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La teología de Elena G. de White

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Denis Fortin

AL RESUMIR LAS CONTRIBUCIONES REALIZADAS POR ELENA DE WHITE DURANTE TODA SU VIDA en su funeral en 1915, A. G. Daniells, el entonces presidente de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, dijo: “Ningún maestro cristiano en esta generación, ningún reformador religioso de cualquier época anterior, ha asignado un valor más alto a la Biblia. En todos sus escritos, esta se presenta como el libro de todos los libros, la guía suprema y suficiente para toda la familia humana. [...] Los que todavía creen que la Biblia es la inspirada e infalible Palabra del Dios vivo valorarán más altamente este punto de vista positivo, y este sostén incondicional que se da en los escritos de la Sra. de White” (NB 453).

Daniells pasó a enumerar una serie de aspectos destacados de los escritos de Elena de White: “Cristo es reconocido y exaltado como el único salvador de los pecadores”; el evangelio es el único medio de salvación; se exalta al Espíritu Santo como el maestro y el guía celestial, enviado por Cristo a este mundo para “para hacer real en los corazones y en las vidas de los hombres todo lo que él había hecho posible por su muerte en la cruz”; la iglesia instituida por Cristo en el primer siglo es el modelo divino de orden eclesiástico; por medio de sus escritos, los adventistas recibieron luz y consejo “con respecto a las cuestiones vitales que afectan el mejoramiento y la elevación de la familia humana”; y “sus escritos presentan la posición más abarcadora con respecto a la reforma pro temperancia, las leyes de la vida y la salud” (ibíd. 453, 454).

Como conclusión, Daniells declaró: “Tal vez no somos lo suficientemente sabios como para poder decir, en forma definida, qué parte de la obra de la vida de la Sra. White ha sido de mayor valor para el mundo, pero parece que el gran volumen de literatura bíblica que ella dejó resultará ser el mayor servicio para el género humano. [...] Los muchos libros que ella ha dejado –relacionados con todas las etapas de la vida humana– [...] continuarán modelando el sentimiento público y el carácter individual. Sus mensajes se apreciarán más de lo que lo han sido en el pasado” (ibíd. 456, 457). La perspectiva de Daniells de la contribución de toda la vida de Elena de White y de sus escritos refleja lo que muchos de sus contemporáneos expresaban.

Elena de White no recibió ninguna instrucción formal en estudios teológicos y es cierto que sus numerosos libros no constituyeron una teología sistemática completa en la cual ella explicara el significado de distintas doctrinas dentro de un sistema particular de pensamiento, ni era su intención que lo fueran. Más bien, sus escritos tomaron básicamente dos formas: una exposición de relatos bíblicos con comentarios, como se encuentra, por ejemplo, en su serie del Gran Conflicto;760 y cartas de consejo a miembros o a instituciones de la iglesia, como las publicadas en Testimonios para la iglesia y otros libros de consejos.

Muchas figuras importantes de la historia de la iglesia cristiana tuvieron un ministerio similar al de Elena de White. Aunque John Wesley nunca escribió una teología sistemática, hay en su teología un núcleo ininterrumpido alrededor del cual gira una serie de temas clave que él elaboró en sermones, comentarios de la Escritura, periódicos publicados, folletos ocasionales y cartas. Se puede decir lo mismo de Martín Lutero quien, como escritor prolífico, nunca escribió una teología sistemática, pero, no obstante, expresó sus creencias dentro de un sistema de pensamiento.

Sin embargo, admitir la falta de instrucción teológica de Elena de White no presupone la ausencia de pensamiento teológico de su parte porque ella no tuvo reparos en expresar su pensamiento dentro de categorías teológicas definitivas. Ella empleó temas teológicos para expresar sus ideas y argumentaba, a veces enérgicamente, a favor o en contra de distintos conceptos doctrinales o teológicos. En primer lugar, ella entendía la importancia de tener un enfoque teológico. Por ejemplo, dirigiéndose a pastores en 1901, ella escribió: “El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad alrededor de la cual todas las demás verdades se aglutinan. Para que se la pueda entender y apreciar correctamente, a cada verdad de la palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, se la debe estudiar a la luz que sale de la cruz del Calvario. Les presento ante ustedes al grande, al gran monumento de misericordia y regeneración, de salvación y redención: al Hijo de Dios levantado en la cruz. Este debe ser el fundamento de todo discurso que den nuestros ministros” (Ms 70, 1901, en MR 20:336; cf. OE 326; Ed 125). Más allá de la aplicación homilética de esta referencia a la importancia del sacrificio de Cristo en el Calvario, es obvio que Elena de White entendía que las doctrinas bíblicas son parte de un sistema amplio de creencias interrelacionadas, que cada doctrina tiene impacto en otras doctrinas. Su corpus de escritos lleva la marca de un sistema de creencias bien coordinadas, con apoyo bíblico.

