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Capítulo 1 Primeros pasos: el amor
Оглавление“Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Jeremías 31:3
Cuando traías orgullosamente a casa a tu bebé desde el hospital, envuelto en una mantilla blanca, regalo de la abuelita, y con instrucciones de las enfermeras acerca de cómo alimentarlo,
hacerlo eructar, bañarlo y cambiarlo, es probable que lo último en lo que estuvieras pensando fuese el crecimiento espiritual de tu angelito. ¡Oh, sí, ciertamente tenías algunas preguntas acerca del desarrollo del carácter y, mientras esperabas la llegada del niño, leíste una buena porción de La conducción del niño! Pero lo que encontraste parecía tan abrumador: ¡una norma de perfección maternal que solo los ángeles podrían alcanzar! Y en ese momento, los asuntos más urgentes eran: la alimentación, hacerlo eructar, el baño, el cambio de ropa, y –no lo vayas a olvidar– el sueño. Crecimiento espiritual… eso vendrá después, seguramente.
En realidad, cada vez que alimentabas, hacías eructar, bañabas y cambiabas a tu bebé, le estabas enseñando sus primeras lecciones espirituales: lecciones de amor y confianza. Hace mucho tiempo Elena de White, inspirada por Dios, escribió: “Mientras la madre enseña a sus hijos a obedecerle porque la aman, les enseña las primeras lecciones de su vida cristiana. El amor de la madre representa ante el niño el amor de Cristo, y los pequeñuelos que confían y obedecen a su madre están aprendiendo a confiar y obedecer al Salvador” (El Deseado de todas las gentes, p. 474).
En esta corta declaración, Dios ha revelado el misterio del crecimiento espiritual durante la temprana infancia. El amor, la confianza y la obediencia son las lecciones espirituales más importantes en los primeros años, y los niños las aprenden a través de sus relaciones terrenales.
Como es habitual, Dios va directamente al meollo del asunto, al fundamento mismo de nuestra relación con él: amor, confianza y obediencia. “Esto es lo que tus niños necesitan aprender”, declara. “Necesitan saber que siempre los amo, más de lo que son capaces de imaginar. Los amo si son buenos o si son malos. Los amo sea que respondan a mi amor, o no. Anhelo gozar de su amistad. En mi amor, les envié a un Salvador que los rescatara de los engaños de Satanás, de modo que podamos gozar de mutua compañía por la eternidad. Mi amor se extiende a ellos, llamándolos tiernamente para que me amen en respuesta, y para que luego alcancen a otros con mi amor.
“Necesitan saber también que pueden confiar en mí. Por cuanto los amo tanto, siempre haré lo mejor para ellos. Del mismo modo como pueden depender de mí para proveer a sus necesidades, así pueden también confiar en mí en relación con su vida –toda ella–, sus gozos, tristezas, ambiciones; el desarrollo de su carácter, su salvación y vida eterna; aun sus dudas. Nunca los dejaré caídos, porque quiero lo mejor para ellos.
“Cuando me amen y confíen en mí, hallarán que les resultará más fácil obedecerme. Sabrán que, aunque obedecer es difícil, es lo mejor para ellos, y que siempre estaré allí para ayudarlos. Cuando me obedecen, están simplemente confiando en mí para desarrollar en ellos mismos una semejanza de mi persona.
“Porque mientras aprendan lecciones espirituales de amor, confianza y obediencia, tus niños descubrirán también cómo soy yo. Llegarán a saber, en lo íntimo de ellos, que se puede confiar en Dios y que las mentiras de Satanás acerca de mí son justamente eso: esfuerzos por disminuir su confianza en mí”.
Estas lecciones fundamentales de amor, confianza y obediencia, forman la estructura básica de todas las experiencias espirituales posteriores. Son absolutamente esenciales para una comprensión de Dios, puesto que él es la combinación perfecta y balanceada de cada atributo. Como es la combinación integrada de misericordia y justicia, él no es ni lo uno ni lo otro, sino ambos. Por cuanto es el mismo ayer, hoy y mañana, se puede contar con él, se puede confiar en él.
Pero los niños pueden aprender lecciones de amor, confianza y obediencia de una sola manera: a través de la experiencia. Como no son “lecciones de un libro”, los niños solo pueden adquirirlas mediante una relación amante y confiable con las personas de mayor importancia para ellos: sus padres (y otras personas que cuiden de ellos). Y las aprenden tempranamente.
