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1. Manipulaciones

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La movilización manipulativa de la influencia es cada vez más visible y practicada. Si esto ya estuvo explícitamente en el centro de la publicidad comercial o de la propaganda política desde comienzos del siglo XX, esta dimensión se ha acentuado fuertemente independientemente de toda problemática de la autoridad en el sentido preciso del término. La movilización manipulativa de la influencia se ha convertido en el objetivo explícito de muchos estudios y experimentaciones efectuados desde las ciencias cognitivas o las neurociencias (Ehrenberg, 2018). Es la finalidad del trabajo de muchos expertos en gestión de crisis, spin doctors, expertos en comunicación o en los usos de los storytelling (Castells, 2013; Salmon, 2007), pero también el objetivo de muchos mensajes, políticos o comerciales, individualizados que, apoyándose en el robo o la compra de listas de consumidores o electores, y gracias a diversas estrategias de análisis de Big Data (como el big mining o el big-target) banalizan el recurso manipulativo y personalizado de las influencias. Dentro de este contexto general se inscribe el fenómeno de los fake news al cual recurren grandes órganos de prensa, empresas o gobiernos.

La información nunca fue neutra y siempre existió el recurso a la mentira. Sin embargo, es posible pensar que esto tiende a practicarse, si no a un nivel superior, por lo menos de manera más explícita y por un número creciente de actores. Por eso, a pesar de tener antecedentes, la situación actual presenta algunas especificidades que es importante distinguir. Bajo los regímenes totalitarios del siglo XX, el recurso a la propaganda y a la mentira fue un arma explícita para influenciar, condicionar y censurar las opiniones (Arendt, 2006). Sin embargo, nada sintetiza mejor las resistencias a la mentira de la propaganda que las pantallas de televisión colocadas mirando hacia el exterior en las ventanas de tantos departamentos en Polonia tras el golpe de Estado de 1981: los ciudadanos reexpedían sus mentiras a los gobernantes. En claro contraste con estos regímenes, las democracias liberales pluralistas se organizaron (a pesar de la existencia de prácticas explícitas de manipulación de la información bajo la forma de trampas, censuras o disimilaciones) en torno a partidos de oposición, una prensa independiente y un espacio público como arena de confrontación que hacían de la pugna por la verdad un principio fundamental de la vida colectiva. O sea, el recurso a la mentira como estrategia de influencia (álgido en periodos de fuerte agonismo social), incluso si por momentos pudo ser una política sistemática (como en período de guerra), jamás fue abiertamente admitida o conocida por los ciudadanos. El espacio público se concibió como una garantía de la verdad vía la discusión y la vigilancia crítica ciudadana (Habermas, 1993).

Si la codificación de los mensajes restringe en el momento de la emisión el abanico de lo que se comunica, la decodificación, a pesar de las múltiples estrategias de influencia y de persuasión de la que ha sido y es objeto, abre las interpretaciones. La mayoría de las personas no tiene en verdad control sobre la producción de los mensajes (aunque esta posibilidad se ha incrementado con la expansión de las TIC), pero mantienen cierto control a nivel de la interpretación. Como lo venimos de evocar, nunca se ha logrado controlar completamente los canales de la recepción, como lo atestiguan, a escala histórica, las experiencias del totalitarismo. Los mensajes son interpretados por los actores a través de distintas socializaciones, desde culturas heterogéneas, en base a sus marcos cognitivos y emocionales (Castells, 2013: capítulo III), por medio de influencias interpersonales, interacciones con diversas fuentes de información o tipos de audiencia, todo lo cual se ha incrementado en la era de los post-media (Couldry, 2012: capítulo 2).

Es teniendo en cuenta todo lo anterior como es preciso entender el cambio en curso. El recurso casi transparente a la mentira (para dar un solo ejemplo, las supuestas armas de destrucción masiva en Irak en 2003) señalan un cambio radical. Tanto más que estas prácticas agudizan la erosión de la confianza de los ciudadanos hacia las instituciones y los responsables políticos. La cuestión de la autoridad en el sentido fuerte del término (que reposaba sobre el valor dado a la fuente emisora y su confianza en ella) cede el paso a estrategias abiertamente manipulativas por parte de distintas fuentes de emisión.

El nuevo gobierno de los individuos

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