Читать книгу Las guerras de Yugoslavia (1991-2015) - Eladi Romero García - Страница 18
La muerte de Tito y el caos subsiguiente
ОглавлениеEl 7 de mayo de 1980 Tito fallecía en Liubliana y la presidencia del país pasó a ser colectiva (seis representantes de las repúblicas más dos de las provincias autónomas de Serbia, aunque estos dos últimos solo estuvieron hasta 1988). Cada año, de forma rotativa, uno de esos representantes pasaba a ser el Presidente de la Presidencia. En 1981, Yugoslavia sobrepasaba los 21 millones de habitantes, con 8 millones de serbios, 4,5 millones de croatas, 2 millones de musulmanes en Bosnia, Montenegro y Serbia, y 1.730.000 albaneses musulmanes en Kosovo y Macedonia. Los que se declararon simplemente yugoslavos sumaban 1.219.000.
Menos de un año después de fallecer Tito, volvieron a surgir las protestas en Kosovo, acaso la región más pobre de Yugoslavia y de toda Europa, si exceptuamos la propia Albania. De hecho, en 1980 un obrero kosovar ingresaba de media 180 $ al mes, frente a los 235 de la media federal o los 280 de los obreros eslovenos.
Protestas que se iniciaron de forma espontánea el 11 de marzo por parte de los estudiantes universitarios de la capital, Priština, muy resentidos por el paro y la falta de futuro en un territorio que decían abandonado por el gobierno de Belgrado. Sin embargo, los primeros motivos de queja eran más simples: la mala calidad de la comida en la cafetería universitaria y las largas colas que debían hacer los jóvenes para obtenerla. La primera protesta de 4.000 manifestantes sería disuelta por la policía, que practicó unas 100 detenciones.
Pero las quejas estudiantiles se reanudaron dos semanas más tarde, el 26 de marzo, cuando varios miles de manifestantes corearon consignas cada vez más nacionalistas, y la policía utilizó la fuerza para dispersarlos, hiriendo a 32 personas. Una reacción desmesurada que, lejos de calmar los ánimos, los encrespó.
El 1 de abril, las manifestaciones se extendieron por todo Kosovo, y 17 policías resultaron heridos en enfrentamientos con los estudiantes. El dirigente comunista albanokosovar, Mahmut Bakalli, solicitó la intervención del ejército federal, que hizo acto de presencia sacando los tanques a la calle. En pocos días, las protestas por las condiciones de los estudiantes se convirtieron en un claro descontento nacionalista, siendo la demanda principal que Kosovo se convirtiera en una república dentro de Yugoslavia, en contraposición a su estado vigente en ese momento como una provincia de Serbia.
Las autoridades culparon a los radicales nacionalistas de las protestas. El diario serbio Politika afirmó que el objetivo de las protestas era, en última instancia, la independencia de Kosovo y su posterior unión a Albania, lo que resultaba inaceptable tanto para la minoría serbia del lugar como para los serbios de la propia Serbia, que veían en Kosovo uno de sus centros históricos, religiosos y culturales más estimados. Tampoco la república macedonia, con una destacable minoría albanesa, se mostraba muy conforme con las protestas.
El 2 de abril, el presidente de Yugoslavia, el serbobosnio Cvijetin Mijatović, declaró el estado de emergencia en Kosovo, situación que se alargó durante una semana. 30.000 soldados se desplegaron por toda la provincia, acabando así con las protestas. La prensa yugoslava informó sobre 11 muertos y 4.200 encarcelados. El propio Bakalli, ahora en desacuerdo con la brutal actuación militar, acabó renunciando de sus cargos. Otras fuentes afirman que fue obligado a dimitir por las autoridades serbias. Posteriormente, en la universidad se prohibió el uso de libros de texto importados de Albania, usándose solo los escritos en serbocroata. En esencia, la revuelta fue considerada oficialmente como un acto contrarrevolucionario, fomentado en parte por agentes extranjeros (léase, procedentes de Albania).
