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Las elecciones democráticas de 1990

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En el marco de los profundos cambios que estaba viviendo la Europa del Este, donde los particos comunistas iban cayendo uno tras otro en sucesivas elecciones generales, a lo largo de 1990 las distintas repúblicas de Yugoslavia se aprestaron a celebrar sus primeros comicios democráticos y pluripartidistas, después de varias décadas de dictadura comunista. Un proceso iniciado en Eslovenia, donde la Liga de los Comunistas de la república pasó en febrero a llamarse Partido de la Renovación Democrática, y que constituyó una nueva vuelta de tuerca en el que la euforia nacionalista iba a estallar principalmente en esa misma república y su vecina Croacia.

Pero antes tuvo lugar el XIV Congreso extraordinario de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, planteado ya desde el verano de 1988 y que Milošević quería aprovechar para meter en cintura a los díscolos, confeccionar una nueva constitución a su medida y, si los eslovenos no aceptaban, invitarles a abandonar la federación. El congreso se inauguró en Belgrado el 20 de enero, y la delegación eslovena se presentó ciertamente inquieta, pero con propuestas muy claras como fueron: elecciones libres, separación entre Estado y Partido Comunista, aplicación estricta de la Constitución de 1974 para Kosovo, amnistía para los delitos políticos, etc. Al ser todas rechazadas gracias a las manipulaciones previas de Milošević, los eslovenos abandonaron ese mismo día el congreso. Y cuando parecía que el dirigente serbio podría imponer sus criterios al partido, y de esta forma, a una nueva Yugoslavia sin Eslovenia, los croatas hicieron causa común con sus vecinos eslovenos y dejaron también la asamblea. Por la noche, un congreso que debía durar tres días, se disolvió, lo que venía a significar la muerte del Partido Comunista de Yugoslavia y de su monopolio político, y el paso previo a que todas las repúblicas hicieran lo que consideraran conveniente.

En abril de 1990, los eslovenos eligieron presidente al excomunista Milan Kučan, aunque su nuevo Parlamento, salido de las primeras elecciones libres celebradas en el país, estaría dominado por la coalición reformista Demos (Oposición Democrática Eslovena), reformista, anticomunista, liberal y partidaria de la independencia. Aunque Kučan, junto con los croatas, propondría mantener una confederación laxa inspirada en la Comunidad Económica Europea, basada en la economía de mercado, el pluralismo político y el respeto a los derechos humanos, no aceptaba que preservar la unidad yugoslava tuviera que efectuarse por la fuerza. El rechazo por parte del gobierno federal de dicha confederación se materializó el 17 de mayo, cuando unidades del ejército procedieron a desarmar la Defensa Territorial en Eslovenia, Croacia y Bosnia. Pese a todo, el nuevo gobierno esloveno, temiendo la peor de las situaciones, lograría conservar una parte importante del armamento y crear en secreto su propia fuerza armada. En los meses sucesivos, y dada la situación de tensión que se estaba viviendo en Kosovo y Croacia, Eslovenia acabaría aceptando la secesión. De esta forma, el 23 de diciembre de aquel año, el referéndum celebrado ese día daba como resultado un 95% de respaldo a la independencia, con un 93,2% de participación.

En Kosovo continuaban las protestas de los albaneses. Esto dio lugar a una declaración de estado de emergencia en febrero de 1990, y la renuncia del gobierno autónomo, ahora pro-serbio, en mayo. En los dos meses anteriores, se produjo una hecho como mínimo sospechoso: miles de niños albaneses tuvieron que ser atendidos en hospitales por dolores de estómago y de cabeza, así como por náuseas. Procedían de colegios donde se había llevado a cabo la separación entre serbios y albaneses. Muchos observadores hablaron de histeria colectiva ante el rumor de que se trataba de un envenenamiento masivo, pero algunos análisis toxicológicos realizados en sangre y orina descubrieron restos de dos agentes nerviosos, sarín y tabún. El gobierno serbio promulgó además una serie de leyes que prohibían a los albaneses comprar o vender propiedades, suspendió el idioma albanés de los medios de comunicación y despidió a miles de empleados públicos. A finales de junio, los miembros albaneses de la asamblea provincial propusieron una votación para crear una república propia, y el presidente serbio de la asamblea inmediatamente la disolvió para evitar males mayores. En las calles se organizaron entonces referendos secesionistas improvisados, a lo que el gobierno serbio respondió en julio eliminando definitivamente la escasa autonomía que la provincia conservaba. En una espiral de acción-reacción, los diputados albaneses de la disuelta asamblea local proclamaron secretamente el 7 de septiembre, en Kačanik, la «República de Kosovo», elaborando una Constitución según la cual las leyes de Yugoslavia solo serían válidas si se compatibilizaban con dicho texto. Las autoridades serbias mantendrían en la provincia una actitud represiva que únicamente agravaría las cosas, despidiendo incluso al menos a 80.000 albaneses de sus trabajos. Los medios occidentales de entonces elevaron esa cifra a 123.000 trabajadores que se quedaron sin sus puestos, incluidos funcionarios, profesores, doctores y obreros de las industrias controladas por el gobierno. Algunos de los que no fueron despedidos renunciaron por solidaridad y se negaron a trabajar para el gobierno serbio. Aunque los despidos fueron ampliamente considerados como una purga de albaneses étnicos, el gobierno sostuvo que simplemente se estaba deshaciendo de viejos directores comunistas.

