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II. Temas teológicos en los escritos de Elena G. de White

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A continuación del tratamiento de las corrientes de pensamiento que tuvieron impacto en los escritos de Elena de White, es apropiado ahora resaltar los temas principales que se encuentran en sus escritos. Aunque, a lo largo de los años, se han identificado varios temas en sus escritos, en 1996 George Knight fue el primero en publicar una lista de siete temas teológicos; esta se encuentra en el último capítulo de su libro Meeting Ellen White: A Fresh Look at Her Life, Writings, and Major Themes. En la introducción de este capítulo, Knight comenta: “[Estos temas] representan ideas que nos ayudan a entender su teología, y su responsabilidad por las personas y la iglesia. También integran los distintos hilos de su pensamiento en una red unificada de conceptos que proveen un marco interpretativo para no solo documentos individuales, sino también para sectores completos de sus escritos (como la salud, la educación y la vida familiar)”.790

Coincido con Knight en afirmar que, aunque Elena de White no era una teóloga instruida, usó en sus escritos una cantidad de temas teológicos para expresar sus ideas, para organizar sus consejos a personas y a la iglesia, y para escribir o comentar sobre temas bíblicos. Al principio de su ministerio, Elena de White no se propuso utilizar estos temas como marco interpretativo para sus escritos, sino que, cuando sus escritos se volvieron más voluminosos, estos temas recibieron más énfasis y, lentamente, surgieron e integraron las diferentes líneas de su pensamiento. Estos temas están tan interrelacionados en sus escritos que es difícil tratarlos por separado sin repetir lo que ya se dijo.

El amor de Dios

Los temas del amor de Dios y del gran conflicto entre Cristo y Satanás son los temas fundacionales de la teología de Elena de White. De estos dos, Knight señala que “quizás el tema central y más completo” en sus escritos es el del “amor de Dios”.791 Esta es una cuestión que Elena de White menciona y trata repetidamente en sus libros. Es este tema el que provee el contexto para su relato de la historia de la Gran Controversia y sirve como principio teológico de hermenéutica para entender sus escritos. El amor de Dios existía antes de la creación de cualquier otro ser y antes del surgimiento de la rebelión de Satanás.

Como se mencionó antes, la colección de libros más conocida de Elena de White es la serie del Gran Conflicto, de cinco tomos. Esta serie surgió a lo largo de los años mientras ella revelaba a sus lectores su comprensión del gran conflicto entre el bien y el mal desde la caída de Lucifer en el cielo hasta el establecimiento de la Tierra Nueva al final del tiempo. El primer tomo de esta serie, Patriarcas y profetas (1890), y el último, El conflicto de los siglos (1888), fueron escritos en la década de 1880, y sobresale en ellos la integración de estos dos temas dominantes. La frase “Dios es amor” aparece como las tres primeras palabras de Patriarcas y profetas (p. 11) y las tres últimas palabras de El conflicto de los siglos (p. 737). Es obvio que Elena de White tenía un propósito en mente cuando se refirió al amor de Dios como el principio y el fin de su metarrelato. El amor de Dios surge como el foco central de la lucha cósmica entre el bien y el mal, y aparece como un principio hermenéutico para entender su pensamiento. También provee el contexto para su narración de la historia del Gran Conflicto.

Sin embargo, este principio hermenéutico se volvió evidente en sus escritos sobre el Gran Conflicto solo más tarde en su vida. Su primer libro sobre el Gran Conflicto –el primer tomo de Spiritual Gifts– no menciona ni una vez que “Dios es amor”. Y la descripción de dos páginas de la “ley de amor” que da comienzo a la serie del Gran Conflicto en Patriarcas y profetas (pp. 12, 13) no tiene paralelo en ninguno de sus escritos anteriores en Spiritual Gifts (t. 1) o en The Spirit of Prophecy (t. 1). Entonces, parece obvio que, cuando Elena de White amplió su relato del Gran Conflicto, llegó a ver el carácter de Dios como el principal principio de articulación de este conflicto cósmico. Lo que, en un comienzo, puede no haber sido aparente se volvió más prominente en sus escritos posteriores.

Otros libros también resaltan este énfasis en el amor de Dios. El primer capítulo de El camino a Cristo empieza con estas palabras: “La naturaleza, a semejanza de la revelación, testifica del amor de Dios” (CC 7). Ella continúa: “El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos, y las espinas están cubiertas de rosas. ‘Dios es amor’ está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba” (ibíd. 8). Sin embargo, Elena de White señala que las cosas de la naturaleza en un mundo de pecado “solo representan imperfectamente su amor” (ibíd.). De ahí que la ilustración suprema y más clara del amor de Dios es Jesús, quien vino a este mundo para salvarnos de nuestros pecados (ibíd. 9-13).

En el primer capítulo de El Deseado de todas las gentes, ella señala que Jesús vino “para revelar la luz del amor de Dios” (DTG 11). “Tanto los redimidos como los seres que no cayeron hallarán en la Cruz de Cristo su ciencia y su canto. Se verá que la gloria que resplandece en el rostro de Jesús es la gloria del amor abnegado. A la luz del Calvario, se verá que la ley del amor autorrenunciante es la ley de vida para la tierra y el cielo; que el amor que ‘no busca lo suyo’ tiene su fuente en el corazón de Dios; y que, en el Manso y Humilde, se manifestó el carácter del que mora en la luz a la que ningún hombre puede acceder” (ibíd.). En la última página de El Deseado de todas las gentes, su conclusión es que, por medio del sacrificio de Cristo, “el amor ha vencido” (ibíd. 774).

Al término de El conflicto de los siglos, sus pensamientos finales también apuntan al futuro y a la promesa de la reconciliación eterna entre la naturaleza y Dios. “El Gran Conflicto ha terminado. Ya no hay más pecado ni pecadores. Todo el universo está limpio. Una misma pulsación de armonía y júbilo late a través de la vasta creación. Del Ser que todo lo creó manan vida, luz y contentamiento por toda la extensión del espacio infinito. Desde el átomo más imperceptible hasta el mundo más grande, todas las cosas, animadas e inanimadas, declaran, en su belleza sin mácula y en gozo perfecto, que Dios es amor” (CS 736, 737).

El Gran Conflicto

El tema del Gran Conflicto, que el universo está atrapado en un conflicto cósmico entre Dios y las fuerzas del mal, y que este conflicto se desarrolla en la Tierra por la lealtad de la humanidad, está conectado estrechamente con el primer tema, el amor de Dios. Elena de White enfatiza repetidamente que el punto principal del Gran Conflicto es el objetivo de Satanás de tergiversar el carácter amoroso de Dios. Al principio de Patriarcas y profetas, ella escribió: “La historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que comenzó en el cielo hasta el abatimiento final de la rebelión y la erradicación total del pecado, es también una demostración del inmutable amor de Dios” (PP 11). En El camino a Cristo, ella argumentó: “Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es una justicia inexorable; [es decir,] como un juez severo, un duro y estricto acreedor. Pintó al Creador como un ser que está vigilando con ojo celoso para discernir los errores y las faltas de los hombres para así poder castigarlos con juicios” (CC 9; cf. Ed 190).

A la luz de estos pensamientos expresados en El camino a Cristo y en otros escritos, Herbert Douglass ve el tema del Gran Conflicto descripto por Elena de White como la “clave conceptual” para entender las preguntas más grandes de la humanidad con respecto del origen de la vida, y las razones para la existencia del bien y del mal, del sufrimiento y la muerte. Él argumenta que este tema permite a Elena de White proporcionar el trasfondo para el desarrollo del mal en la historia de la rebelión de Lucifer contra el gobierno de Dios. “El argumento de Satanás es que no se puede confiar en Dios, que su Ley es severa e injusta, y así el Legislador es injusto, severo y arbitrario”. En contraste con Lucifer, el propósito de Dios en este conflicto es doble: (1) demostrar frente a todo el universo la naturaleza de la rebelión de Satanás y, al hacerlo, reivindicar su propio carácter; y (2) restaurar en los hombres y en las mujeres la imagen de Dios.792 Douglas concluye que “la reivindicación de la justicia y de la confiabilidad de Dios, sumada al concepto de la restauración como el propósito del evangelio, trajo frescura bíblica al sistema teológico de Elena de White y proveyó de coherencia a todos los demás aspectos de sus enseñanzas”.793

Escribir la historia del gran conflicto entre Cristo y Satanás ocupó una porción considerable del tiempo de Elena de White entre 1858 y su muerte en 1915. En marzo de 1858, ella tuvo una visión en la cual se le instruyó que escribiera los eventos que había visto. Entre aflicciones personales, ella escribió ese año el primer tomo de Spiritual Gifts, en el cual resumió períodos importantes de la historia humana desde la caída de Lucifer en el cielo hasta la Tierra renovada. Por primera vez en sus escritos, ella reveló que un conflicto de proporción cósmica está ocurriendo en el universo, una lucha invisible entre las fuerzas del bien y del mal por el control de la humanidad y del destino final del universo.794

Para Elena de White, la tergiversación del carácter de Dios por parte de Satanás es la cuestión central del Gran Conflicto; pero además, parte del desafío de Satanás al carácter de amor y de justicia de Dios es un desafío a su Ley, que es una representación verdadera de su carácter. Elena de White entiende que el objetivo de Satanás es también tergiversar y distorsionar la Ley de Dios. En su pensamiento, el carácter de Dios y la Ley de Dios no son dos elementos separados de este conflicto; la Ley de Dios es un reflejo de su carácter. Por lo tanto, “Satanás representa la ley de amor de Dios como una ley de egoísmo. Declara que es imposible para nosotros obedecer sus preceptos” (DTG 15). “Desde el origen de la Gran Controversia en el cielo, el propósito de Satanás ha sido destruir la Ley de Dios. Para realizarlo, comenzó su rebelión contra el Creador y, aunque fue expulsado del cielo, continuó la misma guerra en la Tierra. Engañar a los hombres, y así inducirlos a transgredir la Ley de Dios, tal fue el objetivo que persiguió sin cejar. Sea esto conseguido haciendo a un lado toda la ley o descuidando uno de sus preceptos, el resultado será finalmente el mismo” (CS 639).795

La clave para entender el concepto de Elena de White del Gran Conflicto es también el énfasis que ella pone en la libertad de elección que Dios dio a todos los seres inteligentes creados. Cuando la rebelión comenzó en el cielo, Dios podría haber destruido fácilmente toda oposición, pero ella cree que, al hacerlo, él habría echado una sombra sobre su gobierno y habría dado algo de credibilidad a las acusaciones de Satanás.

