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4. EL UNIVERSO ES UNA CONFIGURACIÓN QUE CREA CONFIGURACIONES, TRANSFORMÁNDOSE PERMANENTEMENTE

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En íntima conexión con la cualidad orgánica y presuntamente consciente del Universo mencionada en el apartado anterior, veremos ahora que, en cuanto Flujo Primordial, el Cosmos no es una cosa sino una dinámica de materia-energía-información-consciencia. Esta dinámica se expresa adoptando formas que en un nivel subatómico no son en absoluto estáticas, no son precisamente cosas, sino configuraciones. Sólo ante nuestra mirada, estas configuraciones adoptan el aspecto de cosas sólidas. Veamos de dónde provienen estas afirmaciones.

Los importantes cambios acaecidos en nuestra concepción de la realidad durante el siglo pasado encuentran en la física su máxima expresión a través de dos teorías fundamentales: la de la relatividad y la cuántica.

La teoría de la relatividad vino a revolucionar nuestros conceptos en cuanto a la cantidad de dimensiones que conforman nuestro espacio, y a su relación con el tiempo. Hasta hace pocas décadas estábamos convencidos de vivir en un espacio de sólo tres dimensiones y separado del tiempo. En la actualidad, sabemos que el espacio es tretradimensional y que su relación con el tiempo es indisoluble. Ya no podemos hablar del tiempo y el espacio sino de lo temporoespacial.

Otro aporte fundamental de la teoría de la relatividad consiste en la concepción de la materia que de ella se deriva. Obviamente, un cambio en la concepción de dos elementos esenciales como el espacio y el tiempo no podía dejar de influenciar toda nuestra descripción del mundo. De ahí el hecho de que uno de los descubrimientos más notables que le siguen es el de que la masa no es sino una forma de energía.

De este modo, se ha dejado de considerar a la masa como una cosa tan sólida como antes la concebíamos. Las partículas no son otra cosa que energía, y la energía es dinámica, actividad, proceso; o sea, algo esencialmente distinto del mundo mecánico que veíamos en el siglo antepasado.

Las partículas subatómicas son, entonces, formas dinámicas de carácter temporoespacial. Su lado espacial nos las muestra como manojos de energía que tienen el aspecto de cuerpos sólidos y hasta a veces estáticos; su aspecto temporal las evidencia como procesos dinámicos; pero ambos no constituyen sino una sola configuración tetradimensional en el espacio-tiempo.

Estos descubrimientos de ninguna manera implican que las cosas sólidas no existen ni mucho menos que la física newtoniana es falsa. Lo cierto es que a un nivel macroscópico ésta sigue funcionando correctamente, pero no así a un nivel microscópico. Las cosas se componen de materia, la materia de átomos, los átomos de partículas y las partículas… de nada que podamos considerar materia sólida. Al microscopio sólo pueden observarse procesos, configuraciones dinámicas de energía en permanente cambio, nada que pueda tomarse con las manos. Una metáfora que puede ayudarnos a entender por qué percibimos las cosas como si fueran pura materia sólida, y no como energía vibratoria, es la de un ventilador con aspas. Cuando este artefacto está detenido, podemos introducir nuestra mano por los espacios que hay entre un aspa y la otra sin ningún inconveniente, sin embargo, al encenderlo, la velocidad del movimiento hace parecer que el espacio ya no existe y no podemos atravesarlo sin graves consecuencias para nuestra integridad física.

Pero esta danza de energía no es completamente caótica. Las formas en que la energía se organiza adoptando un aspecto material responden a patrones, a pautas originarias, a memorias universales que le brindan una estructura siempre dinámica32.

Por cierto, constituye un enorme desafío intelectual dejar de imaginar las partículas cuánticas como “cosas” corrientes, sólo que muy pequeñitas. Incluso los físicos piensan en ellas como si fueran cosas muy diminutas, pero no porque en realidad las consideren así, sino simplemente para poder tratar con ellas de una manera más convencional.

