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La Primera Guerra Mundial y la creación del reino yugoslavo

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El magnicidio de Sarajevo dio inicio a la guerra austro-serbia, e inmediatamente a la Primera Guerra Mundial. El reino serbio, agotado por las guerras anteriores, no estaba preparado para afrontar un nuevo conflicto. Sin embargo, no tardo en organizarse, e incluso logró diversas victorias iniciales frente a los invasores austro-húngaros.

Uno de los elementos propagandísticos impulsados por el gobierno serbio fue el de que la lucha se hacía con un objetivo muy claro, que no era otro que el unir a todos los hermanos eslavos del sur frente a la opresión imperial. Precisamente en los ejércitos austro-húngaros combatían soldados y oficiales croatas, bosnios eslovenos e incluso serbios de Croacia, Bosnia y Vojvodina, que procuraron ser alejados de los frentes meridionales para evitar problemas y deserciones.

La liberación de los hermanos eslavos se mencionó ya en el discurso dado a su ejército por el regente Alejandro Karađorđević (que ejercía la regencia en nombre de su padre el rey Pedro desde el 24 de junio) el 4 de agosto de 1914. En dicho discurso fueron incluso citadas las provincias habitadas por esos «hermanos»: Banat, Bačka, Srem (las tres en Vojvodina), Croacia, Eslavonia y Bosnia. Lo que no dejó claro el regente fue si la liberación significaba anexión, unificación o federación. Una nota dirigida el 4 de septiembre a los enviados serbios en los distintos Estados de la Entente afirmaba la necesidad de la creación de un solo Estado compuesto por Serbia, Bosnia y Herzegovina, Vojvodina, Dalmacia, Croacia, Istria y Eslovenia. El geógrafo serbio Jovan Cvijić realizó los primeros mapas de dicho Estado, y uno de ellos se entregó de inmediato al delegado ruso en Serbia. Otro acabó publicándose en un folleto titulado Jedivovo Jugoslovena (Unidad de los yugoslavos), firmado por Cvijić. A partir de entonces, se editaron libros y más folletos en defensa de la unidad, tanto por historiadores serbios como eslovenos y croatas.

Por otro lado, al estallar las hostilidades diversos intelectuales y políticos croatas, eslovenos y bosnios abandonaron el territorio imperial y se instalaron en la entonces neutral Italia para mejor defender su proyecto de unidad eslava, de forma que el 30 de abril de 1915 se fundó en París un comité yugoslavo, que de inmediato se trasladó a Londres. Su presidente fue el croata Ante Trumbić. La creación formal de dicho comité había acelerado previamente las negociaciones de la Entente para que Italia entrara en la guerra, a cambio de la cesión de Istria y de la mayor parte de Dalmacia cuando concluyera el conflicto, según se estableció en un acuerdo secreto firmado en Londres el 26 de abril. Este hecho, que acabó siendo conocido por los dirigentes paneslavistas, contrarios a la aplicación del acuerdo, ayudó a homogeneizar la mentalidad del comité yugoslavo enfatizando las aspiraciones de los eslavos del sur de unirse, junto con Serbia, en un Estado soberano independiente.

En dicho reino, tras las primeras victorias sobre los austro-húngaros devino la derrota y la aparición de una serie de epidemias, especialmente de tifus, que mermaron la capacidad de combate de su ejército. A pesar de todo, el gobierno serbio continuó su tarea de propaganda en los países aliados y neutrales a favor de su proyecto de unión eslava, enviando con este propósito, a fines de 1914, diversos agentes a las capitales europeas (incluido el propio Jovan Cvijić, desplazado a Londres). Sin embargo, el ataque combinado de los ejércitos alemán, austro-húngaro y búlgaro en octubre de 1915 llevó a la ocupación de Serbia, Montenegro y Kosovo (donde recibieron la colaboración de muchos albaneses, lo que provocaría que tras el retorno del ejército serbio en 1918 a la provincia se produjeran las acostumbradas matanzas y episodios de limpieza étnica), obligando a retirarse a su ejército y a sus instituciones políticas hasta Grecia tras sufrir numerosas pérdidas. Solo en noviembre de 1916 se logró un pequeño éxito al recuperar una franja de territorio macedonio en la zona de Bitola.