“Por no estar los habitantes del cielo y de los mundos preparados para entender la naturaleza o las consecuencias del pecado, no podrían haber discernido la justicia de Dios en la destrucción de Satanás. Si se lo hubiese suprimido inmediatamente, algunos habrían servido a Dios por temor más bien que por amor. La influencia del engañador no habría sido destruida totalmente, ni se habría extirpado por completo el espíritu de rebelión. Por el bien del universo entero a través de los siglos sin fin, era necesario que Satanás desarrollase más ampliamente sus principios, para que todos los seres creados pudiesen reconocer la naturaleza de sus acusaciones contra el gobierno divino, y para que la justicia y la misericordia de Dios, y la inmutabilidad de su Ley quedasen establecidas para siempre más allá de todo cuestionamiento” (PP 22, 23).

Esta libertad de elección dada a los seres angélicos también fue dada a la humanidad en la Creación. Aunque creados santos e inocentes, Adán y Eva no estaban más allá de la posibilidad de hacer el mal. “Dios los hizo entes morales libres, capaces de apreciar y comprender la sabiduría y benevolencia de su carácter, y la justicia de sus requerimientos, y les dejó plena libertad para prestarle o negarle obediencia” (ibíd. 29, 30). En este contexto, Elena de White hace una contribución teológica muy valiosa a la comprensión del carácter de Dios. Mientras que Satanás usa mentiras y el engaño para cumplir su propósito contra Dios y su gobierno, por otra parte, Dios usa solo la persuasión amorosa. Él nunca obliga a alguien a servirlo. Como se aludió antes, este concepto es la base de su comprensión de la libertad religiosa.

A fin de revelar el verdadero carácter de Dios y para responder a las acusaciones de Satanás contra la Ley de Dios, Cristo vino a esta tierra para redimir a la humanidad (CC 9). “El acto de Cristo de morir por la salvación del hombre no solo haría accesible el cielo para los hombres, sino ante todo el universo justificaría a Dios y a su Hijo en su trato con la rebelión de Satanás. Establecería la perpetuidad de la Ley de Dios, y revelaría la naturaleza y los resultados del pecado. Desde el principio, el Gran Conflicto giró en derredor de la Ley de Dios. Satanás había procurado probar que Dios era injusto, que su Ley era defectuosa y que el bien del universo requería que fuese cambiada. Al atacar la Ley, procuró derribar la autoridad de su Autor. En el curso del conflicto habría de demostrarse si los estatutos divinos eran defectuosos y sujetos a cambio, o perfectos e inmutables” (PP 55; cf. DTG 15-17).

Junto con el tema del amor de Dios, este tema provee el marco teológico que le da dirección y contexto al resto de los escritos de Elena de White.796 Según George Knight, “los conceptos del amor de Dios y del Gran Conflicto conducen a un tercer tema que impregna los escritos de Elena de White y conecta todos los distintos temas juntos. Ese tercer tema se enfoca en Jesús, en su muerte en la cruz y en la salvación por medio de su gracia”.797

Jesús, su muerte y el ministerio celestial

Para Elena de White, Jesús no era solo el Redentor victorioso sobre las fuerzas del mal, sino también un amigo muy personal para ella y el Salvador que murió en la cruz por cada ser humano individual. Su conocimiento íntimo de Jesús como su Salvador personal se extiende a todos los aspectos de su tratamiento de la muerte de Cristo y de la salvación que él trae a la humanidad.

Para Elena de White, la demostración principal del amor de Dios en el Gran Conflicto fue enviar a Jesús a redimir la humanidad. “Fue para disipar esta sombra oscura, para revelar al mundo el infinito amor de Dios, que Jesús vino a vivir entre los hombres” (CC 9). Después de la caída de Adán y de Eva, Cristo se comprometió a redimir a la humanidad de la transgresión del mandamiento de Dios. El plan de redención fue concebido en amor divino por la humanidad. Elena de White argumentó: “La quebrantada Ley de Dios exigía la vida del pecador. En todo el universo solo existía uno que podía satisfacer sus exigencias en beneficio del hombre. Puesto que la Ley divina es tan sagrada como Dios mismo, solo uno igual a Dios podría expiar su transgresión. Ninguno sino Cristo podía redimir al hombre de la maldición de la Ley, y colocarlo otra vez en armonía con el Cielo. Cristo cargaría con la culpa y la vergüenza del pecado” (PP 48).

En 1901, Elena de White describió la importancia teológica de la muerte de Cristo, en una declaración que refleja la profundidad y el foco cristológicos de su pensamiento: “El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la Cruz del Calvario. Les presento el magno y grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la salvación y redención: el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros” (OE 326).

Consistentemente y con claridad, Elena de White veía los sufrimientos y la muerte de Cristo como los eventos centrales del plan de salvación. Por siglos, los teólogos intentaron explicar el propósito y el significado de la muerte de Cristo. Se han propuesto múltiples teorías, desde el subjetivo modelo ejemplificador de Socinio hasta la objetiva teoría de Anselmo de la satisfacción, y se han discutido una multitud de argumentos para apoyar o rechazar varios aspectos de estas teorías. Sin embargo, muchos eruditos argumentaron, junto con Leon Morris, que las razones para la muerte de Cristo son tan polifacéticas que ninguna teoría abraza la totalidad de lo que Dios tenía la intención de hacer o de lograr en la Cruz.798 Lo más fascinante, quizás, es descubrir que Elena de White abrazaba todas las teorías principales de la expiación y, por lo tanto, defendía una comprensión amplia de las razones para el Calvario.

El aspecto más básico de la teología de la expiación de Elena de White se centra en la muerte de Cristo como una demostración del amor de Dios por la humanidad perdida. En 1869, ella escribió: “¿Quién puede comprender el amor manifestado aquí? [...] ¡Y todo por causa del pecado! Nada podía haber inducido a Cristo a dejar su honor y majestad celestiales, y venir a un mundo pecaminoso para ser olvidado, despreciado y rechazado por aquellos a quienes había venido a salvar y, finalmente, para sufrir en la Cruz, sino el amor eterno y redentor que siempre será un misterio” (TI 2:187). Es más, ella también afirmaba que tal demostración de amor de Dios ejerce una poderosa influencia moral en la humanidad y transforma el corazón de las personas que se dejan tocar por la vida y la muerte de Cristo. “Entraña intereses eternos. Es un pecado permanecer sereno y desapasionado ante él. Las escenas del Calvario despiertan la más profunda emoción. Tendrás disculpa si manifiestas entusiasmo por este tema. [...] La contemplación de las profundidades inconmensurables del amor del Salvador debieran llenar la mente, conmover y enternecer el alma, refinar y elevar los afectos, y transformar completamente todo el carácter” (ibíd. 192). Ella también escribió que reflexionar sobre los eventos del Calvario despertará “emociones tiernas, sagradas y vivas en el corazón del cristiano” y quitará “el orgullo y la estima propia” (ibíd. 191).

Años más tarde, Elena de White ofreció este mismo tema como punto de partida de su libro El Deseado de todas las gentes: “Él vino a este mundo para manifestar esa gloria. Vino a esta tierra oscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios; para ser ‘Dios con nosotros’. [...] A la luz del Calvario, se verá que la ley del amor autorrenunciante es la ley de la vida para la tierra y el cielo; que el amor que ‘no busca lo suyo’ tiene su fuente en el corazón de Dios” (DTG 11). Los mismos sentimientos tienen eco en Patriarcas y profetas. Con una cita de 1 Juan 4:16, ella comienza la serie del Gran Conflicto con la declaración de que “Dios es amor”; y después, ella afirma que “la historia del gran conflicto entre el bien y el mal, desde que comenzó en el cielo hasta el abatimiento final de la rebelión y la erradicación total del pecado, es también una demostración del inmutable amor de Dios” (PP 11).

Elena de White también afirmaba que el Calvario era una reivindicación del carácter, la Ley y el gobierno justo de Dios. “Su muerte no anuló la Ley; no la eliminó, ni disminuyó sus santos requerimientos, ni redujo su sagrada dignidad. La muerte de Cristo proclamó la justicia de la Ley de su Padre al castigar al transgresor, al consentir en someterse él mismo a la penalidad de la Ley, a fin de salvar de su maldición al hombre caído. La muerte del amado Hijo de Dios en la Cruz revela la inmutabilidad de la Ley de Dios. [...] La muerte de Cristo justificó las demandas de la Ley” (TI 2:181). En El Deseado de todas las gentes, Elena de White afirmó que la muerte de Cristo reivindicó el carácter, la Ley y el gobierno de Dios ante las acusaciones de Satanás. Ella escribió: “Al principio de la Gran Controversia, Satanás había declarado que la Ley de Dios no podía ser obedecida” (DTG 709); pero, “por medio de su vida y su muerte, Cristo demostró que la justicia de Dios no destruyó su misericordia, sino que el pecado podía ser perdonado, y que la Ley es justa y puede ser obedecida perfectamente. Las acusaciones de Satanás fueron refutadas. Dios había dado al hombre evidencia inequívoca de su amor” (ibíd. 711).

Desde la época de la iglesia primitiva, la teoría clásica de la expiación mantiene que el Calvario fue la señal de la victoria suprema de Cristo sobre los poderes del mal y sobre Satanás. Esta opinión también la sostenía Elena de White. En la Cruz, “Satanás estaba entonces derrotado. Sabía que su reino estaba perdido” (TI 2:191). Ella dedicó a este tema un capítulo completo de El Deseado de todas las gentes. En ese capítulo, afirmó inequívocamente que la muerte de Cristo en la cruz era el medio señalado por Dios para ganar la victoria sobre las fuerzas del mal y Satanás. “Cristo no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer y, con su último aliento, exclamó: ‘Consumado es’. La batalla había sido ganada. [...] Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado” (DTG 706).

Para Elena de White, la muerte de Cristo también era una muerte sacrificial sustitutiva; Cristo sufrió nuestra pena por los pecados, murió nuestra muerte y llevó nuestros pecados. “Cristo consintió en morir en lugar del pecador, a fin de que el hombre, mediante una vida de obediencia, pudiese escapar a la penalidad de la Ley de Dios” (TI 2:181). En el Calvario, “el glorioso Redentor del mundo perdido sufría la penalidad que merecía la transgresión de la Ley del Padre” (ibíd. 188); “pesaban sobre él los pecados del mundo. Sufría en lugar del hombre, como transgresor de la Ley de su Padre” (ibíd. 183). Comentando sobre el sacrificio presentado por Abel, ella escribió, en Patriarcas y profetas: “En la sangre derramada [Abel] contempló el sacrificio futuro, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda era aceptada” (PP 60). Pero, quizás la declaración más clara de Elena de White sea esta, que escribió en 1901: “Él [el Padre] plantó la cruz entre el cielo y la tierra y, cuando el Padre contempló el sacrificio de su hijo, se inclinó en reconocimiento de su perfección. Él dijo: ‘Es suficiente. La expiación está completa’ ” (RH, 24/9/1901). Elena de White creía que, en la Cruz, Cristo era tanto el sacrificio como el sacerdote, y así podía ministrar un sacrificio de expiación en el altar del Calvario. “Así como el sumo sacerdote dejaba de lado sus mantos hermosos, pontificios, y oficiaba con el vestido de lino blanco de un sacerdote común, Cristo se vació a sí mismo y tomó forma de un siervo y ofreció el sacrificio: él mismo era el sacerdote y la víctima” (RH, 7/9/1897).