Sin embargo, las partículas cuánticas no están hechas de materiales, como una casa está hecha de ladrillos. Las formas tradicionales de tratar con la realidad se tornan muy poco efectivas al enfrentarnos a las dimensiones cuánticas. ¿Cómo hacen entonces los físicos para operar con estas realidades y describir sus descubrimientos?

Uno de los elementos fundamentales de que disponen es el lenguaje de las matemáticas, y más específicamente, el concepto de simetrías.

A nivel cuántico, lo que tradicionalmente consideramos materia no posee estructura. Es decir que las partículas cuánticas no están hechas de cosas más simples, de partecitas más pequeñas aún. Sin embargo, describen algo que puede denominarse simetría. Para intentar comprender el concepto de simetría, podemos imaginarnos la forma en que se constituyen los cristales. Esto nos lleva a situaciones muy paradójicas. Las partículas subatómicas no tienen estructura, pero, aunque se reduzcan a tamaños infinitesimales, siguen siendo simétricas y, lo más interesante, las interacciones entre ellas parecen asimismo describir simetrías.

Las partículas subatómicas entonces no sólo son inimaginablemente pequeñas, sino que guardan otra cualidad extraordinaria: en esta pequeñez, en este “no espacio”, conservan de algún modo la memoria de las moléculas y éstas de los átomos, y éstos de las estructuras que constituyen (planetas, piedras, plantas, animales, personas). Es decir que, de algún modo, en la estructura misma del mundo material podemos concebir la existencia de algo no físico, no espacial, que sin embargo conserva información. A este sustrato lo podríamos llamar información, y con una pequeña licencia, nos atreveríamos a denominarlo memoria, darse cuenta o consciencia.

Para decirlo en un lenguaje más simple, podríamos afirmar que todo lo que existe está sostenido en pautas universales, en patrones, en configuraciones que contienen la información fundamental para su crecimiento y despliegue en libertad, y por más que intentemos encontrar la estructura material última en la que esta información se asienta, hasta el momento, nunca ha sido hallada. Lo único que los científicos han encontrado son configuraciones de energía. Por lo tanto, afirmar que esta memoria está contenida en el ADN, y que éste es su sustrato material último, si bien no es falso, constituye una verdad parcial, puesto que, si logramos entrar en su estructura subatómica, el ADN no está hecho de ninguna “cosa material”.

Ya sea que hablemos de un cristal, de una rosa, de un tigre o de una persona, todo constituye un despliegue de pautas dinámicas de información universal que se expresan en cada individuo de una manera siempre nueva e irrepetible. En la primera edición de este libro planteé exactamente este mismo postulado. La obra del ya mencionado Vedral no existía en aquel momento. En esta quinta edición puedo apoyarme en su trabajo y afirmar que los seres humanos somos configuraciones transitorias de información, y que transmitimos éstas a las generaciones futuras a través de un código al que llamamos ADN.

El Dr. Rupert Sheldrake, controvertido biólogo de la Universidad de Cambridge, ha desarrollado la hipótesis de los campos morfogenéticos, los cuales, a diferencia de los campos tradicionales estudiados por la física clásica, constituirían espacios de información, no sólo de energía y menos aún de materia, que se desplegarían más allá del espacio y del tiempo entendidos en términos newtonianos, sin perder intensidad desde el momento de su creación. Es decir entonces que constituyen campos no físicos que influencian a todo sistema organizado y que (al igual que la materia y la energía oscuras de las que hablábamos anteriormente) no pueden ser detectados por nuestra tecnología actual.

Su teoría de la causación formativa estudia el modo en que las cosas toman sus formas o sus patrones de organización. Por lo tanto, “cubre la formación de galaxias, átomos, cristales, moléculas, plantas, animales, células, sociedades. Cubre todas las cosas que tienen formas, patrones, estructuras o propiedades autoorganizativas”.