Aprender a confiar es la primera etapa en el desarrollo de la personalidad. Todo crecimiento posterior de la personalidad descansa sobre el fundamento de la confianza. Una bebita que se desarrolla normalmente aprende a confiar durante su primer año de vida, en la medida en que amantes adultos satisfacen sus necesidades y la convencen de que el mundo es un buen lugar, donde puede confiar en otros. Naturalmente, una niña puede desaprender más tarde a confiar, si la vida le proporciona experiencias crueles en las cuales ella tiene que tornarse suspicaz y desconfiada, a fin de sobrevivir.
Es aquí donde alimentar, hacer eructar, bañar y cambiar a la bebita entran en acción. Aprender las lecciones espirituales de amor y confianza involucra mucho más que abrazos y besos, aunque estos son importantes. Para la bebita, amor es tener alimento cuando tiene hambre, consuelo cuando está atribulada y tibieza cuando tiene frío. Amor es tener a una persona sonriente hablándole. Es seguridad, sentirse abrigada y calentita cerca de mamá y papá, especialmente si, además de estar en brazos, tiene también algo bueno para comer.
A través de toda la primera infancia, aprender acerca del amor significa tener padres “sintonizados” con las necesidades de su niño. Escuchan la estación radial emocional de su hijo o hija, de modo que sus necesidades se oyen con voz potente y clara y ellos responden apropiadamente.
Sienten cuando el Sr. Dos Años está temeroso, y le ofrecen consuelo y la seguridad de sus brazos, sin restar importancia a sus temores jamás. Reconociendo que hay cosas que espantan a los pequeñuelos, saben también que solo el consuelo –no la vergüenza– los ayudará a superar sus temores y les enseñará las lecciones espirituales del amor y la confianza.
Los padres “sintonizados” perciben cuando la Srta. Tres Añitos está enfadada porque tiene hambre –y no, meramente, por contrariar–, de modo que hallan la forma de distraerla hasta la hora de comer, en lugar de regañarla. Procuran también tener las comidas a horas regulares.
Padres tales se dan cuenta cuándo el Sr. Cuatro Años está desafiando su autoridad y pidiendo que se le recuerde quién manda en casa, ¡y se lo recuerdan! Cuando perciben que la Srta. Cinco Años está aburrida y necesita un nuevo desafío antes de ponerse a pelear con su hermanito menor, a fin de aliviar el aburrimiento, le sugieren una actividad interesante.
Los padres “sintonizados” entienden cuán difícil es comenzar en una nueva escuela, y por eso proveen abundante compañía familiar para ayudar a disipar la inseguridad que produce una mudanza. Al detectar que el autoconcepto de un adolescente necesita estímulo, proveen una mirada animadora y palabras que dicen “¡Estás bien!”
El hecho de poner atención y anticiparse a las necesidades del niño es la verdadera prueba de madurez para los padres. Muchas veces esto significa poner de lado los sentimientos personales de cansancio o irritación, y atender las necesidades de los hijos. Pero esto tiene una gran recompensa.
De esa manera, los padres “sintonizados” les dan a sus niños un irresistible mensaje de amor. Sus hijos saben que mamá y papá están de su lado. Y este es el mensaje fundamental del amor de Dios: él está a nuestro lado todo el tiempo, caminando con nosotros, animándonos, aun cargándonos en momentos de extrema desesperación. Tus niños descubren la naturaleza y la realidad del amor espiritual, al experimentar tu amor.
Imagina a tu hijita sosteniendo una taza con la palabra “amor” escrita por todo alrededor. En lugar de pedirte agua, te pide amor. ¿Le llenarás la taza? Ella tiene una necesidad casi insaciable de amor. Es tan importante para su crecimiento emocional y espiritual como el líquido lo es para su crecimiento físico. ¿Le negarás a tu niña lo que necesita? O, peor aún, ¿harás caer rudamente la taza de sus manos derramando su contenido y dejándola vacía? No, no lo harías a propósito, porque la mayoría de los padres dicen amar a sus hijos. Pero quizá, sin darte cuenta de lo que está sucediendo, podrías estar fallando en dar satisfacción a sus necesidades de amor. Si tu niña emerge de una primera infancia con su necesidad de amor satisfecha solo a medias, muy probablemente va a pasar el resto de su vida tratando de satisfacer aquella profunda sed –y hambre– no satisfecha. Pero si su “copa de amor”, como dijera Kay Kuzma, desborda con el amor experimentado en la primera infancia, se sentirá satisfecha por el resto de su vida. No tendrá necesidad de gastar su energía emocional tratando de llenar el vacío. Entenderá, en cambio, el amor de Dios y tendrá amor en abundancia para dar a otros.