Elena de White argumentaba también que la muerte sacrificial sustitutiva de Cristo es el medio por el cual los pecadores pueden ser justificados por fe. Su declaración clásica en El Deseado de todas las gentes es clara: “Cristo fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue condenado por causa de nuestros pecados, en los que no había participado, con el fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por medio de su justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la muerte que era nuestra, para que pudiésemos recibir la vida que era suya. ‘Gracias a sus heridas fuimos sanados’ ” (DTG 17; ver TI 8:221 como una variante de este pasaje importante).

Un aspecto final de la expiación, y quizás uno de los primeros en ser rechazados en nuestro mundo moderno, es la comprensión de que Cristo murió para propiciar la ira justa de Dios hacia el pecado y los pecadores. Nuestras sensibilidades modernas no se sienten cómodas con la idea de que Dios exija que alguien, su Hijo, muera en nuestro lugar para apaciguar su ira. Sin embargo, el apóstol Pablo escribió sobre el sacrificio de Cristo como propiciación por nuestros pecados ante la vista de la ira de Dios y del juicio a los pecadores (Rom. 1:18; 3:24, 25; 5:9). Elena de White apoya claramente que Cristo llevó por nosotros y en nuestro lugar el juicio iracundo de Dios hacia los pecadores. “Si los mortales hubiesen podido ver el pesar y asombro de la hueste angélica al contemplar, en silencioso dolor, cómo el Padre separaba sus rayos de luz, su amor y gloria del amado Hijo de su seno, comprenderían mejor cuán ofensivo es el pecado a la vista de Dios. La espada de la justicia iba a ser desenvainada contra su amado Hijo” (TI 2:186). En El Deseado de todas las gentes, ella aclaró más su comprensión de cómo llevó Jesús la ira de Dios en la Cruz: “Mediante Jesús, la misericordia de Dios fue manifestada a los hombres; pero la misericordia no pone a un lado la justicia. La ley revela los atributos del carácter de Dios, y no podía cambiarse una jota o una tilde de ella para ponerla al nivel del hombre en su condición caída. Dios no cambió su ley, pero se sacrificó, en Cristo, por la redención del hombre. ‘Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo’ ” (p. 710). En la comprensión de Elena de White de este concepto de propiciación, no hay dicotomía o abismo irreconciliable entre el amor de Dios y su justicia. Ella no cree que, en la Cruz, Jesús estaba intentando influir en Dios para que amara a la humanidad. Más bien, él era un Dios autorrenunciante que se sacrificaba a sí mismo para redimir a la humanidad perdida. “Pero este gran sacrificio no fue hecho con el fin de crear amor por el hombre en el corazón del Padre, ni para predisponerlo a salvar. ¡No, no! ‘De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito’. No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama” (CC 11).

Elena de White afirmó la importancia y la centralidad del Calvario en su teología de la expiación por estas declaraciones que abarcan sus muchos años de ministerio. Ella declaró inequívocamente que la expiación fue lograda en la Cruz. La muerte de Cristo en la cruz demostró el amor de Dios por la humanidad e influyó en la conducta moral de la humanidad; reivindicó el carácter, la ley y el gobierno de Dios; triunfó sobre los poderes del mal y de Satanás; fue el sustituto sacrificial designado para redimir a la humanidad del pecado y otorgar justificación por la fe; y propició la ira de Dios contra el pecado.

Como muchos de sus contemporáneos, Elena de White temía que una visión deficiente de la expiación conduciría al antinomianismo y a la inmoralidad. Sin embargo, ella enfatizaba el impacto que tienen, en la vida de uno, los sufrimientos de Cristo desde su encarnación hasta el Gólgota como el antídoto para estos problemas. Una verdadera comprensión de la Cruz y del carácter de Dios conducirá a uno a darse cuenta de que la ley de Dios no podía ser abrogada o abolida en la Cruz; de hecho, fue debido a que la ley de Dios no puede ser cambiada que Cristo tuvo que morir. Ella creía que un retrato exacto de los sufrimientos y de la muerte de Cristo por los pecadores también influiría en uno para volverse a Dios en arrepentimiento y transformar la vida del pecador arrepentido.

Sin embargo, debemos ser cautos de dar la impresión de que las opiniones de Elena de White sobre la expiación solo incluían referencias a la Cruz. Su comprensión de la expiación se centraba en la Cruz, por cierto, pero también incluía la comprensión bíblica del ministerio intercesor de Cristo en el cielo. Unos pocos ejemplos ilustrarán su pensamiento. “La intercesión de Cristo en beneficio del hombre en el Santuario celestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz. Por medio de su muerte dio inicio a esa obra para cuya conclusión ascendió al cielo después de su resurrección” (CS 543). Siguiendo este mismo pensamiento, ella escribió, en 1893: “Jesús es nuestro gran Sumo Sacerdote en el cielo. ¿Y qué está haciendo? Está intercediendo y está haciendo expiación por su pueblo que cree en él” (RH, 22/8/1893). Declaraciones como estas indican que su comprensión de la expiación también incluía el ministerio de Cristo en el cielo.

Un análisis de los escritos de Elena de White revela que ella usaba la palabra “expiación” de tres formas diferentes, desde un significado específico, concentrado, hasta uno amplio. En varios casos, se usa la palabra para describir el Calvario como una expiación completa (cf. PP 60; ST, 25/8/1887, 30/12/1889, 28/6/1899; RH, 24/9/1901). En estos casos, el significado de expiación es específico y está concentrado en un solo evento: la Cruz. En otros lugares, la expiación toma un significado más amplio e incluye la obra de la expiación en el ministerio sacerdotal de Cristo en el Santuario celestial. En estas ocasiones, ella se refiere a Cristo ministrando los beneficios de su sacrificio expiatorio por los pecadores arrepentidos (cf. Ms 29, 1906, en CBA-7A 475; PE 286) o, en unos pocos casos, se refiere a esta obra de Cristo como expiación también (cf. FEC 410, 411; Ms 69, 1912, en MR 11:54). Así, se ve el ministerio celestial de Cristo como parte integral de su obra de expiación y redención. Una declaración de 1901 apoya esta segunda comprensión de “expiación” cuando ella describió las dos fases del sacerdocio de Cristo: “[Cristo] cumplió un aspecto de su sacerdocio al morir en la cruz por la raza caída. Ahora está cumpliendo otro aspecto: aboga delante del Padre por el caso del pecador arrepentido y creyente, presentando a Dios las ofrendas de su pueblo” (Ms 42, 1901, en CBA 7:940).

Su tercer uso de la palabra “expiación” es aun más amplio y emplea el término “expiación” en referencia a toda la vida de sufrimiento de Cristo. “Debemos adquirir una visión más amplia y profunda de la vida, los sufrimientos y la muerte del amado Hijo de Dios. Cuando se considera correctamente la expiación, se reconoce que la salvación de las almas es de valor infinito” (TI 2:194; la cursiva fue añadida). En este y en otros casos, su comprensión de la obra expiatoria de Cristo se vuelve casi sinónimo de la obra redentora completa de Cristo, y así abraza no solo la Cruz como evento central de la expiación, sino también todo lo que Cristo ha hecho para salvar a la humanidad, desde el momento en que se ideó el plan de redención antes de la fundación del mundo hasta la erradicación final del pecado al final del tiempo (cf. DTG 457, 458, 518, 519; CS 557; CBA 5:1.076, 1.077; Ms 21, 1895, en SE 2:110-114). Aquí, la expiación es un proceso en el tiempo cuyas partes no se pueden separar.

A menudo se ha criticado la opinión de Elena de White sobre la expiación por su falta de enfoque en la singularidad del evento de la Cruz o por incluir otros aspectos de la obra de Cristo. Sin embargo, para entender mejor su comprensión de la expiación, se debe tener en cuenta que el adventismo primitivo no concebía su sistema teológico dentro de los supuestos aristotélicos de los sistemas agustiniano y calvinista, en los que un Dios inamovible e impasible solo existe en atemporalidad. Desde estas perspectivas, los eventos cruciales del plan de redención son, en consecuencia, los resultados de decretos que Dios ha proclamado para toda la eternidad, nada nuevo como tal puede ser hecho por Dios y todo el plan de redención está predeterminado en la presciencia eterna de Dios. Entonces, las referencias bíblicas al cielo, al Santuario celestial y al ministerio intercesor de Cristo son consideradas, en definitiva, como metáforas de los eternos decretos divinos de salvación.

El adventismo adoptó un sistema de pensamiento diferente en el cual Dios, de hecho, interactúa con la humanidad dentro del tiempo y del espacio en varios eventos de la historia de la salvación. En este sistema, la presciencia divina de eventos futuros es solo descriptiva de las respuestas humanas, y no prescriptiva. Esta diferencia importante en supuestos filosóficos y teológicos permitió a Elena de White y a otros escritores adventistas ver todos los eventos del plan de redención, incluyendo la expiación, como un proceso lineal en el cual Dios está involucrado genuinamente, en vez de solo una serie de eventos predestinados puntuales, formados en la mente de Dios en la eternidad pasada. Así, para Elena de White, el cielo y su Santuario son lugares reales donde Cristo oficia un ministerio intercesor genuino. Esta diferencia en supuestos teológicos y filosóficos es crucial para entender la teología de la expiación de Elena de White.799

La centralidad de la Biblia

Otro tema importante en los escritos de Elena de White es la Biblia, la Palabra escrita de Dios. A lo largo de los años, se han dirigido muchas críticas a sus escritos respecto de sus opiniones sobre varias doctrinas bíblicas y el nivel de autoridad que debemos darles; no obstante, uno no puede leer sus escritos sin llegar a la honesta conclusión de que ella conocía la Biblia, y la conocía bien. Un tema recurrente en sus escritos es la relevancia que, repetidamente, ella daba a la Biblia. Al final de su primer libro, A Sketch of the Christian Experience and Views of Ellen G. White (1851), Elena de White escribió: “Recomiendo, al amable lector, la Palabra de Dios como regla de su fe y práctica” (PE 108). Cuando uno lee sus libros, en particular la serie del Gran Conflicto, es obvio que Elena de White amaba la Biblia y la hacía el tema de su meditación. Casi no hay una página en sus escritos que no incluya un texto de la Escritura o, por lo menos, una alusión. A menudo, sus escritos están llenos de expresiones o analogías bíblicas. Los que conocían sus hábitos devocionales afirman que ella leía la Biblia cada día. Así, es entendible que hiciera las siguientes declaraciones sobre la importancia de la Biblia en la vida y el pensamiento cristianos, y afirmara que la Biblia debe tener un lugar muy destacado en la determinación de la fe y de la práctica. Las opiniones de Elena de White sobre la Biblia caen dentro de la Reforma radical y del contexto restauracionista que analizamos antes.

