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El tiempo habitado de la vivencia: aburrirse y divertirse
ОглавлениеLa palabra tiempo es profunda, abismal. Si hemos de pensar seriamente la naturaleza del tiempo, probablemente llegaremos tarde o temprano a paradojas circulares y laberintos de espejos de los que será difícil salir. Pero hay algo que parece más o menos evidente: el tiempo existe (también) como una percepción. Es experiencia, es subjetividad. El tiempo es además (y sobre todo) la vivencia del tiempo y, en ese sentido, está allí para ser habitado. La propia idea de habitar, ligada al espacio, hace referencia a cierta acción de aquerenciarse en un lugar que, tras habitarlo, se convertirá en nuestro. La idea de habitar para que un territorio se convierta en patria, tan nítida en términos geográficos, es susceptible de ser llevada, también, al plano temporal. Cuando alguien dice “en mis tiempos todo era diferente”, o “en mi época las cosas se hacían de tal manera”, da cuenta de esta pertenencia de las personas a ciertos tiempos, percibidos como propios. Pero no es sino ocupando el tiempo con significados que nos atraviesen y nos impliquen que llegamos a hacerlo propio. Habitar el jardín, entonces, es también ocupar sus tiempos. Y digo “sus tiempos”, así, en plural, porque la escuela de los chicos posee una temporalidad que inevitablemente oscila en distintos climas, distintos modos de encuentro, distintas tesituras.
Tal vez Santiago Alba Rico se refiere a esta variedad de los tiempos cuando habla del “tiempo del aburrimiento”, ese tiempo lento que, retrospectivamente, “se percibe como tiempo uniforme que ha pasado en un solo bloque y de una sola vez”, y que es el reverso del tiempo de la aventura que “se recuerda diferenciado, rico y denso”. También enumera el tiempo del confinamiento, ese al que nos someten las prisiones y las pandemias:
Es paradójico: porque, encajonado o aprisionado en un espacio estrecho, él mismo se vuelve espacio, de manera que se recorre la jornada en los mismos cuatro pasos con que recorremos la habitación: de un solo paso, sí, ha llegado la noche (Alba Rico, 2020).
Y se refiere también al tiempo de las nuevas tecnologías, como impermeable al recuerdo: tenemos memoria de la costumbre y de la aventura, dice, pero en cambio no guardamos memoria del tiempo tecnológico: “Internet es un órgano rumiante que no distingue entre la ingestión y la evacuación” (ibíd.). Aburrirse, divertirse, sentirse encerrado entre cuatro paredes o sentirse capturado por las pantallas son formas de vivir el tiempo muy distintas entre sí. Pero son sensaciones ligadas a la vivencia del tiempo.
El par aburrido/divertido me interesa especialmente para pensar en el tiempo del jardín, porque se trata de dos extremos que, aun sin tematizarse demasiado, se han tenido muy en cuenta para pensar el trabajo pedagógico en las salas. El valor del juego (asociado a la diversión), las analogías (banales) entre la maestra jardinera y la figura de quien anima o entretiene, todo ello hace que lo “divertido” sea un terreno interesante, pero a la vez un poco pantanoso para pensar lo pedagógico en el nivel inicial. Hablar de “divertir a los chicos” es visto como un modo superficial de pensar las cosas (como “mera” diversión) pero, a la vez, nos preocupa y nos importa hacer de la experiencia en la sala un tiempo divertido. Por eso tal vez usamos otras palabras para hablar del tema: el uso del término “significativo”, por ejemplo, muchas veces se podría interpretar como sinónimo de “divertido” (y que Ausubel nos perdone), y algo similar puede suceder con las prácticas “innovadoras”. Al evaluar pedagógicamente, es bastante habitual que los registros docentes estén muy centrados en el disfrute como categoría de valoración (Brailovsky, 2016). En fin, aunque no tengamos un acuerdo amplio ni un vocabulario aceitado para hablar del tiempo de la diversión, la cuestión está presente y se cuela por todos lados.
El aburrimiento, por otro lado, tiene mala prensa, aunque hay también elogios para el tiempo aburrido. Alba Rico (2009) señala que hay dos maneras de lograr que alguien no piense: una, obligarlo a trabajar sin descanso; la otra, obligarlo a divertirse sin interrupción. Claro que con esto el filósofo no se refiere al intento de un docente por hacer agradable la experiencia de aprender, sino al efecto idiotizante de la catarata de publicidades divertidas que nos mantiene capturados y atontados, prendida nuestra atención al chiste banal que nos invita a comprar Coca cola, Volkswagen o Mastercard. Pero también hace notar que el aburrimiento, lejos de ser un fantasma que debe ser alejado, “es la experiencia del tiempo desnudo”. Al aburrirnos, desde esa perspectiva, nos encontramos cara a cara con nosotros mismos. De hecho, divertirse es, literalmente, darse vuelta, separarse, ir en otra dirección Y entretener es distraerse, ver la atención llevada hacia otro lugar. Son palabras que indican la idea de dejarse llevar, de resbalar hacia lugares no buscados, siempre exteriores. El tiempo aburrido, al contrario, nos conduce a los laberintos interiores de nuestro pensamiento. “No hay nada más trágico –concluye Alba Rico– que este descubrimiento del tiempo puro, pero quizás tampoco nada más formativo” (ibíd.).
En el norte argentino hay una forma musical y poética dedicada al tiempo abismal del aburrimiento andino: la vidala. En sus coplas, el ser humano descubre (de puro aburrido) aquellas presencias fantasmagóricas que lo rodean, el paisaje lo cautiva y lo enfrenta a la vez a su pena y su soledad. Así, en una vidala de Valladares, el hombre sube a los cerros altos, a llorar a solas lejos, a ver si se apuna su dolor. Y en otra, de Yupanqui, se da cuenta de que su sombra no deja nunca de seguirlo y le reconoce esa silenciosa y fiel compañía. Y en otra más, del Chango Rodríguez, la resaca le hace ver al costado del camino, chumadito (borracho), al carnaval. La vidala es metafísica, es introspectiva. Y el tiempo aburrido en la infancia es, también, un tiempo-vidala que nos vuelve reflexivos y nos permite mirar de cerca las cosas que nos rodean.
Y, sin ir tan lejos ni tal alto, ahí está ese pequeño, blanco, tibio universo en el que la infancia nos enseña a encontrarnos en soledad con nuestros cuerpos. Ese teatro del absurdo donde se representan tragedias sumergidas y comedias flotantes. Ese país de azulejo con océano de losa. Ese tiempo liso y sólido, de historias profundas y vaporosas que crecen en el silencio. Ese suceso al que jamás volvemos y del que jamás nos terminamos de ir. Esa utopía: la bañadera.
Estas consideraciones acerca del aburrimiento no tienen que ver con que los chicos la pasen bien o mal en el jardín, sino con llamar la atención sobre cierto malentendido respecto del necesario carácter atractivo de todo lo que sucede en la sala, como si se tratara de una fiesta de cumpleaños permanente. Tal vez una de las cosas que el jardín puede (y quizás debe) hacer es propiciar esta forma de encuentro de los chicos con ellos mismos, que se experimenta en esta especie de espejo que es el tiempo vacío, para ser ocupado. Se lo suele llamar aburrimiento, pero ya vemos que tiene otros nombres mucho más interesantes: pensamiento, pregunta, reflexión, meditación, espera, ocio, libertad. Quizás una de las cosas que podemos hacer es balbucear un poco estas palabras, buscando acomodarnos en ellas para imaginar modos interesantes de habitar el tiempo en la sala.