Читать книгу Pedagogía del nivel inicial: mirar el mundo desde el jardín - Daniel Brailovsky - Страница 30
La experiencia como paseo
ОглавлениеA diferencia de la carrera (en la que prima la velocidad) o la trayectoria (en la que se mira la longitud recorrida en cierta dirección), el paseo es un modo pausado de transitar el lugar. Se pasea (y de ahí viene la palabra) paso a paso, pasando y pisando. Y no solo se pasea despacio, sino que se pasea con cierta pompa: el paseante, en general, se viste para la ocasión. Los paseos se sitúan en territorios caracterizados por la belleza natural: jardines, bulevares, costaneras, parques. El paseo, además, es la acción de pasearse y también el lugar por el que se pasea. En Buenos Aires, por ejemplo, hay una avenida llamada “Paseo Colón”, que a fines del siglo XIX era un recorrido costero por el que la gente podía pasear. Decimos que un lugar bello para ser recorrido es un paseo.
Pensar la experiencia de los chicos en el jardín como paseo, entonces, es una invitación a detener el apuro, a prestar atención a lo que nos rodea desde la curiosidad relajada y el disfrute, y a la vez a tomarse con cierta ceremonia las actividades destinadas a ser “paseadas”. Un paseo no es casual, no es indefinido: es breve pero conciso. Se prepara previamente y se realiza con mucha conciencia de estar transitando un momento especial.
Había una vez una niña muy pequeña que no quería entrar al jardín. Abrazada con fuerza a una de las piernas de su abuela –su madre había procurado hacerse a un lado en el rol de acompañante, para ver si la niña lograba despedirse más fácilmente de la abuela–, la pequeña miraba con desconfianza a su maestra, que la invitaba de mil maneras a quedarse. La escena se venía repitiendo desde hacía varios días y la abuela, ya algo cansada del asunto, le dijo a su nieta: “Yo ya te conozco las mañas, querida, en cuanto me vaya te vas a olvidar de llorar”. Y se fue. La maestra, a solas con el llanto desolado de la pequeña, la alzó en brazos y la llevó a ver los dibujos de la cartelera, donde los chicos de las salas mayores habían dejado sus versiones de un “autorretrato”. Juntas miraron un dibujo por vez, lentamente, deteniéndose en cada detalle: en las pestañas que Bruna le puso a su cara, en la remera roja que Joaquín se pintó con crayones. Y, a cada dibujo que miraban, el llanto iba quedando atrás, y la niña se sumergía más y más en su “estar en el jardín”, al que –paseo mediante– comenzaba a percibir como un lugar propio, arbolado de confianza, florecido de una compañía cómplice, señalizado para recorrerlo de la mano, sin apuro y con plácida curiosidad. Dice Walter Benjamin (en la lectura de Miguel Morey) que el paseo es una especie de ejercicio espiritual, y que “establece unos modos específicos de relación entre el recuerdo, la atención y la imaginación” (en Morey, 1990). Y afirma que el paseo es uno de los modelos fundamentales de relación de cada cual consigo mismo. Agrega Morey:
Es posible que el paseo sea la forma más pobre de viaje, el más modesto de los viajes. Y, sin embargo, es uno de los que más decididamente implica las potencias de la atención y la memoria, así como las ensoñaciones de la imaginación y ello hasta el punto de que podríamos decir que no puede cumplirse auténticamente como tal sin que ellas acudan a la cita. Pasado, presente y futuro entremezclan siempre sus presencias en la experiencia del presente que acompaña al Paseante y le constituye en cuanto tal (Morey, 1990).
Y Fernando Bárcena (2012), leyendo el mismo texto de Morey, subraya que “el paseo trasciende los modos de lo anecdótico para constituirse en metáfora de la forma misma de la experiencia”. Es decir: la misma plaza arbolada, el mismo mural con dibujos pueden ser un fondo gris y neutro, son pasibles de ser pasados de un pantallazo sin detenerse, o bien pueden ser el escenario de una conversación pausada, atenta al detalle, en movimiento, bajo la órbita del paseo.