Mientras, Croacia vivía también su propio cambio político, acelerado, pluripartidista y cada más extremadamente nacionalista, de acuerdo con el ejemplo esloveno. Además, la violencia, propiciada por los medios de comunicación de las distintas repúblicas yugoslavas, que despreciaban y ridiculizaban a sus vecinos, se iba imponiendo en muchos sectores de la sociedad. Tal y como sucedió el 13 de mayo en la capital croata, donde iba a celebrarse un partido de fútbol entre el Dinamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado. Los choques entre estos dos equipos yugoslavos, habitualmente rivales en los puestos altos de la Liga del país, habían sido siempre de alto riesgo, pero esta vez el encuentro degeneró en violentos incidentes cuando los hinchas del Dinamo trataron de saltar las vallas hacia la zona del estadio donde se alojaban los del Estrella Roja. Rápidamente, estos comenzaron a lanzar asientos y trozos de valla sobre los seguidores del Dinamo gritando que Zagreb era una ciudad serbia y amenazando con asesinar al líder nacionalista croata Franjo Tuđman (uno de los depurados de 1968), lo que desencadenó la intervención policial. La policía actuó inmediatamente, cargando contra los seguidores del Dinamo que pretendían saltar al campo, con un resultado de más de 60 heridos, incluyendo algunos por arma blanca, de bala o intoxicados por el gas lacrimógeno.

Pocos días antes, el 6 de mayo, se habían celebrado elecciones en la república croata, resultando vencedora la Unión Democrática Croata (en croata, Hrvatska demokratska zajednica, HDZ), partido derechista, católico y extremadamente nacionalista, fundado el 17 de junio de 1989 en el Hotel Panorama de Zagreb por disidentes nacionalistas croatas encabezados por Franjo Tuđman. Este, durante un mitin celebrado en la localidad de Benkovac, había sufrido un intento de atentado por parte de un exaltado serbio, lo que incrementó sus posibilidades de vencer. Aunque solo obtuvo el 42% de los votos, la peculiar ley electoral aplicada, que incluía dos vueltas, le concedió dos tercios del Sabor o Parlamento croata. La mayoría legislativa nacionalista creó un sistema presidencial con Tuđman a la cabeza que redujo al Parlamento a la impotencia, cambió la Constitución por mayoría simple de un modo que contribuyó a provocar la rebelión de la minoría serbia en el país y procedió a purgar a los funcionarios, al poder judicial y a la policía. Bajo pretexto de preparar la economía para la privatización, el nuevo gobierno nacionalista croata también depuró a los empresarios serbios y comunistas y tomó el control directo de la radio, la televisión y la prensa principal. Y para colmo, Tuđman, que se las daba de historiador, había publicado en 1989 un libro exitoso y explosivo titulado El significado de la realidad histórica (Bespuća povijesne zbiljnosti), donde banalizaba las masacres cometidas por sus compatriotas contra los serbios durante la Segunda Guerra Mundial hablando de no más de 110.000 víctimas, cuando los serbios las elevaban a 750.000, casi el mismo de croatas que Tuđman consideraba asesinados por los partisanos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Además, el texto mostraba negros tintes antisemitas. El párrafo que a continuación reproducimos nos permite comprender de inmediato la polémica que el libro provoco: «El genocidio constituye un fenómeno natural, en armonía con la naturaleza mitológicamente divina de la sociedad. El genocidio no solo está permitido, sino que se recomienda e incluso ha sido ordenado por la palabra del Todopoderoso, siempre que sea útil para la supervivencia o restauración del dominio del país elegido, o para la preservación o difusión de su única y justa fe».

