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Capítulo 2

Primeros pasos: la confianza

“Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. Isaías 26:4

–Mañana todas tenemos que llevar una foto de nuestra familia a la escuela, para ponerla en el tablero de anuncios. Necesito una foto de nuestra familia. ¿Me ayudarás a encontrar una, mami?

Las palabras se atropellan en un apresuramiento lleno de excitación, mientras Cristina arroja su mochila sobre la silla más cercana.

–Me ayudarás, mamá, ¿verdad?

–Por supuesto –le responde su madre, mientras se mueve por la cocina buscando los ingredientes para preparar la cena–, pero ahora estoy ocupada. Lo veremos después de cenar.

Pero después de la cena, mamá habla por teléfono largamente, el vecino viene de visita; luego llega la hora de ir a dormir. Cristina está angustiada. ¿Cómo podría encontrar la foto? La madre le promete ayudarla en la mañana. Pero el bebé pasa molesto la mitad de la noche, y en la mañana, mamá está demasiado cansada y no tiene ánimo de buscar una fotografía de la familia.

–No importa, Cristina. Solo dile a la maestra que la llevarás mañana.

–Pero, mamá, me dijiste que me la buscarías... ¡Y la maestra dijo que debíamos llevarla hoy! –se lamenta Cristina con lágrimas en los ojos, mientras sale pesadamente hacia la escuela sin la prometida fotografía.

A sus cuatro años, Miguelito es un torbellino. Con energía para regalar, está lleno de preguntas acerca de cualquier cosa imaginable. Un domingo de tarde, cuando la familia está yendo a nadar, él y su hermana comienzan a pelear en el asiento trasero del automóvil.

–Si no dejan de pelear ahora mismo, no habrá nada especial para comer después del baño –grita papá, pero la pelea continúa.

Finalmente, mamá se da vuelta para detener la bulla, y advierte:

–¡Se terminó, no habrá nada especial hoy!

Pero después de nadar, el niño ruega por un bocadillo.

–No voy a pelear en el viaje de regreso, ¡de veras, lo digo!

Sus padres aflojan y todos reciben su helado.

Cristina y Miguelito están absorbiendo una lección importante: que mamá y papá no son dignos de confianza. Están descubriendo que sus padres dicen una cosa y hacen otra, y que no se puede esperar que cumplan sus palabras o promesas. Las palabras no significan demasiado; son las acciones las que realmente cuentan. Algún día, más adelante en el camino de la vida, Cristina y Miguel pueden tener también dificultades para confiar en Dios, porque aprendieron bien sus lecciones. Si mamá y papá, las personas más importantes en sus vidas; no son dignos de confianza, probablemente tampoco Dios lo sea.

Por supuesto, como padres no tenemos la infalibilidad. Ciertamente nos olvidamos a veces, y las cosas no ocurren de la manera que queremos. Los hijos pueden olvidar descuidos ocasionales. Es la tendencia lo que realmente importa. ¿Pueden nuestros hijos confiar en nosotros? ¿Queremos decir lo que decimos? ¿Cumplimos nuestras amenazas? ¿Les damos primera prioridad a las promesas que hacemos a nuestros hijos? Cuando lo hacemos, estamos construyendo en ellos la confianza hacia un Dios que nunca les falla a sus hijos. Les estamos enseñando una de las lecciones fundamentales de la primera infancia.

¿Cuán importante es la lección de la confianza? El amor y la confianza van de la mano. Sin uno de ellos no podemos tener el otro. El amor envió al Salvador. La confianza acepta su sacrificio. El amor proveyó un camino para tratar con el pecado. La confianza acepta su gracia y su vida perfecta en lugar de nuestra pecaminosidad. El amor anhela mostrarnos una vida mejor. La confianza lo acepta como el Señor de nuestra vida; una guía que podemos seguir con certidumbre. La confianza aprendida en la niñez se traduce en fe y confianza en Dios, más tarde en la vida.

