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La interfaz entre la neurociencia cognitiva y la dinámica cuántica del cerebro

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Por empezar, las neurociencias ya aceptan que los EAC preparan el cerebro para el conocimiento. En este sentido se enmarca una investigación realizada por científicos de la Universidad de Southampton (Reino Unido), de la Universidad de Queen (Canadá) y de la Universidad de Postdam (Alemania), entre otros centros. Sus resultados han aparecido publicados en la revista Cerebral Cortex, que edita Oxford University Press. En su estudio, los investigadores analizaron los cerebros de quince chamanes a los que se intentó inducir un estado de trance con el sonido rítmico de unos tambores. En esta circunstancia, algunos de ellos entraron en estado de trance y otros no. A continuación, el cerebro de todos fue analizado con exploraciones que duraron ocho minutos. En concreto, los científicos estudiaron la conectividad de las redes cerebrales de todos los participantes. Lo que se constató fue que el estado ampliado de la conciencia estaba asociado con una mayor centralidad de vector propio (o mayor conectividad neural) en tres regiones del cerebro: la corteza cingulada posterior (o PCC, que ha sido relacionada con la conciencia humana), el córtex del cíngulo anterior dorsal (que juega un rol en ciertas funciones cognitivas, como la empatía o las emociones) y la ínsula del lado izquierdo (de la ínsula se piensa que procesa la información convergente, para producir un contexto emocionalmente relevante para la experiencia sensorial). Además de determinar un aumento de actividad cerebral en las tres regiones mencionadas, los investigadores encontraron que, en aquellos participantes que sí alcanzaron el estado de trance, se produjo una mayor coactivación entre todas esas regiones. Este hecho sugiere que se produjo en ellos la ampliación de una corriente neural orientada internamente. Por último, se constató que las áreas cerebrales vinculadas con la vía auditiva presentaban una conexión reducida, lo que posiblemente indique un desacoplamiento perceptual y la supresión de estímulos auditivos. En resumen, escriben los investigadores, el trance parece involucrar a redes cerebrales específicas y coactivas, y desconectar el procesamiento sensorial. Esta reconfiguración de la red cerebral tendría como efecto un estado de pensamiento en el que pueden darse la integración y la comprensión. Esta correlación entre los EAC y una apertura dirigida a los procesos de conocer, acceso e incorporación de muchos niveles de información, percepción, intelección y entendimiento se complementa con otros estudios realizados en el pasado con monjes budistas tibetanos y franciscanos, mediante técnicas de neuroimagen, que revelaron que la oración promueve el incremento del fluido sanguíneo en los lóbulos frontales del cerebro y una disminución del flujo sanguíneo en los lóbulos parietales, y que la experiencia de trascendencia provoca un alto grado de flujo sanguíneo en las áreas del cerebro relacionadas con la atención, pero un bajo grado de fluidos en la áreas neuronales que conectan la mente con el cuerpo (Hove et al., 2015).

Sin embargo, es mucho más complejo lo que puede ocurrir con los sabios tradicionales en sus trances, de acuerdo con las ciencias físicas, y casi en sus fronteras.