La primavera de 1917 marcó un punto de inflexión en el conflicto. La revolución rusa, que hizo perder un importante apoyo a los serbios se vio compensada por la entrada de Estados Unidos en la guerra, un hecho que aumentó las esperanzas por liberarse de los pueblos eslavos integrados en el Imperio austro-húngaro. En el comité yugoslavo, no obstante, se producían constantes discusiones sobre el tipo de Estado que se pretendía crear. Una parte del grupo croata, dirigida por el periodista Frano Supilo, temía el dominio serbio sobre su pueblo, abogando por una federación igualitaria de pueblos yugoslavos. Al final, Supilo acabaría radicalizándose y apoyando una Croacia totalmente independiente, aunque su inesperado fallecimiento en septiembre le impidió asistir al final del conflicto. Sin embargo, poco a poco, el comité, financiado con dinero serbio y cada vez más dominado por representantes de dicho país, fue rechazando la idea federal. En un acuerdo aprobado en la isla griega de Corfú el 20 de julio, los miembros del comité y un grupo de funcionarios serbios decidieron que el futuro Estado sería una monarquía constitucional, parlamentaria y democrática bajo el nombre de Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, sin especificarse si se trataría de un Estado centralista o federal. No obstante, se garantizaba la libertad religiosa y el uso de los dos alfabetos, el cirílico y el latino. El acuerdo, firmado por Ante Trumbić en nombre del comité y del primer ministro serbio Nikola Pašić en representación de su gobierno, establecía que la dinastía reinante sería la de los Karađorđević. El gobierno montenegrino en el exilio no fue incluido en las negociaciones.

Sin embargo, debemos saber también que en el territorio croata la guerra también había avivado los sentimientos nacionalistas propios, encaminados a crear una Gran Croacia federada dentro de la monarquía austro-húngara, que incluiría Dalmacia y Bosnia y Herzegovina. Este era el proyecto del denominado Partido Puro por los Derechos, creado en 1895 y muy activo durante la guerra. En cambio para otros, especialmente para los movimientos católicos, era la idea de la unificación esloveno-croata la que primaba. En marzo de 1915, el movimiento católico croata del obispo Anton Mahnič (1859-1920) aprobó en Rijeka una declaración en ese sentido. La clerical agrupación eslovena Vseslovenska ljudska stranka (Partido Popular Panesloveno), bajo el liderazgo de Anton Korošec (1872-1940) abogó asimismo por una reorganización federal del imperio, contando con numerosos partidarios.

A partir del verano de 1918 quedó claro que la monarquía austro-húngara se aproximaba a su fin. El ejército serbio y sus aliados rompieron el frente macedonio y liberaban Serbia, entrando en Belgrado el 1 de noviembre. Esto aceleró el proceso de creación del futuro reino yugoslavo. Muchos croatas temían que su tierra quedara dividida entre Serbia e Italia, por lo que acabaron apoyando el acuerdo de Corfú como mal menor. Lo mismo sucedió en Eslovenia, temerosa de caer bajo la égida italiana. Como consecuencia, el 1 de diciembre el regente Alejandro proclamaba en Belgrado el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. Únicamente el líder del Partido Campesino Croata Stjepan Radić, por entonces a la cabeza de unos pocos diputados por la gran restricción del derecho a voto, se opuso en vano a una unión que no garantizaba por parte de Serbia la formación de una federación o, al menos, el respeto de la autonomía de los pueblos. Desde su exilio parisino, el rey Nicolás I de Montenegro y su pequeño grupo de partidarios también se opuso a la unificación.

Ninguna gran potencia se apresuró a reconocer el nuevo Estado, y su participación en la conferencia de paz de París se anunció bajo el nombre de reino de Serbia. Estados Unidos fue el primer gran país en reconocerlo (7 de febrero de 1919), y de inmediato lo hicieron el Reino Unido y Francia.

El inesperado estallido de la Primera Guerra Mundial había sorprendido a todos aquellos que llegaron a pensar en una unificación paneslava, pero también a aquellos defensores de programas más nacionales. Muchos croatas, serbios y eslovenos tenían ese tipo de programas, que incluían territorios propios muy marcados, basados en los derechos étnicos e históricos, estos últimos bastante problemáticos, como hemos podido constatar. Unos territorios que parcialmente se solapaban (particularmente en Bosnia), de modo que los ideólogos más razonables del yugoslavismo entendieron que no había fronteras étnicas puras, que los pueblos estaban mezclados y que solo la unificación podría reunir un cuerpo verdadero nacional. La decisión de la unificación se vio reforzada por el principio decimonónico de un Estado fuerte, que hiciera frente con garantías a los amenazadores vecinos, tal y como sucedió con Italia y Alemania. En este sentido, Serbia, acabó siendo el Piamonte o la Prusia yugoslava. Y ello en contra de ideas tan abiertas, y acaso más realistas, como la de crear unos Estados Unidos de Yugoslavia, propugnada por el geógrafo Jovan Cvijić.

Pronto se comprobaría que el optimismo de una unión paneslava, basada en la lengua común, que debía aproximar a los eslavos del sur y conducirlos hacia un destino común, iba a chocar con los planteamientos de muchos ciudadanos y facciones políticas que solo conocían su pequeño espacio local y se apegaban a un programa nacional separado. El Estado que se creó bajo el ideal yugoslavo no alcanzó, pues, muchas expectativas, aunque también demostró que no se trataba solo de un sueño político.

Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

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