Las manifestaciones también motivaron una tendencia cada vez más extendida entre los políticos serbios a exigir la centralización, la unidad de las tierras serbias, la disminución en el pluralismo cultural para los albaneses y el aumento de la protección y promoción de la cultura serbias, exigiendo el fin de la autonomía de la provincia. La universidad albanokosovar sería denunciada como un foco de nacionalismo albanés. También se dijo entonces que los serbios de la provincia estaban siendo obligados a abandonarla, principalmente por el crecimiento de la población albanesa, más que por la mala situación de su economía. La crisis que llevaría a la disolución de Yugoslavia estaba, pues, ya servida.
Mientras, durante la década de los 80 la Constitución de 1974 estaba dando sus frutos más negativos, con cada república encerrándose política y económicamente en sí misma. En cada una de ellas se aplicaban recetas propias (la legislación permitía el control del 70% de los fondos de inversión) sin apenas coordinarse con las demás y con criterios más bien exclusivistas. Lo que suponía, por ejemplo, la aplicación de barreras a la importación o exportación con respecto a las otras repúblicas por razones proteccionistas. En consecuencia, la economía de todo el país se resintió notablemente. En 1983, se divulgaron los primeros datos de esa caída, en los que se indicaba que el nivel de vida había descendido un 40% respecto a 1979, el paro alcanzaba el 15% y la inflación el 62%, con una deuda exterior tan acentuada que se hubo de recurrir al control financiero del Fondo Monetario Internacional.
Con el tiempo, los bancos regionales comenzaron a favorecer a los acreedores locales, a la vez que imponían severos vetos al movimiento de inversiones entre repúblicas. En 1981, este no pasaba ya del 4%, lo que implicaba una suerte de autarquía en cada territorio.
Al poco tiempo, esa economía «nacionalista» daría paso a una ideología cada vez más nacionalista, habida cuenta de la crisis que el comunismo integrador estaba viviendo en diversos países de la Europa del este, incluida la propia Yugoslavia. Estamos hablando la de la era de Gorbachov y de su perestroika o de las protestas en Polonia (promovidas por el sindicato de raíz católica Solidarność). A finales de septiembre de 1986, el diario serbio Večernje novosti (Noticias de la tarde) publicó en varias ediciones algunas páginas de un documento hasta el momento mantenido en secreto, el conocido como Memorándum elaborado por la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes (abreviado, según las siglas en serbocroata, como SANU). Un documento en el que una institución tan respetada estaba trabajando desde el año anterior, todavía inacabado pero convenientemente filtrado a la prensa para que su divulgación provocara el escándalo que produjo. Al parecer, su elaboración había sido obra de una comisión integrada por dieciséis intelectuales serbios bastante teñidos de nacionalismo.
El memorándum mencionaba la creciente autarquía de las repúblicas, pero hacía referencia sobre todo a la discriminación que había vivido el pueblo serbio durante la Yugoslavia de Tito. Sin embargo, y siempre de acuerdo con el documento, los partidos comunistas croata y esloveno, y en conjunto sus respectivas repúblicas, habían sido beneficiados por la política del fallecido dictador. Todo ello con la perversa intención de mantener subordinados a los serbios, convertidos en verdaderas víctimas de dicha política. Una afrenta especialmente gravosa por cuanto, como insistía el memorándum, el número de serbios que vivía fuera de la república madre era muy elevado, según el censo de 1981, casi 2 millones de personas que representaban el 24% de todos los serbios. Serbios que, en repúblicas como Croacia, donde representaban el 11,5% de la población, estaban viviendo un sutil proceso de asimilación. O serbios que, como ocurría en Kosovo, vivían claramente un proceso de genocidio físico, político, legal y cultural, tal como rezan sus palabras: «El genocidio físico, político y cultural contra el pueblo serbio en Kosovo constituye la mayor derrota de Serbia en las guerras que ha mantenido por su iberación (...). La responsabilidad de esta derrota es del Partido Comunista Yugoslavo, y de la fidelidad de los políticos serbios a esta política, a las ilusiones políticas e ideológicas, al oportunismo de los políticos serbios, siempre a la defensiva y siempre pensando qué es lo que piensan otros de ellos, condicionando así el futuro del pueblo al que gobiernan». Y como solución, la Academia proponía un cambio en la Constitución de 1974 que reformulara Yugoslavia y las autonomías de las repúblicas desde un punto de vista serbio.
