Читать книгу Experimentos amables - César Alejandro Mejía Acosta - Страница 19

Uno para calmar histéricos

Оглавление

Ayer, mientras buscaba dónde almorzar, me di cuenta de que cerca de mi apartamento existía un restaurante al que no había entrado porque siempre estaba lleno el condenado, y esta vez no fue la excepción, motivo por el cual demoraron en atenderme.

Cuando la chica llegó a preguntar mi orden, una señora al lado, un poco histérica, estaba gritando que llevaba quince minutos esperando, lo cual no era cierto, pues llegó después que yo, ante lo cual la chica le dijo: “Atiendo al muchacho (o sea yo, qué piropazo) y sigo con usted”.

La señora, bastante fuera de control, seguía quejándose, gritando e incomodando a todos, por lo que le dije a la chica, como siempre en mi tono dicharachero y bonachón: “Dale, atendela a ella primero, seguro está más hambriada, je, je, je”.

Ella entendió mi disposición y tomó primero el pedido de la señora, lo que calmó los ánimos. Luego tomó el mío. Yo quería mi almuerzo con mazamorra, sin embargo, tocó con limonadita ya que no tenían leche deslactosada (sí, soy un vejete, aunque, en mi defensa, soy intolerante a la lactosa, je, je, je).

Tras llevar la comida de la señora, la chica que me atendía salió corriendo del local y pensé que la habían regañado. Luego regresó con mi comida y leche deslactosada en un vasito aparte, y pensé: “Juro que me dijo que no había”, pero me quedé callado.

Cuando terminé de comer, le di su propina y me acerqué a la caja registradora a pagar, y le dije a la que parecía la dueña: “Juro que me dijeron que no había leche deslactosada, ¿o estoy muy perdido”, y ella respondió: “Es que no hay, yo se la hice comprar por haber cedido su turno y ayudarnos con esa señora escandalosa”.


Experimentos amables

Подняться наверх