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2.2 FRACTURAS Y ESCAPATORIAS 2.2.1 De la estesis y de la pasión como accidentes
ОглавлениеLa primera de esas interpretaciones, convertida en Vulgata entre los semióticos, se apoya en los cinco análisis de “eventos estéticos” realizados por el autor en la primera parte del libro (“La fractura”), a partir de breves textos de M. Tournier, I. Calvino, R.M. Rilke, J. Tanizaki y J. Cortázar. Vemos allí cómo la experiencia sensible del encuentro entre sujeto y objeto adquiere la forma de una irrupción súbita, inexplicada e inexplicable –accidental– del sentido y del valor sobre un fondo de cotidianeidad marcada por la monotonía y vivida con indiferencia, si no con tedio.
A partir de ahí, muchos se han creído autorizados a reducir la “visión estética” de Greimas a una suerte de algoritmo elemental, a la vez catastrofista por la forma y romántico por su giro espiritual. El esquema propuesto desde esa óptica es completamente simple.
Primero, como es de rigor (después de Propp), una carencia, engendrada en la ocurrencia por la monotonía y el aburrimiento de la vida cotidiana, una suerte de nostalgia (a lo Bovary) rebautizada como “espera de lo inesperado” (De l’I., 86). Luego, verdadero milagro destinado a colmar esa espera, una aparición súbita, una “fractura” en el orden de las cosas viene inesperadamente a provocar el éxtasis del sujeto, haciéndole entrever, más allá de las apariencias, un mundo “otro”, cargado de sentido: ese es el momento estético propiamente dicho, en ruptura completa con lo que le precede y con lo que le seguirá. El accidente estético introduce en el flujo de una continuidad postulada como in-mutable y necesaria, una súbita discontinuidad, tan imprevisible como efímera (De l’I., 31-32). De hecho, apenas llegado el instante del deslumbramiento, comienza el ineluctable retorno hacia el punto de partida, la “recaída” en el mundo “banal” y “automatizado” de todos los días (De l’I., 84). Recorrido en tres etapas, pues, cuya sucesión en forma de ida y vuelta no hace más que traducir en el plano sintagmático una articulación paradigmática estrictamente binaria: de un lado, la experiencia estética, presentada como un “relámpago pasajero”; de otro, el trajín cotidiano, verdadero océano de “anestesia” del que el sujeto emerge, apenas un instante, para mejor sumergirse de nuevo.
El problema reside en que el modelo así esquematizado no tiene ningún valor explicativo. La insistencia puesta en las rupturas, que supone la alternancia entre maneras de “ser-en-el-mundo” radicalmente opuestas, remite sin duda a una serie de rasgos categóricos, suficientes para sistematizar las diferencias entre los estados considerados, pero eso no equivale en absoluto a la instalación de un dispositivo teórico que ayude a comprender cómo se articulan entre sí esas maneras de ser. De hecho, la marcha desemboca solamente en la ilustración tautológica de la perspectiva dualista implícitamente adoptada en el punto de partida, multiplicando para ello los planos en los que se pretende captar las manifestaciones de la oposición de base que se supone la fundamenta. De ese modo, lo mismo que la experiencia estésica es presentada como la simple y pura negación de la anestesia que presupone, el momento propiamente dicho de esa experiencia solo se caracteriza, a su turno, por su puntualidad accidental, en negativo, por oposición a la duración monótona que la precede y que la sucederá. Y tratándose de las significaciones susceptibles de desprenderse de esa sucesión de secuencias heterogéneas, uno se limita a resaltar el contraste entre dos regímenes de existencia del sentido, propuestas como radicalmente antitéticas, a saber: por un lado, un sentido en cierto modo para todo el mundo y para todos los días, considerado como meramente “denotativo” y calificado, bastante paradójicamente, de “desemantizado” (por el “desgaste” – De l’I., 84, 89-90), y, por otro lado, un sentido conocible exclusivamente en el éxtasis, pero considerado como revelador del “ser” mismo de las cosas. Y entre esos dos polos, nada más que la brecha de una discontinuidad radical.
El mismo tipo de dualismo categórico, que no proporciona ni vías de paso ni transición entre los extremos, ni considera relación dialéctica alguna entre ellos, reaparece, asumido esta vez de manera explícita, en la base del ensayo sobre Semiótica de las pasiones, escrito casi en el mismo momento, aunque publicado algunos años más tarde, en colaboración con Jacques Fontanille3. A la “tensividad” ordinaria y anodina de las “formas cotidianas del discurso pasional”, “siempre presente en el desarrollo discursivo”, los autores oponen el caso de las “pasiones violentas” como la cólera, la desesperación, el deslumbramiento o el terror (SdP, 18). Reaparece allí el tema de la “fractura”, tan fuertemente acentuado si no aún más que en De la imperfección (SdP, 18; De l’I., 72). Ninguna expresión les ha parecido excesiva a los autores para subrayar la fuerza de ruptura que acompaña, según ellos, lo que se podría llamar el evento patémico, paralelo del “evento estético” del otro libro: “Una suerte de entrada en trance del sujeto –se nos dice–, lo transporta a una dimensión imprevisible”… Es la “carne viva, la propioceptividad ‘salvaje’ la que se manifiesta y reclama sus derechos”. Cuando el “sentir” viene tan irresistiblemente a “desbordar” el “percibir”, el sujeto del padecer es rápidamente conducido a una “suerte de desdoblamiento” (SdP, 18-19). El “sujeto del discurso” ordinario cede así el lugar a un “sujeto apasionado” que, “perturbando el decir cognitiva y pragmáticamente programado” del primero, hace que su “racionalidad quede a la deriva, […] perturbándola con sus pulsaciones discordantes” (SdP, 16-17).
Tan trastornadora como el accidente estésico en medio de la triste continuidad de lo cotidiano, la irrupción de la pasión aparece aquí, por consiguiente –de manera no menos conforme con cierta idea del “romanticismo”–, como una verdadera pequeña catástrofe en relación con el curso ordinario de la vida. En otros términos, el evento patémico se destaca sobre un fondo de apatía, en todos sus puntos comparable al trasfondo de anestesia que presuponía hace un momento el “deslumbramiento” estésico. En ambos casos, el mismo tipo de ruptura hace surgir de golpe si no otro sujeto, al menos un sujeto “fuera de sí”, “en trance”. Única diferencia a primera vista, pues mientras que el accidente estésico permitía al sujeto salir de la insignificancia para acceder a la plenitud del sentido, el accidente patémico, en sentido inverso, se presenta como una regresión, ya que su efecto primero es, en suma, hacer perder la razón a aquel que, según todas las apariencias, es la víctima impotente.
¡Tales son los que podemos llamar, si seguimos la concepción de los autores, estragos de la pasión! Pero eso no es todo.