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2. La publicitación de los controles

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A diferencia del pasado aún reciente en donde los controles se velaban (de ahí el necesario trabajo de develación de la crítica social), en el mundo de hoy tiende a generalizarse la visibilidad de los controles. Se indica, así, por ejemplo, la existencia de cámaras en los lugares públicos (o en los inmuebles que disponen de servicios de vigilancia privados); se explicita en muchos servicios comerciales en línea que las conversaciones serán grabadas (lo que permite el doble control de los asalariados y de los clientes). No es un asunto menor: si durante mucho tiempo se intentó invisibilizar los controles (un aspecto fundamental en el ejercicio espontáneo y conciliado de la autoridad), de ahora en adelante se los hace cada vez más visibles con el fin de incrementar su eficacia a nivel del gobierno de las conductas. El que los individuos sepan cómo son controlados forma parte del proceso mismo de gobierno de sus conductas.

En verdad, es necesario ir un poco más lejos. Una de las grandes novedades en lo que al control digital de los individuos se refiere es que, a diferencia de la distopía de 1984 de George Orwell o del proyecto del Panóptico de Bentham, los actores colaboran activa y voluntariamente a su propia vigilancia. Los individuos son más o menos conscientes de que cada vez que acceden a ciertos sitios (Facebook, Twitter Google+) transmiten datos, sin embargo, ya sea porque no «pueden hacer otra cosa», o porque el universo digital les da satisfacciones narcisistas y hedonistas, «aceptan» con cierta imprudencia y desenvoltura esta realidad (Harcourt, 2020). Se establecen así nuevas relaciones entre el deseo y el poder. Los individuos quieren exhibirse, exponerse, darse a conocer y ser reconocidos (lo que exige el recurso a las redes sociales), y al mismo tiempo expresan ciertas inquietudes o anhelos de intimidad o por lo menos de control de sus vidas privadas.

El cambio es importante porque transforma el trabajo propiamente ideológico de la dominación-consentimiento o de la autoridad. Sin que estos aspectos desaparezcan, la creciente visibilidad de los controles hace que el trabajo de justificación y legitimación del gobierno de los individuos pierda tendencialmente centralidad. Los procesos de orientación escolar son un buen ejemplo de la manera como la visibilidad de los controles, transformados en laberintos de vidrio, operan: el actor «ve» todo (tanto el resultado de las estructuras sobre él, como la diversidad de trayectorias escolares posibles), pero es incapaz de liberarse de los controles que se ejercen sobre él (Berthelot, 1993).

No siempre se le da a este aspecto la importancia que merece; en mucho a causa de la inclinación todavía muy presente en buena parte de la sociología de la dominación a darle un papel fundamental a las creencias, a las ideologías, al soft power. Sin embargo, lo esencial ya no se juega realmente a este nivel. Por ejemplo, las críticas (a la vez ordinarias, políticas, académicas) al neoliberalismo son frecuentes y reiterativas, pero todo este trabajo crítico no logra cuestionar la fuerza de los entramados prácticos que los actores sociales perciben y padecen como sólidos e imposibles de transformar. Una de las más frecuentes defensas ideológicas del «sistema» se hace así cada vez más justamente desde consideraciones propiamente fácticas: sería imposible modificar las cosas dado el poder de los mercados, los flujos financieros, la globalización. Nadie expresó mejor este cambio de orientación en el gobierno de los individuos que Margaret Thatcher y su famoso TINA, there is no alternative. En última instancia se considera que el gobierno de los individuos hace «carne», fácticamente, con la realidad.

Consecuencia importante de lo anterior es que el gobierno ejercido por los jefes (comprendidos tanto en la multiplicidad de sus figuras como en el sentido amplio de su ejercicio, o sea incluso como instancia impersonal de control de conductas) reposa cada vez menos sobre la autoridad, el aura, el carisma, el respeto, la admiración o la violencia simbólica (todo lo cual es inseparable de un importante trabajo de inculcación ideológica) y cada vez más sobre una capacidad efectiva de control, coacción, vigilancia, sanción, constantemente recordada al subordinado. Los actores se ven obligados a someterse a controles facticos, más o menos independientemente de todo consentimiento. La voluntad se pliega ante los hechos.

Otra variante de la publicitación de los controles se observa a nivel del creciente recurso a los controles ex post como una manera de regular las conductas ex ante. O sea, se gobiernan las conductas bajo el postulado (indisociable de una amenaza y de una sospecha latentes) de que todo lo que se haga podrá ser, y será, controlado dadas las trazas grabadas en el mundo (el tracking). Al amparo de estas nuevas facultades de control, la filosofía del gobierno de los individuos cambia en muchos ámbitos de la vida social de manera más o menos subrepticia. Se pasa, así, por ejemplo, de la declaración jurada del ciudadano a la generalización de los controles fácticos (cruzados) gracias a las declaraciones fiscales digitalizadas de los contribuyentes. Una forma de control fáctico desde las trazas que no es, por lo demás, ajeno al proyecto de eliminación de la moneda física. Este tipo de control por tracking también es muy visible a nivel de la generalización de las cámaras en los lugares públicos (pero también en las propias casas, ya sea a cargo de empresas de seguridad contratadas para este fin, ya sea vía las cámaras que ciertos padres usan para vigilar a distancia a las niñeras de sus hijos). El incremento de este tipo de control no se limita, así, al solo mundo digital, pero éste es, justamente por las trazas más o menos indelebles que en ellos se dejan, un gran ejemplo de esta tendencia.

El nuevo gobierno de los individuos

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