Según el antropólogo Luis Eduardo Luna y el psiquiatra-neurocientífico Ede Frecska, el sanador chamánico podría verse como un experto en “información no local”. El paradigma neurocientífico prevaleciente considera que el procesamiento de información dentro del sistema nervioso central ocurre a través de redes neuronales interconectadas y jerárquicamente organizadas. La jerarquía de las redes neuronales no termina en el nivel neuroaxonal; incorpora mecanismos subcelulares también. Cuando el tamaño de los componentes jerárquicos alcanza el rango nanométrico y el número de elementos excede el del sistema neuroaxonal, surge una interfaz para una posible transición entre los eventos físicos neuroquímicos y cuánticos. La “señal de la no localidad”, a la que se accede mediante entrelazamiento cuántico,15 es una característica esencial del dominio físico cuántico. La interfaz presentada puede implicar que algunas manifestaciones de estados alterados de conciencia, cambios inconscientes/conscientes tienen origen cuántico con importantes implicaciones psicosomáticas. Los métodos de curación basados en EAC y comunes en las tradiciones espirituales o chamánicas escapan a las explicaciones neurocientíficas basadas en la cognición clásica denotada por los autores como “perceptual-cognitivo-simbólica” (característica de los estados ordinarios de conciencia). Para la interpretación, se requiere introducir otro canal de procesamiento de información, llamado “directo-intuitivo-no local” (característico de los estados de conciencia no ordinarios). El primero es capaz de modelar a través del simbolismo y está más ligado culturalmente debido a sus características psicológicas. El segundo canal carece de la mediación simbólica, por lo tanto, tiene más similitud transcultural y prácticamente inefable para el primero, aunque puede ocurrir una transliteración específica de la cultura. Diferentes rituales de curación tradicionales persiguen el mismo fin: destruir la sensibilidad “profana”. El uso ritual de enteógenos, los tambores monótonos, los estribillos repetidos, la fatiga, el ayuno, el baile, etc., crean una condición sensorial que está abierta a lo que se llama “sobrenatural”. Según las opiniones antropológicas contemporáneas, el desglose de la sensibilidad/cognición ordinaria no es el objetivo final, sino la forma de lograr la curación, es decir, la psicointegración en el sentido más amplio. Desde la perspectiva de la teoría de sistemas, la integración necesita información para ser incorporada al sistema. Según el modelo presentado, cuando la capacidad de enfrentamiento del proceso “perceptual-cognitivo-simbólico” se agota en una situación estresante e inmanejable, o su influencia se elimina mediante el uso de enteógenos, o con meditación trascendental, se produce un cambio de marco y el “universo espiritual” se abre a través del canal “directo-intuitivo-no local” (Frecska y Luna, 2007).

Por cierto, un verdadero pionero de este tipo de modelos –que no debería ser olvidado– fue el neurofisiólogo y extraordinario investigador del chamanismo mexicano Jacobo Grinberg-Zilberbaum, y su propuesta, la teoría sintérgica. De acuerdo con el autor, el cerebro surgió de la misma lattice16 (campo cuántico u orden implicado), como si esta en su excelsa y absoluta unidad hubiese deseado crear un modelo de sí misma. La lenta evolución de la naturaleza creó un superconductor biológico capaz de interconectar, concentrar y transmitir ingentes cantidades de información sin pérdidas: la neurona y su axón. Los primeros cerebros estaban constituidos por muy pocas neuronas y por lo tanto eran muy pobres en su capacidad de mimetizar la lattice. Como resultado de una fuerza colosal que la lattice ejerce sobre sus distorsiones, intentando hacerlas retornar a su origen, y de otra fuerza, no menos poderosa de signo opuesto, que impulsa a las mismas distorsiones a unirse entre sí y acrecentar su complejidad, a partir de los cerebros primitivos, surge el actual cerebro humano con sus doce millones de neuronas y con una capacidad de interconexión interna cuyas posibilidades combinatorias son similares, en número, al total de partículas elementales de todo el universo. Estos circuitos que interconectan entre sí todos los superconductores biológicos del cerebro están destinados a decodificar las bandas sintérgicas (los campos y fuerzas descriptos por la física y otros tal vez desconocidos) a través de un proceso que se denomina neuroalgoritmización (es lo que nos permite pensar, conceptualizar, hablar y filosofar). Por otro lado, existe un mecanismo de interacción directa con la lattice denominado campo neuronal (es el que nos permite experienciar).

