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Uno para entender que ceder comodidad no implica sacrificio

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Estaba en la plazoleta de comidas de un concurrido centro comercial, en plena hora pico, y a mi lado estaba la única mesa libre (siempre me hago en la zona donde nadie quiere, je, je, je).

En ese momento una familia, numerosa y al parecer de la costa colombiana por su acento, se acercó mientras peleaban y se recriminaban por no haber llegado antes o no haber tomado una mesa mejor; no entendía mucho los detalles porque hablaban a mil kilómetros por hora, pero era evidente que peleaban.

Yo tenía un par de sillas libres y se las ofrecí sin que ellos dijeran nada, lo que de inmediato sacó sonrisas y el estrés empezó a reducirse, eso se notó; acto seguido les ofrecí la silla en la que tenía mi maleta, y de inmediato la pelea se cambió por una especie de vergüenza: “No, qué pena, le toca ponerla en el piso”, me decían mientras también me contaban cosas más despacio y yo esas sí las entendía, je, je, je.

Por último, y como estocada final, cuando me levantaba, les dije: “Ustedes son muchos, tomen esta mesa y juntan las dos para que estén cómodos”. La señora que más alegaba dejó de hacerlo y me dijo: “Ojalá uno se encontrara gente así todos los días”, y ella, la de más edad, se levantó para acercar mi mesa a la suya.

Como es obvio, ya todos disfrutaban del almuerzo y la pelea cesó. Moachos, aquí hubo varias cosas, pero lo básico fue que mi acto de amabilidad se contagió entre ellos. ¿Qué tal si entre toda la familia hubiera alguien que #ContagiaAmabilidad? No dudo de que así reduciríamos el conflicto y viviríamos mucho mejor como hermanos, como colombianos.


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