Los dirigentes de la Liga de los Comunistas Serbios, con el presidente de la república de Serbia a la cabeza, Ivan Stambolić, pusieron el grito en el cielo al conocer el memorándum y criticaron su contenido por excesivamente nacionalista. Sin embargo, en Eslovenia y Croacia tomaron buena nota del texto. Además, el ejército yugoslavo, en el curso de los años 1987-88, llevó a cabo una política secreta de entrega de armas a la población serbia de Bosnia y Croacia. Actividades que serían reconocidas posteriormente por altos mandos de dicho ejército, según publicó 28 de junio de 1997 el semanario Vreme (Tiempo), una de las pocas revistas serbias que no cayó en las garras del nacionalista serbio Milošević. Un personaje del que tendremos ocasión de hablar a menudo en este relato.
Para muchos serbios, incluidos los redactores del memorándum, el mayor problema estaba en Kosovo, república autónoma que, según el censo de 1981, tenía una población de 1.227.000 albaneses frente a solo 209.000 serbios. Además, el índice de natalidad era más alto en los primeros (más del 30‰ frente al 11‰ de los serbios). Musulmanes frente a ortodoxos, albaneses frente a eslavos, mezquitas frente a los monasterios medievales del antiguo reino serbio, una historia de opresores (primero los albaneses musulmanes; luego, al crearse el reino de 1918, los serbios, y de nuevo los albaneses con la república socialista) y oprimidos. Y una provincia pobre, con una elevada tasa de paro y cada vez más olvidada por el resto de las repúblicas y por la propia Serbia, que apenas invertían y cotizaban en el denominado Fondo Federal para el Desarrollo Acelerado de las Repúblicas y Provincias autónomas subdesarrolladas, el viejo mecanismo yugoslavo de solidaridad interregional creado en 1965.
Para Eslovenia y Croacia, la nefasta gestión aplicada por Serbia en su provincia autónoma de Kosovo constituía un síntoma de lo que les podía ocurrir a ambas. Solo faltaba que, para colmo, el emergente nacionalismo serbio pusiera en tela de juicio la propia autonomía de la provincia argumentando la opresión que la minoría serbia sufría en ella. La prensa, con datos inventados o exagerados, divulgaba noticias sobre miles de serbios y montenegrinos malvendiendo sus propiedades y abandonando Kosovo, a fin de escapar de un ambiente cada vez más irrespirable para ellos. El 1 de mayo de 1985, un agricultor serbio llamado Đorđe Martinović, de 56 años, se presentó en el hospital de la localidad kosovar de Gjilane con una botella de cerveza incrustada en el recto, afirmando que había sido maltratado por dos albanokosovares. Ya lo había dicho el memorándum: en Kosovo se estaba llevando a cabo un genocidio contra los serbios, con violaciones, asesinatos y chantajes. También lo había publicado el obispo serbio Atanasije Jevtić en su libro Od Kosova do Jadovna (traducido, De Kosovo a Jadovna, publicado en Belgrado en 1984): las mujeres serbias de Kosovo estaban siendo sistemáticamente violadas por los albaneses. Pero nada de eso era cierto. Los expertos serbios en derechos humanos llegaron a la conclusión de que, en 1990, había muchas más violaciones de mujeres en el resto de Yugoslavia que en Kosovo. La prensa serbia divulgó profusamente el caso Martinović, y aunque las investigaciones posteriores determinaron que el asunto se había debido, casi con toda probabilidad (aunque Martinović siempre lo negara), a un intento de automasturbación y no se persiguió por ello a nadie, los albaneses de la provincia se convirtieron en los herederos de los turcos empaladores. Noticias como esta, o la divulgada en septiembre de 1987, según la cual un recluta albanokosovar llamado Aziz Keljmendi había asesinado, la madrugada del día 3, a cuatro compañeros y herido a cinco en su cuartel de Paraćin (Serbia central), no ayudaban a calmar los ánimos. Poco importaba que solo uno de los muertos fuera serbio, y que todo se debiera a un brote de locura sin trasfondo político.
