Читать книгу El hijo del viento blanco - Derzu Kazak - Страница 15
ОглавлениеCapítulo 12
Intihuasi, Andinia
Sobre la recia mesa de algarrobo del comedor presidencial, terminaban de ordenar algunos vasos descartables y una botella de agua mineral frente a cada silla, además de un vademécum con tapas de cartulina azul ultramar, el color de las puertas de Andalucía y de Cuzco. Dentro de unos minutos sería el escenario de la primera reunión informal del gabinete de Carlos Altamirano, con algunos sorprendentes personajes invitados.
El Dr. Ezequiel Arenales había llegado temprano, con una indumentaria caqui de algodón, idéntico a los usados por los obreros, pero con su serena estampa se tornaba en un “look” que podía identificarse con el atuendo de campaña de un arqueólogo.
Vestir de traje al Dr. Arenales era misión imposible. La corbata, que él llamaba cordón-tráqueo-umbilical, únicamente la usó el día de su casamiento, ¡y porque se la regaló su madre! Su mejor amigo le hizo el nudo y, antes de terminar la fiesta de esponsales ya la había regalado a otro candidato al casorio que pensaba lo mismo de los trajes y las corbatas.
– ¿Crees que los representantes de la guerrilla merecen estar en tu gabinete como uno más de la sociedad?
La pregunta, hecha de sopetón, ni siquiera sorprendió al Presidente.
– El Rafa Fischer ha sido un verdadero amigo desde mucho antes de unirse a la banda de guerrilleros, un pionero en la formación del partido político que me llevó al poder. Como norma presidencial, desde que he asumido en mando de Andinia, todos pueden sentarse en esta mesa, aun los representantes del Sindicato del Crimen, si así lo solicitan.
– No hay nada mejor que dialogar y lograr un buen entendimiento para solucionar los conflictos. Reflexionó Altamirano.
– Espero que resulte. Respondió su Asesor…
– A veces tratamos algunos temas espinosos que no convienen que se transmitan entre ciertos niveles de gente, bien porque no son de su incumbencia, bien porque pueden difundirse antes de ser lo suficientemente operativos…
– Y entonces… -interrumpió el Presidente con el mismo tono recriminatorio de su Consejero- vienen las sorpresas cuando se enteran, y detrás de las sorpresas los petardos y los tiroteos. En mi gobierno trataremos los asuntos a puertas abiertas, para que todos puedan escuchar y valorar, siempre que mantengan la misma apertura para los demás.
– No toleraré que nadie impida que un hombre pueda decir lo que sienta; aunque me pida la renuncia, siempre que dé las razones valederas.
– Será interesante… Respondió el Dr. Arenales; sobre todo cuando tratemos los problemas más candentes, como la economía, la educ...
– ¡Hola… hola…! Compadre…
– La llegada del Rafa, lanzándose al cuello de Carlos Altamirano y dándole un sonoro beso en las mejillas sorprendió incluso al Presidente.
– Compadre… has llegado alto, tan alto, ¡que me parecía que tu mirada pasaría por sobre nuestras cabezas sin vernos! Pero cuando me invitaste a esta reunión de gabinete con voz y voto, le dije a… Perdón… No les he presentado al curita que quiere hacer de la guerrilla el reino celestial. Le presento al padre Job…
– Un joven barbudo y moreno, con los ojos negros más profundos que podían encontrarse en la Tierra, de pelo desmadejado y más largo que lo adecuado en la jerarquía eclesiástica, tendió su mano al presidente y la apretó con una fuerza inusual a su tamaño, como queriendo indicar algo desde el principio.
– ¿Ud. es cura… cura…?
– En realidad soy solamente sacerdote y algo díscolo, si tenemos en cuenta nuestra tarea de guiar almas por los senderos de la verdad.
– Al curita no le des mucha cabida, previno el Rafa, porque es lenguaraz el hombre y, aunque tiene la ventaja de que la mitad de lo que dice no se entiende y la otra mitad no le importa a nadie, cuando agarra el hilo no lo suelta si no lo cortas con algo contundente.
– En el campamento le tenemos medido su tiempo con un reloj de arena; pero aunque parezca mentira, ¡desde que el cura llegó, se humedeció por dentro y anda más despacio…!
– No vas a cambiar nunca, Rafael Fischer, dijo Altamirano dándole unas palmadas en la espalda. Siéntate allí con tu curita y vamos a ver si podemos terminar con las bombas y los tiroteos dentro de Andinia.
– Compadre, ¡no vaya a creer que los tiramos sin motivos! Sería más bonito el planteo si nos dijeses que vas a quitar los motivos que nos mantienen de guerrilleros, aunque dudo que puedas manejar esos motivos.
– ¿Y cuáles son…? Si se pueden saber.
– Esencialmente estamos convencidos que el mundo produce alimentos y beneficios de sobra para satisfacer a todos los hombres de una manera… sobria. Pero como a la mayoría de los que conozco le falta su parte, tratamos de despertar las conciencias de los que se quedaron con el pastel y con la torta, mediante unos despertadores que a veces suenan demasiado fuerte… ¡Pero te aseguro compadre, que son muy duros de oídos!
– ¿Aún quieres hacer lo que ni siquiera intentó hacer Jesús? ¿Eliminar la miseria de la Tierra?
– Al menos intentaré esa misión...
– ¿Crees que a una madre que le matan a su hijo, ya sea guerrillero o soldado, le parecerá mejor comer dos veces al día a cambio de la vida de su retoño?
– Quizás no. Eso lo sabe mejor el curita…
– He leído en los signos de los tiempos que era la hora de la lucha… Me llamó mi conciencia y me fui. Respondió el sacerdote.
– ¿Cree Ud. que la violencia soluciona los problemas de los hombres…? Preguntó el Dr. Arenales.
– La violencia los genera. Solo sé eso. Aún no encontré la forma de solucionarlos. Tuve que optar y me puse del lado de los más débiles; como dijo Jesús.
– Cambiando la mirada hacia el Asesor preguntó indeciso: Ud. es el…
– Si. Soy un poco el otro padre de Carlos y ahora su servidor.