Читать книгу Mujeres por la mitad de la vida - Cristina Wargon - Страница 16

Оглавление

7. Segunda lección sobre la menopausia

Fue en un canal de televisión, estábamos esperando con una colega bastante mayor, para entrar a opinar sobre algo, cuando imprevistamente ella se cubrió de transpiración y, como no es amiga de los disimulos, comenzó a abanicarse desde la frente a la chucha con la mano: “Son los calores —me explicó— pero no pienso tomar hormonas”. En pocos minutos se había repuesto y todo siguió como si nada hubiese pasado, pero yo incorporé la palabra “hormonas” y ya decididamente comencé a prestar atención a los decires de las revistas.

Alma de pionera

La impresión fue pavorosa. Toda información aparece siempre bajo un radiante título: “Viva con felicidad su menopausia”, lo que claramente llama a sospechas. Esos énfasis en la felicidad siempre intentan enmascarar situaciones terribles o ventas desfachatadas (me he pasado la vida tomando Coca Cola para ser feliz sin ningún resultado apreciable). Luego se prodigan en datos horrendos. Copio un ejemplo al azar:

“Un síntoma es la incontinencia urinaria: la incapacidad de contener la orina que puede ir desde un simple goteo hasta la completa imposibilidad de retener por pérdida de control de la vejiga…”.

O sea, ¡te hacés pis! Lo demás era aún peor: la temible osteoporosis, la leyenda de que “todo lo seco se humedece y todo lo húmedo se seca”. Te deprimís, llorás, te ponés hipersensible, te duele el cuerpo, te incendiás, se te cae el pelo de donde solía estar y aparece donde no estaba, te crecen barba y bigotes mientras los estrógenos huyen y la progesterona se vuelve impredecible. Me aterré y decidí postergar cualquier otro conocimiento hasta que me llegara la edad de marras.

Cinco días después de haber cumplido mis cincuenta, me apersoné ante mi ginecóloga y anuncié con cara de mártir cristiana: “Tengo menopausia”.

Mi doctora me observó con el mismo aire inmutable con el que disimula los desconciertos que le produzco. Me interrogó a fondo y me explicó que la cuestión no dependía de un calendario. No ocurre como con el derecho al voto, que una lo adquiere a los dieciocho años y a partir de allí, va y vota. Tiene que ver con la herencia. “No tengo herencia”, me lamenté.

Entre mi familia paterna que dejó úteros y vidas en los campos de concentración y mi línea materna que los dejó en los quirófanos (pertenecían a la generación en que con sólo estornudar se lo sacaban), mi devenir menopáusico había perdido toda ascendencia. Puedo decir con orgullo que inauguré la menopausia en mi familia.

Y aunque mi hija muera de risa por mi particular manera de afrontarla, algún día tendrá que agradecerme por haber dejado algún dato registrado. Una suerte de pionera del pasado, si la frase se entiende. Resumiendo: para considerar el tema mi doctora exigía al menos alguna alteración menstrual y por lo menos algún insignificante calor para ofrecerle. Me retiré de la consulta totalmente frustrada.

Y volví

Era un asfixiante enero, la ciudad hervía sin concedernos ni una compasiva brisa nocturna, y un amanecer sentí un calor. Aguanté un mes refucilando por esta vida como un fósforo que se encendía alocadamente, en particular de noche. En contra de lo que me habían informado, no estaba irritable, ni sensible, no registraba los “¡ciento treinta síntomas que puede dar la menopausia!” (sic). Estaba harta por un lado y confundida en general.

Harta del rito menstrual y de que cualquier retraso anunciase la menopausia ¡o un embarazo! Confundida porque si de algo estaba segura, era que no quería tener un niño. Pero la idea de no poder tenerlo más, me angustiaba.

Al mes marché de nuevo a mi ginecóloga, que en principio atribuyó toda la cuestión a la canícula del verano pero, ante mi insistencia, me mandó a hacer los análisis pertinentes. Me introduje en el mundo de las ecografías y todo mi interior fue develado, comentado, informado, y escrito. Una verdadera porquería, bah.

Los estudios afirmaban que mi estado era cachuzo pero podía seguir tirando así por algunos años más… Pero yo estaba acalorada y harta. Me negaba a usar forros ¡a mi edad! y no podía dejar de temblar frente a un atraso. ¿Quién se anima a hacerse un aborto a los cincuenta y quién se anima a parir a esa edad? Me atuve a un poeta español: “Quiero mirar la muerte frente a frente y que venga sin velos ni artilugios, que venga de una vez sin más vigilia”.