Keljmendi acabó suicidándose (al menos esa fue la versión oficial) tras ser rodeado por la policía militar, lo que impidió conocer las verdaderas causas del suceso. Sin embargo, el sentimiento antialbanés, ya propiciado por noticias anteriores sobre crímenes contra los serbios perpetrados en Kosovo, se hizo fuerte en Serbia. La prensa de esta república, y en especial el rotativo Politika, llegó a afirmar que Keljmendi había mostrado públicamente simpatías hacia los separatistas albanokosovares. Los rumores se dispararon, divulgándose la especie de que los albaneses dueños de tiendas de comestibles vendían alimentos envenenados a los serbios, lo que provocó el apedreamiento de algunos de estos locales en las ciudades serbias de Paraćin, Belgrado, Valjevo y Subotica.
En Bosnia y Herzegovina, la situación también fomentaba las tensiones interétnicas. Tras la muerte de Tito, los serbios de la república vieron aumentadas sus posibilidades en todos los ámbitos, en detrimento de bosniacos musulmanes y croatas. Para lanzar una señal de aviso a los disidentes, las autoridades de Sarajevo decidieron castigar al intelectual y abogado musulmán Alija Izetbegović, quien de joven ya había apoyado la presencia de voluntarios bosnios en las SS alemanas, motivo por el que tras la Segunda Guerra Mundial fue condenado a tres años de cárcel. En 1970 publicó un manifiesto titulado Declaración islámica (Islamska deklaracija), donde defendía un tipo de Estado basado en los principios islámicos, que Izetbegović consideraba moralmente superiores a los occidentales. En 1983, él mismo y doce seguidores fueron juzgados en un tribunal de Sarajevo por llevar a cabo diversas actividades hostiles (propaganda, asociación ilegal). Todos recibieron diversas condenas, siendo la mayor la de Izetbegović, sentenciado a catorce años de prisión. Diversos organismos internacionales protestaron, y casi cinco años después este fue indultado, aunque su paso por la cárcel provocó un grave quebranto en su salud.
Las ideas de Izetbegović y sus partidarios aumentaron las inquietudes de los serbobosnios, temerosos de que su república acabara convirtiéndose, debido a la explosión demográfica de los musulmanes, en un país fundamentalista islámico como el nuevo Irán de los ayatolás. De este temor se hizo eco un profesor de Derecho de la Universidad de Sarajevo llamado Vojislav Šešelj. En diversos escritos, algunos no publicados, defendió la división de Bosnia y Herzegovina entre Serbia y Croacia, atacando a los musulmanes y declarándolos «nación inventada». Las autoridades yugoslavas lo detuvieron por sus actividades nacionalistas y fue condenado a ocho años de prisión, aunque el Tribunal Supremo de Belgrado conmutó la condena y fue puesto en libertad en 1986. Cuatro años después, junto a Vuk Drašković y Mirko Jović, fundaba el partido ultranacionalista Movimiento de Renovación Serbio (SPO, en sus siglas serbocroatas, que corresponden a Srpski pokret obnove).
Por aquel entonces, llevaba ya un tiempo dominando el escenario político serbio la figura de Slobodan Milošević.