Stephany, de cuatro años, era exigente y agresiva, quería mandar todo el tiempo y rehusaba cooperar con los demás. No confiaba en nadie, sino en sí misma. Sus nuevos padres adoptivos, consejeros que habían trabajado profesionalmente con muchas familias, ya no sabían qué hacer con ella. No podían creer nada de lo que Stephany dijera. La niña mentía cada vez que le convenía y, luego, lo negaba. Parecía incapaz de distinguir entre la verdad y la falsedad.

Aunque se acercaban a los cuarenta años, los padres adoptivos habían procurado ansiosamente tener un niño. Stephany parecía ser la respuesta a sus oraciones por una familia propia. Pero cuando me contaban acerca de las dificultades, se preguntaban seriamente si deberían seguir adelante con la adopción.

A medida que el relato se desarrollaba, comencé a entender por qué estaban teniendo tales problemas. La madre biológica de Stephany era mentalmente retardada y, con frecuencia, no les ponía atención a sus niños. A los 18 meses, Stephany había tenido que arreglárselas sola a fin de sobrevivir; aprendió a abrir la puerta de la refrigeradora y a tomar cualquier magro alimento que estuviera disponible. Cuando los vecinos, finalmente, descubrieron su situación, Stephany tenía casi dos años.

Durante los años en que debiera haber aprendido a confiar en los adultos, que en su mundo tenían el deber de cuidar de ella, descubrió, en cambio, que ese mundo no era amigable con ella ni la cuidaba, que no podía confiar en que los adultos la cuidarían. Ahora, a los cuatro años, Stephany no confiaba en nadie, excepto en sí misma. Nunca sintió amor ni vínculo alguno con su madre. Con una brecha tan seria en sus experiencias tempranas, era un candidato seguro a ser víctima de problemas de personalidad durante toda su vida.

Stephany exhibía muchas señales de desconfianza. Estaba segura de que nadie se interesaría en ella, aunque sus nuevos padres hacían lo mejor que podían para satisfacer sus necesidades. La niña creía que la gente era mala y tendía a concentrarse en lo que no le gustaba de sus nuevos padres, en lugar de ver las cosas positivas que hacían por ella. Constantemente en guardia, se negaba a conocerlos o permitirles que entraran en amistad con ella. Escondía sus nuevos juguetes y peleaba como un tigre cuando su madre quería lavarle sus ropas sucias. La niña temía que desaparecieran para siempre. Tomaría mucho amor y cuidado consistente llegar a Stephany, de modo que pudiera confiar en la gente.

Muchos niños muestran señales incipientes de desconfianza, aun cuando hayan recibido amor y cuidado cuando eran bebitos. Han aprendido, a través de los años, que no pueden contar con sus padres y otros adultos relacionados con sus vidas, cuando más los necesitan. O tal vez experimentaron un severo quebranto en su relación de confianza con un adulto, tal como ocurre cuando un padre abusa sexualmente de un hijo. Y de esta manera, la confianza temprana aprendida durante la infancia resulta erosionada.

¿Qué puedes hacer para ayudar a tus niños a aprender que Dios es digno de confianza? Ya que los niños –y los adultos– tienden a percibir a Dios de la misma manera en que piensan de sus padres, el primer paso es que tú mismo seas digno de confianza.

1 Dile siempre a tu niña la verdad: nunca mientas. No le digas que la inyección no dolerá, cuando sabes que le va a doler. Di, en cambio:–Sé que la inyección va a doler, pero te ayudará a ponerte mejor. Papá te abrazará. Yo sé que puedes ser una niña valiente.Cuando salgas, no desaparezcas simplemente. En cambio, dile a tu niño a dónde vas y cuándo estarás de regreso.

2 Cumple tus promesas. Catalina tiene cabello negro rizado, suaves mejillas redondeadas y grandes ojos castaños. Su naricita apunta un poquito hacia arriba, y tiene un hoyuelo en medio del mentón. Luce bellísima en su nuevo vestido de sábado. Su único problema en la clase de Escuela Sabática es que, aunque tiene casi tres años, no quiere quedarse en la clase sin mamá. Si su madre tan solo sugiere que va a retirarse, Catalina comienza a llorar y a aferrarse de ella. De modo que un sábado de mañana la mamá decide deslizarse fuera del salón cuando la niña está ocupada colocando un animal en el franelógrafo, a pesar de haberle prometido que no se retiraría.Por supuesto, tan pronto como Catalina descubre que su madre no está allí, comienza a llorar histéricamente. Nadie puede tranquilizarla, y una de las maestras tiene que llevarla con su madre. El sábado siguiente, ni siquiera desea entrar en su aula de la Escuela Sabática.Cumplir las promesas es una parte vital en la enseñanza de la confianza a los niños. Sé cuidadoso con lo que prometes, a fin de ser digno de confianza.

