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El tiempo formal del cronograma: la grilla semanal

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La referencia más típica al tiempo de un cronograma es, claro, la de la grilla semanal. Esa estructura que sostiene el tiempo y nos brinda la imagen tranquilizadora de una sucesión prevista de acontecimientos. La visión habitual del cronograma es la de una herramienta que nos ordena las tareas. En este punto, el tiempo del cronograma es también el tiempo de los objetivos formulados en la planificación: uno pensado hacia adelante, en términos más bien productivos. Un tiempo en el que esperamos (como se suele decir en los objetivos) “que los alumnos” aprendan, hagan, transiten, vivencien. Un tiempo dedicado a otros (los alumnos, los destinatarios del objetivo), es decir, un tiempo dispuesto para ser recorrido. Un tiempo embaldosado, marcado, señalizado. Si se debiera hacer un paralelo entre tiempo y espacio, el equivalente espacial del cronograma sería el mapa: estructurado, dividido por líneas, políticamente definido, categorizado, rotulado y etiquetado. El tiempo del cronograma se configura consecutivo, como una secuencia, y nos brinda una ruta a seguir, sobre una idea más o menos naturalizada del tiempo que traza, y que se va desplegando como una alfombra sobre la que podremos caminar tranquilos.

También es cierto que el tiempo encerrado en las grillas es tiempo contable, medible, tiempo analizable, tiempo visible. Y ante el halo de misterio que rodea la idea de tiempo, el cronograma es la luz más potente: lo vuelve (aparentemente) nítido, y por lo tanto exigible y evaluable. Los cronogramas, digamos, son el instrumento mediante el cual los tiempos se vuelven mercancía negociable y se contabilizan para ponerles precio y valor. Cuando la directora del jardín mira el cronograma de la maestra de sala, está mirando un proyecto abierto de ocupación del tiempo, y también algún tipo de contrato acerca del modo de realizar las tareas. En general, lo apreciará desde la perspectiva del diseño. Probablemente señalará cosas como: “cuidado, que no aparecen actividades de ciencias” o “sería mejor anticipar esta propuesta el día anterior” o “quizás esto no sea oportuno hacerlo justo después de la clase de Educación Física”. Pero desde la mirada más amplia de la gestión estatal, los cronogramas son una ventana a la vida en las aulas. Una ventana cuadriculada y bidimensional, como una pantalla, que recuerda ese tiempo burocrático de las jerarquías institucionales. Y desde los intereses del mercado, el cronograma lleva al mundo de las aulas la lógica productiva de las empresas, donde el tiempo es un insumo que se invierte, del que se esperan retornos en términos de ganancia. No solo porque es el tiempo que cuentan los que nos pagan el sueldo, sino porque nunca faltará quien crea que la medida de la calidad (palabra pringosa, si las hay) es el tiempo medible.

Pedagogía del nivel inicial: mirar el mundo desde el jardín

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