Читать книгу Las guerras de Yugoslavia (1991-2015) - Eladi Romero García - Страница 22

La llamada de las armas

Оглавление

Sobre el papel, el ejército federal yugoslavo (el JNA, siglas de Jugoslovenska narodna armija, o Ejército Nacional Yugoslavo) parecía ser una fuerza poderosa, con 180.000 soldados, 2.000 tanques y 300 aviones de combate (todos ellos de fabricación nacional o soviética). Sin embargo, en 1991 la mayoría de este equipamiento tenía más de 30 años: los modelos más extendidos, el tanque T-54/55 y el caza MiG-21, constituían el 60% y el 40% de las fuerzas blindadas y de la fuerza aérea respectivamente. Por el contrario, los misiles antitanque (como el AT-5) y antiaéreos (como los SA-14) eran más modernos y bastante abundantes, y habían sido diseñados para destruir armamento mucho más avanzado. Además, el JNA constituía una fuerza multinacional: los conflictos políticos y la lucha civil iban a suponer la deserción de muchos hombres (especialmente entre los cuadros de oficiales, muchos de ellos procedentes de las áreas del norte de Yugoslavia, más desarrolladas), perjudicando así seriamente la efectividad de este ejército. El ministro de Defensa que lo dirigía en 1991 era el general Veljko Kadijević, partisano comunista nacido en la localidad croata de Glavina Donja, aunque de padre serbio. En 1991, manteniendo buenas relaciones con Milošević, proclamaba una postura firme en defensa de la unidad de Yugoslavia. De, hecho, en enero de aquel año barajaba junto a otros miembros del alto mando yugoslavo la posibilidad de protagonizar un golpe de Estado que acabara con las veleidades de las repúblicas. En este sentido, desplazó a varios de sus subordinados a tantear la opinión de los europeos y los soviéticos al respecto. En un momento en el que el mundo tenía puestos sus ojos en la guerra de Golfo, con Irak como enemigo internacional, nadie parecía preocuparse demasiado de Yugoslavia. De hecho, franceses, británicos y soviéticos no se mostraban demasiado opuestos a una solución militar que evitara futuras guerras en el territorio federal.

Lo primero que intentaron los militares yugoslavos fue imponer el estado de excepción para impedir en último extremo el rearme de Eslovenia y Croacia. Así, hubo dos reuniones de la presidencia federal en Belgrado (días 9 y 25 de enero), en las que se ofrecieron pruebas de la actitud hostil y contraria a la federación de eslovenos y croatas. Incluso se aprovechó la segunda cita para pasar por televisión aquel vídeo comprometedor obtenido por los servicios de inteligencia, en el que se veía al ministro de Defensa croata intentando captar a un oficial para la rebelión. Sin embargo, la opción de Kadijević sobre la proclamación del estado de excepción fue bloqueada por los representantes croata, esloveno y bosnio, y al final los altos cargos militares no se atrevieron a dar el paso del golpe de Estado. La idea de mantener la unidad de la Yugoslavia de seis repúblicas parecía ya muerta, y ni siquiera la consideraba el propio Milošević, cada vez más interesado en una entidad estatal menor que en realidad fuera una Gran Serbia, incluyendo los territorios croatas y bosnios donde hubiera población serbia.

En estas circunstancias, la situación en la Krajina era cada vez más explosiva. Tuđman necesitaba imponer allí su autoridad, y cuando la noche del 1 de marzo los paramilitares serbios, pertrechados con armas de la reserva, se apoderaron de Pakrac y capturaron a los 16 policías croatas del puesto local, dio orden a sus fuerzas de desalojarlas. Se trataba de un pequeño municipio de la Eslavonia occidental con unos 27.500 habitantes, casi la mitad de ellos serbios. Al día siguiente, unos 200 policías de elite croatas, apoyados por vehículos blindados, recuperaron la población, capturando a 180 rebeldes, incluidos 32 policías serbios, y provocando la huida de los paramilitares hacia los bosques vecinos. El ya mencionado periódico serbio Večernje Novosti informaría falsamente de que las fuerzas croatas habían asesinado a unos 40 civiles serbios. En realidad, la operación solo costó tres heridos, pero provocó las iras del ejército federal, que recibió encantado órdenes del presidente federal, el serbio Borisav Jović, de poner orden en Pakrac. La intervención de soldados yugoslavos dejó la situación de Pakrac como estaba antes del incidente, aunque con la tensión a flor de piel. Posteriormente, estos incidentes serían considerados en Croacia como los primeros de la oficialmente llamada Guerra Patria (en croata, Domovinski rat), es decir, la lucha por la independencia. Pero las tensiones no solo tenían un carácter nacionalista y separatista. En la misma Serbia, Slobodan Milošević debía hacer frente a sus propios demonios y a la oposición a sus políticas. El principal partido de la oposición serbia era el Movimiento de Renovación Serbio, ultranacionalista y anticomunista fundado por el escritor Vuk Drašković y Vojislav Šešelj, un político ya mencionado que había colaborado brevemente con Milošević durante la crisis de Kosovo, y que luego crearía su propio Partido Radical Serbio. Contrarios al autoritarismo y al control de los medios de comunicación por parte del presidente serbio, el 9 de marzo organizaron una manifestación que acabó siendo prohibida. A pesar de todo, se concentraron en la plaza de la República de Belgrado hasta 40.000 personas, que acabaron brutalmente disueltas y con el saldo de dos muertos (un manifestante y un policía). Incluso se proclamó el estado de excepción, tuvo que intervenir el ejército, que se puso del lado de Milošević, y Drašković fue detenido, aunque no tardaría en ser liberado. Todo resultaba apocalíptico. Tres días después, el presidente serbio intentó conseguir la extensión del estado de excepción a todo el país, pero se encontró de nuevo con la oposición de los representantes a la presidencia federal, que votaron en contra gracias al rechazo manifestado por el delegado bosnio Bogić Bogićević.