Dos meses antes, en el congreso del partido que lo eligió candidato a presidente, Tuđman había provocado otro escándalo al declarar que el Estado Independiente de Croacia (el Estado títere pro-nazi fundado en 1941) no fue solo un simple Estado colaboracionista y criminal, sino también la expresión de las aspiraciones históricas del pueblo croata. Y en otro mitin de campaña celebrado el 17 de mayo en un barrio de Zagreb no se le ocurrió otra cosa que agradecer a dios de que su mujer no fuera ni serbia ni judía, palabras muy criticadas en la televisión de Belgrado. La masiva aparición de símbolos profascistas en la república, como el escudo ajedrezado en rojo y blanco (la šahovnica), de origen pretendidamente tardomedieval pero empleado por los violentos ustaše, no ayudó en nada a calmar los ánimos.

En definitiva, que los serbios de Croacia comenzaron a temer lo peor, y decidieron prepararse para la confrontación. Sumaban unos 600.000 y representaban en torno al 12% de la población de la república adriática. Además, estaban concentrados en la región llamada Krajina (zona centro-oriental del país, fronteriza con Bosnia) y en la Eslavonia oriental (noreste del país, fronteriza con Serbia), por lo que podían organizar mejor su defensa. Como hemos dicho ya, estaban allí desde el siglo xvii, instalados por los Habsburgo para defender esas tierras de los turcos (de hecho, krajina significa en serbio frontera), y habían sufrido muchos avatares, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los croatas fascistas se propusieron exterminarlos. De ahí que escuchar a Tuđman banalizando las matanzas de serbios llevadas a cabo por el régimen ustaša, cuando todavía quedaban supervivientes que podían contar lo realmente sucedido, les hacía temer lo peor. La propaganda nacionalista, dirigida por el presidente serbio Milošević desde Belgrado, tampoco ayudaba a mantener la calma.


Mapa con la proporción de población serbia en la Croacia de 1991.

Con estos antecedentes históricos revoloteando por su cabeza, los serbios de Croacia comenzaron también a organizarse políticamente, confiando en la ayuda bien del ejército federal, bien de sus hermanos de Serbia, dirigidos ahora por un Slobodan Milošević que se las daba de nacionalista y que alentaba sus aspiraciones. El 17 de febrero de 1990 fundaron el Partido Democrático Serbio (Demokratska Stranka Srpska, SDS), organizado por Jovan Rašković, un psiquiatra nacido en 1929 en Knin, la capital de la Krajina serbia y nudo ferroviario a 60 km de la costa dálmata, entonces con unos 10.000 habitantes. El SDS participó en las primeras elecciones democráticas en Croacia en abril y mayo de 1990, logrando un 1,55% de los votos en la primera vuelta, y el 2% en la segunda ronda, consiguiendo varios escaños en el Sabor croata. Después de los comicios, Rašković se entrevistó con Tuđman, quien imprudentemente apenas le hizo caso. De inmediato, el principal objetivo confeso del SDS fue el de proteger a la población serbia, que se consideraba en peligro de extinción según la nueva Constitución de Croacia, un texto adoptado en diciembre de 1990 que dejaba sin efecto toda consideración sobre la minoría serbia (o cualquier otra minoría) al considerar a la república como el «estado nacional de los croatas». Para muchos serbios, aquello significaba volver a los tiempos de los ustaše.

Rašković, miembros de la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes, parte de cuya familia también había sido asesinada por los ustaše, había publicado en 1990 en Belgrado un libro titulado País de locos, donde aplicaba las teorías siquiátricas al problema nacionalista. Y eso es lo que escribía al respecto: «Los croatas, afeminados por la religión católica, sufren de un complejo de castración que les conduce a una total incapacidad para ejercer una mínima autoridad. Una humillación que compensan con su elevada cultura. En cuanto a los musulmanes de Bosnia y Herzegovina y de las regiones vecinas, estos son víctimas, como diría Freud (el conocido cocainómano), de frustraciones rectales que los llevan a acumular riquezas y refugiarse en comportamientos fanáticos. Finalmente, los serbios, ortodoxos: pueblos edípico que tiende a liberarse de la autoridad de su padre. Su valor como guerreros reside en esta capacidad de resistencia, y por ello son los únicos capaces de ejercer una autoridad real sobre los otros pueblos de Yugoslavia. No debería sorprender que en estos países se desarrolle una situación de odio total y paranoia». Palabras como estas animarían a muchos a seguir el camino de las armas para imponer su pretendida superioridad.

