de autoridad incomprensible y un seco: “¡Señorita me puede traer…!”. Y ya saltaste, esta vez de motu propio, directamente al Mesozoico, única manera de que la zopenca aterrice y te puedas llevar el par de medias que pediste y no ese atroz corpiño fucsia, escandaloso hasta en una orgía grecorromana.

De finos manejos

El que nos traten de usted a la larga nos obliga también a replantearnos cómo hemos de tratar a los otros. A los muy jóvenes supongo que debemos tutearlos, porque un “usted” suena a reproche de profe de secundario.

A los decididamente mayores deberemos conservarles el “usted”. El problema surge con nuestros contemporáneos. Y allí se abre otra disyuntiva, porque, si se trata en particular de una mujer, ¿cómo saber si lo es o no? Hay algunas mujeres de mi edad que parecen mis hijas; otras, mis abuelas. El primer impulso es tutearlas a todas, sabiendo que ninguna se sentirá ofendida. Si tiramos al azar un “usted”, las que parecen hijas (y probablemente crean serlo, guachitas) sentirán un frío estilete en sus narcisos, y como una no tiene la inocencia de aquel joven vendedor de zapatos, ese “usted” es un acto de la más pura alevosía.

Claro que tuteando a todas corremos el riesgo de que alguna “mocosita impertinente” piense que somos unas viejas locas que queremos hacernos las purretas (si hasta el lenguaje me sale antiguo).

Entonces: ¿qué hacer? Mientras se escribe el delicado manual, habrá que aceptar que lo único claro hasta el momento es que si te tratan de usted, perdiste.

¡Bienvenida al club!

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