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Capítulo 5. Waterton Lakes

Las miradas de ambos se clavaron por unos instantes en una despampanante rubia con ojos tan claros que parecían huecos, como si de dos trozos de azulado hielo incrustados en las órbitas se tratase. Había permanecido sentada sobre un tronco a unos cincuenta metros, y en esos instantes cruzó solitaria y ausente frente a ellos con un vaso de cuba libre en la mano, enfundada en una ropa negra elastizada y sin brillo que delineaba sus primorosos contornos. Se abrigaba con un holgado sacón de zorro ártico que usaba como capa, y sin siquiera mirarlos se acuclilló sobre el césped plegando su cuerpo hasta apoyar la barbilla en las rodillas.

Un arsenal electrónico oculto bajo el abrigo de piel había captado cada palabra que se decía, y una microcámara filmaba todos los detalles. El ruso, desatendiendo la visión de esa belleza glacial, giró la cabeza bruscamente hacia Malcon, tiró el cigarrillo al suelo y apagándolo con la punta del zapato, lo miró fijamente, preguntándole, con inflexión de resquemor y regateo: – ¿Cree Ud. que valdrá tanto dinero esa mercancía?

– ¿Quién puede saberlo? Todo lo que es original suele traer oro y escoria. El precio de los conocimientos es invalorable y más, cuando escasean. Se convierten en rarísimas gemas. Un plan tentativo de investigación propia puede costar mucho más que eso tan sólo en equipamientos, y sin garantía de resultados durante muchos años.

– ¿Y si hablamos de cincuenta millones...?

– Por ese monto no arriesgo mi pellejo ni que estuviese loco. ¡Menos de cien ni hablar!

– No me deja más alternativa que aceptar su precio. Respondió el diplomático con una mueca de capitulación. Usted hubiese sido un eximio negociador, amigo Malcon.

– Tal vez, respondió sintiéndose un héroe clandestino. Vendería a buen precio un enigma, pero con el sello personal de Malcon Brussetti. ¡Sólo así valdría cien millones de dólares!

Cien millones de dólares... Sonaron a sus oídos con vibraciones peligrosas y quiso desarraigar el peligro de cuajo. Recordó que el dinero azucarado vuelve imprudentes a los hombres. Prepararía la operación perfecta sin dejar un sólo cabo suelto, y jamás sería ni siquiera un maldito sospechoso.

– Pretendo dos millones en efectivo, en billetes usados de cien y cincuenta dólares en el instante de la entrega de la información, sin numeración corrida, sin defectos ni marcas visibles o invisibles y sin ningún rastreador. Los restantes, en una cuenta cifrada a mi disposición en el Swiss Bank Corporation de Zurich, en Títulos del Tesoro de los Estados Unidos al portador.

– Todo puede arreglarse, pero dos millones en efectivo será un paquete muy abultado, estimó el diplomático imaginándose el embalaje... Serían veinte kilos exactos de dólares en fajos de 100, le dijo el ruso, y si Ud. prefiere con menor denominación, puede triplicarse el peso. ¿No prefiere los dos millones también en Títulos? Serían unas cuantas láminas muy manejables.

– Prefiero el dinero efectivo. Se puede reducir el tamaño del envoltorio colocando menos paquetes de cincuenta y más de cien. Un bolso militar tipo marinero de lona impermeable es un envase adecuado. No quiero maletines de lujo y mucho menos la más mínima insinuación de espionaje electrónico... ni de ningún otro tipo. Recibiré el dinero en el momento de entregar el encargo, lo verificaré, y posteriormente, cuando ustedes me depositen los Títulos al portador, les daré la clave para el acceso al archivo. Esas son mis condiciones.

– Cuando deje de trabajar en ese laboratorio lo quiero en mi equipo. Exclamó el ruso por lo bajo, en tono de alabanza. Es usted un auténtico topo.

– ¿Topo? Preguntó simulando no entender ese lenguaje del hermético submundo que entrelaza el espionaje con la diplomacia internacional.

– Sabe esconderse. Replicó el ruso que decía llamarse Leonid Alexei Gorki.

Dos confabulados se saludaron y el fuerte apretón de manos, con un mohín de triunfo en sus semblantes, selló el trato.

La rubia con ojos de hielo, seguía lánguidamente sorbiendo cuba libre, con su mirada glacial perdida en las glaciales aguas del lago.

Ca$ino genético

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