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6. Primera lección sobre la menopausia: De eso no se habla

El largo silencio de las mujeres ha tenido muchos nombres: prohibiciones directas, censuras, dificultades, escándalos, pero quizás el peor de todos sea “discreción”. Una palabra vaga, parienta del buen gusto, ambas inapresables y temibles. En nombre de todas ellas, las mujeres inauguramos oficialmente el orgasmo y el clítoris recién allá por los ochenta. Por suerte, la vida ocurre igual bajo las sábanas, más allá de la palabra escrita. Pero por suerte también, se puede escribir a riesgo de la indiscreción y del mal gusto, confiando sólo en el viento que termina por llevarse, en justo torbellino, toda palabra vana.

Esta boca no es mía

La primera vez que escuché la palabra “menopausia” en una reunión social, con un hombre delante, fue en Mendoza. Había viajado para dar una charla y a la salida se organizó una cena donde finalmente estábamos sólo cuatro personas. Un funcionario, con aspecto de aburrido y a punto de dormirse sobre las empanadas de rigor, mi futuro amigo Ricardo, guapo arquitecto divorciado, y una señora también divorciada, de edad incierta, pero con esa belleza sobrecogedora de las mujeres cuando están en el límite de sucumbir al tiempo, pero aún tienen los últimos destellos de la juventud y toda la intensidad de la experiencia. Fue casi automático que al sentarnos, el funcionario se pusiera aún más autista y Ricardo comenzara una intensa tarea de seducción a la dama. Me despabilé de golpe. Esos espectáculos me resultan tan apasionantes como espiar por el ojo de una cerradura. Hay algo de pueril y agresivo en un varón desplegando sus plumas y algo de gato sobrador en una mujer que le adivina el juego.

La charla iba y venía, desde cosas banales a sutiles doble sentidos que imponía el caballero y la señora, de grandes ojos avellanas, escuchaba con una semisonrisa. Mientras devoraba mi plato en silencio, yo calculaba cuándo y cómo sería la culminación de la conquista. ¿En la casa de ella?, ¿en un hotel alojamiento?, ¿esa misma noche?, ¿o habría un cambio de teléfonos para concretar después?

De pronto, Julieta (era su promisorio nombre) comentó que estaba traduciendo del inglés unas publicaciones sobre la menopausia. La simple palabra sonó como una bomba. El funcionario se durmió en el acto y Ricardo reaccionó como si Julieta le hubiese arrojado un tampón en la sopa.

Muy por el contrario, yo me interesé aún más, y mientras el galán palidecía, comencé a indagarla. Resultó que Julieta era una especie de militante ferviente del tema, del cual yo tenía apenas una desganada información periodística.

Al parecer, cuanta publicación existía sobre la cuestión había pasado por sus manos… Que la menopausia es un fenómeno relativamente reciente en las mujeres, dado que antes nos moríamos sin llegar a esa edad… Que mientras no les molestaba a los varones no había sido estudiada, pero cuando las mujeres accedieron a puestos importantes y se descubrió cuántas horas-mujer se perdían en sofocos se comenzó a estudiar con seriedad…

Los datos se amontonaban sobre el mantel. El funcionario había caído en estado catatónico, parecido a un coma cuatro, mientras el galán se limitaba a hacer febriles bolitas con miga de pan clavando sus ojos en el vacío.

Claramente, el tema lo había deserotizado hasta la fuga y sólo sus buenos modales lo sujetaban a la silla… La posible noche de amor se había pulverizado por la palabra “menopausia”.

Aprendí así que, más allá de los datos, de eso no se habla delante de un varón que esté intentando seducirnos. Algún tiempo más me llevó descubrir que tampoco se habla frente a uno que ya nos haya seducido o que jamás intentará seducirnos, que el tabú abarca a todo el universo masculino que siente una profunda repulsión por el tema.

Se usa como un insulto, se murmura entre mujeres y se escribe en las páginas femeninas de los diarios o las revistas, donde en general puede más el delirio que la información.

Las mujeres también callan

Hay silencios más estridentes que otros, y escuché un formidable grito tiempo después, cuando tuve que presentar en la Feria del Libro de Buenos Aires el último libro de Erica Young: El miedo a los 50, una obra de más de trescientas páginas donde la autora solamente una vez menciona al pasar la palabra “menopausia”. Me quedé pasmada. Curiosamente, es un texto muy confesional donde Erica no se priva de hablar de amantes e intimidades a granel. ¿Qué había pasado con esta arrojada muchacha que en los eufóricos setenta escribió Miedo de volar (novela rápidamente secuestrada por los militares de nuestra dictadura de turno, para nada amantes de los excesos eróticos)? Ella, que nos había hecho fantasear con congresos internacionales donde un hombre, viril y divertido, se la robaba a un marido circunspecto y en un auto desvencijado se la llevaba a recorrer Europa, en un alegre fifar por las cunetas. Ella, la de los bellos y calientes poemas eróticos, justo cuando abordaba los cincuenta, edad de la menopausia por excelencia, silenciaba el tema. Cuando me la encontré por fin en Buenos Ares, descifré el enigma: la vi acompañada de un señor bastante menor y decididamente un bombonazo. Los dos lucían muy enamorados. Allí comprendí: se puede ser arrojada pero no estúpida; siempre es más erótico y queda más elegante celebrar amantes pasados que hablar de hormonas ausentes. También fantaseé que quizás el bombón la conmovía de tal modo que sus hormonas no tenían ni tiempo para descontrolarse. Pero Erica no escapaba a la regla: en general, salvo en ensayos enjundiosos y publicidades agobiantes, de la menopausia no se habla. Dicen que la gente discreta gusta de los medios tonos y sólo los locos gritan en la feria. Con poca discreción y menos cordura, seguiré con el tema.

Mujeres por la mitad de la vida

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