Si intentáramos traducir esto en preguntas muy simples acerca de la realidad cotidiana, podríamos preguntarnos, por ejemplo: ¿por qué los tigres tienen forma de tigre y las rosas de rosa? En apariencia la respuesta es muy simple: “los tigres tienen forma de tigre porque son hijos de tigres”. Es decir que la respuesta (si aceptamos su tautología) estaría dada por la genética. Pero esto no explica cómo los tigres antiguos adoptaron la forma que adoptaron. Ni siquiera explica el procedimiento íntimo mediante el cual el ADN puede transportar y entregar la impresionante cantidad de información que constituye a un ser vivo.

Entonces recurrimos a la teoría de la evolución: “los tigres tienen forma de tigres porque en su proceso evolutivo de adaptación fueron desarrollando funciones y estructuras que les terminaron dando su aspecto actual”. Pero esta respuesta, por cierto muy plausible (sobre todo en la época de Darwin), no termina de explicar el cómo, la forma interna mediante la cual los organismos cambian de forma. Responder que simplemente los cambios son casuales y que se instalan en la medida que funcionan (ensayo y error, selección natural) no es una respuesta muy adecuada en todos los casos y no se asienta en datos incontrastables, sino que muchas veces constituye una inferencia. Los hechos observables nos permitirían afirmar que las especies han evolucionado y que, por lo tanto, la intuición básica de Darwin fue genial. Pero esto no nos explica el cómo, la estructura íntima de los procesos evolutivos y de la transmisión de información entre los miembros de una especie. La teoría de la evolución no brinda ninguna prueba definitiva que permita refutar la existencia de alguna forma de consciencia que brinde ciertas pautas a la evolución del Universo material33.

Por citar sólo un ejemplo, cuando los primeros organismos acuáticos comenzaron a emerger desde el mar hacia la tierra, ciertamente tuvieron que empezar a desarrollar órganos y extremidades que en un principio no eran ni acuáticos ni terrestres. El estadio intermedio entre una aleta y una pata no debe haber sido algo muy útil ni adaptativo en el momento en que comenzó a surgir. ¿Qué motivó entonces este cambio desde el inicio? ¿Cómo se organizó? ¿Cómo se transmitió al resto de los organismos de la misma especie? ¿Puede explicarse todo mediante casualidades y azar?

Sheldrake plantea que si una función es desarrollada por un número significativo de miembros de una especie, inmediatamente, sin mediar contactos físicos, puede ser adquirida por el resto de la misma. Entre las muchas observaciones que le permiten llegar a esta declaración, este osado biólogo se refiere al famoso caso de los monos de la isla de Koshima, relatado por Lyall Watson. Ocurrió que los monos salvajes de un grupo de islas del Japón comenzaron a ser alimentados en forma asistida por humanos. El método elegido fue el de arrojarles papas en las playas pero, dado que estas quedaban incrustadas de arena, los monos no las comían. Un buen día, una sola mona (burlándose de los prejuicios machistas acerca de la inteligencia femenina) descubrió que las papas podían ser lavadas en el mar, con lo cual no sólo se les retiraba la desagradable arena, sino que probablemente quedaban más sabrosas. No fue curioso que por simple imitación todos los monos que la rodeaban comenzaran a hacer lo mismo. Pero sí lo fue que, a partir de que un número considerable de individuos de la especie comenzó a practicar esta conducta, todos los demás monos de la isla comenzaron a realizar lo mismo, aun aquellos que se encontraban a distancia. Y mucho más curioso aún fue que los monos de otras islas circundantes, evidentemente sin ningún contacto físico con los primeros monos limpiapapas, comenzaron a desarrollar el mismo comportamiento. ¿Qué clase de conexión no espacial y no casual en sentido tradicional se produjo entre estos animales? ¿Fue sólo casualidad, tal como prefiere interpretar el materialismo todo lo que no puede explicar? Este caso no ha sido totalmente verificado, pese a ser uno de los ejemplos más famosos de esta hipotética conexión. Sin embargo, existen muchos otros ejemplos basados en la capacidad de determinados animales de transmitir aprendizajes a otros (delfines, ratas de laboratorio) sin que medie la imitación, lo que sugiere que estamos ante un hilo de investigación sumamente interesante.