3 Sé consecuente con lo que dices que harás. Si le dices a un niño que no podrá tener postre, a menos que termine de comer sus verduras, mantén tu palabra. Si le dices a tu hijo de siete años que se quede en el jardín y él se va a jugar a la casa del vecino, procede con una apropiada consecuencia. O si has prometido a tus hijos que los llevarás al parque si recogen sus juguetes por tres días, mantén tu palabra.

4 Demuéstrale a tu niño un alto nivel de apoyo. Respeta los sentimientos de tu hija, ayúdala con las partes más difíciles de una tarea escolar, escucha sus relatos acerca de lo que ocurre en la escuela. Nunca te burles de ella ni la reprendas en presencia de otras personas. No saques sus faltas a relucir para burlarte de ella. Perdona y olvida. Respeta sus opiniones.Cuando te confiesa que alguien la ha tratado mal, investiga. Todas estas acciones comunican apoyo, lo cual a su vez le da el mensaje de que tú eres alguien en quien ella puede confiar. Ella sabe que tú estás siempre de su lado.

5 Comunícale a tu hijo que confías en él. La confianza es una calle de doble vía. Cuando le demuestras que puede confiar en ti, le das un modelo de cómo quieres que actúe. Él, a su vez, aprende a ser digno de confianza. Da por sentado que tu hijo querrá hacer lo que es correcto y comunica tal creencia, en lugar de dar el mensaje de que tú, realmente, no crees que hará la decisión correcta.

6 Enséñale a tu hijo cuándo no creer. Parte de la enseñanza de la confianza consiste en enseñarle a descubrir cuándo no creer. Enséñale normas de seguridad acerca de cómo conseguir ayuda cuando es necesario. En el mundo de hoy, saber cuándo confiar y cuándo, no, puede ser una distinción muy sutil. Si das demasiado énfasis a los males de nuestro mundo –que nadie es digno de confianza– corres el riesgo de dañar seriamente la habilidad de tu hijo de confiar en otros, incluyendo a Dios. La confianza es una parte esencial de la personalidad y el desarrollo espiritual. Trátala con delicadeza. En tus esfuerzos por proteger a tu hijo del mal, no destruyas el hermoso capullo de la confianza. Tu niño la necesitará para desarrollar relaciones saludables con otras personas, más tarde en la vida, y para aceptar la salvación y una relación vital con Jesús.

Si el sentido de confianza de tu niña ha sido violado por causa del abuso sexual de un miembro de la familia, corre al consejero cristiano más cercano. Tú y tu niña necesitan ayuda profesional. Sal de esa situación de inmediato. El futuro de ella está en juego. Pero Dios puede traer sanidad a tu familia y ayudar a tu niña a confiar otra vez.

Como lo hemos dicho, la confianza es una parte extremadamente importante del desarrollo espiritual. Sin ella, no podemos tener salvación espiritual. Jesús ofrece redención, gracia y libertad de la tiranía del pecado, pero necesitamos confiar en él a fin de aprovechar su ofrecimiento maravilloso. El acto de ayudar a tu niño a adquirir confianza es una piedra angular extremadamente importante del desarrollo espiritual.

Claves para la confianza

1 Dile siempre la verdad a tu hijo. Nunca mientas.

2 Cumple tus promesas.

3 Sé consecuente con lo que dices que harás.

4 Muestra un alto nivel de apoyo a tu hijo.

5 Comunícale a tu hijo que confías en él.

6 Enseña a tu hijo cuándo no confiar en alguna otra persona.

Enséñales a amar

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