Así, con el coraje de los suicidas volví a mi ginecóloga y reclamé: “¡Quiero mi menopausia ya!”. Y me fue dada.

De lo que me fue dicho

Delia, mi ginecóloga me propinó una larguísima y sesuda explicación, acompañada de fechas, datos y dibujitos con endometrios. Traté de seguirla mientras pensaba lo complicada que se ha vuelto la vida. Cuando a los once años mis hormonas se pusieron en movimiento, lo único que mi mamá me dijo fue: “Ahora ya sos señorita”. Hoy, cuando mis hormonas comenzaban a paralizarse, mi doctora se quedaba afónica explicándome lo que podía y no podía hacer con la cuestión. Claro que si, como mi mamá, me hubiese dicho: “Ahora ya sos ancianita”, le cortaba la garganta con espéculo. Igual pude sacar en limpio lo siguiente.

•Que los estrógenos efectivamente disminuyen y acarrean tantos o tan insignificantes trastornos como cantidad y calidad hay de mujeres. Hay mujeres que la pasan mal y otras que ni se enteran.

•Que la medicina estaba en medio de un fuerte debate y por ende, quedaba a mi elección qué iba a hacer. Después me dio todas las opciones. La miré. Es delgada, rubia, de pelo largo y con minifalda. Lejos del rigor científico con que me había sido dada la explicación pregunté:

—¿Qué edad tenés? —Me la dijo y era mayor que yo.

—Y vos, ¿qué hacés? —volví a preguntar.

—Tomo estrógenos.

—Entonces, dame.

Suena muy frívolo, lo sé, pero hacía mucho calor y la cuestión era casi como tirar una moneda al aire. Claro que todavía no sabía cuánto de azar e improvisación hay en este negocio.

La medicina es un delirio

Este momento de la vida es un lugar donde se entrechocan las aguas de todos los océanos: ideología, negocios, psicología, mitos, temores, oscurantismo, vergüenzas, enfrentamientos y miedos; todo confluye sobre el mismo punto.

Lo único que parece estar claro es que somos una generación experimental, un campo casi virgen para todo negocio y abuso. En muy poco tiempo las mujeres tuvimos que sufrir la siguiente informacion cruzada:

a.Los estrógenos dan cáncer pero te evitan el infarto.

b.No se sabe si dan cáncer.

c.En lugar de evitar los infartos, te los provocan.

d.Previenen el Alzheimer pero dan demencia senil.

e.Son efectivos contra la osteoporosis pero aumentan los accidentes cerebro vasculares…

Y es probable que, si una sigue buscando información médica, descubra que no inducen al pie plano pero causan juanetes. Mientras tanto, recibimos órdenes contradictorias: “¡Reduzcan dosis, suspendan tratamientos, mantengan dosis!”. Y es imposible no sospechar que detrás se mueven los grandes y tenebrosos negocios de los laboratorios, de los que una no se enterará jamás.

Las damas no somos fáciles

Mucho antes de llegar a la madre de las batallas, “estrógenos sí o no”, hay pequeñas divisiones sin demasiada bandera desplegada, pero defendida cada una con tenacidad.

Están las damas que dicen A mí no me pasó nada y por ende, ¿qué andan diciendo por allí esas exageradas batiendo el parche de la menopausia?

Las hay que afirman: “Tuve calores pero absolutamente soportables. ¿Por qué no deja actuar a la madre naturaleza?”.

Otras asimilan la menopausia con el fin del mundo y se hacen cargo de todos los síntomas, agregándole alguno que otro de su cosecha.

Y finalmente, están las término medio: no la pasaron tan mal, pero tienen la intención de pasarla aún mejor. Son las defensoras a ultranza de los estrógenos.

Lo cierto es que hasta hace relativamente poco (cien años no existen en términos de una historia) las damas nos moríamos a una edad tan discreta que ni siquiera alcanzábamos a tener menopausia. Esto borra de la precaria historia de la medicina todo lo que les haya podido ocurrir a las mujeres ya desde el siglo XIX por ejemplo. Digamos entonces que la menopausia es un fenómeno que se está estrenando, y somos, en síntesis, una generación de conejillas de Indias, idea bastante deprimente para quien alguna vez soñó ser conejita de Playboy. Quizá como nunca, toda decisión es absolutamente individual, aunque creo que lo mejor que a una le pueda ocurrir en este tema es ¡ser joven!

Mujeres por la mitad de la vida

Подняться наверх