Veamos este relato extraído de la revista National Geographic:

“La jefa de adiestradores Teri Turner Bolton contempla a dos jóvenes delfines machos llamados Héctor y Han, cuyos hocicos asoman del agua mientras esperan con atención la siguiente orden. Los delfines mulares del Instituto de Ciencias Marinas de Roatán (RIMS), un centro turístico y de investigación situado en la isla hondureña homónima, son veteranos de los espectáculos. Han sido entrenados para obedecer la orden de describir tirabuzones en el aire, deslizarse por la superficie del agua manteniendo el equilibrio sobre la cola y saludar con las aletas pectorales a los turistas que varias veces por semana llegan al complejo en cruceros.

Pero a los científicos del RIMS les interesa más estudiar su mente que admirar sus actuaciones. Cuando con la mano se les hace la señal de «innovar», Héctor y Han saben que deben sumergirse y expulsar una burbuja de aire, o salir del agua con un salto parabólico, o descender hasta el fondo, o efectuar cualquiera de los otros diez o doce ejercicios que completan su repertorio, pero sin repetir ninguno de los que ya hayan exhibido en esa sesión. Lo más increíble es que suelen entender que en cada sesión deben intentar algún ejercicio nuevo. Bolton aprieta las palmas de las manos sobre la cabeza –la señal de innovar– y acto seguido junta los puños –la señal de «tándem»–. Con esos dos gestos ha indicado a los delfines que hagan un ejercicio que ella aún no haya visto en esa sesión y que además lo efectúen simultáneamente.

Héctor y Han desaparecen bajo el agua. Con ellos está un psicólogo comparativo llamado Stan Kuczaj, equipado con traje de neopreno, tubo de buceo y una gran videocámara sumergible provista de hidrófonos. Kuczaj graba varios segundos de gorjeos audibles entre Héctor y Han y a continuación su cámara los inmortaliza girando despacio y al unísono, y agitando la aleta caudal tres veces simultáneamente.

Fuera del agua Bolton junta los pulgares y los dedos corazón, lo que indica a los delfines que perseveren en esa innovación cooperativa. Y así lo hacen. Los dos mamíferos de 180 kilos de peso cada uno se sumergen de nuevo, vuelven a intercambiar varios silbidos agudos y expulsan al mismo tiempo una burbuja de aire. Luego describen una pirueta a dúo. Y se yerguen sobre la cola. La sesión concluye tras ocho secuencias de sincronización prácticamente perfecta. Hay dos explicaciones posibles a este extraordinario comportamiento. O bien uno de los delfines imita al otro con tanta celeridad y exactitud que crea la ilusión de estar coordinados. O bien no se trata de una ilusión en absoluto: cuando intercambian silbidos bajo el agua, están literalmente debatiendo un plan”. El concepto de resonancia mórfica podría aportarnos una tercera explicación.

Pero, yendo más allá de la transmisión biogenética, ¿qué es lo que determina que todos los cristales de cuarzo respondan a ciertos patrones similares? ¿Por qué los copos de nieve tienen formas geométricas? ¿Por qué el silicio, que no es un buen conductor de la electricidad, al estar expuesto a los rayos solares la conduce mejor? Los físicos nos dirán que al estar expuestos al sol los átomos del silicio “se comportan” distinto (por eso es un semiconductor), y podrán describir de qué manera sus electrones operan para conducir mejor la electricidad. Pero no pueden explicarnos de dónde surge la información que los hace comportarse así en forma regular y sistemática, al igual que los átomos de todos los elementos conocidos. Si existe la tabla periódica de los elementos es porque los átomos de cada uno de ellos conserva alguna forma de memoria34 que los hace comportarse de tal manera que siempre constituyen ese elemento y no otro35. La física puede describir y atestiguar que estas cosas ocurren, pero hasta el presente no ha podido explicar en profundidad cómo ni por qué lo hacen.

