Читать книгу Trece horas - Деон Мейер - Страница 7
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ОглавлениеLa doctora Tiffany October los llamó:
—Inspector...
—¿Sí?
—Podría hacer una pequeña conjetura...
Griessel se preguntó si le habría oído hablar.
—Cualquier cosa podría sernos de utilidad.
—Creo que murió aquí, en el escenario. Las manchas de sangre indican que le cortaron la garganta mientras estaba aquí tumbada. Creo que la sujetaron contra el suelo, boca abajo, y después la cortaron. No hay marcas de salpicadura que muestren que la chica estuviera de pie.
—Ah. —Eso ya lo había deducido él.
—Y estos dos cortes... —Señaló las dos incisiones en los omóplatos de la joven.
—¿Sí?
—Da la sensación de que se los hubieran causado post mórtem. —Griessel asintió—. Esto de aquí parecen fibras. —La doctora October manipuló con cuidado un par de pinzas en torno a la herida—. Material sintético, de color oscuro, totalmente distinto del de su ropa...
Ndabeni miró al equipo de criminalística, que en aquel instante caminaba inclinado por el sendero, con las cabezas juntas, buscando con los ojos, sin cerrar la boca ni un instante.
—Jimmy —gritó—, aquí hay algo para ti...
Después se puso en cuclillas junto a la forense.
Ella volvió a hablar:
—Creo que le cortó algo de la espalda. Una mochila o algo así, ya sabe, las dos asas de los hombros...
Jimmy se puso de rodillas al lado de la doctora. Tiffany October le mostró las fibras.
—Esperaré hasta que las hayan recogido.
—De acuerdo —dijo Jimmy. Su compañero y él sacaron los instrumentos para recoger las fibras. Continuaron con una conversación previa, como si no hubiera habido interrupción alguna—: Te lo estoy diciendo, es Amoré.
—No es Amoré, es Amor —replicó el gordo Arnold, y después sacó una pequeña bolsa de plástico transparente de su bolso. La preparó para recibir la prueba.
—¿De qué estáis hablando? —les preguntó Vusi.
—De la mujer de Joost.
—¿Qué Joost?
—Van der Westhuizen.
—¿Quién es ese?
—El jugador de rugby.
—Era el capitán de los Springbok, Vusi.
—Yo soy más de fútbol.
—El caso es que su mujer tiene un par de... —Arnold hizo un gesto con las manos para imitar unos pechos grandes. Tiffany October apartó la mirada, ofendida—. Solo estoy constatando un hecho —repuso Arnold a la defensiva.
Con cuidado, Jimmy sacó las fibras de la herida con unas pinzas.
—Se llama Amoré —repitió.
—Es Amor, te lo estoy diciendo. Pero el caso es que ese tío sube al escenario con ella y...
—¿Qué tío? —quiso saber Vusi.
—No sé. Un tío que había ido a ver una de sus actuaciones. Y coge el micrófono y dice: «Tienes las mejores tetas de la industria del espectáculo», le dice a Amor. Joost se puso furioso, se cabreó mucho.
—¿Qué hacía ella en el escenario? —preguntó Griessel.
—Por Dios, Benny, ¿es que no lees la revista You? Es cantante.
—Así que Joost lo coge después del concierto y le dice: «No puedes hablarle así a mi mujer», y el tío le contesta a Joost: «Pero es que realmente tiene unas buenas tetas...». —Arnold soltó una carcajada estrepitosa.
Jimmy también rio con él. Tiffany October se alejó en dirección a la pared, a todas luces molesta.
—¿Qué? —dijo el bajito a su espalda, con gesto inocente—. Es una historia verídica.
—Deberías decir «pechos» —le aconsejó Jimmy.
—Pero es que es lo que dijo el tío.
—Bueno, ¿y por qué Joost no le dio un puñetazo sin más?
—Eso es lo que me gustaría saber. A Jonah Lomu le dio hasta dejarle los dientes colgando...
—¿A Jonah qué? —volvió a preguntar Vusi.
—Dios, Vusi, ese extremo enorme del Nueva Zelanda. En cualquier caso, Joost las lía en los controles de seguridad cuando está cabreado, es un verdadero demonio en el campo de rugby, pero no le da una leche a un tío que habla sobre las te... los pechos de su mujer.
—Seamos razonables, ¿cómo iba a librarse de eso ante el juez? El abogado del tío no tiene más que sacar una pila de revistas You y decir: «Su señoría, échele un vistazo a esto, en todas y cada una de las fotos se exhiben sus atributos, desde Tittendale hasta Naval Hill». ¿Qué te esperas? Los tíos hablarán de los recursos de tu esposa como si les pertenecieran a ellos.
