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Capítulo 13

Intihuasi – Andinia

Un fuerte taconeo anunció la llegada del General más antiguo del ejército, que tenía provisionalmente asignada la función de Comandante en Jefe. Llegaba juntamente con el Presidente de la Unión Industrial y, unos instantes después, arribaron los Ministros. Incluso el Canciller del anterior gobierno, que seguía en funciones transitorias por falta de otro con esa experiencia de zorro ladino.

Las presentaciones de rigor entre los que no se conocían se hicieron con francas sonrisas o con francos recelos, sobre todo cuando reconocieron al “Comandante Rafa” de la guerrilla y a su cura tercermundista. El uno y el otro tenían precio internacional por sus cabezas.

– ¡Sr. Presidente! Profirió el General poniéndose rígidamente marcial, ¡creo que estoy en un lugar equivocado con esta gentuza! Su tieso índice señalaba por turno a los dos representantes de la guerrilla. ¡Permítame retirarme!

– Por favor… General…

– Si queremos la paz interior, la mejor manera de obtenerla es saber por qué nos peleamos y tratar de encontrar la forma de evitarlo. Lo necesito a Ud. más que a nadie. Quédese.

– El General miró de refilón a sus adversarios del campo de batalla, que mantenían una sorda sonrisa de triunfadores, sintiéndose cómodos junto a su antiguo amigo Altamirano. Con una leve venia al Presidente tomó asiento más calmado. Sería tenido en cuenta.

– Humm… -pensó el Dr. Arenales- si así empieza a conducir la máquina, puede que llegue muy lejos… ¡Si el santa Bárbara no explota! Ha juntado la dinamita con los fulminantes. Es un loco de remate… o quizás… no.

– Bien… -expresó el presidente- yo conozco a cada uno de ustedes; de algunos soy amigo y de otros espero serlo; pero al presente, a partir de este instante, quisiera que todos nos olvidemos qué labor cumplimos en la función pública y hablemos como hombres que buscan sacar a la luz del día a nuestra querida Andinia. Yo, para todos ustedes soy Carlos, y los escucharé muy atentamente.

– Sr. Presid… Carlos… -dijo el Ministro de Educación- si realmente queremos que Andinia surja a la luz, estoy convencido que lo primero es sanear la educación, elevando su calidad. Para eso hace falta una gran parte del presupuesto nacional, que lo consumen las Fuerzas Armadas peleándose con esos mugrientos guerrilleros que desangran el país. Espetó elevando la voz gradualmente, hasta que terminó hablado a los gritos y de pie.

– Tiene Ud. toda la razón… Respondió el Presidente con una calma que dejo atónitos a todos, incluso a su Asesor. Pero como los guerrilleros tendrán sus razones para serlo, es natural que las escuchemos. También ellos son ciudadanos y hermanos nuestros, aunque no tengan oportunidad de bañarse tan seguido como nosotros.

– Comandante de guerrilla Rafael Fischer… ¿tienes algo que decir…?

El tuteo no pasó desapercibido para ninguno. Sin sacarse la gorra verde, el Rafa se mesó la barba rojiza y dijo con una suavidad de crótalo y un esbozo de sonrisa que más parecía desafío:

– Los aquí presentes tienen, quien más quien menos, sus años a cuestas, pero nosotros somos todos jóvenes y nuestros progenitores, representados por vuestra generación, nos echa en cara que seamos guerrilleros en vez de corderitos… ¡aunque más apropiado sería decir en vez de bueyes capados!

La tensión empezaba a subir, pero Carlos Altamirano cruzó sus brazos sobre el pecho y lo vislumbró con interés, como si esa fuera una forma correctísima de iniciar un diálogo al más alto nivel entre las partes en conflicto.

El Ministro quiso responder, pero a una señal de Altamirano, volvió a tirarse contra el respaldar de su silla, mordiéndose los labios.

– Nos piden a los jóvenes que aceptemos la sociedad que nos dejan, podrida hasta las raíces, nauseabunda de corrupción, llena de “próceres” vende patrias que se han enriquecido a costa del pueblo y nos han enajenado como pollos parrilleros al primer postor. El día de hoy… ¡debemos lamerle el culo para que no nos acogoten con los pagos de la monstruosa deuda externa y eterna! ¡Y nos hablan de que falta dinero para educación! ¡Una Mierda! ¡Dinero hay! Pero se infiltra entre las arenas…

El General levantó la mano pidiendo la palabra…

El Presidente, como un inmutable director de orquesta, otorgó con un asentimiento de su voluminosa cabezota, mientras seguía tomando notas de lo escuchado.

– ¡Si hay traidores en este suelo son los malditos guerrilleros! Escupió entre dientes, – no solamente traicionan a su patria, sino que matan a sus soldados, ¡a otros jóvenes que decidieron estar del lado del orden y la justicia! ¡Ustedes son una banda de forajidos sin patria! ¡Una banda de comunistas!

El dedo del Comandante quedo temblequeando por la ira, mirando fijamente las duras facciones del jefe guerrillero, como queriendo eliminarlo de la faz de la Tierra.

– ¡También el Comandante tiene razón! Musitó frunciendo los labios en Presidente, mientras le pasaba la oportunidad de hablar al curita tercermundista, que en la jerga selvática se llamaba Job, nombre que él mismo se puso cuando abandonó hasta las insignias clericales para unirse a la guerrilla.

