Читать книгу Ca$ino genético - Derzu Kazak - Страница 17

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Capítulo 13. Glenville

– Yo creía que tú eras...

– ¡Cállate! ¿Tienes el brazo lo suficientemente fuerte como para aguantar una hora y hacer el trámite del casamiento en algún Registro cercano?

– Creo que sí... contestó obnubilado, sin saber si lo casaban a la fuerza o era consciente de sus actos.

– ¡Bien! Cambiaremos de automóvil y de Agencia y nos iremos hacia Glenville, en Grenwich, Conneticut, cerca tenemos el Westchester County Airport.

– ¿Por qué hacia Glenville?

– Tengo parientes, que nos vincularán con otros parientes, y estos con otros, de tal manera que se forme una red donde dispersaremos el dinero, quizás podamos comprar unos pasaportes falsos y escapar de la ley de este país y de los rusos. ¡Espero que no tengas más enemigos que esos dos!

– Quizás también me busquen los que robaron el SSD, no tienen la clave de apertura...

– ¿Qué SSD?

– Una unidad de estado sólido que costó este dinero y otros noventa y ocho millones que jamás serán depositados. Una bomba genética.

– Malcon, ¿sabes una cosa? Creía que eras una mierda, pero no lo eres, eres mucho menos que eso; pero no conozco nada más bajo que la mierda en este mundo. Jamás creí que un científico fuese tan...

– Quizás algún día me perdones y sepas que yo no querí...

– ¡Basta! Para conocer a una persona basta y sobra con un hecho, y el hombre que prefiere asesinar a su hijo antes que criarlo y afrontar lo que venga a lo macho, ni es hombre ni mereció nacer como ser humano. ¡Tiene las bolas de adorno! Una hiena siente más cariño por sus cachorros... ¡y ninguna los dejaría matar!

– Malcon calló por unos instantes, apesadumbrado, y mirando fijamente al infinito por el parabrisas del coche, dijo en tono de consulta conciliadora: ¿No deberíamos alejar el automóvil de este aeropuerto? Sabrán que hemos estado aquí.

– Humm... Es verdad, seguiremos con él hasta Bronx, y allí tomaremos un transporte público hacia Conneticut. Se detuvieron al lado de una pared con grafitis dibujados de prisa.

– Podemos casarnos en Queens. Sugirió Malcon sumisamente.

– Lo haremos en Bronx. Contestó secamente Fire, está más alejado del aeropuerto, y estando el paquete dentro lo estarán vigilando día y noche para cazarnos, hasta que sospechen y verifiquen. Espero que entonces sea demasiado tarde para ellos. De todas maneras los únicos interesado en meter las narices en ese casillero son los rusos, y aunque tienen poder de sobra para hacerlo a su manera, no creo que violen ninguna ley ni mucho menos les interese crear un problema de espionaje internacional. Sabrán cuidarse. Solamente estarán al acecho.

Al llegar al Bronx, aparcaron el automóvil y se casaron perentoriamente, como dos atolondrados adolescentes frente a un juez amodorrado y un testigo profesional que sólo se interesaron por sus emolumentos. Hicieron algunas compras y reservaron unos pasajes aéreos en TWA para el día siguiente con destino a Los Ángeles en una agencia de turismo, sin la menor intención de usarlos, tan sólo para complicar la búsqueda. Uno minutos después tomaron un autobús rumbo a Scardale, donde transbordaron a un expreso que los llevó directamente a Glenville.

Durante el trayecto no hablaron nada, Malcon, a pedido de Amelia estaba sentado dos asientos detrás. Se había comprado un sombrero de lona blanco y unas raquetas de tenis Head, además de las zapatillas y un conjunto deportivo también blanco con rayas azules. Debía sobar en todo momento la raqueta, verificando la tensión de sus cuerdas como si de ello dependiera su vida, pero sin revelar que su brazo estaba con una fea herida apenas vendada con unos jirones de su camisa. Transportaba el dinero dentro de otra nueva bolsa marinera, donde remetió un paquete cerrado con un candado, que valía exactamente lo que contenía.

Ella, por su parte, metida en el toilet de una estación de servicio Texaco, con un sachet Soft Color Wella de shampoo tratamiento y otros ungüentos, se había desteñido el pelo a lo Marilyn, y encajándose unos anteojos oscuros de cristales grandes, que juntamente con su vestido abigarrado y largo de una gasa etérea, pletórico de vuelos, le daban aires indostánicos. Tuvo especial dedicación con el maquillaje, que oscureció su cutis a un tostado oriental, discreto y apagado. Intentaba leer un grueso tomo que tenía como título: University Calculus de Taylor y Wade, comprado al voleo en una librería, como si realmente entendiera la simbología de la Matemática Superior, cuando ni tan sólo tenía nociones de lo que era el Algebra Elemental. Todo debía ser diferente.

Ambos viajaban separados y sin hablar con sus ocasionales acompañantes, concentrados en su tarea de desorientación.

Malcon empezaba a ver con otros ojos a esa misteriosa Fire cuyo temperamento no era precisamente discordante con su sobrenombre.

Pensaba en los Laboratorios Sorensen...

Ni siquiera había avisado que faltaría al trabajo, y veía muy dificultoso que alguna vez en su vida pudiese regresar a esos recintos alucinantes. Allí, tarde o temprano, por el cariz que estaban tomando los acontecimientos, también sabrían que había sido un traidor, y esa palabra ya empezaba a molestarle más de la cuenta.

Al arribar a Glenville, cada uno por su lado tomó un taxi a un destino que distaba unos quinientos metros del lugar donde se apearon, y caminaron hasta la puerta de una casa de aspecto sencillo, pletórica de flores en su pequeño jardín.

– Ahora deberé fingir ante mi familia, dijo Fire, debemos aparentar una buena relación y que te aprecien, estaremos unos días, tan sólo los necesarios para hacer los contactos con los parientes que se ocuparán de pasar el dinero más allá de las fronteras.

Ninguno de los dos sospechaba que los grandes servicios de inteligencia tienen los tentáculos más largos que el círculo terráqueo.

Tampoco los servicios de inteligencia sospechaban del intrincado andamiaje familiar que tenía Amelia Salinas Ugarte.

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