Читать книгу Ca$ino genético - Derzu Kazak - Страница 11
ОглавлениеCapítulo 7. New York
En el momento en que regresó a su apartamento, una mujer lo estaba esperando de pie frente a la puerta…
Hacía meses que no tenía noticias suyas y por poco la había olvidado, pero allí estaba, acicalada con sobriedad, más bella que nunca, y sin decirle ni los buenos días se colgó de su cuello y le dio un efusivo beso, que dejó al Dr. Brussetti anonadado y flotando en la estratosfera. A la vez, un nubarrón ensombreció su cielo sin más motivo que el instinto erizado por las circunstancias.
– ¿Qué haces por aquí? Preguntó con un recelo infundado. Pero la señal de esa belleza latina presagiaba peligro. En ese momento barruntó que estaba jugueteando con un lanzallamas dentro de un polvorín repleto de fulminantes de nitruro de plomo.
– Te extrañé y decidí visitarte, ya que tú no cumpliste en llamarme como me habías prometido durante nuestra luna de miel.
– Creo que eso terminó allí mismo, respondió tajante. No puedo imaginarme que la vida sea un jardín de rosas todos los días. Te enviaron nuestros amigos para... ¿alguna misión especial?
Trató de convencerse que esa mujer era un deslumbrante regalo temporario, una atención muy especial de Alexei al finalizar el trato.
– Me dijeron que era la hora del regreso. ¿Nunca has pensado que jamás te olvidaría?
– Es la primera vez que una mujer me dice un piropo. ¿Sabes quién soy?
– Eres un hombre que dejó algo mucho más importante que un recuerdo en una mujer que estuvo en tus brazos sin ser tuya. ¿No me invitas a pasar a tu apartamento?
– Perdón... pasa por favor. Sus palabras indirectas no las entendió en plenitud.
Ingresaron a la residencia, sobriamente pertrechada con esa frialdad y anarquía propia de los solterones, que se habitúan a lo que suelen calificar de desbarajuste ordenado. Pero no recaló negativamente en la damita, sino que elogió el revoltijo mirándolo con esos ojos soñadores que ponen las mujeres cuando algo les parece que puede ser suyo.
– Muy bonito, murmuró para sí misma, tienes un refugio espléndido. ¿Puedo sentarme?
– Por favor... No acostumbro recibir invitados, así que disculpe usted, señorita...
¿No recuerdas mi nombre?
– ¿Tu nombre? ¿Acaso tienes algún nombre? Sólo recuerdo que te llamaban “Fire”, y una mujer que se llame Fuego da recelos al más pintado. Tienes un nombre tan abrasador como tu cuerpo.
Con una preciosa sonrisa se sentó con cautela para no zozobrar en la hondonada de plumas de la mecedora. Malcon... – ¿No me notas... algo rara?
– ¿Rara? La verdad que sigues tan estupenda como en los días del Hotel Prince Of Wales. ¿Debía haber notado algo especial?
– Uhum. Mi cintura ya no es la misma, se ha engrosado un poco, pero dentro de cinco meses será tan grande que te pondrás orgulloso...
– ¿Qué me quieres decir? Preguntó sobresaltado el científico, intuyendo una trampa escondida detrás de esa cara bonita.
– Que dentro de cinco meses serás papá. He venido a que lo sepas y decidamos nuestro futuro.
¿¡Nuestro futuro!?
La cara del científico se contrajo en un rictus de repulsa. Miró a la mujer con malevolencia y las palabras salieron de sus labios con brutalidad inhumana.
– ¡Presta atención, Fire o como te llames! ¡Si pretendes endosarme la paternidad de tus hijos porque me revolqué un par de días contigo, estás muy equivocada! No te olvides que eres una cualquiera contratada por horas para divertir al que pague tu tarifa...
La mujer se sonrojó de una manera súbita, y con voz entrecortada, casi tartamudeando, replicó poniéndose inopinadamente de pie, con pundonor, levantando la frente con la bizarría de la raza latina.
– No, nada de eso Sr. Malcon, ¡no soy una cualquiera! Fui con usted porque usted me seleccionó, y fue usted mismo el que me propuso a través de la agencia una prueba de convivencia matrimonial. Además, usted, Sr. Malcon, buscaba una esposa latina, bonita, joven y fértil, sobre todo que demostrase fuese fértil. Por eso estuve conviviendo con usted, y solamente con usted durante esos días, y con nadie más hasta ahora.
– Mira... Fire o como te llam...
– Me llamo Amelia Salinas Ugarte. Fire fue el sobrenombre que me puso la agencia para la prueba, por si no quedaba embarazada y para que usted no pudiese conocer mi verdadera identidad si me rechazaba al conocerme, y perjudicara mi reputación. Pero el personal de la agencia me reiteró que usted estaba muy conforme conmigo y que esperaría cuatro de meses los resultados de la fertilidad para casarse. ¡Y aquí los tiene!
– Señorita Amelia Salinas Ugarte o como quiera llamarse, he tenido una larga vida de donjuán para que una zorra me quiera agarrar las pelot... los dedos contra la puerta. Si pretende sacarme dinero, le pagaré lo que necesite para volverse a Ecuador en el primer avión que salga, y de paso... ¡busque en su lista de clientes el verdadero padre de su hijo!
La mujer mantenía una gallardía casi marcial, plantada con el entrecejo rizado.
– Sr. Malcon, no pretendo dinero, sino establecer una familia con el padre de mi hijo, que creía estaría conforme con tenerme como esposa luego de la prueba que usted mismo exigió.
– ¿Que yo pedí una prueba?
– ¿No es acaso lo que me exigía para hacerme su esposa y ciudadana de este país? Yo necesitaba casarme con un americano para radicarme, y usted buscaba una mujer latina joven y fértil, y acepté los términos que me propusieron en la Agencia aunque éticamente no eran los más adecuados. Esta mañana me avisaron que Ud. estaría muy feliz de volver a verme y conocer la noticia de su hijo. Ellos me dieron la dirección de su departamento.
– Fire, dígales a sus amigos rusos que se busquen a otro idiota para esta opereta. ¡Retírese de mi casa, por favor!
La mujer volvió a mirarlo con una expresión de ofuscamiento.
– Yo no conozco ningún amigo ruso, Sr. Malcon, todo este trámite lo hice ante una Agencia de selección electrónica de parejas con plenas intenciones de casarme. Los propietarios de la Agencia matrimonial nos seleccionaron como una tentativa viable, luego, nos acompañaron al hotel Prince of Wales para garantizar que el encuentro fuese lo más natural posible. Incluso tenía prohibido hablar de cualquier asunto relacionado con este tema. Ambos debíamos desenvolvernos como en una verdadera luna de miel. Y le garantizo que el hijo que tengo en mi vientre es suyo, porque nunca estuve con ningún otro hombre. Si lo duda, puede usted ordenar un análisis de... y buscando un papel que tenía en sus bolsillos, leyó entrecortadamente por las lágrimas y la desorientación manifiesta en que se encontraba... un análisis genético. Me informaron en la agencia que usted conoce algo de ese tema.
– ¿Dices que los hombres que nos acompañaron en Waterton Lakes son propietarios de una Agencia matrimonial?
– Exactamente. Les pagué dos mil dólares por adelantado para los gastos de esa prueba, y debo aún otros cuatro mil si el matrimonio se concreta. Lo hice para poder lograr la ciudadanía norteamericana y cambiar mi vida.
En ese momento, el Dr. Malcon Brussetti supo con toda certeza que los rusos trataban de apretarle las pelotas en una morsa