Durante los setenta años de ministerio en el movimiento adventista del séptimo día, Elena de White participó repetidas veces en discusiones y en polémicas doctrinales y teológicas, y tomó posturas definitivas contra algunas herejías o doctrinas aberrantes defendidas por pastores o por líderes de iglesia. Ella entendía bien las implicancias teológicas de las opiniones panteístas de J. H. Kellogg a principios del siglo XX, cuando afirmó que Dios es una persona y que, aunque “las cosas de la naturaleza son una expresión del carácter de Dios [...] no hemos de considerar a la naturaleza como Dios” (TI 8:275). Ella además explicó: “Estas teorías [panteístas], seguidas de sus conclusiones lógicas, suprimen completamente el cristianismo. Eximen de la necesidad de la redención, y hacen del hombre su propio salvador. Esas teorías referentes a Dios quitan toda eficacia a su Palabra, y los que las aceptan están expuestos al peligro de considerar finalmente toda la Biblia como una fábula” (ibíd. 306).

Con el desarrollo de las doctrinas adventistas del séptimo día durante el siglo XIX, la gente comenzó a usar las expresiones “hitos” o “pilares” para referirse al núcleo de creencias adventistas distintivas. Durante los debates acalorados del Congreso de la Asociación General de 1888, los delegados discutieron la identificación correcta de uno de los diez cuernos de Daniel 7:7 y la identidad de la ley “ayo” de Gálatas 3:24. Elena de White, mientras instaba fuertemente a un estudio más amplio de la Biblia, deploró profundamente la falta de cortesía cristiana ejemplificada en estas discusiones. Ella se preocupó en particular cuando algunos de los pastores de mayor edad, como medio de cerrar la discusión, usaron el argumento de que todos los delegados debían “mantenerse junto a los hitos antiguos” y no aceptar ninguna opinión nueva. En un manuscrito escrito poco después del congreso, ella reflexionó sobre lo que había pasado y su comprensión del significado de los hitos antiguos. Sus pensamientos indican que ella tenía una comprensión teológica de estas doctrinas, y podía diferenciar entre doctrinas centrales y enseñanzas secundarias. George Knight nota que estas “doctrinas consideradas como ‘hitos’ eran aspectos no negociables en la teología adventista. Los adventistas habían estudiado cuidadosamente cada una de ellas en la Biblia. Colectivamente, ellas les habían concedido su identidad, primeramente a los adventistas ‘sabatistas’, y luego a los adventistas del séptimo día”.761

Elena de White escribió: “En Minneapolis, Dios dio a su pueblo, en un nuevo engarce, algunas gemas de verdad. Esta luz del cielo fue rechazada por algunos con toda la testarudez que los judíos mostraron al rechazar a Cristo, y se habló mucho de mantenerse junto a los hitos antiguos. Pero, había evidencias de que no sabían cuáles eran los hitos antiguos. Había evidencia y lógica procedentes de la Palabra que la recomendaban a la conciencia; pero la mente de los hombres estaba cerrada, sellada contra la entrada de luz, porque habían decidido que era un error peligroso modificar los ‘hitos antiguos’ cuando, en realidad, no se movía ninguno de esos hitos antiguos, sino que esos hombres habían pervertido el concepto de lo que era un hito antiguo” (Ms 13, 1889, en OP 25).

Entonces, ella hizo una lista de lo que consideraba que eran los “hitos antiguos”: “El año 1844 fue un período de grandes acontecimientos, y abrió ante nuestros asombrados ojos la purificación del Santuario, hecho que sucede en el cielo y que tiene una decidida relación con el pueblo de Dios sobre la Tierra. [También] los tres mensajes angélicos presentan el estandarte sobre el que está escrito: ‘Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús’. Uno de los hitos de este mensaje es el Templo de Dios –que su pueblo, amante de la verdad, vio en el cielo– y el arca que contiene su Ley. La luz del sábado del cuarto Mandamiento brilló con fuertes rayos en el sendero de los transgresores de la Ley de Dios. Que los impíos no tengan acceso a la inmortalidad es uno de los hitos antiguos. No puedo recordar otra cosa que sea considerada como hito antiguo” (ibíd.).