La excelente opinión que Elena de White tiene de la Escritura se hace evidente en su creencia de que la Biblia es la Palabra de Dios, aunque dada por medio de autores humanos y en un lenguaje que no es el del cielo (MS 1:24). Basados en este supuesto, se requiere que la Palabra de Dios sea respetada por todos los que la lean o escuchen. “En la Biblia se revela la voluntad de Dios a sus hijos. Dondequiera que se lea, en el círculo familiar, en la escuela o en la iglesia, todos debieran prestarle atención en quietud y devoción, tal como si Dios estuviese realmente presente y les hablase” (TI 5:79).

En la introducción de El conflicto de los siglos, Elena de White escribió esta declaración crucial de su fe en la Escritura: “En su Palabra, Dios comunicó a los hombres el conocimiento necesario para la salvación. Las Santas Escrituras deben ser aceptadas como una revelación autorizada e infalible de su voluntad. Son la norma del carácter, las reveladoras de doctrinas y las examinadoras de la experiencia. ‘Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra’ (2 Tim. 3:16, 17, NVI)” (p. 7).

Durante un período en que los líderes de la Iglesia Adventista estaban debatiendo acaloradamente algunas cuestiones de interpretación bíblica, Elena de White exhortó claramente a quienes se estaban preparando para reunirse en el Congreso de la Asociación General de 1888, en Minneapolis: “Examinen las Escrituras con cuidado para ver qué es verdad. La verdad no puede perder nada si se la investiga detenidamente. Dejen que la Palabra de Dios hable por sí misma; que sea su propio intérprete [...] Nuestro pueblo individualmente debe entender más a fondo la verdad bíblica, porque ciertamente serán llamados ante concilios; serán criticados por mentes agudas y críticas. Una cosa es estar de acuerdo con la verdad, y otra cosa es saber, por medio de examen profundo como estudiantes de la Biblia, cuál es la verdad. [...] Muchos, muchos se perderán porque no han estudiado la Biblia de rodillas, orando fervientemente a Dios para que, al recibir la Palabra, sea iluminado su entendimiento. [...] La Palabra de Dios es la gran detectora de error; creemos que todo se debe llevar a ella. La Biblia debe ser nuestra norma para cada doctrina y práctica. [...] No debemos aceptar la opinión de nadie sin compararla con las Escrituras. Aquí está la autoridad divina que es suprema en cuestiones de fe. Es la Palabra del Dios vivo la que debe decidir todas las controversias” (1888M 38-45).

Para la visión de Elena de White de las Escrituras, también es fundamental su claridad: el concepto de que las verdades sencillas de la Biblia las puede entender cualquiera, independiente de su educación o su trasfondo. “Tomo la Biblia tal como es, como la Palabra Inspirada. Creo en sus declaraciones: en una Biblia completa. [...] Los hombres de saber humilde, que no poseen sino capacidades y oportunidades limitadas para llegar a ser versados en las Escrituras, encuentran en los oráculos vivientes consuelo, dirección y consejo, y el plan de salvación les es tan claro como un rayo de sol. Nadie necesita perderse por falta de conocimiento, a menos que cierre los ojos voluntariamente. Agradecemos a Dios porque la Biblia está preparada tanto para los humildes como para los instruidos. Se adapta a todos los siglos y a todas las clases” (Ms 16, 1888, en MS 1:19, 21).

A lo largo de los años, muchas personas han argumentado que, como Elena de White no estaba instruida como teóloga o erudita bíblica, sus escritos deben ser considerados principalmente como material devocional y, por lo tanto, su propósito no era conducción doctrinal y teológica de los adventistas. Aunque no hay nada que se pueda hacer sobre la falta de formación teológica de Elena de White, sus escritos sí muestran evidencia de que ella tenía intenciones teológicas cuando escribía. Su uso de la Biblia en sus escritos está basado en su dedicación a la Biblia y su énfasis en su importancia para nuestra vida. Y he descubierto que ella usaba la Biblia de seis maneras distintas.

Tipología. En sus escritos en general pero, principalmente, en su serie del Gran Conflicto, Elena de White comenta la historia bíblica desde el origen del pecado en el cielo hasta su erradicación final del universo después del milenio. Ella también aplica el significado de la Escritura a la vida de personas o a la iglesia. Para ello, a menudo usaba tipologías, cuando entendía o percibía a una persona o un evento del Antiguo Testamento como una figura o ilustración, o sea, un tipo de algo o alguien en el Nuevo Testamento o en la iglesia. De esta manera, por ejemplo, ella percibía a Elías y a Moisés como tipos de los santos que, cuando ocurra la segunda venida de Cristo, estarán vivos en la Tierra o serán resucitados (PR 170). Ella también percibía a Moisés como un tipo del Cristo encarnado durante sus años de ministerio (PP 341).

Lecciones morales. Elena de White también usaba la Escritura para enseñar lecciones morales a los cristianos de su época. Ella extraía lecciones morales de eventos que le pasan a personas bíblicas y aplicaba estas enseñanzas a la iglesia. Su registro de las historias de los fracasos de Israel en el desierto está lleno de tales aplicaciones morales. La recaída de Israel en la idolatría al pie del monte Sinaí, mientras Moisés estaba en la montaña recibiendo las instrucciones de Dios, está cargada de lecciones morales para hoy. “¡Cuán a menudo, en nuestros propios días, se disfraza el amor al placer bajo la ‘apariencia de piedad’! Una religión que permita a los hombres, mientras observan los ritos del culto, dedicarse a la satisfacción del egoísmo o la sensualidad es tan agradable a las multitudes actuales como lo fue en los días de Israel. Y hay todavía Aarones dóciles que, mientras desempeñan cargos de autoridad en la iglesia, ceden a los deseos de los miembros no consagrados, y así los incitan al pecado” (ibíd. 327, 328). La triste historia de los sacerdotes Nadab y Abiú también está llena de lecciones morales para disuadir del pecado a los cristianos (ibíd. 373-377).

Semblanzas. Dado el tema global del Gran Conflicto en sus escritos, Elena de White percibía que la forma en que los personajes bíblicos se relacionaban con Dios en este conflicto entre el bien y el mal ilustra el modo en que, hoy, la vida de uno debe ser vivida para ser victorioso sobre los mismos poderes del mal. Así, ella ilustraba a menudo sus narraciones de las historias bíblicas con semblanzas reveladoras. En el capítulo “Biografías de grandes hombres”, de La educación, Elena de White presentó breves semblanzas de José, de Daniel, de Moisés, de Elías y de Pablo. En este capítulo se encuentra el tan citado pasaje que dice: “La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos” (p. 57).

Analogías y paralelismos bíblicos. Un cuarto abordaje de la Escritura usado por Elena de White son las analogías y los paralelismos bíblicos. Ella a menudo trazaba paralelismos entre varias historias, eventos, personas o textos bíblicos, y explicaba el significado de un relato recurriendo a muchos textos de otras partes de la Biblia. Al conectar así muchos relatos e historias, ella veía una armonía básica entre todos los libros de la Biblia. Una de las diferencias más obvias entre sus relatos de la historia del Gran Conflicto en sus primeros libros (Spiritual Gifts y The Spirit of Prophecy) y sus libros posteriores en la serie del Gran Conflicto es su uso de la Escritura. A los relatos breves y concisos de los primeros libros se les agregaron numerosos pasajes de la Escritura en los libros posteriores. Con el tiempo, Elena de White se volvió más consciente de la necesidad de demostrar cómo toda la Escritura habla sobre los distintos temas que ella estaba tratando. En el primer capítulo de El Deseado de todas las gentes, en el que explica el significado de la primera venida de Jesús, ella hace referencia a más de veinte textos diferentes de la Escritura.

Guerra espiritual. Otro tema de la Escritura que se aborda en los escritos de Elena de White es la guerra espiritual. En muchos de sus capítulos, en la serie del Gran Conflicto, ella presenta a los lectores los eventos “detrás de escena”; relata conversaciones entre Cristo y Satanás, o entre ángeles malos; o cuenta cómo Dios interpreta y reacciona frente a ciertos eventos. Este análisis de Elena de White está íntimamente conectado con su comprensión del Gran Conflicto. Uno de los mejores capítulos que ilustran esto es “La enemistad de Satanás hacia la ley”, de Patriarcas y profetas (pp. 342-355), en el que ella describe cómo Satanás condujo al pueblo de Israel recién liberado a apostatar en el monte Sinaí, mientras Moisés recibía más instrucciones de Dios. Este capítulo es un interludio en su relato general; ella suspende por un momento su comentario de la historia bíblica y presenta esta revelación de la guerra espiritual que se libraba en ese momento. Ella hace lo mismo en el libro El Deseado de todas las gentes, cuando trata el nacimiento de Jesús en Belén (pp. 29-33) y la muerte de Cristo en el Calvario (pp. 706-713).

Exégesis. Por último, Elena de White también realiza exégesis de la Escritura. Aunque Elena de White no estaba instruida académicamente en la erudición bíblica, esto no le impedía presentar exégesis o teología en su interpretación de la Escritura. A veces, ella explicaba el significado de palabras, hablaba del contexto y de las circunstancias de los pasajes, o refería a otros textos que arrojan luz sobre un pasaje. Libros como El discurso maestro de Jesucristo y Palabras de vida del gran Maestro son comentarios bíblicos por derecho propio, donde ella explicó el significado de textos, de historias y de narraciones de la Escritura. De hecho, su uso de tipologías, aplicaciones morales, semblanzas, y analogías y paralelismos bíblicos son todas formas de comentario bíblico usadas por muchos eruditos instruidos. Sin embargo, uno debe notar con cuidado que, ya sea conscientemente o no, a veces sus explicaciones del texto bíblico omiten otros matices o significados del texto, y tienden a ser más pastorales en sus aplicaciones. Es más, en sus comentarios de la Biblia, Elena de White no creía que ella tuviera la última palabra sobre la interpretación de un pasaje bíblico. Discusiones teológicas bien conocidas en la historia adventista –como el significado de la ley en Gálatas, o la identidad de los diez cuernos de Daniel 7 o del continuo en Daniel 8 (cuando la instaban a dar la interpretación definitiva de estos símbolos bíblicos)– demuestran que ella se negaba a ser árbitro final de la interpretación bíblica.