Milošević tampoco estaba muy interesado en ceder el protagonismo a los militares yugoslavistas. Sabía y aceptaba que Eslovenia estaba irremisiblemente perdida, y sus ojos estaban puestos en Bosnia y Herzegovina. Una república que consideraba artificial y que deseaba controlar. Sino todo su territorio, al menos una buena parte de él, la que estaba habitada por los serbios y algo más que pudiera conquistarse. De ahí que pretendiera nada menos que llegar a un acuerdo discreto con su teórico enemigo, el croata Tuđman, destinado a repartirse aquel territorio.

El encuentro, en un principio secreto, se produjo el 25 de marzo en Karađorđevo, una antigua finca de caza creada por las autoridades austro-húngaras para la cría de caballos y que luego pasó a pertenecer a la casa real serbia y posteriormente al ejército. Próxima a la frontera con Croacia, era el lugar ideal para una reunión tranquila en el campo, lejos de testigos incómodos. Tuđman argumentó allí que Bosnia-Herzegovina debía formar parte de su república, pues estaba vinculada históricamente a Croacia, y que su existencia era fruto de los caprichos otomanos, de ahí que el presidente croata no veía viable una Bosnia independiente. Una segunda reunión se celebró en Tikveš (Croacia), otra reserva de caza, el 15 de abril. Es posible que en estos encuentros, de los que no queda documentación oficial, Tuđman se convenciera de que Serbia aceptaría la partición de Bosnia y Herzegovina a lo largo de una frontera serbo-croata, aunque después de las reuniones, Milošević, en un discurso en Belgrado, diera a conocer sus planes para la incorporación de la República Serbia de Krajina en la nueva Yugoslavia que estaba diseñando, lo que chocaba frontalmente con las aspiraciones croatas. El gobierno de Croacia negaría siempre el acuerdo de Karađorđevo, afirmando que en 1991 los serbios controlaban todo el ejército yugoslavo y la rebelión de la minoría serbia en Croacia durante la guerra de independencia croata acababa de empezar, pero está claro que algún tipo de pacto se produjo, independientemente de que más tarde no se cumpliera. Los testigos que años más tarde pasaron por el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia así lo confirmaron, afirmando incluso que en ambos encuentros se habló ya de intercambios de población (es decir, limpieza étnica) y de la posibilidad de aceptar un pequeño Estado tampón bosniomusulmán que acogiera a dos millones de personas que no se consideraran ni serbias ni croatas. De hecho, los serbios de Bosnia se estaban preparando a su vez para actuar militarmente como sus hermanos de Croacia, organizándose en torno a la localidad de Banja Luka (norte de Bosnia, cerca de la frontera croata). Su jefe, otro psiquiatra montenegrino llamado Radovan Karadžić, fundador en 1990 del Partido Democrático Serbio de Bosnia.

Puede que Tuđman también intentara un acuerdo con Milošević para evitar una confrontación directa con los serbios por la Krajina, pero está claro que aquí tampoco consiguió nada. Seis días después del encuentro de Karađorđevo se produjo un nuevo incidente en tierras croatas provocado por los serbios. El escenario elegido fue el hermoso parque natural de los lagos de Plitvice, en pleno centro de Croacia. Los serbios pretendían incorporarlo a la Krajina, y el 28 de marzo lo ocuparon 100 de sus efectivos paramilitares. La policía croata intervino tres días después desplazando 300 policías en autobuses y vehículos particulares, apoyados por un blindado, y el enfrentamiento se saldó con dos muertos (considerados los primeros de la guerra de Croacia), uno por cada bando, más veinte heridos (7 croatas y 13 serbios). Los croatas también capturaron a 29 rebeldes serbios, a los que acusarían de insurgentes. El ejército federal volvió a intervenir, separando a los contendientes y controlando la carretera que transitaba por la zona. Unos 400 turistas que visitaban el parque, en su mayoría italianos, tuvieron que ser evacuados. El dominio que acabó imponiendo el ejército federal significaba que virtualmente el lugar quedaba en manos de los serbios, lo que motivaría enérgicas protestas de las autoridades croatas.