—Eso es cierto. Pero te lo estoy diciendo, es Amor.
—Ni de coña.
—Te confundes con Amoré Bekker, la DJ.
—No, no. Pero deja que te diga una cosa: yo no dejaría que mi mujer fuera así por ahí.
—Tu mujer no tiene las mejores tetas de la industria del espectáculo. Si las tienes, presume de ellas...
—¿Habéis terminado? —los interrumpió Griessel.
—Tenemos que acabar con el sendero y hacer la pared —contestó Jimmy, y en seguida se puso de pie.
Vusi llamó al fotógrafo para que se acercase.
—¿Cuándo podré contar con las fotos de la cara? Es urgente.
El fotógrafo, joven y con el pelo rizado, se encogió de hombros.
—Veré qué puedo hacer.
«Dile que una mierda», pensó Griessel. Vusi se limitó a asentir.
—No —intervino Griessel—. Las necesitamos antes de las ocho. No es negociable.
El fotógrafo les dio la espalda y se marchó sin molestarse en ocultar su actitud. Griessel lo siguió con la mirada, asqueado.
—Gracias, Benny —susurró Vusi.
—No te pases de agradable.
—Lo sé... —Después de un silencio incómodo, preguntó—: Benny, ¿qué me estoy perdiendo?
Griessel contestó con voz amable, de consejero:
—La mochila. Debe de haber sido un robo, Vusi. Su dinero, el pasaporte, el teléfono móvil...
Ndabeni lo captó de inmediato.
—Crees que han tirado la mochila en algún sitio.
Griessel no podía continuar allí de pie sin hacer nada. Miró a su alrededor, hacia la acera, donde los curiosos comenzaban a descontrolarse.
—Yo me encargo de eso, Vusi, démosles algo que hacer a los tíos de la Metropolitana. —Se dirigió a la entrada y preguntó en voz alta—: ¿Quién está al mando aquí?
Los agentes se limitaron a mirarse unos a otros.
—Esta acera es nuestra —dijo un policía metropolitano mestizo que lucía un uniforme impresionante, todo lleno de insignias de mando. Como mínimo era mariscal de campo, se figuró Griessel.
—¿Vuestra?
—Eso es.
Sintió que la rabia lo inundaba. Tenía un problema con el concepto de policía municipal en sí, putos policías de tráfico que no hacían su trabajo, una total ausencia de agentes de la ley en las carreteras. Se contuvo y señaló con el dedo a un miembro del SAPS:
—Quiero que selle esta acera, desde allí abajo hasta aquí arriba. Si la gente quiere quedarse por aquí, que se ponga en el otro lado de la calle.
El agente movió la cabeza en un gesto de negación.
—No tenemos cinta.
—Pues vaya a por ella.
Al tipo del SAPS no le gustó ser el elegido, pero se dio la vuelta y se abrió camino entre la multitud. A su izquierda, una ambulancia se acercaba con cierta dificultad entre toda aquella gente.
—Esta es nuestra acera —repitió con testarudez el policía de los galones.
—¿Es usted el responsable al cargo aquí? —le preguntó Benny.
—Sí.
—¿Cómo se llama?
—Jeremy Oerson.
—¿Y las aceras están bajo su jurisdicción?
—Sí.
—Perfecto —repuso Griessel—. Asegúrese de que la ambulancia aparca aquí. Justo aquí. Y después quiero que inspeccione todas las aceras y callejuelas a seis manzanas a la redonda de aquí. Todas y cada una de las papeleras, todos los rincones y recovecos, ¿lo entiende?
El hombre lo miró con fijeza durante un buen rato. Probablemente estuviera sopesando lo que conllevaría negarse. Después asintió, malhumorado, y comenzó a ladrarles órdenes a sus hombres.
Griessel regresó junto a Vusi.
—Tienen que ver esto —les dijo la forense, que había vuelto a acuclillarse junto al cuerpo. Se acercaron a ella. Con un par de pinzas, sujetaba la etiqueta de una marca de ropa. Estaba cosida al cuello de la camiseta de la chica—. «BROAD RIPPLE VINTAGE, INDIANAPOLIS» —leyó, y les dedicó una mirada significativa.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Vusi Ndabeni.
—Creo que es estadounidense —respondió ella.
—¡Joder! —exclamó Benny Griessel—. ¿Está segura?
El taco del detective hizo que Tiffany October abriera los ojos de par en par, y su tono de voz confirmó su sorpresa:
—Bastante segura.
—Problemas —dijo Ndabeni—. Muchos problemas.