Veíamos que la teoría de la causación formativa cubre la formación de galaxias, átomos, cristales, moléculas, plantas, animales, células, sociedades. Como afirma Sheldrake: “Cubre todas las cosas que tienen formas, patrones o estructuras o propiedades autoorganizativas.

Todas estas cosas se organizan por sí mismas. Un átomo no tiene que ser creado por algún agente externo, se organiza solo. Una molécula y un cristal no son organizados por los seres humanos pieza por pieza sino que cristalizan por su propia cuenta. Los animales crecen espontáneamente. Todas estas cosas son diferentes de las máquinas, que son artificialmente ensambladas por seres humanos.

Esta teoría trata sistemas naturales autoorganizados y el origen de las formas. Y asume que la causa de las formas es la influencia de campos organizativos, campos formativos, que llamo campos mórficos. El rasgo principal es que la forma de las sociedades, ideas, cristales y moléculas depende de la manera en que tipos similares han sido organizados en el pasado. Hay una especie de memoria integrada en los campos mórficos de cada cosa autoorganizada. Concibo las regularidades de la naturaleza como hábitos más que como cosas gobernadas por leyes matemáticas eternas que existen de alguna forma fuera de la naturaleza”. Vladko Vedral se acerca a esta idea al afirmar que postulando un “universo informático” ya no es preciso recurrir a un agente externo para explicar su creación. Y, en este sentido, ambos se acercan a las tradiciones espirituales no duales, que no conciben un dios ajeno al Universo y por encima de él, sino un Fundamento intrínseco que se despliega a través de las formas, de manera creativa e indeterminada. Algo muy cercano a lo que describo como el Flujo Primordial. Y es precisamente esta noción de un Principio que se manifiesta en todas las formas existentes, lo que torna al estudio del Universo como algo fundamental para el desarrollo de un modelo de psicoterapia, coaching y desarrollo personal. Desde esta mirada, el nivel más profundo de sanación y crecimiento consiste en liberarnos de toda forma artificial de comportamiento e identidad, para descubrir y realizar nuestra naturaleza más profunda, en la cual somos precisamente sabiduría universal bajo forma humana.. Existen enormes implicancias, en términos psicológicos e incluso psicopatológicos, al concebir a un supuesto dios que está por encima del universo (considerándolo como un cosmos con minúsculas, puramente material y por lo tanto inferior, como al cuerpo mismo), que lo rige mediante leyes inmutables, deterministas y que nos observa desde arriba para juzgarnos, y eventualmente castigarnos. Esta concepción puede, en muchos casos, llevar a un modo paranoide de experimentar la vida y constituirse en el origen del fundamentalismo, pues la paranoia lleva casi siempre a la violencia. Muy diferente es la experiencia de sentirnos como una manifestación más, entre millares, de este Principio Fundamental que todo lo impregna, y en virtud del cual todos somos uno, lo que cultiva la confianza y la compasión, rasgos fundamentales de toda personalidad y sociedad sanas.

La teoría de los campos mórficos es simplemente una teoría, tampoco constituye una ley, y por cierto puede ser criticada en muchos puntos, sobre todo si es analizada desde la perspectiva mecanicista. Sin embargo, está sustentada en una gran cantidad de observaciones y merece, por lo menos, ser considerada a la hora de empezar a describir una nueva imagen del Universo y, por ende, del ser humano.

