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2.1 A PARTIR DE DE LA IMPERFECCIÓN

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En la mayor parte de nuestras actividades cotidianas, desde las más triviales hasta las más científicamente sofisticadas, privilegiamos, sin ni siquiera darnos cuenta de ello, la eficacia práctica, el poder-hacer o el saber-hacer en detrimento de otros modos de relación posibles con nuestro entorno. Porque hemos olvidado que es posible otra mirada, una mirada que, haciéndonos ver el mundo en sí mismo, nos permitiría conocerlo, aunque de una manera menos inmediatamente interesada: como objeto de contemplación antes que como campo de acción, o, en la acción, como copartícipe más que como medio e instrumento. Ahora bien, ya sea que se trate de las cosas que manipulamos o de las personas con las que interactuamos, nos contentamos de hecho, la mayor parte de las veces, con operar sobre ellas o con ellas. En esas condiciones, lo que más nos interesa acerca de ellas se limita casi, en el fondo, a buscar aquello por lo que nos pueden ser útiles o dañinas, agradables o desagradables, en función de los programas que consideramos que son capaces de dejarnos realizar. Esa manera de fijar, a partir de criterios de orden instrumental, el valor de los objetos, así como las significaciones que proyectamos sobre el mundo, coloca por principio los seres y las cosas en el estatuto de realidades a distancia y en cierto modo sin alma. En breve, la perspectiva funcional que sostiene nuestras prácticas más ordinarias nos conduce espontáneamente a objetivar el mundo y, al hacerlo, a distanciarnos de él.

Hasta fechas recientes, la semiótica ha asumido en cierto modo como algo obvio esa visión dualista que coloca ante el sujeto un mundoobjeto cargado ciertamente de significación y de valor, pero visto como una pura exterioridad extraña y distante. Con De la imperfección, por el contrario, Greimas ha abierto la vía a una serie de investigaciones complementarias conducentes a otra forma mayor del encuentro entre sujeto y objeto, el encuentro estético1. En ese plano, no se trata ya de una distancia objetivante sino de una proximidad inmediata e incluso de cierta forma de intimidad efusiva que se establece entre los dos polos de la relación, entre un sujeto “experimentante” para quien el “conocer” no se separa del “sentir”, y un objeto (o un casi-sujeto) cognoscible bajo la misma modalidad del “sentir” o del “experimentar”. No se trata evidentemente, para Greimas, de preconizar el retorno, entre los hombres y la naturaleza o entre los hombres mismos entre sí, a formas de relación participativa que, en otros tiempos, gracias a un modo de aprehensión de lo real, que podemos retrospectivamente considerar como fundado en el poder unificador del simbolismo mítico, permitiría –por lo que uno se imagina– vivir en armonía con el universo en una suerte de gran Todo sin exterioridad, o como dice Greimas, de “pancalia original”* (De l’I., 95). Independientemente de ese género de nostalgia, la cuestión consiste en saber si es aún posible concebir algún modo de relación con las figuras del mundo capaz de aportar remedio al desencanto de la separación.

El camino propuesto en De la imperfección pasa por la mediación de lo sensible, y por tanto de lo estético, o más fundamentalmente de lo “estésico”. En la experiencia estésica –ese momento en que, como dice Michel Tournier, las cosas se nos revelan en su “esencia”, “sin buscar otra justificación que su propia perfección”2–, la realidad exterior puede adquirir sentido y valor de modo casi fusional, como si el contacto con el “perfume” de los objetos fuese suficiente para hacer al sujeto plenamente presente al mundo, y al mundo inmediatamente significante. La convocación del sujeto por la forma inmanente de las figuras del mundo sensible parece coincidir entonces con la revelación del sentido, de tal suerte que no se puede, en ese caso, oponer conceptualmente el sentir, con su carácter inmediato, a la reflexividad del conocer, ni separarlos analíticamente. Debemos, por el contrario, tratar de dar cuenta de la manera en que esas dos dimensiones constitutivas de nuestra captación de lo real –esas dos formas complementarias de un solo “saber” sobre el mundo– se entrelazan y probablemente se refuerzan una a otra: no solamente lo sensible “se siente” (por definición), sino que también, por sí mismo, hace sentido, lo mismo que, inversamente, el sentido articulado incorpora algo que emana directamente del plano sensible. En el fondo, ¿no está la significación ya presente en lo que los sentidos nos permiten percibir, y el contacto con las cualidades sensibles del mundo no permanece de cierto modo aún presente hasta el nivel en el que el sentido articulado es construido?

La reflexión sobre la emergencia y el modo de existencia del sentido en la experiencia estética conduce también a considerar una superación de la concepción dualista –sensación versus cognición– que la tradición tiende a imponernos. Y nuestra hipótesis consiste en que tal superación es posible. Y no se trata, propiamente hablando, de desarrollar una semiótica de “lo sensible” entendida como lo opuesto a una semiótica de lo “inteligible”, sino más bien de una semiótica que se convierta, ella misma, en más sensible, y por lo mismo, tal vez, en más inteligible. Dicho esto, si bien es cierto que, en este punto, Greimas nos ha abierto sin duda alguna la puerta, no por eso nos ha facilitado la tarea. Al contrario, la “teoría” estética, ampliamente implícita, que esboza en De la imperfección, admite por lo menos dos interpretaciones bastante diferentes, que, como vamos a ver de inmediato, están lejos de presentar, tanto una como otra, alguna utilidad desde el punto de vista de la marcha de nuestro proyecto unificador.

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