Читать книгу El hijo del viento blanco - Derzu Kazak - Страница 14
ОглавлениеCapítulo 11
Intihuasi – Andinia
– ¿Por qué dijo que mi plan era utópico? Entiendo que se refiere a la búsqueda de soluciones ideales inalcanzables.
– No precisamente, aunque sí en parte.
– Las soluciones ideales no existen en la Tierra, ni tampoco el éxito o el fracaso absoluto. Nada es absolutamente bueno ni malo, porque el hombre bueno siempre tiene algo de maldad y el malo algo de bondad. Navegamos en diferentes tonalidades de grises que tienden hacía el blanco o el negro. Por eso es tan difícil juzgar al hombre; tanto, que Jesús nos pidió que no juzgáramos a nadie.
– Si puedo empezar a darte algunos consejos desde mi puesto de Asesor Presidencial, te diría que trabajes afanosamente en pos de esos ideales, pero ten presente que nunca serás dueño de los resultados de tu trabajo.
– Podría explicarlo más claramente…
– El agricultor debe sembrar su campo con las mejores semillas, cuidarlo como a la niña de sus ojos… hasta que llegue el momento de la cosecha…
– Esta puede ser abundante y magnífica, pero también puede ser destruida por una fuerte granizada en unos minutos. ¿Qué culpa tendría el agricultor de no cosechar nada?
– No puedo fallar. ¡En Andinia hay tanta injusticia!
– El esfuerzo depende de ti. El resultado, del Señor y sus designios. Dijo señalado hacía arriba.
– No eres el único que pensó en soluciones utópicas. El hombre vive angustiado, en condiciones existenciales penosas e injustas, que lo acucian en la búsqueda de organizaciones perfectas, pero lo perfecto jamás fue patrimonio humano.
– Nuestra época es humanamente un desastre, aunque tecnológicamente sea apoteósica. ¿Sabes lo que dijo el General Omar Bradley? “Comprendimos el misterio del átomo y rechazamos el Sermón de la Montaña. El nuestro es un mundo de gigantes nucleares y de enanos éticos”.
– Me gustaría tener a ese General a mi lado.
– Hijo, creo que el primer mundo está humanamente peor que el tercero, corroído por el cáncer del consumismo, el egoísmo, la inquietud social, la ira, el crecimiento económico desmedido, el despilfarro. Es una cadena de desatinos que vuelven loco al más cuerdo.
– Destruimos el Planeta para hacer basura… Eso es lo perdurable de la sociedad de consumo, una gigantesca fábrica de basura. El hombre “civilizado” es un infeliz exitoso…
– Quisiera que mi pueblo no entre por la senda de la alienación.
– ¿Senda…? ¡Sería mejor decir autopista ultrarrápida!
– En los campos de concentración alemanes tenían un sistema diabólico para destruir la moral de los reclusos. Les hacían cavar grandes fosas, casi siempre incitando que serían sus tumbas, para luego volverlas a rellenar y cavar otra en otro lado. Cavar y tapar, cavar y tapar. En definitiva, hacer tareas de absoluta inutilidad.
– En la sociedad moderna… ¿Cómo se pinta eso?
– Dando vueltas en la espiral producción-consumo. El sistema actual es perverso y engañoso, se mueve con una mortífera dialéctica, conduciéndonos tanto a la devastación del medio ambiente, como interior, en sus aspectos de fortaleza psíquica y corporal. Estamos determinando un holocausto colectivo inconsciente e involuntario.
– Hijo, entiende bien lo que te digo, porque es extremadamente importante: Todos los que de alguna u otra forma contribuyen con su trabajo al desarrollo social, ¡están al mismo tiempo contribuyendo al exterminio de la sociedad!
– ¿Eso qué implica…?
– Si todos apoyamos el progreso industrial, y este progreso produce el consumismo y en última instancia más problemas que ventajas, nuestro trabajo es destructivo.
– Existen formidables imperios basados en el saqueo y el expolio. La irresponsabilidad de los gobiernos es inmedible, porque ya ni siquiera saben cuáles son sus responsabilidades.
– Cuida la naturaleza y cuidarás al hombre.
– Me gusta esa frase. Espero que la escuche el Presidente de Brasil, hasta aquí resuenan los ecos de las topadoras en la Amazonia. Si no te importunan mis lecturas buscando la sabiduría en el gobierno, hay una que dice: “No favoreciendo a los mejores, se evita la discordia en el seno del pueblo. No acumulando tesoros, se evita que el pueblo robe. No exhibiendo riquezas, se evita la confusión en los corazones. Por eso el gobernante sabio debilita las ambiciones y fortalece los huesos, y procura que los astutos no tengan oportunidad de intervenir”…
– Esta última frase, la de los astutos, me parece esencial. Remarcó el Asesor. – En el orden imperante dentro de una nación se determina la calidad del gobierno. La economía está como está porque la manejan los astutos en perjuicio de los demás… ¿Qué sabes de macroeconomía?