En las últimas décadas, otra nueva y apasionante mirada ha emergido en el campo de la física. Se trata de las teorías de las cuerdas, las supercuerdas y la teoría M. En un intento ultrasimplificado de presentar estas teorías36, podríamos decir que, desde los primeros físicos griegos hasta hace pocas décadas, los científicos habían descrito la realidad como compuesta básicamente de átomos (y luego como partículas subatómicas), a los que concebían como pequeñas esferas o puntos. La teoría de las cuerdas sostiene que en lo más íntimo de estas partículas no nos encontraremos con pequeñísimas esferas sino con una suerte de “hilos vibrantes de energía” a los que se ha denominado precisamente cuerdas (de ahí su nombre) y luego membranas (teoría M)37.

La forma en que las cuerdas vibran brinda a las diferentes clases de partículas sus características y propiedades específicas, como la masa y la carga. Nuevamente, debemos aclarar aquí que se trata de una teoría, la que como tal tiene adeptos y detractores. Y nuevamente debemos remarcar que entre los primeros se encuentran muchos de los físicos más notables de nuestro tiempo. Pero es muy importante tener en cuenta que, si bien la teoría de las cuerdas no ha podido ser verificada en el laboratorio, sí cuenta con una importante fuente de verificación, que es la matemática. En efecto, en muchos aspectos, esta teoría es matemáticamente coherente. Según los autores que la apoyan no puede ser verificada experimentalmente debido a que trabaja con dimensiones de la realidad tan pequeñas que no contamos aún con ninguna forma de tecnología que nos permita acceder a ella en forma material. Una famosa metáfora que intenta darnos una medida comparativa de las dimensiones de las que estamos hablando nos dice que, si se agrandase un átomo hasta el tamaño del sistema solar, las cuerdas que lo componen tendrían el tamaño de un árbol.

Si a partir de lo promisoria que esta teoría, o cualquiera que la suceda, se presenta nos permitiéramos ir un poquito más allá, surge una pregunta sumamente interesante: si la estructura del átomo estuviera realmente constituida por estos hilos vibratorios, ¿qué es lo que determina las diferentes formas en que estos hilos vibran para producir los átomos de cada uno de los elementos de la tabla periódica, o simplemente, de una piedra, una manzana, un conejo o un niño? Podríamos decir, por ejemplo, que cada especie y cada individuo dentro de ella consistiría en un patrón vibratorio peculiar, es decir que cada uno tendría su “nota” o conjunto de notas (su acorde). Podríamos aventurar que, desde esta mirada, nuestra personalidad, lo que para la mayoría de las personas constituye algo sólido y casi inamovible (“yo soy así y no puedo cambiar…”), es simplemente una partitura, es decir, una forma de ordenar notas, y que quien aprende a componer música con la vida puede comenzar a cambiarla poniendo estas notas en otro orden, con nuevas armonías y arreglos.

Trascender los modelos mentales que sólo se asientan en la noción de cosas y comenzar a pensar en términos de sistemas orgánicos centrados en la interacción constituyó un enorme paso en la evolución humana. Pero comenzar a concebir la realidad en términos de campos, desde los cuales emergen partículas que no están hechas de materia sino de interacciones energético-informáticas, puede constituir el comienzo de una revolución en todo lo que implique tecnologías para la transformación personal. La noción de cosas sólidas hechas de una vez y para siempre inhibe las posibilidades de cambio. La idea de campos cuánticos y cuerdas vibratorias que generan realidades aparentemente sólidas abre un universo de opciones inéditas en la historia de la evolución humana.

Cuando llevemos estas observaciones al campo de la psicología, el crecimiento personal y la espiritualidad, comprobaremos que pueden tener consecuencias de largo alcance. Al profundizar el estudio de nuestro método de trabajo corporal-energético, el Movimiento Primordial, y su principal disciplina de aplicación, la Danza Primal, veremos que su práctica se asienta en el despliegue de posturas, movimientos, patrones respiratorios, imágenes y sonidos primales, que nos permiten evocar en nuestra corporalidad profunda la información ancestral del universo. Este recurso técnico se asienta en una concepción similar a la de esta teoría física.

El vínculo primordial

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