La cara del sacerdote era tan serena como un gurú en éxtasis, parecía que las pasiones no lo atenazaban como a los demás hombres. Pero los que lo conocían, sabían muy bien que pocos hombres llegaban tan lejos como Job.

– Hermanos… -para él, todos seguían siendo hermanos- los que creemos en la verdad y la justicia, también creemos en la paz… pero no puede haber paz sin verdad y sin justicia.

– Le preguntaría ahora a mis hermanos del ejército y del Ministerio de Economía… ¿Hay verdad en lo que se dice? ¿Hay justicia en Andinia?

– Yo creo en Dios, soy su sacerdote, ¡y el comunismo es antihumano! ¡No nos tilde de comunistas porque luchamos por la reivindicación del hombre! Sobre todo del pobre. Aunque no le voy a negar que el origen de la guerrilla fue explotado por el comunismo con fines proselitistas. Hoy no es así.

– Queremos la paz, pero antes, necesitamos la justicia y la verdad. ¡Pedimos que amen al pueblo!

– ¿Pueden Ustedes ofrecernos justicia y verdad?

– Si pueden, ¡mañana mismo la guerrilla no existirá! Y otra cosa. Los jóvenes soldados que mueren en combates contra nosotros no eligieron libremente ese puesto. Ustedes los reclutan y envían a la fuerza para lograr los objetivos personales que buscan, aunque les cueste la vida a esos inocentes. Pero… los Generales mueren en la cama…

– Y si no podemos garantizarle esa justicia y esa verdad… ¿Qué pasaría? Preguntó entornando sus ojos el Presidente.

– ¡Les pondremos una bomba en el culo a los vende patrias y a sus socios! Respondió el Rafa con un énfasis tajante.

– ¡Excelente! Afirmó el Presidente cruzando los dedos de sus manos frente a su cara, me agrada la franqueza y, por favor, si necesitan insultarse… háganlo cortésmente.

– ¿Cómo puede un cura de la Iglesia Católica estar al lado de un tira bombas? Denunció el General moviendo la cabeza.

– Le explicaré… respondió el sacerdote.

– Cuando veo que una aldea se muere de hambre, enfermos y sin medicinas, pienso que ponerme solamente a rezar es buscarme una coartada fácil para enfrentar el miedo y la incuria. En esos momentos creo que debo obrar… y mientras rezo debo buscar las medicinas y los alimentos. Y si no me los dan… ¡robarlos!

– Es lo que hacemos cuando asaltamos una droguería o un depósito de comestibles.

– Con toda franqueza, nos produce náuseas saber que mientras unos mueren de indigestión, otros mueren de hambre. He visto muertos de aburrimiento y muertos de cansancio…

– Padre Job… ¿a qué se deberá eso…? musitó Altamirano.

– Está todo tergiversado. La gente quiere cosas, cuando las cosas no se hacen para ser queridas, sino para ser usadas. ¡La gente es la que debe ser amada!

– He decidido estar de parte del hombre, no de parte de las cosas.

– Hemos olvidado que cada hombre es un fin en sí mismo, muy alejado de las ideas burguesas, del racismo, del maldito colonialismo y sobre todo del diabólico liberalismo capitalista. Mientras neguemos que el hombre sea un ser destinado a la trascendencia, habrá quienes piensen que hay hombres superiores, que el blanco es más digno ante Dios que el negro, y que podemos arrasar a los débiles cuando tenemos la fuerza bruta de nuestro lado.

– Explíquese… Pidió el presidente, sin dejar traslucir si no había entendido bien lo dicho, o como una atención a sus compañeros más afectos a los números que a la reflexión.

– Si tiene que optar un economista liberal entre producción y desocupación, entre rendimiento y vida humana, ¿qué elige? Siempre la producción, el rendimiento, el lucro. Sometiendo al hombre como un esclavo de las cosas irracionales.

– El comunismo es perverso porque, aunque prometa liberar al hombre del cepo capitalista, lo somete a la feroz prensa del Estado y del Partido, en un estado policíaco donde la libertad consiste en hacer lo que se les manda arbitrariamente desde el omnipotente Estado, y sobre todo, eliminando a Dios.

– Es muy difícil creer en la dignidad del hombre sometido al régimen comunista.

– Solo quien ve en la cara del hermano el rostro de Jesús no puede vivir en paz cuando lo escupen.

– Uhum… Murmuró el Presidente. ¡Resulta que todos los presentes anhelan lo mismo…! Pero por caminos diferentes…

– Parece que el Comandante del Ejército desea la paz y el orden interno, que es su responsabilidad. La guerrilla desea la Justicia y la Verdad, que son sus objetivos expresos. El Ministro de Educación busca eliminar la ignorancia… y yo los necesito a todos ustedes para hacer felices a los habitantes de nuestra patria.

– Por eso estamos aquí, peleándonos con palabras, para evitar derramamientos de sangre.

– A partir de este momento, formarán comisiones entre los antagonistas donde intentarán arribar a un entendimiento de fondo.

– ¡Mano a la obra! Encuentren un solo camino para llegar a lo que todos deseamos, sin capitular los ideales, pero cediendo cada uno lo justo en las formalidades: hagan esto por amor a todos los hombres de Andinia.

– A partir de este momento, dijo señalando a cada uno de los presentes, piensen: “La paz y la justicia en Andinia dependen de mí…”

Cuando el reloj marcaba las cinco y cuarenta de la mañana, una tercera ronda de café, esta vez con leche y bizcochos, apaciguaba los fuegos y allanaba las almas.

El hijo del viento blanco

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