Faltos de influencia política, pero animados por sus líderes, los serbios de la Krajina optaron por la senda de la defensa activa, dirigida por el segundo de Rašković en el SDS, un dentista llamado Milan Babić que ejercía de alcalde en Knin. Este, en colaboración con el jefe de la policía local Milan Martić, se negó a disolver a la policía serbia de la ciudad, lo que obligó al gobierno de Zagreb a desplazar, el 9 de julio, a su viceministro del Interior Perica Jurić, quien fue incapaz de poner orden en la región y tuvo que salir casi huyendo de Knin. Es más, los agentes serbios y fuerzas paramilitares que se fueron organizando a su alrededor, se dedicaron a instalar troncos y controles en las carreteras (la denominada «revolución de los troncos», comenzada el 17 de agosto en el municipio de Benkovac), que dificultaron las comunicaciones, separaron Dalmacia del resto del país y amenazaron a los viajeros croatas. Una medidas que habían sido aconsejadas por el propio ministro del Interior federal, el general serbio Petar Gračanin. En estas barricadas se colocaban banderas yugoslavas, acompañadas de las típicas cruces chetniks con las cuatro C cirílicas (sonido S), abreviatura de la frase Samos sloga Srbina spasava (Solo la unidad salvará a los serbios).


La «revolución de los troncos» en la Krajina croata.

El 19 de agosto, un referéndum organizado entre los serbios de la Krajina aprobó por abrumadora mayoría el derecho a la soberanía y a la autonomía de la región. Lógicamente, el gobierno de Zagreb lo consideraría sin valor legal. De hecho, dos días antes había intentado evitar su celebración desplazando diez vehículos blindados y tres helicópteros, pero los primeros fueron detenidos por los paramilitares serbios y los segundos devueltos a sus bases por los propios cazas de la fuerza aérea federal, que amenazaron con derribarlos. El nuevo presidente de la federación, el croata Stjepan Mesić, contrario a estas acciones, protestó ante el general Blagoje Adžić, un serbobosnio que ejercía la jefatura del Estado Mayor yugoslavo, quien se limitó a repetir sus amenazas contra los croatas.

Con sus nuevos gobiernos democráticos ya elegidos, tanto en Eslovenia como en Croacia, temerosas de una intervención del ejército federal que acabara con sus pretensiones de independencia, cada vez más manifiestas, iniciaron un proceso de creación de un ejército propio lo suficientemente armado para hacer frente a dicha amenaza. En el caso de Croacia, ese ejército resultaba aún más necesario tanto por su posición fronteriza con Serbia y Bosnia, como por la insurrección de Krajina (que proclamó su autonomía el 21 de diciembre de 1990) y Eslavonia oriental. En esta última región, habían surgido también fuerzas paramilitares serbias en torno a localidades como Vukovar, que recordaban a los viejos chetniks monárquicos de la Segunda Guerra Mundial, con sus águilas bicéfalas en sus gorros de lana y algunos símbolos religiosos ortodoxos.

En Eslovenia y Croacia no se podía contar con el ejército federal, claramente partidario de la unidad, con muchos oficiales de origen serbio y por ello más bien convertido en enemigo de las repúblicas secesionistas. Ese era, pues el enemigo a batir, a expulsar de sus propios territorios. Para ello disponían de sus propias policías y de la denominada y ya mencionada Defensa Territorial, un sistema creado por Tito mediante la Ley de Defensa Nacional de 1969 para proteger Yugoslavia en caso de una invasión exterior como la acaecida en Checoslovaquia un año antes. Dicha defensa implicaba a civiles reservistas tanto varones como mujeres de entre 15 y 65 años de edad, que sumaban entre uno y tres millones de personas y estaban encuadradas en unidades locales. De vez en cuando, un total de hasta 860.000 soldados de la Defensa Territorial podían ser llamados para participar en maniobras y otras actividades militares en su zona de residencia. Más de 2.000 municipios, fábricas y otras empresas organizaron pequeñas unidades del tipo de las compañías armadas con armas ligeras, que al luchar en sus lugares de origen, ante la eventual agresión exterior mantendrían la esencial producción local de pertrechos para el esfuerzo de la defensa. También funcionaban unidades mayores tipo batallón o regimiento, más fuertemente equipadas, incluyendo algunos vehículos blindados. Aunque lo más destacado de esta fuerza reservista era su organización altamente descentralizada e independiente. Las unidades de la Defensa Territorial fueron organizadas y financiadas por los gobiernos de cada una de las repúblicas constituyentes, es decir, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia, así como por cada una de las dos provincias autónomas de Vojvodina y Kosovo.