Bien lo dijo Herbert Douglass respecto del uso de la Escritura por Elena de White: “El espacio que ella dedica a las personas y los eventos bíblicos no siempre es proporcional al espacio dado en la Biblia. El énfasis que pone en ciertos eventos o personas depende de cómo cree ella que esos eventos o personas contribuyen al desarrollo del tema del Gran Conflicto”.800

El énfasis de Elena de White en la Biblia se basa en su creencia de que la Biblia, como la Palabra de Dios, es un poder transformador en la vida de los que la aceptan. “El estudio de la Biblia ennoblecerá, como ningún otro estudio, el pensamiento, los sentimientos y las aspiraciones. Da constancia en los propósitos, paciencia, valor y perseverancia; refina el carácter y santifica el alma. Un estudio serio y reverente de las Escrituras, al poner la mente de quienes se dedicaran a él en contacto directo con la mente del Todopoderoso, daría al mundo hombres de intelecto más robusto y más activo, como también de principios más nobles, que los que pueden resultar de la más hábil enseñanza de la filosofía humana” (CS 101).801

La segunda venida de Cristo

Otros tres temas son evidentes en los escritos de Elena de White y los tres están íntimamente interrelacionados. George Knight comenta que, para Elena de White, “la segunda venida de Cristo es el punto central de la verdad en la Biblia, es el clímax de la salvación en Cristo, señala el principio del fin del gran conflicto entre el bien y el mal, es la expresión suprema del amor de Dios, es el objetivo del mensaje de los tres ángeles, y provee un incentivo para la vida cristiana. No hay ninguna parte del pensamiento de Elena de White que no haya sido afectada por la Segunda Venida”.802 Parte de la prosa más hermosa e inspiradora de Elena de White fue escrita en conexión con los eventos que rodean la segunda venida de Cristo y la vida de los redimidos en la Tierra Nueva (PE 310-314; CS 693-710).

La segunda venida de Cristo tuvo una importancia central para Elena de White desde el momento de su conversión, cuando la experiencia millerita de la década de 1840 y la realidad de la cercanía del Advenimiento dominaban su vida y formaron su carrera literaria. Elena de White le escribió al pastor C. W. Irwin, en 1902: “Las verdades de la profecía están unidas y, al estudiarlas, forman un hermoso conjunto de verdades prácticas. Todos los discursos que damos han de revelar claramente que estamos esperando, trabajando y orando por la venida del Hijo de Dios. Su venida es nuestra esperanza. Esta esperanza ha de estar vinculada con todas nuestras palabras y obras, con todas nuestras asociaciones y relaciones” (Ct 150, 1902, en Ev 222).

El pensamiento de Elena de White sobre el Segundo Advenimiento ciertamente cae dentro del ambiente milenarista predominante del siglo XIX. Como ya se trató previamente, el milenarismo formó gran parte del pensamiento social estadounidense de su era y, ciertamente, este contexto efervescente afectó su pensamiento teológico. Sin embargo, así como la comprensión del Segundo Advenimiento de William Miller, el premilenarismo de Elena de White contrastaba claramente con el ambiente esperanzado del posmilenarismo que se enseñaba en la mayoría de las denominaciones cristianas de esa época. Ella rechazó categóricamente la creencia de que la Tierra y todas las sociedades humanas tal como existían en su época mejorarían y se encontrarían al final listas para la venida de Cristo. Por el contrario, ella creía que las profecías bíblicas respecto del segundo advenimiento de Cristo indican que la Tierra y todos sus malos caminos serían destruidos en la parusía. La Tierra sería purificada por un fuego destructor, y esperaría mil años antes de ser recreada por Dios para ser la morada eterna de la Nueva Jerusalén y de la humanidad redimida.

El escenario que Elena de White plantea respecto de los eventos que preceden la segunda venida de Cristo revela una serie de pasos íntimamente relacionados con la proclamación del mensaje de los tres ángeles, de Apocalipsis 14. Para Elena de White, toda la humanidad tiene un papel que jugar en el gran conflicto entre Cristo y Satanás, ya sea que lo reconozca o no; y así, gran parte de sus escritos sobre el Segundo Advenimiento también habla de cómo el pueblo de Dios debe prepararse para este evento trascendental.803

Elena de White creía que las señales de la venida de Cristo anuncian el pronto regreso del Salvador. “Jesús dijo: ‘Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra angustia de las gentes’. Quienes contemplen estos presagios de su venida deben saber que ‘está cerca, a las puertas’ ” (CS 41, 42), y que los grandes eventos de la historia de la salvación están llegando a su cumplimiento. Aunque ella nunca presentó una cronología o un calendario detallados, ella entendía que los eventos finales de la historia de la Tierra girarán en torno a la cuestión de la plena lealtad del pueblo de Dios a la Ley de Dios, manifestada en su obediencia fiel al Mandamiento del sábado, y que los eventos finales comenzarán a desarrollarse una vez que las naciones cristianas legislen y comiencen a hacer cumplir una ley de observancia del domingo. Tal ley humana, al final, obligará a todos los seres humanos a tomar una decisión respecto a la Ley de Dios y su Mandamiento del sábado. A los que profesan ser cristianos, se les exigirá que adopten una postura, y solo a los que reconozcan el día de reposo de Dios se les dará un derramamiento especial y el sello del Espíritu Santo, y serán protegidos durante el tiempo de angustia. Mientras las naciones sufren las últimas siete plagas, el pueblo de Dios es protegido y es victorioso por fe para presenciar la segunda venida de Cristo. Los que han estado durmiendo en Cristo son resucitados y los que están vivos son mudados a cuerpos inmortales. El regreso de Cristo es tanto un momento de celebración y victoria para el pueblo de Dios como un juicio a las naciones que se rehusaron a reconocer la voluntad de Dios en su vida (ver ibíd. 639-710).804

El mensaje de los tres ángeles y la misión adventista

Dentro de este contexto escatológico, el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14 forma el fundamento tanto de la identidad adventista como del foco de su misión. Elena de White escribió, a principios del siglo XX: “En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han sido colocados en el mundo como centinelas y transmisores de luz. A ellos ha sido confiada la tarea de dirigir la última amonestación a un mundo que perece. La Palabra de Dios proyecta sobre ellos una luz maravillosa. Una obra de la mayor importancia les ha sido confiada: proclamar los mensajes del primero, el segundo y el tercer ángel. Ninguna otra obra puede ser comparada con esta y nada debe desviar nuestra atención de ella. Las verdades que debemos proclamar al mundo son las más solemnes que jamás hayan sido confiadas a seres mortales. Nuestra tarea consiste en proclamarlas. El mundo debe ser amonestado, y el pueblo de Dios tiene que ser fiel a su cometido” (TI 9:17).

Como Elena de White explica con tanta franqueza en este pasaje, el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14:6 al 13 es el núcleo central de la identidad adventista del séptimo día. Es aquí donde los creyentes reciben su sentido del llamado divino para ser una voz profética mundial en el fin del tiempo. La teología de los adventistas interpreta estos conflictos entre el bien y el mal, entre el pueblo fiel de Dios y los poderes del mal en el mundo, como resultados del odio de Satanás a la Ley de Dios y a la verdad como se la encuentra en las Escrituras. El mensaje de los tres ángeles tiene la intención de llamar la atención de todos los habitantes de la Tierra, tanto cristianos como no cristianos, a lo que Dios considera importante en preparación para la segunda venida de Cristo. El registro detallado de Elena de White del propósito y del cumplimiento de cada mensaje se encuentra en El conflicto de los siglos.

Plasmado por un ángel volando por el aire, el primer mensajero proclama el evangelio eterno a toda nación, tribu, lengua y pueblo de la Tierra. Este ángel representa un grupo de personas a las que Dios llama a proclamar a todo el mundo su evangelio eterno. Este es el cumplimiento escatológico de la gran comisión de Jesús (Mat. 28:19, 20). Este primer mensaje tiene tres partes: el llamado a temer a Dios, el anuncio de que la hora de su Juicio ha llegado y el llamado a adorar al Dios Creador.

Elena de White entendía que el mensaje del primer ángel se refería al movimiento millerita de las décadas de 1830 y de 1840, y continuaba en el tiempo con la proclamación del pronto regreso de Cristo. Con el estudio de las profecías del libro de Daniel y la predicción de que el segundo advenimiento de Cristo ocurriría alrededor de 1843, William Miller y sus asociados pusieron en marcha, en el tiempo del fin, la proclamación del mensaje de los tres ángeles. La proclamación de estas profecías y el pronto regreso anticipado de Cristo aumentó en la gente la conciencia de que llegaban el tiempo del fin y el Juicio del mundo por parte de Dios, y produjo el “gran despertar religioso” predicho en “la profecía del primer mensaje angélico de Apocalipsis 14” (CS 404). Este despertar no fue solo en Norteamérica, sino también se sintió en otras partes del mundo (ibíd. 405-419).

Mientras el primer ángel proclama un mensaje de buenas nuevas que debe llegar a todo habitante de la Tierra, el segundo y el tercer ángel envían mensajes de advertencia. El segundo sigue con un mensaje crítico: “Ha caído, ha caído Babilonia” (Apoc. 14:8). En su significado etimológico, Babilonia es una referencia a la confusión y, en su interpretación más amplia, este concepto se refiere a la confusión religiosa y a la apostasía. Su proclamación es un llamado a rechazar o renunciar a las falsas creencias, en particular las creencias antibíblicas que se infiltraron en las iglesias desde los primeros años del cristianismo (CS 53-65). Para Elena de White, la advertencia del ángel contrasta el mensaje del evangelio eterno de Dios con lo espurio, falso y apóstata de las creencias religiosas al momento del Segundo Advenimiento. El día vendrá cuando se verán las religiones falsas como la vanidad que son y que conducen a la destrucción en vez de a la vida. Según Elena de White, este mensaje se predicó primero en el verano de 1843 durante el movimiento millerita, y se continúa pregonando desde entonces. Ella concluye que, cuando las denominaciones cristianas protestantes rechazaron “la advertencia del primer ángel [durante el movimiento millerita], rechazaron los medios que el Cielo había provisto para su rehabilitación” (ibíd. 431).

Para Elena de White, la Babilonia del libro de Apocalipsis es una representación simbólica del catolicismo romano, y de todas las iglesias y organizaciones religiosas protestantes “que adhieren a sus doctrinas y tradiciones, y siguen su ejemplo, sacrificando la verdad y la aprobación de Dios, para formar una alianza ilícita con el mundo” (ibíd. 433). Sin embargo, la caída de Babilonia, aunque comenzó en 1843 cuando las iglesias rehusaron aceptar el mensaje del primer ángel, no está completa y “el cumplimiento perfecto de Apocalipsis 14:8 está aún en el futuro” (ibíd. 440). La caída de Babilonia es progresiva mientras las iglesias cristianas, rehusando corregir sus creencias y prácticas erróneas, se unen más y más con los principios pecaminosos del mundo. Sin embargo, mientras tanto, Elena de White admite que “la mayoría de los verdaderos seguidores de Cristo aún se encuentra en el seno de ellas” (ibíd. 441).805

Los primeros dos mensajes culminan en el tercero. Según George Knight: “En el tercer mensaje es donde el adventismo del séptimo día encontró su comisión y su identidad única”.806 El mensaje del tercer ángel señala al enfrentamiento final entre el bien y el mal al momento del Segundo Advenimiento. Elena de White entendía que este mensaje indica el final de los que han rechazado la verdad, se permitieron ser engañados por la bestia y su imagen, y han recibido su marca. Este es un mensaje terrible, es la advertencia más fuerte, pero su intención también es conducir a la gente a experimentar el evangelio eterno descrito en el primer mensaje.