– Lo que estudié en un semestre. Nada.
– Necesitarás una mente lúcida que encaje en tu sistema utópico-realista
– ¿Conoce Ud. un profesional de esas características?
– Lo buscaré, si tú me lo pides oficialmente.
El Presidente anotó en su agenda unos garabatos que encerró con un círculo. – Puedes empezar la búsqueda, entrevistaré los candidatos en privado antes de ofrecerle el cargo.
– Creo que tendrás poco trabajo, si consigo dos expertos de ese tipo, seremos afortunados.
El Presidente entornó sus ojos y retrocedió unos centímetros su cabeza, haciendo una mímica de interrogación ante esa mezquina posibilidad.
– Hijo mío, a los médicos les inculcan en las Universidades del mundo que las enfermedades se curan con fármacos, o sea con drogas que fabrican los laboratorios que a su vez instruyen a los profesores en la forma de usarlas.
– Este sistema transformaría a los médicos en vendedores inconscientes de una enorme diversidad de productos, de cuyas composiciones químicas y resultados únicamente conocen por lo que les dicen, sin saber si detrás de todo eso no hay segundas intenciones.
– Naturalmente, los beneficios económicos van siempre a parar a una gigantesca organización que les entrega soluciones o sucedáneos para enriquecerse con absoluta seguridad y, a veces, cuando no matan, hasta logran la salud del paciente-víctima.
– Uhum… Masculló Altamirano.
– A los economistas los entrenan en Universidades que directa o indirectamente dependen de grandes Corporaciones Multinacionales para su funcionamiento. Aprenden las leyes económicas que les convienen a sus sistemas como axiomas imperecederos… hasta que aparecen otros axiomas imperecederos más rentables.
– Digo simplemente más rentables. Esa es la pauta.
– Que sean beneficiosos o funestos para la humanidad, no interesa. Estamos inmersos en un sistema económico de capitalismo salvaje cuyo fin supremo no es el hombre, sino el lucro. ¿Te das cuenta de la inversión del orden? ¡Ahora nosotros llevamos el burro a cuestas!
– Encontrar un economista utópico, es casi una utopía, aunque en el fondo la Economía, como ciencia, supera holgadamente el límite de la utopía. Es una ciencia-ficción donde las preguntas siempre son iguales y las respuestas siempre son distintas.
– ¿Lo de la medicina es tan serio?
– Mira, yo solo recuerdo algunas estadísticas de España…
– Allí se venden alrededor de catorce mil medicamentos distintos. Sin embargo, según la Organización Mundial de la Salud, unos doscientos medicamentos contienen la totalidad de las sustancias que tienen probada eficacia terapéutica. Y raramente han sido superados por otros más modernos.
– Con esas doscientas medicinas, se curan o alivian todas las enfermedades conocidas susceptibles de tratamiento. Lo demás es un fabuloso negocio engañando la gente.
¡Increíble!
¿Sabías que hay medicamento excelentes que no existen en el mercado por su escasa rentabilidad? ¿Y que hay otros que son verdaderos tóxicos que se fabrican masivamente porque tienen «mercado»…? Fíjate que digo «mercado» y no seres humanos. Para esa gente el hombre es un “consumidor”, nos ven como compradores; lo cual implica que, contra más idiotas seas, más lucro dejan.
– Humm… El Presidente tomó nuevamente la lapicera y garabateó otra frase ininteligible, encerrándola en un óvalo que abarcó media hoja.
– ¿En qué piensas?
– En no dejarme engañar y en esos doscientos medicamentos. Serán buenos para el pueblo de Andinia.
– Espero que no tengas un boicot comercial por esa decisión. Aunque quizá Andinia se salve porque somos pobres.
– Creo que empezamos a diseñar la utopía de Andinia.
El Presidente extrajo una carpeta del cajón central de su escritorio, lacrada por él mismo, y se la entregó al Dr. Arenales.
– Allí tiene Ud. el bosquejo del plan gubernamental para los próximos seis años. Analícelo y me da su dictamen dentro de una semana.
El Dr. Ezequiel Arenales tomó la carpeta, la apretó contra su pecho, mientras en su mente se cruzó nuevamente la misma idea…
– Si Jesús, siendo Dios, duró solo tres años en su vida pública… ¿Cuantos durará mi hijo?