De esta lista, surgen cinco pilares doctrinales. El primero es la purificación del Santuario celestial y el énfasis distintivamente adventista en el ministerio intercesor de Cristo. La eficacia de la obra de Cristo en la cruz, su sacrificio completo de expiación, preparó el camino para su obra de intercesión desde su ascensión, y para su obra adicional de purificación, que comenzó en 1844. En palabras de Elena de White, “la intercesión de Cristo en beneficio del hombre en el Santuario celestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz” (CS 543).

El segundo pilar doctrinal es la proclamación profética de los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14:6 al 12. Estos mensajes constituyen el último llamado de Dios al mundo a aceptar la salvación en Cristo y a preparar a la humanidad para su pronto regreso. Parte de los mensajes es la invitación a adorar a Dios, el Creador, y a rechazar todas las formas de Babilonia y de adoración idólatra. Elena de White entendía estos mensajes como la marca característica de “la iglesia de Cristo cuando él aparezca” (ibíd. 506).

La inmutabilidad y la perpetuidad de los Mandamientos de Dios es el tercer pilar doctrinal que ella resalta. Basándose en el hecho de que, en el Antiguo Testamento, el arca del pacto contenía las tablas de piedra en las cuales Dios había escrito los Diez Mandamientos (Éxo. 40:20), Elena de White entendía que la visión del arca del pacto vista en el Templo celestial en Apocalipsis 11:19 es una indicación de que, todavía hoy, la Ley de Dios (los Diez Mandamientos) es válida y vinculante, y que la fe en Cristo no puede eliminar la obediencia de la Ley (CS 486-488). “Como la Ley de Dios es una revelación de su voluntad, una transcripción de su carácter, debe permanecer para siempre ‘como testigo fiel en el cielo’. Ni un Mandamiento ha sido anulado; ni un punto y ni una tilde han sido cambiados” (ibíd. 487).

La cuarta doctrina está relacionada estrechamente con las anteriores y enseña la observancia del sábado como día de reposo. Aquí, en el pensamiento de Elena de White, muchos puntos doctrinales encuentran su interconexión. “En Apocalipsis 14 [vers. 7], se convoca a los hombres a que adoren al Creador; y la profecía expone a la vista una clase de personas que, como resultado del triple mensaje, guardan los Mandamientos de Dios [vers. 12]. Uno de esos Mandamientos señala directamente a Dios como Creador. El cuarto precepto declara: ‘El séptimo día será sábado a Jehová, tu Dios... porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos hay; y en el día séptimo reposó; por tanto Jehová bendijo el día del sábado, y lo santificó’ ” (CS 490).

El quinto pilar doctrinal es la no inmortalidad natural del alma (condicionalismo) y la destrucción eterna de los impíos (aniquilacionismo). Elena de White afirmaba que la primera mentira de Satanás a Eva fue respecto de la inmortalidad natural del alma. Ella también consideraba la doctrina del castigo eterno como una de las doctrinas más espantosas que tergiversan el carácter de Dios (ibíd. 586-592). Por lo tanto, ella argumentaba que solo la doctrina de la inmortalidad condicional es congruente con la doctrina de la resurrección (ibíd. 601-603).

Aunque no está presente en esta lista, el sexto pilar doctrinal incluido entre las doctrinas no negociables es la segunda venida de Cristo literal y premilenaria. Por alguna razón, Elena de White la dejó fuera de la lista citada arriba, probablemente porque nadie pensó siquiera en cuestionar algo tan central de ser un adventista.

Esta lista de doctrinas distintivas y los numerosos intentos de Elena de White de aclarar cuestiones teológicas indican que ella percibía su ministerio como teniendo impacto teológico en la denominación creciente, y sus escritos exhiben las huellas del aprendizaje teológico y de un claro sistema de pensamiento. Para entender mejor la teología de Elena de White, el resto de este artículo dará, primero, una mirada a las corrientes de pensamiento teológicas e ideológicas que se perciben en sus escritos; y después, tratará varios temas teológicos destacados de sus escritos. El lector encontrará un análisis más detallado de los temas doctrinales particulares en la sección temática de esta enciclopedia.

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