Los altos mandos de la Defensa Territorial pertenecían al ejército federal, lo que permitió al gobierno de Yugoslavia, en la primavera de 1990, retener buena parte de su armamento e iniciar su desmantelamiento, ante la perspectiva de que eslovenos y croatas intentaran basar sus propios ejércitos en dicha defensa. En este sentido, fueron los eslovenos los que lograrían una organización militar más eficaz, conservando el 30% de las armas de la Defensa Territorial, reclutando a 70.000 hombres y comprando secretamente armamento en países como Alemania o en el mercado negro, hasta el extremo de conseguir unas 5.000 piezas de artillería ligera en parte robadas de los depósitos del ejército federal. Una tarea de la que se encargó el flamante ministro de Defensa Janez Janša, el mismo periodista condenado en 1988, quien mediante todo tipo de subterfugios (como esconder los certificados de nacimiento) logró evitar que los jóvenes reclutas eslovenos fueran a realizar el servicio militar a otras repúblicas. En cambio en Croacia (como sucedería también en Bosnia y Herzegovina), donde la minoría serbia colaboró activamente, el ejército federal no tuvo problemas para desarmar completamente a los croatas de la Defensa Territorial, y sus autoridades solo pudieron echar mano de la policía republicana, convertida en la denominada Guardia Nacional, a la que se fueron añadiendo reclutas en general bisoños. De todo ello tuvo que hacerse cargo el general Martin Špegelj, ministro de Defensa croata y viejo partisano de la Segunda Guerra Mundial (al igual que su presidente Tuđman), quien no tardaría en verse acusado por los servicios de inteligencia federales (el KOS) de tráfico ilegal de armas.

Efectivamente, el jefe del KOS, coronel general Aleksandar Vasiljević, al que ya hemos visto espiando a Janša en 1988, se mantenía alerta ante estos acontecimientos, y no tardó en descubrir la secreta e ilegal adquisición de armas en Rumanía y Hungría, que entraban en camiones a través de la frontera húngaro-croata de Virovitica, por parte de Špegelj y sus agentes. Además, lograría grabar secretamente varias cintas, en las que se veía al ministro croata explicando sus planes para desactivar al ejército federal e intentando reclutar a un oficial para la causa insurreccional. Una información que empleó en cuanto tuvo ocasión para desprestigiar al nuevo gobierno croata.

Bosnia también tuvo sus primeras elecciones democráticas en dos rondas el 18 de noviembre y el 2 de diciembre. Cada grupo étnico-religioso votó a su partido: así, los musulmanes, aunque no habían desarrollado todavía una conciencia nacionalista y más bien eran partidarios de una Bosnia unida y multiétnica, lo hicieron al Partido de Acción Democrática (SDA) de Alija Izetbegović, más proislámico que probosnio; los serbios, al Partido Democrático Serbio (SDS), y los croatas a la Unión Democrática Croata (HDZ). Es decir, en estos dos últimos casos, a partidos nacionalistas a los que les interesaba bien poco el destino de una Bosnia unida e incluso de una Yugoslavia unida, y que consideraban a los musulmanes bien serbios islamizados (o sea contaminados y degenerados), bien croatas asimismo islamizados. La presidencia de la república sería rotatoria, siendo el primero elegido el abogado y filósofo musulmán Alija Izetbegović, el hombre que ya había sido condenado en 1983 por actividades hostiles a la república. En Serbia, las primeras elecciones democráticas se celebraron el 9 de diciembre de 1990. Slobodan Milošević se mantuvo como presidente de la república, y su partido, el Partido Socialista de Serbia (SPS), los antiguos comunistas, obtuvo una amplia mayoría en el Parlamento. Ese mismo mes, después de dos rondas, la Liga de los Comunistas de Montenegro vencía en sus elecciones, siendo elegido presidente de la pequeña república Momir Bulatović, firme aliado de Milošević. Por fin, en Macedonia las primeras elecciones pluralistas se celebraron también en dos rondas a partir del 11 de noviembre. El otrora gobernante Partido Comunista tomó una dirección reformista y cambió su nombre por la Liga de los Comunistas de Macedonia-Partido por el Cambio Democrático liderado por Petar Gošev. Después de que el jefe de la última presidencia comunista Vladimir Mitkov renunciara, el excomunista Kiro Gligorov se convirtió en el primer presidente democráticamente electo de la República Socialista de Macedonia el 31 de enero de 1991. El 16 de abril de ese año, el Parlamento aprobó una enmienda constitucional que eliminaba el concepto «socialista» de la república.

Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

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