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El nuevo Universo

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“El Universo entero está condensado en el cuerpo,

y todo el cuerpo, en el corazón.

Así el corazón es el núcleo de todo el Universo”.

Sri Ramana Maharshi

Habíamos comenzado esta exploración haciéndonos varias preguntas básicas, tales como ¿qué es el Universo, una masa de materia absurda y carente de todo significado, que proviene de la nada y se dirige inexorablemente hacia la nada? ¿Es tan sólo un paréntesis sin finalidad ni propósito en el abismo del sinsentido? ¿O es acaso un proceso orgánico, viviente, dotado de alguna forma de inteligencia y sentido, que en su asombrosa magnitud nos resulta incomprensible e inexplicable?

En una maravillosa muestra del sentido evolutivo de los tiempos, la misma ciencia que derrumbó todos nuestros mitos y nos arrojó a existir en un universo “desencantado”, mecánico, seco, carente de sentido y vitalidad (un universo con minúsculas), está comenzando a hablarnos de un Universo radicalmente diferente. El nuevo Cosmos que muchos científicos contemporáneos están comenzando a intuir se nos aparece como una realidad viviente, y hasta quizás consciente, de la cual podemos sentirnos parte fundamental e incluso cocreadores. A este Universo vivo lo concibo como la manifestación de un principio básico, al que denomino el Flujo Primordial: una corriente infinita de información, energía, materia y vida que se despliega de manera creativa en cada átomo del Cosmos y en cada una de sus innumerables e inconmensurables galaxias.

Utilizo la palabra Flujo para acentuar su carácter dinámico, su transformación permanente. El Universo no es una cosa estática y mucho menos un mecanismo ciego. Es más bien un movimiento eterno e inconmensurable que despliega en su dinámica una creatividad que nos resulta sobrecogedora. El Universo genera sistemas y seres inteligentes (que también son sistemas), algo que una máquina jamás puede hacer. ¿Cómo podría una máquina inerte generar seres conscientes? Para intentar al menos acercarnos a una comprensión del Cosmos debemos estar también en movimiento. Ninguna estructura de conocimiento rígida y estática puede pretender ni siquiera atisbar la magnificencia de la danza universal. Lo denomino Flujo porque está vivo, porque se transforma a Sí mismo. Creando se recrea, cambiando se sostiene, muriendo renace.

Y lo llamo Primordial porque constituye el origen compartido por todo lo que existe, mas no un origen que existía allá a lo lejos, en tiempos o lugares remotos, sino un fondo vivo del cual, aquí y ahora, emerge la totalidad de los mundos.

Cuando la física moderna describe lo que denomina campos se acerca a esta concepción. No existe un lugar del cual provino el Universo. El Cosmos emerge en cada punto del espacio instante a instante. A esta aparente nada, a este vacío que lo contiene todo y que existe como el mayor de los misterios en cada segmento infinitesimal del Universo, lo concibo como la Fuente Primigenia, el Flujo Primordial. A nivel subatómico, no emergimos en el momento de nuestra concepción, sino que estamos emergiendo aquí y ahora, segundo a segundo (Ver Apéndice 3).

Esto implica que los seres humanos no provenimos del Flujo Primordial, sino que somos Flujo Primordial adoptando nuestra forma. Este flujo no consiste en una energía que nos recorre, como si fuéramos un envase por el cual esto transita, sino, lo que es muy distinto, de lo que estamos constituidos, estamos hechos, somos su manifestación humana. En su inconmensurable creatividad, el Flujo Primordial va adoptando todas las formas imaginables y mucho más. En su cambio permanente de cualidades vibratorias y densidades, se convierte en energía, partículas, gases, líquidos, sólidos y así en cuerpos celestes, sistemas solares y galaxias. Y esto ocurre instante a instante, desplegando la magnificencia del Universo. En una de sus infinitas manifestaciones, en una muestra más de su magnificente creatividad, el Flujo Primordial se humaniza, se convierte en nosotros: somos Flujo Primordial. Sin embargo, poco importa el nombre que le asignemos a este majestuoso movimiento creativo. Perfectamente podríamos decir que somos Universo o Cosmos humanizado, las palabras son lo de menos. Con esta terminología sólo estoy buscando alcanzar dos objetivos fundamentales: en primer lugar, encontrar una denominación que, en lugar de ser mágica o mítica, sea descriptiva para que, por lo tanto, pueda ser aceptada desde cualquier mirada religiosa sin entrar en conflicto con ningún sistema de creencias. Quien, desde una mirada cristiana, considere que este Flujo Primordial tiene las cualidades de un Dios personal puede estar en lo correcto. Quien, desde una perspectiva budista, considere que no es necesario recurrir a un Dios personal está en todo su derecho. Quien prefiera mantener esta descripción en un plano completamente no teísta, igualmente, podrá sacar provecho de este modelo. Lo verdaderamente importante aquí es procurar comprender el origen común y la naturaleza única, creativa y dinámica de toda forma de vida. Las extraordinarias posibilidades transformadoras y terapéuticas de esta concepción se irán haciendo evidentes a medida que avancemos en este trabajo. En esto radica su importancia. Sería lamentable que estas posibilidades se malograran por una simple diferencia de términos.

