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Reconocimiento

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Cuando tenía 11 años, comencé a enseñar en una clase de jardín de infantes de la Escuela Sabática, en Monterrey, México. Desde entonces hasta ahora, el trabajo por el crecimiento espiritual de los niños ha sido el foco central de mi vida profesional y personal. Este libro es la culminación de toda una vida de estudio acerca de cómo ayudar a los niños a desarrollarse espiritualmente.

Muchas personas contribuyeron a la producción de este libro. No podría haber sido escrito sin el apoyo de la Escuela de Educación de la Universidad Andrews. Mi especial gratitud para Warren Minder, el decano, y para Elsie Jackson, Marion Merchant y mis otros colegas en el Departamento de Educación y Consejería Psicológica. Su apoyo fue esencial.

Aileen Sox me brindó la posibilidad de escribir para Our Little Friend; fue mi primera oportunidad de “escribir lo que yo quisiera” para los padres. Partes de este libro aparecieron por primera vez en “Parents Place” [El lugar de los padres] en esa revista. Sin el aliento de Aileen para que siguiera escribiendo, quizás habría dejado de hacerlo.

Me armé de valor para escribir, gracias al entusiasta apoyo de Penny Wheeler a la idea de este libro. La experta redacción de Gerald Wheeler convirtió mi manuscrito en inglés en un libro tangible.

Quiero agradecer a los padres y maestros que han asistido a mis cursillos, a través de los años. Ellos han contribuido a este libro más de lo que se imaginan. Por muchos años, he enseñado a niños, jóvenes y adultos en la escuela y en la iglesia. Ellos también han contribuido significativamente al proponer desafíos a mi pensamiento y compartir sus experiencias. Como los relatos de este libro tienen que ver con personas reales, he cambiado sus nombres y detalles que pudieran identificarlos, a fin de proteger su identidad.

Y en forma muy especial, quiero agradecer a mi familia por su ayuda. En primer lugar, a mis padres, Edward y Cora Lugenbeal, quienes nutrieron mi propio crecimiento espiritual durante mi niñez y mi adolescencia. Si bien ambos ya duermen en Jesús, su influencia sigue viviendo en estas páginas. Mi esposo, a quien he dedicado este libro, fue mi firme sostén durante el difícil proceso de producirlo. Me edificó un lugar para escribir, toleró mi “programa imposible”, cocinó, limpió, pagó las boletas de gastos e hizo mandados. Para abreviar, hizo “todo lo demás”, para que yo pudiera escribir. Nuestros hijos y nietos merecen también un gran “muchas gracias”. A través de los años, me enseñaron muchas cosas acerca de cómo los niños crecen espiritualmente. Larry y Debbie me proveyeron amablemente un hermoso cuarto con vista al mar Caribe, donde escribí una gran parte del libro. Nancy y Bruce leyeron parte del manuscrito y me brindaron ánimo y amistad a lo largo del camino. Liza, Jeff, Jonathan y David, nuestros nietos, son los héroes de algunos de los relatos. Ellos son la verdadera razón por la cual quise escribir este libro. ¡Quiero verlos a ellos –y a todos los niños del mundo– saltando y gritando con entusiasmo al encontrarse con su Mejor Amigo, Jesús, cuando su gloria llene los cielos y venga para llevarlos a casa!

Enséñales a amar

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