Los tres mensajes encuentran su consumación en el mensaje del tercer ángel. Se hace caso a la advertencia de evitar la marca de la bestia cuando los cristianos “temen a Dios” en el sentido de respetar su voluntad y sus Mandamientos dados a la humanidad, cuando preparan su corazón y su vida para el Juicio de Dios, cuando adoran voluntariamente a Dios como Creador, y cuando rechazan a Babilonia y sus enseñanzas.

En contraste con los que reciben la marca de la bestia, al final del mensaje del tercer ángel se identifica al pueblo de Dios en términos claros: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12). Estas dos características de la identidad del pueblo de Dios del tiempo del fin son indicadores cruciales para Elena de White.

Lejos de ser un medio para alcanzar la salvación, porque esta solo se recibe por gracia por fe en Cristo, la obediencia a los Mandamientos de Dios es, en realidad, nuestra respuesta a su amor y redención. Así, el verdadero temor a Dios involucra dedicación total, de parte de sus hijos, a obedecer voluntariamente sus Mandamientos. “Con el fin de estar preparado para el Juicio, el hombre tiene que guardar la Ley de Dios. Esta ley será el patrón para medir el carácter en el Juicio” (CS 489).

Elena de White veía una conexión íntima entre el llamado del primer ángel a adorar a Dios el Creador y la identidad del último pueblo de Dios como guardadores de los Mandamientos. El mensaje del primer ángel advierte que todas las personas de la Tierra deben adorar a Dios el Creador: “Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:7). Es significativo que este llamado cita el cuarto mandamiento del Decálogo de Éxodo 20:11, el único Mandamiento en el cual Dios describe quién es él. Elena de White entendía este mensaje del primer ángel como un llamado a toda la humanidad a adorar al único Dios verdadero en su día de adoración, el sábado de la Creación, dado a la humanidad (y no solo al pueblo judío) como monumento conmemorativo de la Creación y del amor de Dios. El sábado es la buena noticia que nos habla de creación y de recreación, de nuestras raíces y nuestro destino. El nexo general entre amar a Dios, obedecer sus Mandamientos y el anuncio de su Juicio describe un mensaje integral de dedicación total a Dios por parte de los habitantes de la Tierra. Así, este mensaje es un llamado urgente a toda la humanidad a conocer a Dios como el Dios del evangelio eterno y a adorarlo en su día, el sábado. “Si el sábado se hubiese observado universalmente, los pensamientos y las inclinaciones de los hombres se habrían dirigido hacia el Creador como objeto de reverencia y adoración, y jamás habría habido un idólatra, un ateo o un infiel. La observancia del sábado es una señal de lealtad al Dios verdadero [...]. De esto se desprende que el mensaje que manda a los hombres adorar a Dios y guardar sus Mandamientos los ha de invitar especialmente a observar el cuarto Mandamiento” (CS 491).

Al final del tiempo, el pueblo de Dios también está identificado como los que tienen la fe de Jesús. Para Elena de White, esta señal de identidad se refiere a confiar en Jesús como el Salvador que perdona el pecado (Ms 24, 1888, en 1888M 217) y a creer en las enseñanzas de Jesús como se las encuentra en la Biblia (Bio 1: 404). Como la proclamación del mensaje del tercer ángel coincide con el comienzo del Juicio de Dios, este Juicio, que ya empezó en el cielo antes de la segunda venida de Cristo, tiene la intención de identificar al pueblo de Dios verdadero y sincero. El ministerio de Cristo en el Santuario celestial es crucial en este tiempo del fin mientras el pueblo de Dios es identificado, preparado y recibe el sello de Dios, en contraste con los que reciben la marca de la bestia.

Para Elena de White, el mensaje de los tres ángeles es el corazón de la identidad y de la misión adventista del séptimo día. Ella veía a la Iglesia Adventista del Séptimo Día como mucho más que simplemente otra denominación dentro del cristianismo. Más bien, el adventismo es un movimiento del tiempo del fin que proclama el mensaje de Dios para los últimos días. Su sentido de misión lo toma de estas profecías de la Escritura. Es este fuerte sentido de identidad profética lo que motiva a este grupo relativamente pequeño de cristianos a desplegarse con el evangelio eterno a un mundo moribundo y perdido sin el conocimiento de la salvación en Jesús y de su voluntad. Elena de White enseñó repetidas veces que “este [el mensaje del tercer ángel] es el último mensaje” para un mundo que pronto será destruido. “Una vez que haya hecho su obra, no le seguirá ningún otro [mensaje], ni se escucharán otros llamados de misericordia” (TI 5:192). “Cuando Cristo entró en el Lugar Santísimo del Santuario celestial para realizar la obra final de la expiación, encomendó a sus siervos el último mensaje de misericordia que habría de darse al mundo. Esa es la advertencia del tercer ángel de Apocalipsis 14. Inmediatamente después de esa proclamación, el profeta ve al Hijo del hombre que viene en gloria para segar la mies de la Tierra” (HR 378).

Es fácil ver cómo los extensos escritos de Elena de White sobre la salvación, la ley de Dios, el sábado, el Gran Conflicto y otros temas están relacionados con el mensaje del tercer ángel. Pero, lo que a menudo se pasa por alto es que sus escritos sobre la educación, la salud, las publicaciones y el ministerio evangélico también están conectados con el mensaje del tercer ángel. El propósito de la educación adventista es instruir a los jóvenes para esparcir el mensaje del tercer ángel. El mensaje de salud adventista debe proveer mejor salud a la gente para que puedan predicar de forma más adecuada este mensaje. Las instituciones de salud son testigos de la verdad del mensaje de los tres ángeles. Los ministerios de las publicaciones y el evangélico deben esparcir este último mensaje a un mundo moribundo.807

El cristianismo práctico y el desarrollo del carácter cristiano

Otro tema crucial en los escritos de Elena de White, y en el contexto de su comprensión de la segunda venida de Cristo y del mensaje de los tres ángeles, es el énfasis que pone en vivir un cristianismo práctico y en el desarrollo del carácter cristiano. En el tomo 9 de Testimonios para la iglesia, publicado en 1909, ella dedicó un capítulo al rol que los cristianos deben desempeñar en las últimas horas de la historia de la Tierra. Allí, ella argumenta: “El testimonio que debemos dar por Dios no consiste solo en predicar la verdad... No olvidemos que el argumento más poderoso en favor del cristianismo es una vida semejante a la de Cristo, mientras que un cristiano vulgar hace más daño en el mundo que un mundano. [...] El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo en su pueblo. Él quiere que los que lleven el nombre de Cristo le representen por el pensamiento, la palabra y la acción” (p. 18). En otras secciones de este capítulo, ella enfatiza cuán importante es el ejemplo de la vida de uno como reflejo de la vida de Cristo. “Los que han sido sepultados con Cristo por el bautismo deben entrar en una nueva vida, y dar un ejemplo vivo de lo que es la vida de Cristo. Una comisión sagrada nos ha sido confiada” (p. 18). “Hombres y mujeres pueden vivir la vida que Cristo vivió en este mundo si se revisten de su poder y siguen sus instrucciones” (p. 19). “Los que aman a Jesús pondrán su vida entera en armonía con la voluntad de él” (p. 20).

Las normas de vida cristiana de Elena de White eran altas y, a veces, parecían rigurosas, pero siempre estaban fijadas en el contexto de la gracia y el poder de Dios para vivir. En 1886, durante una visita a Suecia, ella dijo a los adventistas de allí: “Dios exige en la actualidad exactamente lo que exigió a la santa pareja en el Edén: obediencia perfecta a sus requerimientos. Su ley permanece inmutable en todas las edades. La gran norma de justicia presentada en el Antiguo Testamento no es rebajada en el Nuevo Testamento. No es la función del evangelio debilitar las demandas de la santa ley de Dios, sino elevar a los hombres hasta puedan guardar sus preceptos” (FO 52).

Sin embargo, esta norma de rectitud y perfección solo se puede alcanzar por fe en la gracia de Dios. Ella escribió, en 1890: “Mediante la fe podemos conformar nuestras vidas a la norma de justicia, porque podemos apropiarnos de la justicia de Cristo” (ibíd. 100). En 1885, ella dijo en Suiza: “La fe y las obras van de la mano; actúan armoniosamente en la empresa de alcanzar la victoria. Las obras sin fe son muertas, y la fe sin obras es muerta. Las obras jamás nos salvarán; son los méritos de Cristo los que contarán a favor de nosotros. Gracias a la fe en él, Cristo hará que todos nuestros esfuerzos imperfectos sean aceptables para Dios. La fe que se requiere que tengamos no es una fe de no hacer nada; fe salvadora es la que obra por amor y purifica el alma” (ibíd. 49).

Para Elena de White, la vida diaria del cristiano es una vida entregada a la voluntad de Dios y comprometida en la obediencia fiel a sus Mandamientos. “La religión pura y viva consiste en la obediencia a toda palabra que sale de la boca de Dios” (ibíd. 91, 92). Así, el cristianismo afecta cada parte de la vida de la persona. El verdadero cristianismo no es algo que toca a la gente solo cuando está en la iglesia, sino que transforma a la gente de adentro hacia afuera.

Para Elena de White, todo importa en la vida cristiana. Cada decisión que el cristiano toma puede tener impacto en su vida espiritual o en la de otra persona. Una decisión pequeña puede marcar una diferencia grande en la perspectiva de la eternidad. Por lo tanto, Elena de White trata muchos temas difíciles y, a veces, sus consejos parecen rigurosos y exigentes. Ella defendía abandonar los hábitos perjudiciales y las formas destructivas de relacionarse con los demás. Aconsejaba descartar actividades y actitudes que no elevan la vida espiritual. Recomendaba un estilo de vida de estudio de la Biblia y oración diaria, y los beneficios de buenos hábitos de salud. Para ella, el cristianismo cambia el corazón, y ese cambio interior, si es genuino, se traslada a cada aspecto de la vida: las relaciones familiares, los estudios, el trabajo y la recreación.

En los escritos de Elena de White sobre el cristianismo práctico, lo que más importa es que los hábitos y las formas de vida perjudiciales, pecaminosos, innecesarios sean reemplazados por una vida como la que vivió Jesús. Él es el ejemplo a seguir para el cristiano. Elena de White creía que lo que Jesús más quiere hacer es reproducirse en el corazón de los cristianos y que los que tienen fe en él abandonen la vida egoísta del reino de Satanás, y la reemplacen con el servicio a Dios y a los demás por amor. Jesús vino a la Tierra no solo a morir por nosotros, sino también a “dar un ejemplo de obediencia”. “Cristo reveló un carácter opuesto al carácter de Satanás” (DTG 15, 16).