Recuperar la percepción experiencial e inmediata, no meramente conceptual, de formar parte de un Universo vivo y significativo, es decir, recuperar la conciencia de que somos Flujo Primordial, constituye el camino fundamental para sanar la herida básica de nuestra civilización y reencontrarnos en el amor. Acceder a esta experiencia implica comprender e integrar conscientemente esta verdad científicamente comprobada: todos somos uno, estamos hechos de lo mismo, nos constituyen los mismos materiales y energías, provenimos de un mismo origen y compartimos el mismo destino y la misma necesidad fundamental: recuperar la unidad perdida. Todos nuestros dramas, nuestras diferencias y nuestras absurdas luchas provienen de la falta de consciencia de esa necesidad básica, así como de las innumerables formas disfuncionales mediante las cuales buscamos reintegrarnos.

Cuando caemos en el error de creer que la unidad se alcanza cuando el yo llega a expandirse tanto que termina por abarcar al Universo, comienza la carrera demencial por querer más, más y más. Más poder, más placer, más control, más relaciones, más posesiones, más conocimientos… y la lista es interminable. En ese preciso instante, nuestra búsqueda común, nuestra necesidad compartida, nuestro anhelo más profundo y el que nos hace a todos iguales se convierte, paradójicamente, en la fuente de desesperación que nos lleva a enfrentarnos unos contra otros, en la ignorante creencia de que la unidad llega como consecuencia de la expansión. El encuentro con nuestro origen no se alcanza expandiéndonos, sino disolviéndonos en Aquello de lo que provenimos, lo que ya somos y siempre hemos sido. Comprender este secreto, trascender esa ilusión de separatividad (con todas sus terribles consecuencias) y descansar en la unidad puede llevarnos la vida, y sin embargo, constituye algo tan simple como respirar.

Interacciones Primordiales es una invitación a terminar con esta agonía en forma inmediata, no en un futuro, sino aquí y ahora, mediante la simple y súbita comprobación del profundo absurdo, de la enorme ignorancia que sustenta a toda persona cuya vida se base en una carrera centrada en la expansión del ego. “La vida es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otra cosa”, afirmaba John Lennon. No permitamos que la muerte nos sorprenda distraídos, “perdidos en las cosas”, como nos advertía Heidegger; preocupados, alienados, desperdiciando la maravillosa oportunidad de respirar el éxtasis del aquí y ahora. Tal cual lo recordaba el Buda, caminemos “instante a instante, hasta la eternidad”.

Como ya hemos visto, esto no se logra mediante teorías, creencias o dogmas, sino mediante la vivencia directa. Nuestro cuerpo, nuestro corazón –como decía Ramana– es el Universo concentrado. En él podemos encontrar todos los fenómenos cósmicos y recuperar nuestras energías más profundas. En esto consiste específicamente la práctica de la Meditación Primordial. Y nuestra mente, cuando está armonizada, puede abrirse al espacio infinito que constituye su naturaleza esencial, y allí podemos recuperar la unidad original con la totalidad de la existencia. Pero esto no es posible dentro de una existencia neurótica, y menos aún en una cultura que niega la dimensión cósmica del ser humano. Sanar a la persona liberándola de sus patrones de sentimiento y pensamiento restrictivos, y sanar a la sociedad liberándola de paradigmas obsoletos que restringen la trascendencia, constituye una única tarea. Veremos ahora la forma en que la física y la biología modernas pueden resultar una fuente de inspiración en nuestra búsqueda, al mostrarnos que cuando afirmamos que somos Flujo Primordial humanizado no estamos recurriendo a una licencia poética, sino intentando describir un proceso accesible a la experiencia inmediata.

El vínculo primordial

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