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Claves para enseñar a los más pequeños

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1 Dilo con sencillez: evita los simbolismos. Di exactamente lo que quieres decir.

2 Haz preguntas para saber lo que tu hijito está pensando.

3 Concéntrate en una cosa a la vez.

Creencia y fe

Los niños pequeños son creyentes naturales. Creen en los adultos y aceptan lo que oyen. Si le dices al pequeño Julio de 3 años que el mundo es cuadrado, y que si camina lo suficiente por el camino se va a caer al llegar al borde, te lo creerá. ¿Por qué? Porque tú eres un adulto, y él no sabe ninguna otra cosa diferente. No sabe lo suficiente acerca del universo como para cuestionar lo que dices. Los niños no tienen la habilidad para pensar y razonar a fondo un problema, como lo hacen los adultos; por lo tanto, son creyentes naturales. A veces, nos ponen en vergüenza.

A medida que se acercaba al fin de sus estudios de posgrado, Len pasó muchas semanas preparándose para sus exámenes finales. Tenía un cuaderno lleno de datos de su estudio y estaba trabajando en dominar el material en preparación para el examen.

Un día no pudo encontrar su cuaderno. Buscó en todo lugar imaginable, puso avisos en el tablero de anuncios en la universidad y les habló de su pérdida a todos sus conocidos, esperando que alguno encontrara su cuaderno. Dos semanas, sencillamente, no eran suficientes para investigar todo ese material otra vez. Además, no había terminado todavía de estudiar sus notas a fondo. Desesperado, temió que fracasaría en el examen, a menos que encontrara su material.

Pasó una semana y el cuaderno seguía perdido. Len se sentía deprimido, cuando su niñita de 3 años le dijo:

–Papá, ¿le has pedido a Jesús que te ayude?

Se ruborizó mientras miraba hacia abajo, avergonzado. No, no había orado acerca del asunto, y no tenía una buena respuesta para su hija. ¿Cómo podría admitirlo, cuando le había enseñado que debía orar por sus problemas? ¿Y por qué no había orado? ¿Pensaba realmente que Dios no tenía tiempo para molestarse con cuadernos de la escuela de posgrado? Por otra parte, si le decía que había orado y luego el cuaderno no aparecía, ¿qué sucedería con la fe de su hija? De inmediato, decidió que la verdad sería la mejor respuesta.

–No, mi amor, no lo hice –reconoció de mala gana.

–Papá, ¡oremos ahora mismo!

De modo que se arrodillaron y la niña oró primero. Luego Len, confesando su falta de fe y pidiendo la intervención divina en su emergencia.

Dos horas después de sus oraciones, sonó el teléfono. Un extraño había encontrado su cuaderno de notas. Hasta el día de hoy, Len se pregunta qué habría sucedido si no hubieran orado. ¿Estaba Dios recordándole que conocía y tenía cuidado de cada detalle de su vida? Fue una lección que nunca olvidó.

La experiencia religiosa de la hijita de Len es típica de los niños preescolares. Si sus padres les han enseñado acerca de Dios y la oración, su fe es fuerte. Es una fe de índole muy práctica en los detalles. Están absolutamente seguros de que Dios pone cuidado y ayudará. Su confianza es simple.

Ya que los niños tienen esa fe natural, creo que Dios nos ha dado los primeros seis años para alimentarlos con la Palabra de Dios y edificar su fe. Es nuestra dorada oportunidad para asegurar un fundamento fuerte, de modo que cuando los vientos de los años posteriores soplen fríos y sin fe, la fe de nuestros niños sea como la “casa asentada sobre la roca”, acerca de la cual habrán cantado tan a menudo. Nada la podrá destruir.

La confianza simple del niño y la amante obediencia son el modelo que Jesús quiere que los adultos sigan en su propia vida espiritual. Cuando tomaba a los niños en sus brazos y los bendecía, amablemente reconvino a los discípulos por pensar que los pequeños no eran importantes. Aclaró bien el punto cuando dijo: “El que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mar. 10:15). Al ayudar a tus niños a crecer espiritualmente, recuerda que la confianza y la obediencia de la niñez temprana son el modelo que Dios ha dado para el crecimiento espiritual, a lo largo de toda la vida.

Enséñales a amar

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