Todas las técnicas de desarrollo de la conciencia tales como la meditación y las prácticas psicoterapéuticas tienen como objetivo el incrementar la capacidad de neuroalgoritmización del cerebro, elevando con ello la sintergia (síntesis + energía) del campo neuronal, lo cual implica una expansión de la conciencia y una incorporación a la conciencia humana de un mayor número de bandas sintérgicas. Esta incorporación es un acercamiento de la conciencia individual a la conciencia de unidad. (Grinberg-Zylberbaum, 1991: 39)

Así, la experiencia es el resultado de la interacción entre el campo neuronal y la lattice del espacio. Como se sabe, existen diferentes niveles de conciencia (la teoría de Grinberg los denomina “orbitales”). Algunas personas a través de la historia afirman haber llegado mediante diferentes técnicas a identificarse y percibir diversos estratos de la lattice, llegando incluso a la conciencia de unidad, es decir, a percibir a la lattice –la conciencia única– en su estado puro y fundamental. Allí no existen dicotomías ni separaciones entre objetos y sujetos. Se funden el observador y lo observado. Esto implica que dicho observador se encuentra en una dimensión que incluye a la propia lattice y por lo tanto independiente de ella.

La estructura del cerebro en su conjunto es una macrodistorsión de la lattice y su increíblemente compleja actividad interna distorsiona a la misma lattice que le da origen. El campo neuronal resultante posee una naturaleza similar a la de la matriz de la realidad; por ello, mientras mayor sea la sintergia de un campo neuronal, más capaz será de interactuar en forma congruente con la lattice en su estado fundamental y puro. En cambio, un campo neuronal de baja sintergia (menos densidad informacional y coherencia) solo podrá interactuar en forma congruente con el correspondiente nivel estructural de la lattice.

Además del campo predicho, existen patrones de interferencias intercerebrales (comprobados en laboratorio) entre cerebros humanos, que generan en la lattice un “hipercampo” y entre cerebros humanos y no humanos que originan un “hipercampo expandido”. Este último punto quizá pueda vincularse a nuestro siguiente tema, y también al desarrollo del capítulo 6.

Por añadidura, se puede especular (tal vez de forma hiperbólica) que ciertos médicos tradicionales y místicos excepcionales fueran capaces de llevar sus EAC a niveles subcelulares y subatómicos, y de algún modo actuar sobre lo biológico, desde las profundidades de las ondas electromagnéticas y los campos más fundamentales de las partículas. En julio de 2020 se anunciaron los resultados de una investigación realizada en el observatorio de detección de ondas gravitatorias Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory (LIGO) que comprobó que las fluctuaciones cuánticas influyen directamente en objetos materiales pesados. Concretamente han movido un espejo de 40 kilos, que es mil millones de veces más pesado que los objetos nanométricos en los que se ha registrado también el impacto de las fluctuaciones cuánticas. Los físicos aislaron los espejos de cualquier otra perturbación, para que quedara a la vista la influencia de la dinámica del vacío cuántico. La medición obtenida se corresponde con lo que establece la mecánica cuántica. El espejo se movió diez zeptómetros (diez sexagésimas de metro). Eso significa que el desplazamiento de un objeto físico pesado por la influencia de las fluctuaciones cuánticas es equivalente a la influencia que puede ejercer sobre el cuerpo humano un único átomo de hidrógeno (el cuerpo humano tiene alrededor de 7.000 cuatrillones de átomos). Las fluctuaciones cuánticas surgen en el seno del así llamado vacío cuántico, un estado físico que contiene la menor energía posible. En el interior de este vacío fluctúan ondas electromagnéticas de las que surgen las partículas: a partir ellas se construye la realidad que percibimos. Ese frenesí, que oscila entre lo real y lo latente, genera un fondo de ruido cuántico cuyos efectos son demasiado sutiles para ser detectados en objetos cotidianos; no obstante, ahora sabemos que esas fluctuaciones cuánticas no son ajenas al mundo ordinario: pueden mover objetos pesados y por supuesto constantemente afectan nuestros cuerpos, aunque ello no pueda ser medido ni percibido (Yu y cols., 2020).

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