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Prefacio*
ОглавлениеCharles D. Laughlin**
El movimiento transpersonal en Occidente es nada menos que revolucionario. Es revolucionario porque tiende a empoderar al individuo, al permitirle vislumbrar tanto un estado de interdependencia personal con el cosmos como la naturaleza holística de nuestro yo superior. Así, las experiencias transpersonales por su propia naturaleza tienen profundas implicaciones socioculturales. Entre otras cosas, los estados alternativos de conciencia (o estados ampliados de conciencia, en términos de Diego Rodolfo Viegas), sean generados usando enteógenos o no, propenden a cerrar la brecha entre la experiencia de la gente “moderna” y la de aquellos pueblos tradicionales que no han perdido el contacto con sus raíces espirituales. La modernidad en las sociedades posindustriales se basa en la socialización de los jóvenes que produce un sentido de alienación, apatía, desamparo, aridez espiritual y flexibilidad económica, que es útil para una economía capitalista, pero es la antítesis del empoderamiento personal.
Las sociedades burocráticas y capitalistas/materialistas modernas tienden a evidenciar lo que he llamado culturas monofásicas (Laughlin, 2011: 62-66; 2013; Laughlin, McManus y d’Aquili, 1990: 292-295). Es decir, esas sociedades predisponen a valorar el conocimiento obtenido solo de lo que nosotros, los “occidentales”, llamamos conciencia de “vigilia normal”, esos estados condicionados por la endoculturación y los sistemas educativos institucionales para centrarse en la realidad física externa. Estas sociedades tienden a tener visiones tecnocráticas del mundo e ignoran, explican, denigran o rechazan el conocimiento obtenido en estados alternativos (o ampliados). Los sistemas socioculturales monofásicos son marcadamente diferentes de los sistemas polifásicos tradicionales en los que las personas llegan a conocer la realidad a través de experiencias vividas en múltiples estados de conciencia: en sueños, visiones, viajes chamánicos, dramas rituales, viajes de drogas enteogénicas, etc. En mi opinión, y claramente también en la opinión de Viegas, las experiencias transpersonales, si se persiguen con diligencia, eventualmente devuelven la mente a un estado natural de equilibrio entre el conocimiento de la propia realidad externa y el conocimiento del ser interior. Dado que la modernidad requiere una atención condicionada al mundo exterior sin enriquecer el conocimiento del ser interior, decolonializar, en el sentido utilizado en este libro, marca un retorno ineludible a una forma polifásica de conocer. La modernidad no puede persistir en un sistema sociocultural polifásico. Son completamente incompatibles. Tampoco la modernidad puede ser disuelta por las llamadas críticas y filosofías posmodernas, o cualquier otro truco racional o ideológico, a menos que estén acompañadas de técnicas que conduzcan a una exploración sostenida y disciplinada de la experiencia transpersonal.
Este último es precisamente el punto que se destaca con tanta fuerza en el libro del profesor Viegas. Las repercusiones socioculturales del transpersonalismo implican ipso facto un movimiento de giro decolonial,1 un retorno o reciclaje de la sociedad a un mundo de vida polifásico no colonial. Este giro, este regreso, no se manifiesta simplemente en una narrativa diferente o en un conjunto de experiencias “expandidas”, sino también en una comprensión más profunda del ser, del yo y su enredo con el cosmos. Este mundo es, en esencia, pancultural. Pueblos tan históricamente distantes como, digamos, los monjes budistas tibetanos y los chamanes navajos pueden compartir un nivel espiritual universal que la mayoría de las personas criadas en Occidente no alcanzan a comprender. Por estas razones, aplaudo el esfuerzo de Diego Viegas por vincular el transpersonalismo y el “giro decolonial” de esta manera profunda e importante. Era necesario y debió haber sucedido hace tiempo.
Seattle, Estados Unidos, 10 de agosto de 2020
* Traducción del inglés: Diego R. Viegas.
** Charles D. Laughlin, Jr. (nacido en 1938) es uno de los padres de la antropología de la conciencia o transpersonal, es neuroantropólogo y cofundó la teoría conocida como “estructuralismo biogenético”. Laughlin es profesor emérito de antropología y religión en la Universidad de Carleton en Ottawa, Canadá. Su tesis doctoral (1972) se basó en el trabajo de campo realizado entre una pequeña tribu en el noreste de Uganda llamada So (también conocida como Tepeth o Tepes). Realizó estudios de posgrado en el Instituto de Ciencias Neurológicas de la Universidad de Pensilvania. Practicante de varias disciplinas de meditación, fue también durante años un monje laico dentro de la tradición Sakya del budismo tibetano. También estudió el budismo zen. En la década de 1990, estudió el estado de conciencia conocido por los navajos como “hózhó”, y lo comparó con estados alterados de conciencia budistas, como el satori o el kensho. Ha publicado numerosos artículos en revistas sobre sistemas religiosos y estudios transpersonales. Ha escrito asimismo el estudio más completo de la antropología de los sueños hasta ahora publicado (Laughlin, 2011).
1. En castellano en el original. [N. del T.]