En el contexto de la preparación para el tiempo del fin, Elena de White defendía una espiritualidad positiva y genuina en la cual la semejanza a Cristo se convierte en el carácter de los hijos de Dios. “Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos” (PVGM 47). Esta exhortación se encuentra en su discusión de una de las parábolas del sembrador (Mar. 4:26-29) y del modo en que las semillas crecen y llegan a ser plantas maduras. Elena de White relata cómo Dios desea ver que nuestra vida sea santificada. Ella afirmó: “La santificación es la obra de toda una vida” (PVGM 46). Esta obra de crecimiento es lenta, silenciosa e imperceptible, pero continua y progresiva. Al cooperar con los agentes divinos, al mantener “nuestra mente fija en Cristo”, al “depender constantemente de Cristo como nuestro Salvador personal, creceremos en todas las cosas dentro del Ser que es nuestra cabeza” (ibíd.). “Cristo está tratando de reproducirse a sí mismo en el corazón de los hombres”. “El objetivo de la vida cristiana es llevar fruto: la reproducción del carácter de Cristo en el creyente para que ese mismo carácter pueda reproducirse en otros” (ibíd. 46, 47). Del mismo modo en que el Salvador se olvidó de sí mismo y ayudó a otros, y llevó las cargas de los demás y trabajó por otros con “amor desinteresado” (ibíd. 47), debemos nosotros reflejar su semejanza. “Así, reflejar perfectamente el carácter de Cristo es dejarlo vivir su amor en nuestra vida diaria”, comenta Knight.808

Knight explica: “Al igual que el amor es la característica central de Dios y el asunto medular del Gran Conflicto, también es el núcleo de lo que significa desarrollar un carácter semejante al de Cristo que encuentra expresión en los asuntos prácticos de la vida diaria”.809 “Siempre que hay unión con Cristo, hay amor. No valen nada cualesquiera sean los otros frutos que demos, si falta el amor. El amor a Dios y a nuestros prójimos es la misma esencia de nuestra religión. Nadie puede amar a Cristo sin amar a los hijos de él. Cuando estamos unidos con Cristo, tenemos la mente de Cristo. La pureza y el amor brillan en el carácter; la humildad y la verdad rigen la vida. La misma expresión del rostro es cambiada. Cristo, que habita en el alma, ejerce un poder transformador, y el aspecto externo da testimonio de la paz y del gozo que reinan en el interior” (MS 1:406).

Conclusión

Con estos pensamientos, volvemos al punto de partida en nuestro debate de los temas teológicos en los escritos de Elena de White. El asunto medular del gran conflicto entre el bien y el mal es el carácter de Dios: la manera en que Jesús vino a demostrar este carácter de amor en su vida y el modo en que se puede manifestar en cada creyente hoy. El propósito de un cristianismo práctico y del desarrollo del carácter cristiano es reflejar el amor de Dios a los demás. “Los últimos rayos de luz misericordiosa, el último mensaje de clemencia que debe darse al mundo, es una revelación de su carácter de amor. Los hijos de Dios deben manifestar su gloria. En su vida y carácter deben revelar lo que la gracia de Dios ha hecho por ellos. La luz del Sol de Justicia debe brillar en buenas obras: en palabras de verdad y hechos de santidad” (PVGM 342).

Esos temas en los escritos de Elena de White integran su pensamiento en un lógico sistema teológico de creencias. El amor de Dios; el gran conflicto entre el bien y el mal; las razones para la encarnación, la muerte y el ministerio de Jesús; la centralidad de la Biblia; la segunda venida de Cristo; el mensaje de los tres ángeles, y su impacto en la identidad y la misión adventistas; y el desarrollo de un carácter cristiano son todos temas que integran sus escritos en un todo cohesionado. Cualquiera que sean las críticas que se puedan hacer a sus escritos y su ministerio, Elena de White tuvo éxito en su vida en presentar y expresar un sistema de creencias que es igual de completo y fenomenal que los de Juan Calvino o John Wesley. Sin embargo, ella recibió poca atención fuera del adventismo.

Se podría decir mucho más sobre los escritos de Elena de White en el adventismo del séptimo día. Sin embargo, concluiré con cita de la declaración de A. G. Daniells que mencioné al principio de este artículo:

“Tal vez no somos lo suficientemente sabios como para poder decir en forma definida qué parte de la obra de la vida de la Sra. White ha sido de mayor valor para el mundo, pero parece que el gran volumen de literatura bíblica que ella dejó resultará ser el mayor servicio para el género humano. Sus libros son más de veinte [al momento de su muerte en 1915; hoy hay más de cien títulos disponibles en inglés]. Algunos de ellos han sido traducidos a muchos idiomas en diferentes partes del mundo. Ahora han alcanzado una circulación de más de dos millones de ejemplares, y todavía continúan yendo al público por millares.

“Al echar una mirada a todo el campo de la verdad evangélica –o sea, la relación del hombre con su Señor y con sus semejantes– debe verse que la Sra. White, en toda su enseñanza, ha dado a estas grandes verdades fundamentales un sostén positivo y constructivo. Ella tocó a la humanidad en todo punto vital de necesidad, y la elevó a un plano más alto” (NB 456).

760 La serie del Gran Conflicto de Elena de White está compuesta por cinco libros en los que ella expone y comenta la historia bíblica y los eventos históricos en relación con el conflicto cósmico entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás, desde el momento de la caída de Lucifer en el cielo hasta la recreación de la Tierra al fin del tiempo. La serie incluye los libros: Patriarcas y profetas (publicado en inglés en 1890), que abarca el período de la caída de Lucifer en el cielo hasta el fin del reinado del rey David; Profetas y reyes (publicado póstumamente en 1917, en inglés), que cubre el resto del período del Antiguo Testamento desde el reinado del rey Salomón hasta la época de Malaquías; El Deseado de todas las gentes (1898), sobre la vida de Cristo; Los hechos de los apóstoles (1911), sobre la historia de la iglesia primitiva; y El conflicto de los siglos (1884, 1888, 1911), que abarca el período de la historia de la iglesia desde la destrucción de Jerusalén hasta la recreación de la Tierra después del milenio. Aunque técnicamente no son parte de la serie, se podrían incluir otros dos libros, dado que fueron preparados en relación con la publicación de El Deseado de todas las gentes; es son: El discurso maestro de Jesucristo (1896), sobre las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte (Mat. 5-7); y Palabras de vida del gran Maestro (1900), sobre las parábolas de Jesús. Otros dos libros muy conocidos sobre el evangelio y el ministerio de Jesús también merecen mención: El camino a Cristo (1892) y El ministerio de curación (1905). El lector encontrará información más detallada sobre cada uno de estos libros, y su desarrollo histórico y literario en la sección temática de esta enciclopedia y en el artículo general sobre los escritos de Elena de White.

761 George R. Knight, Nuestra identidad: Origen y desarrollo (APIA y GEMA, 2007), p. 32, 33.

762 Ver Knight, pp. 35-44.

763 El libro de Elena de White, El Conflicto de los siglos (edición de 1888), se publicó justo cuatro años después del cuarto tomo de The Spirit of Prophecy (1884), que también cubría el período de la historia cristiana desde la destrucción de Jerusalén hasta la Tierra Nueva. Entre la publicación de las dos obras, ella pasó dos años en Europa y decidió agregar todo el material posible al contenido del libro de 1884 a fin de que fuera más interesante para las personas que no pertenecían a la iglesia (Ct 57, 1911). Se agregaron muchos capítulos sobre la Reforma Protestante y otros movimientos.

764 Los libros de Elena de White que más reflejan su comprensión wesleyana metodista del plan de salvación son sus clásicos El camino a Cristo y El Deseado de todas las gentes. Otro buen ejemplo de su teología arminiana es Palabras de vida del gran Maestro, junto con la compilación de sermones en Fe y obras. En su libro Ellen White on Salvation (RHPA, 1995), Woodrow W. Whidden incluye un capítulo introductorio sobre la experiencia metodista temprana de Elena de White (pp. 15-22).

765 Por un resumen sucinto de los paralelos teológicos entre el adventismo y el metodismo wesleyano, ver el artículo de Russell L. Staples “Adventism”, en The Variety of American Evangelicalism, Donald W. Dayton y Robert K. Johnston, eds. (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1991), pp. 57-71.

766 El libro Fe y obras es una compilación de sermones y artículos de Elena de White, en los cuales uno encuentra algunos de los mejores comentarios que ella hizo sobre el plan de salvación, la gracia de Dios, y la fe y las obras. Estas declaraciones se hicieron en su mayoría entre 1881 y 1895, años cruciales en la teología adventista durante los cuales se consumió mucho tiempo en debatir los conceptos de justificación por la fe, y el papel de la obediencia y de las obras en la salvación. Se hace referencia a muchos de estos sermones y artículos en esta sección sobre metodismo wesleyano.

767 El sermón de John Wesley “The Scripture Way of Salvation” [El camino de la salvación según las Escrituras] incluye una sección sobre la gracia preventiva y la obra universal de Dios en el corazón humano.

768 Wesley enfatizaba que la salvación es recibida por fe en la vida de la persona. La bendición de la salvación es, antes que todo, un regalo de la gracia de Dios. Al comienzo de su sermón “Salvation by Faith”, Wesley declara: “La gracia es la fuente, la fe es la condición, de la salvación”. Uno es salvado por una disposición del corazón inclinado hacia Cristo. Para ser salvo, uno debe reconocer “la necesidad y el mérito de su muerte, y el poder de su resurrección”.

769 En su sermón “The Scripture Way of Salvation”, John Wesley declara que la “justificación es otra palabra para perdón. Es el perdón de todos nuestros pecados; y lo que necesariamente implica es nuestra aceptación con Dios”.

770 Wesley explica que la “justificación es otra palabra para perdón” y nuestra “aceptación con Dios”. La persona es justificada y “en ese mismo momento comienza la santificación”. “La obra gradual de la santificación ocurre desde el momento en que nacemos de nuevo” (sermón “The Scripture Way of Salvation”).

771 Wesley define la perfección como “amor perfecto”. “Es el amor excluyendo el pecado, el amor llenando el corazón, ocupando toda la capacidad del alma” (“The Scripture Way of Salvation”).

772 Por un resumen del pensamiento de Elena de White sobre la perfección, ver Woodrow W. Whidden, Ellen White on Salvation, pp. 119-156.

773 George R. Knight, Meeting Ellen White: A Fresh Look at Her Life, Writings, and Major Themes (RHPA, 1996), p. 126.

774 Whidden, op. cit., p. 119.

775 Signs of the Times, 15/3/1841.

776 William Miller, William Miller’s Apology and Defense (Boston: J. V. Himes, 1845), p. 12.

777 Signs of the Times, 15/3/1841.

778 Las reglas de interpretación de Miller se pueden encontrar en Sylvester Bliss, Memoirs of William Miller (Boston: Joshua V. Himes, 1853), pp. 70-72; y en P. Gerard Damsteegt, Foundations of the Seventh-day Adventist Message and Mission (Berrien Springs, Mich.: Andrews University Press, 1977), pp. 299, 300.

