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Capítulo III Caminos de juventud en Ciénaga y Santa Marta

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Guillermo era un muchacho común y corriente, como cualquier joven de la época. Inició estudios de primaria en el Colegio Adventista de Ciénaga, regentado en esa época por María Ruptilia Manjarrez, que funcionó en la calle Valledupar con el callejón Enciso. En una esquina, diagonal a la institución educativa, vivía quien más adelante sería uno de los personajes más populares en la vida artística del cantor cienaguero: Heliodoro Eguis, a quien dedicó uno de sus canciones más exitosas. A Guillermo, los compañeros de colegio, le pusieron pronto un apodo: Papabuelo, por el color rubio del cabello.

Continuó los estudios primarios en la Escuela Moderna, de don Víctor Manuel Gallardo Meza5, ubicada entonces en el callejón Popayán, entre calles Padilla y Valledupar. Cursó hasta tercero de bachillerato en la Escuela de Segunda Enseñanza para Varones, que había sido creada en abril 4 de 1932 mediante ordenanza del departamento.

En 1933, el gobernador del departamento, Roberto Castañeda Orozco y el director de Educación Pública, firmaron el Decreto 81 que organizó el plantel según lo dispuesto por la ordenanza de 1932. Fueron nombrado el poeta Gregorio Castañeda Aragón -el poeta de San Juan del Córdoba, como lo llamaba León De Greiff- como rector fundador, con una asignación mensual de $120 pesos, y los profesores Franco García Navarro, Carlos García Mallorca, Ramón Miranda, Raúl Villalobos Rojas, Manuel Rovira Bolaños, Víctor Manuel Gallardo y los padres Nicanor Sagorday y Saturnino Orellano: una nómina de lujo, dadas las calidades profesionales e intelectuales de los designados.

En marzo de 1934, la Escuela de Segunda Enseñanza abrió sus puertas con los cursos primero y segundo de bachillerato. Inicialmente funcionó en el viejo caserón de las hermanas Sara e Isabel Maya Fernández de Castro (Machara y Mabén), en la esquina del callejón Bucaramanga con la calle Magdalena, en la antigua residencia de las Hermanas del extinto Colegio Santa Teresa de la Presentación. El colegio, para 1935, siendo rector el licenciado Bienvenido Rodríguez, abrió los grados tercero y cuarto de bachillerato.

Guillermo Buitrago ya pertenecía al colegio. El profesor Pedro Juan Navarro recordaba a Guillermo como un muchacho “sereno y muy callado, ajeno a problemas y discusiones”. Solía decir, contaba el profesor, que “para pelear se necesitan dos y yo no soy uno”. Era un estudiante promedio, pero, sin ninguna duda, la música era su verdadera pasión, memora Navarro.

En 1943, durante la gobernación de Armando L. Fuentes, el Decreto 67 creó el Instituto Virginia Gómez, y en el mismo acto administrativo, la Escuela de Segunda Enseñanza pasó a llamarse Instituto San Juan del Córdoba.

A principios de 1944, ocupó la dirección del colegio el licenciado Campo Elías Ortega, quien pronto le dio un nivel al colegio similar al del Liceo Celedón de Santa Marta, institución prestigiosa en donde estudiaban los hijos de las más importantes familias del antiguo departamento del Magdalena. Campo Elías logró la aprobación para dictar los cursos de quinto y sexto de bachillerato: un hito para la educación de una ciudad que crecía de manera acelerada.

En 1949, año de la muerte inesperada de Buitrago, siendo vicerrector el doctor Pedro Juan Navarro, el Instituto San Juan de Córdoba entregó su primera promoción de bachilleres: diez jóvenes que, andando los años, traspasaron sin dificultad el umbral de los centros universitarios.

El joven Guillermo Buitrago de la época escolar era un muchacho pausado al hablar, sereno, laborioso. Siempre andaba bien vestido y con el pelo corto y engominado, partido al lado izquierdo, lo que le daba una apariencia elegante. Alto, blanco, pecoso y de ojos claros, Buitrago estaba dotado de un físico poco usual en Ciénaga. La ceja izquierda, según recuerda uno de sus amigos de estudios, la tenía un poco más arqueada que la derecha. Frente ancha, orejas grandes y miradas fijas, tenía una protuberante manzana de Adán.


Foto: Hermanos de Guillermo Buitrago.

Socorro, su hermana mayor, recordaba que le gustaba leer y sentarse a la puerta de la casa. Con ella era con quien más conversaba. La actualidad y generalidades del momento ocupaban sus charlas. Fue supremamente respetuoso y amable con las personas. Nunca fumó en una época en que la juventud exhibía la mayoría de edad de la mano siempre de un paquete de cigarrillo. A pesar de su frágil contextura física, Socorro afirmaba que Guillermo era muy sano.

No hizo estudios de música, pero desde muy joven se sintió atraído por la fuerza de su sensibilidad musical. Sus inquietudes musicales las expresaba tocando en cajas de madera, silbando y cantando mientras que Helda, niña aún, lo acompañaba con toda clase de “ruidos”.

Empajaba muebles y fabricaba tiritos de mecha en los ratos en que estaba desocupado. Actividades que constituían unas entradas económicas importantes, ya que todavía no ejercía la música como una profesión. Estaba muy joven y apenas rasgaba el tiple, que fue el primer instrumento que aprendió a tocar gracias a su propietario José Rosario Caguana, que vivía en La Manglaria.

La guitarra, sin embargo, era el instrumento que lo cautivaba y, curiosamente, uno de los enamorados de una de sus hermanas tocaba guitarra, la que dejaba guardada en la casa donde ellos vivían, ocasiones que aprovechaba El Mono para necear con las cuerdas.

A mediados de 1936, adolescente aún, empezó a trabajar, como dependiente, en el almacén de víveres El Mercadito, ubicado en la calle Cauca, con el callejón de las Flores, en un local de Gabriel González de la Hoz, arrendado a José Manuel Fernández de Castro, El Baby Castro, dueño del negocio. Allí trabajó poco tiempo.

Guillermo Buitrago: Precursor de la música vallenata

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