Comunicar el amor de Dios a nuestros hijos es un proceso de cada momento, de cada día. Una de las maneras más poderosas de mostrar amor es escuchar verdaderamente a nuestros hijos. Nos llegamos a acostumbrar a su charla interminable y a menudo no prestamos atención cuidadosa a lo que están diciendo. Muchos niños, rara vez, tienen la experiencia de ser escuchados atentamente por un adulto. Cuando atiendo a un niño en terapia por dificultades emocionales, una de las herramientas más poderosas de que dispongo para ayudarle es mi atención indivisa. Le presto atención de una manera que el niño probablemente jamás experimentó antes, y al hacerlo, le comunico un poderoso mensaje de amor y cuidado. Tú puedes comunicar el mismo mensaje.
Tomasito tenía nueve años. Tenía dos hermanas mayores, y su mamá era una madre soltera. Ella me había pedido que tuviera algunas sesiones de aconsejamiento con su hijo para ver si podíamos descubrir por qué actuaba tan belicosamente.
Durante una de nuestras entrevistas, le hice a Tomasito una pregunta que a menudo hago cuando estoy aconsejando a un niño.
–Tomasito, imaginemos que yo pudiera cambiar cualquier cosa que no te guste. Ahora bien, tú y yo sabemos que yo no puedo hacerlo, realmente, pero podemos imaginarlo. En este juego simulado, ¿qué te gustaría que yo cambiara en tu familia?
–Bueno, usted podría hacer que mis hermanas no me fastidien tanto –respondió con prontitud y, después de una pausa, continuó–, pero lo que más deseo, en realidad, ¡es que usted hiciera que mi madre me preste atención! Ella ni siquiera oye lo que le digo.
–¿Qué te hace pensar que no te presta atención? –le pregunté.
–Bien, prácticamente el único momento que tenemos para hablar es después de la cena, cuando lavamos los platos. Al regresar de la escuela, ella está demasiado ocupada con la cena y demás. Y mis hermanas hablan durante la comida. De modo que el único momento que tengo para decirle algo es mientras lavamos los platos. Cuando hablo, ella sigue lavando los platos. ¡Ni siquiera me mira! Yo sé que no oye nada de lo que le digo.
Por supuesto, la madre del niño pensaba que lo estaba escuchando. Pero hay una gran diferencia entre el proceso fisiológico de oír y el emocional de escuchar. Ella oía, pero para Tomasito, no lo estaba escuchando. Y como resultado, pensaba que no le importaba.
Encontré un excelente indicio de lo que significa realmente escuchar en el Salmo 116:1 y 2: “Amo a Jehová, pues ha oído mi voz y mis súplicas; porque ha inclinado a mí su oído; por tanto, le invocaré en todos mis días”.
En el diario vaivén de la vida hogareña, ¿cómo puedes prestar verdadera atención a tus niños?
Primero, deja de hacer lo que estás haciendo. Murmurar, “¡ah!”, “¡oh!”, mientras sigues leyendo el periódico, no es prestar atención. Pero detenerte en tu actividad significa: “tú eres, para mí, más importante que cualquier otra cosa”.
Segundo, agáchate a la altura de tu hijita, mírala a los ojos y sonríe. El acto de mirar a los ojos y sonreír dice: “me interesas”.
Tercero, haz comentarios apropiados. Responder a lo que el niño está diciendo da a entender: “tus ideas son valiosas e importantes”.
Si la madre de Tomasito hubiera detenido momentáneamente su tarea de lavar los platos, y lo hubiese mirado, respondiendo brevemente a sus ideas, podría haber continuado con los platos mientras se desarrollaba la conversación. Su hijo habría sentido que ella estaba realmente prestando atención. De ese modo, le habría transmitido un mensaje de interés y cuidado.
En verdad, prestar atención no toma mucho tiempo; generalmente un minuto o dos. Toma menos tiempo, al final, que tratar con un niño insistente que se siente menospreciado. Imagina a Dios inclinándose para oír, luego imagínate a ti mismo como un canal a través del cual su amor fluye hacia tu hijo. Prestar atención toma solo un momento, pero el mensaje de amor dura toda la vida.