779 Aun hasta el día de hoy los adventistas prefieren un estudio de la Biblia altamente intelectual, antes que un conocimiento emocional o empírico. Knight, Nuestra identidad, p. 41.

780 Esta escuela de pensamiento también estaba influenciada por el primer método científico de Francis Bacon. Ver James C. Livingston, Modern Christian Thought: The Enlightenment and the Nineteenth Century, 2a ed. (Upper Saddle River, N.J.: Prentice-Hall, 1997), t. 1, pp. 303, 304; y D. F. Kelly, “Scottish Realism”, en Walter A. Elwell, ed., Evangelical Dictionary of Theology (Grand Rapids: Baker Book House, 1984), pp. 990, 991.

781 Knight, Nuestra identidad, p. 43.

782 Ibíd. Es interesante notar que el declive del deísmo en la vida estadounidense y el surgimiento del adventismo también ocurrió en un período de la historia estadounidense cuando los primeros fundadores de la nación, que eran todos deístas cultos, estaban siendo reemplazados por una nueva generación de hombres artífices de su propio éxito, como Andrew Jackson (presidente entre 1829 y 1837). La mentalidad de la era jacksoniana animó a la gente a estudiar por su cuenta, y a llegar a sus propias conclusiones en asuntos de doctrinas y de vida religiosa.

783 Más adelante en ese año, ella también reprendió a John Harvey Kellogg, director del Sanatorio de Battle Creek y médico influyente, que recomendó esos dos mismos libros a sus lectores (Ct 6, 1886, en MR 6:256-260). En un artículo en la Review and Herald, también publicado ese mismo año para contrarrestar la influencia de Canright, Elena de White declaró inequívocamente: “Nuestros jóvenes y niños, y aun los de edad madura deben prometerse firmemente abstenerse del capricho de leer las novelas fascinantes y la literatura sensacionalista de la época. Engañan la imaginación y llenan la mente con tal cantidad de basura que no hay lugar para almacenar las expresiones sagradas de los profetas y de los apóstoles, que escribieron por la influencia del Espíritu Santo” (RH, 9/11/1886). Es interesante que más adelante en su vida, ella recomendara El progreso del peregrino, de John Bunyan, a sus lectores (RH, 30/5/1912).

784 Para mayor información sobre el contexto histórico del milenarismo en la época de Elena de White, ver George R. Knight, Ellen White’s World (RHPA, 1998), pp. 13-18, 85-90.

785 Whitney R. Cross, The Burned-over District: The Social and Intellectual History of Enthusiastic Religion in Western New York, 1800-1850 (Ithica, Nueva York: Cornell University Press, 1950), p. 291.

786 Citado en Edwin S. Gaustad, A Religious History of America (Nueva York: Harper and Row, 1966), p. 151.

787 Ernest R. Sandeen, The Roots of Fundamentalism: British and American Millenarianism, 1800-1930 (Chicago: University of Chicago Press, 1970), p. 42.

788 Cross, op. cit., (p. 320). Este autor también explica que “todos los protestantes esperaban algún gran evento alrededor de 1843 y ningún crítico del grupo ortodoxo tenía ningún problema serio con los principios básicos de los cálculos de Miller” (p. 321). Ruth Doan también comentó que los “milleritas eran, en sus orígenes, buenos estadounidenses evangélicos protestantes” (Ruth Doan, The Miller Heresy, Millennialism, and American Culture [Philadelphia: Temple University Press, 1987], p. 215). Muchos estudios en las últimas cuatro décadas han demostrado que el parecido del millerismo con las otras denominaciones era la causa de las tensiones con ellas. Estos estudios resaltan cómo el millerismo era ciertamente un movimiento dentro de la tendencia popular a la fiebre milenaria, el reavivamiento y el espíritu evangélico que se encontraba en ambos lados del Atlántico en la primera parte del siglo XIX. Burned-over District, de Cross, y Thunder and Trumpets: Millerites and Dissenting Religion in Upstate New York, 1800-1850 (Chico, Calif.: Scholars Press, 1985), de David L. Rowe, describen las condiciones sociales y religiosas del oeste de Nueva York, que ayudaron a la aparición del millerismo. Otros estudios como The Roots of Fundamentalism de Sandeen; The Second Coming: Popular Millenarianism, 1780-1850 (Londres: Routledge and Kegan Paul, 1979), de J. F. C. Harrison, y Transatlantic Revivalism: Popular Evangelicalism in Britain and America, 1790-1865 (Westport, Conn.: Greenwood Press, 1978), de Richard Cawardine, describen las similitudes religiosas y sociales de países de habla inglesa durante el inicio del millerismo.

789 Un informe reciente sobre la relación entre el estilo de vida adventista del séptimo día y la longevidad es el artículo de Dan Buettner, “The Secrets of Long Life”, National Geographic 208, Nº 5 (11/2005), pp. 2-27.

790 Knight, Meeting Ellen White, p. 109.

791 Ibíd., pp. 109, 110.

792 Herbert E. Douglass, Messenger of the Lord (PPPA, 1998), pp. 256, 257. Ver también Joseph Battistone, The Great Controversy Theme in E. G. White Writings (Berrien Springs, Mich.: Andrews University, 1978).

793 Douglass, op. cit., p. 257.

794 En visiones posteriores durante los siguientes años, ella recibió más detalles de varias fases de este conflicto sobrenatural y, en 1864, se publicaron los tomos 3 y 4 de Spiritual Gifts, que tratan más exhaustivamente la caída de Lucifer, la creación del mundo, la caída de Adán y Eva, la vida de los patriarcas, y la experiencia de Israel. (El tomo 2, publicado en 1860, fue una obra autobiográfica.) A finales de la década de 1860, Elena de White decidió expandir lo que había escrito en Spiritual Gifts y así se concibió una nueva serie de cuatro tomos de unas 400 páginas cada uno, llamada The Spirit of Prophecy (Bio 2:297). Esta serie cubría los eventos bíblicos e históricos desde la caída de Lucifer en el cielo hasta el fin del reino de Salomón (t. 1); la vida de Cristo desde su nacimiento hasta la entrada triunfal a Jerusalén (t. 2); y los sufrimientos, la muerte y la resurrección de Cristo, y la iglesia primitiva (t. 3). El tomo cuatro, publicado en 1884, fue subtitulado The Great Controversy Between Christ and Satan From the Destruction of Jerusalem to the End of the Controversy. Los últimos pasos en el desarrollo del tema del Gran Conflicto se dieron con la nueva revisión del tomo 4 de The Spirit of Prophecy. Este nuevo tomo fue publicado en 1888 y tenía por título The Great Controversy Between Christ and Satan. En lo sucesivo, Elena de White expandió los otros tomos de la serie The Spirit of Prophecy en lo que se llegó a conocer como la serie del Gran Conflicto. (Ver referencia 1.)

795 Por un breve análisis de cómo Elena de White entendía todas las acusaciones de Satanás, ver Herbert E. Douglass, God at Risk: The Cost of Freedom in the Great Controversy (Roseville, Calif.: Amazing Facts, 2004), pp. 37-41.

796 Por más información sobre el tema del Gran Conflicto, ver Frank B. Holbrook, “Gran Conflicto”, en R. Dederen, ed., Tratado de teología adventista del séptimo día (ACES, 2009), pp. 1.085-1.128.

797 Knight, Meeting Ellen White, p. 113.

798 Leon Morris declara: “Como dijimos, es difícil para los cristianos dar un relato completo de la expiación y no es realmente sorprendente que se hayan desarrollado tantas teorías. La realidad es vasta y profunda, y toda nuestra comprensión de ella es parcial. Se provoca daño cuando se insiste –como se ha hecho a menudo en el pasado y todavía se hace en algunos sectores en el presente– que cualquier teoría cubre todos los hechos. El gran hecho sobre el cual insiste el Nuevo Testamento es que la expiación tiene muchas facetas y, por lo tanto, es completamente adecuada para cada necesidad” (Morris, Glory in the Cross: A Study in Atonement [Grand Rapids: Baker Book House, 1966], p. 80).

799 Para más información, ver Raoul Dederen, “Cristo: Su persona y obra”, en Tratado de teología adventista del séptimo día (ACES, 2009), pp. 182-232.

800 Douglass, Messenger of the Lord, p. 419.

801 Por más información sobre la comprensión adventista del papel de la Escritura y su interpretación ver “Revelación e inspiración”, de Peter M. van Bemmelen, e “Interpretación bíblica”, de Richard M. Davidson, en Tratado de teología adventista del séptimo día (ACES, 2009), pp. 27-67; 68-120. Una publicación reciente sobre hermenéutica adventista e inspiración es George W. Reid, ed., Understanding Scripture: An Adventist Approach (Silver Spring, Md.: Instituto de Investigación Bíblica, 2005). Un libro importante, aunque controvertido, sobre la comprensión adventista de la inspiración de la Escritura y de Elena de White es Inspiration: Hard Questions, Honest Answers, de Alden Thompson (Hagerstown, Md.: Review and Herald, 1991). Mucho de lo que los adventistas han escrito sobre la inspiración de la Biblia y de Elena de White desde 1991 ha sido en respuesta o en diálogo con el libro de Thompson.

802 Knight, Meeting Ellen White, pp. 117, 118.

803 La compilación Eventos de los últimos días incluye algunos capítulos sobre algunas citas de Elena de White respecto de la preparación necesaria para la segunda venida de Cristo (pp. 64-95).

804 Por más información sobre la interpretación adventista de la segunda venida de Cristo, ver Richard P. Lehmann, “Segunda venida de Jesús”, en Tratado de teología adventista del séptimo día (ACES, 2009), pp. 1.003-1.038.

805 Gran parte de la práctica evangelizadora adventista se ha concentrado en el significado de los mensajes del segundo y del tercer ángel. Aunque es beligerante en condenar las doctrinas erróneas de otras iglesias cristianas, se debe ver este mensaje en su contexto más amplio del movimiento del tiempo del fin para proclamar el pronto regreso de Cristo. Elena de White trató de moderar este abordaje beligerante de la evangelización que, con demasiada facilidad, se ha identificado con el adventismo. “El Señor desea que su pueblo emplee otros métodos fuera de la condenación del mal, aunque esa censura esté justificada. Quiere que hagamos algo más que lanzar acusaciones contra nuestros adversarios, que tan solo los alejarían más aún de la verdad. La obra que Jesús vino a hacer en este mundo no fue levantar barreras y encarar constantemente a la gente con el hecho de que estaban equivocados” (TI 6:126).

806 Knight, Meeting Ellen White, p. 121.

807 Por más información sobre el mensaje de los tres ángeles ver Hans K. LaRondelle, “Remanente y mensajes de los tres ángeles” en Tratado de teología adventista del séptimo día (ACES, 2009), pp. 964-1.002.

808 Knight, Meeting Ellen White, p. 126.

809 Ibíd., p. 125.

Enciclopedia de Elena G. de White

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