Читать книгу Curso rápido para hablar en público. La voz, el lenguaje corporal, el control de las emociones, la organización de los contenidos… - Daniela Bregantin - Страница 9

Lección I
De la retórica al public speaking
Antígona o la coherencia absoluta

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Según la mitología griega, Antígona, contraviniendo las órdenes de su tío, el rey Creonte, da sepultura al cuerpo de su hermano Polinices, enfrentándose con este acto de rebelión a una muerte segura.


Creonte. Respóndeme, sin demasiadas palabras. ¿Conocías mi orden, mi prohibición?

Antígona. La conocía. ¿Podría haberla ignorado? Era clara y notoria para todos.

Creonte. ¿Y tú has osado subvertir las leyes?

Antígona. Sí, porque no fue Zeus quien me las impuso. Ni la Justicia, que reside allá abajo entre los dioses del inframundo, ha establecido estas leyes para los hombres. No creía, además, que tus prohibiciones fuesen tan fuertes como para permitir a un mortal subvertir las leyes no escritas, inalterables, fijadas por los dioses; aquellas que no son ni de hoy ni de ayer, sino eternas; aquellas que nadie sabe cuándo aparecieron. ¿Podría yo, por miedo a un hombre, a la arrogancia de un hombre, dejar de considerar estas leyes frente a los dioses? Sé bien que soy mortal, ¿cómo no? ¡aunque tú no lo hayas decretado ni sancionado! Morir ahora, antes de tiempo, es un bien para mí. Hubiese sufrido en cambio, y desmesuradamente, si hubiese dejado insepulto el cuerpo muerto de un hijo de mi madre. El resto no tiene importancia. Te parecerá que me comporto como una loca. Pero quien me acusa de locura, quizás es él, el loco (Sófocles, Antígona).


Antígona representa al personaje sin término medio, de comportamiento absolutamente coherente. Se trata de una mujer que asume plenamente consciente las duras consecuencias que tiene el oponerse a la ley en nombre de una ética superior, eterna, que se impone sobre las leyes seculares.

Se trata de un acto que, teniendo como resultado inevitable la muerte, es la manifestación de una toma de posición superior absoluta y vital: la del alma.

«[…] quien vive éticamente siempre tiene una vía de escape; cuando todo va en su contra, cuando la oscuridad de la tempestad desciende sobre él y ya nadie puede verlo, él no naufraga y permanece aferrado a un lugar seguro, a sí mismo» (S. Kierkegaard, Aut-Aut).

Antígona es ella misma. Es su coherencia, y no puede actuar de forma diferente a como lo hace. Este es su punto fuerte; dado que la tragedia se apoya únicamente sobre sus hombros, su gesto adquiere un carácter universal, y lo asume hasta el final.

En este caso, Antígona puede considerarse el paradigma de la acción que emana de la pulsión interior, que posee un poder capaz de desafiar las leyes vigentes.

Su discurso es seco, consecuente, esencial y taxativo. Es ella quien, hablando, establece la verdad. La precisión del lenguaje que utiliza, en la moderna versión de Anouilh, se convierte en pausas temporales entre una frase y otra, dando lugar a un discurso de sala de tribunal, perfectamente adecuado con el argumento del texto: la justicia.


Creonte. ¿Por qué has intentado sepultar a tu hermano?

Antígona. Debía hacerlo.

Creonte. Lo había prohibido.

Antígona. Debía hacerlo igualmente […].

Creonte. Era un rebelde y un traidor, lo sabes.

Antígona. Era mi hermano.

Creonte. ¿Habías escuchado proclamar el edicto en las encrucijadas? ¿Habías leído el manifiesto en los muros de la ciudad?

Antígona. Sí.

Creonte. ¿Sabías la suerte que le esperaría a quien osase rendirle honores fúnebres, quien quiera que fuese?

Antígona. Sí, lo sabía.

Creonte. ¿Acaso creías que ser hija de Edipo, la hija predilecta de Edipo, te bastaría para situarte por encima de la ley?

Antígona. No. Nunca lo he creído.

Creonte. La ley se ha hecho en primer lugar para ti, Antígona, la ley se ha hecho en primer lugar para las hijas del rey.

(Versión de Anouilh)


Antígona muere, pero en realidad vence porque su discurso nos ha convencido a todos. El secreto reside en la perfecta adecuación al registro lingüístico, así como a las pausas métricas. Esa es la coherencia del discurso.

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♦ La experiencia, la práctica de hablar en público, es la manera de adquirir soltura y mejorar la propia capacidad.

Ethos, pathos, logos: las tres claves del orador según Aristóteles.

Ethos: congruencia entre la palabra y la acción. El orador resulta creíble al público si existe correspondencia entre lo que comunica su lenguaje verbal y lo que dice su lenguaje no verbal.

Pathos: el lenguaje de las emociones. Si el discurso no se dirige al corazón del público, además de a su mente, hay menos posibilidades de llegar a ser incisivo.

Logos: el poder de la argumentación. Para ser convincente el orador ha de demostrar las tesis sostenidas en el discurso.

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