¿Qué sucede cuando un niño no experimenta amor durante su niñez? Carola, la hijita de Ana, había sido una de las pacientes de mi esposo desde su infancia. Cuando Carola tenía cuatro años, sus padres decidieron enviarla al jardín de infantes en el plantel de la Universidad Andrews. Allí Carola oyó a muchos niños hablar de la Escuela Sabática y quiso ir ella también. En vista de ello, Ana le preguntó a mi esposo qué debían hacer para asistir a la Escuela Sabática de la iglesia universitaria. Mi esposo, por supuesto, con gran interés los invitó a asistir el sábado siguiente. Me encontré con ellos en la puerta y los presenté a los líderes de la división de Infantes. A medida que Ana y yo nos fuimos conociendo durante las semanas siguientes, supe que ella se quedaba toda la mañana en la sala de espera de los estudiantes, mientras Carola asistía a la clase de Infantes, porque no quería hacer el largo viaje desde su casa dos veces cada mañana. Como la sala de espera de los estudiantes no es un lugar donde yo quisiera pasar toda una mañana, la invité a venir a casa, donde podría estar más cómoda. Le ofrecí la llave y le dije que podía ir ella misma a casa mientras yo estaba enseñando en el campus. Movió la cabeza y me miró como si no entendiera, pero no aceptó la llave. De modo que no insistí, y le dije simplemente que me sentiría feliz de compartir nuestra casa con ella.
Pasaron los meses, y Ana y yo llegamos gradualmente a conocernos mejor. Comenzó a asistir a la clase bíblica del pastor, y nuestra amistad creció. Cuando H. M. S. Richards Jr. vino a nuestro plantel para la semana de oración de primavera, la invité a asistir conmigo, por cuanto todavía pasaba toda la mañana en la sala de espera de los estudiantes. Aceptó mi invitación y asistió a las reuniones matutinas conmigo.
El jueves por la mañana, el pastor Richards habló acerca de Juan 17 y del amor incondicional de Dios. Cuando salíamos de la iglesia, Ana se volvió súbitamente a mí y me dijo:
–¡Ahora entiendo por qué eres así!
Confundida, me pregunté de qué estaría hablando.
–¿Recuerdas cuando me ofreciste la llave de tu casa de modo que yo pudiera estar allí mientras esperaba a Carola?
Asentí con un movimiento de cabeza.
–Bien, yo no podía entender cómo podías ofrecerme la llave de tu casa cuando solo me habías conocido por un par de meses. No tenía sentido. Ahora entiendo. Amor, ¡por eso eres así! Es el amor lo que te mueve. Ahora lo veo: ¡el amor de Dios en ti!
A medida que Ana y yo seguíamos cultivando nuestra amistad a través de los años, descubrí que ella había crecido en un hogar donde el amor era extremadamente escaso. En efecto, había sido víctima de abusos tan severos durante su niñez que solo tenía vagos recuerdos de algunos de esos años. La única forma de sobreponerse al dolor de esos años era borrándolos de su mente en gran medida. Por eso, cuando yo, una persona relativamente extraña para ella, le ofreció su amor y confianza, el asunto estaba simplemente más allá de su compresión.
Estoy segura de que tú conoces niños o adultos que, como Ana, crecieron con “tazas de amor” vacías. Son miembros de tu clase de la Escuela Sabática, vecinos o compañeros de trabajo. Quizá has llegado repentinamente a darte cuenta de que, a pesar de tu mejor intención, no les has comunicado realmente amor a tus propios hijos. ¿Qué puedes hacer ahora? ¡Ámalos! Recuerda, aprendemos el amor solo cuando lo experimentamos. Siempre puedes empezar hoy a compartir tu amor.
Pero ¿qué pasa si descubres que tu propia “taza de amor” nunca estuvo llena durante tu infancia y tienes poco para dar a tus propios hijos? ¿Qué puedes hacer? Comienza sumergiéndote tú misma en el amor de Dios. Lee su Palabra, busca pasajes bíblicos acerca del amor de Dios y medita en ellos, escríbelos en tarjetas y pégalos donde puedas verlos con frecuencia, y ora por un derramamiento especial de su amor para llenar tu vida. Si has sufrido profundas heridas en tu niñez, tales como el abuso y el abandono, te animaría a buscar un consejero cristiano que pueda ayudarte a poner en orden todas esas experiencias y a alcanzar la plenitud del amor de Dios. Solo de esa manera estarás en condiciones de comunicar ese amor a tu familia.
Comienza hoy con una o dos ideas de la lista: “Comunica el amor de Dios”; luego añade otras, a medida que te sientas más cómoda demostrando amor. La habilidad de la comunicación puede ser aprendida. Puedes ayudar a tu hijo a compensar los años en que el amor fue escaso. Uno de mis dichos favoritos es “Hoy es el primer día del resto de tu vida”. Con Dios nunca es demasiado tarde para llenar tu propia “taza de amor” o la de tu niño. ¡Su provisión es inagotable!