Читать книгу Experimentos amables - César Alejandro Mejía Acosta - Страница 23

Uno que habla de la bella vulnerabilidad

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Era viernes en la noche. Estaba haciendo fila para comer un tentempié en una cafetería de la universidad antes de dictar mis acostumbrados cursos de liderazgo, cuando noté que la persona delante de mí le pagaba de muy mala gana a la cajera y con un billete de $50.000. La verdad, fue lo único que vi, pero sí noté que ella quedó descompuesta.

Cuando fue mi turno, le pedí un pastel y le dije: “Pero no me lo calientes mucho, porfa”. Ella respondió un poco malencarada (aunque era de esperarse por lo que acabo de contarles, yo la entendía bastante bien). “Yo se lo pongo ahí y usted lo toca a ver si le gusta así” y lo puso de no muy buena manera frente a mí.

Yo lo recibí mientras pensaba la oportunidad de mejorarle el momento. De inmediato le dije en tono bonachón: “¡Me querés es matar!, Ja, ja, ja”. Ella salió del sopor de su choque y me preguntó que por qué. Le contesté: “Ya vi, que parezca un accidente, matemos a este profesor, je, je, je”.

El pastel ya estaba tibio y ella lo sabía, no había que calentarlo. Se rio, cambió su cara y dijo: “No, profe, qué pena, no lo quería matar”. Y contesté: “Es que eso ya está caliente, mi querida chicharra”. Mejor dicho, lo volví un juego, quizá así olvidaría su anterior mal momento. Ella al resto lo recibió con sonrisa (me senté al lado para observarla) y todos quedamos tranquilos.


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