Durante aquella primavera, las fuerzas paramilitares serbias se iban haciendo fuertes tanto en la Krajina como en Eslavonia, organizando continuos incidentes que ponían en jaque a la policía croata. Además, sus dirigentes fomentaban el separatismo mediante acciones como el referéndum del 16 de marzo, que decidió con un 99,8% de síes la incorporación del territorio a la república de Serbia. El 1 de abril, el gobierno de Knin proclamaba su intención de separarse de Croacia.

Pero también había croatas extremistas, muchos de ellos vinculados al partido ganador Unión Democrática Croata, deseosos de eliminar a sus opositores serbios. Así, el 8 de abril tuvo lugar un incidente peligroso en Borovo Selo, aldea del municipio de Vukovar (Eslavonia oriental), junto al Danubio. En el momento del suceso, en este municipio, que incluía la ciudad de Vukovar y una docena de aldeas aledañas, el censo de 1991 registraba 84.189 habitantes, de los cuales 36.910 eran croatas (43,8%), 31.445 serbios (37,4%), 1.375 húngaros (1,6%), 6.124 que se calificaban simplemente yugoslavos (7,3%) y 8.335 (9,9%) de otras etnias o no adscritos. En la ciudad, la población era mayoritariamente croata, mientras que la mayoría de la población serbia vivía en los suburbios y aldeas aledañas. Borovo Selo era una comunidad serbia justo al norte de Vukovar, dominada por una gran planta industrial en Borovo Naselje, donde trabajaba gran parte de la población de la aldea en 1991.

En aquel día, varios nacionalistas croatas, entre los que al parecer se encontraba Gojko Šušak, lanzaron un cohete antitanque Armbrust contra la aldea. Šušak, futuro ministro de Defensa croata, era un emigrante que había hecho fortuna en Canadá montando una pizería en Ottawa. De regreso a su país, se había vinculado a Tuđman, convirtiéndose en uno de los halcones de su partido. El ataque no hirió ni mató a nadie, pero los serbios lo magnificaron. Uno de los misiles, que no llegó a explotar, fue mostrado en la televisión de Belgrado como prueba de la agresión croata sin que mediara provocación alguna. La tensión se acentuó aún más. A finales del mes de abril, los serbios locales armados, asistidos por voluntarios del nuevo Partido Radical Serbio de Vojislav Šešelj (empeñado a reducir Croacia a lo que pudiera verse desde la catedral de Zagreb, según manifestó en alguna ocasión) y otros grupos nacionalistas, levantaron barricadas en Borovo Selo para mantener a la policía y milicias croatas fuera de la aldea. Šešelj declararía posteriormente en el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia que su intervención se hizo por solicitud de Vukašin Šoškočanin, el presidente de la comuna de Borovo y comandante de la Defensa Territorial local.

En la noche del 1 de mayo de 1991, cuatro policías croatas entraron en Borovo Selo y trataron de cambiar la bandera de Yugoslavia que ondeaba allí por la bandera de su república. El incidente parece haber sido una decisión espontánea de los agentes surgida aprovechando el festivo Día del Trabajo. Pero el asunto salió mal, pues dos de los participantes resultaron heridos y fueron capturados por los milicianos serbios.

Al día siguiente 2 de mayo, las autoridades croatas de las vecinas ciudades de Osijek y Vinkovci enviaron unos 150 policías a Borovo Selo, junto al Danubio, para liberar a los cautivos. La policía, que viajaba en un convoy de autobuses y vehículos policiales, llegó a la aldea, donde cayó en una emboscada. Doce policías croatas murieron y otros veinte resultaron heridos; los serbios también tuvieron algunos fallecidos, aunque se desconoce el número exacto (entre tres y veinte). Posteriormente, los serbios procedieron a mutilar los cuerpos de los agentes atacantes, lo que inflamó la propaganda croata, que volvió a rememorar el odio étnico surgido en la Segunda Guerra Mundial y las atrocidades de los chetniks. Por la tarde, el ejército federal volvería a interponerse, retirando los cadáveres.

Después de una reunión de la presidencia yugoslava celebrada el 4 de mayo, que condenó la masacre de Borovo Selo, el ministro de Defensa federal ordenó a su ejército que tomase posiciones en el área para actuar como un tapón entre los dos bandos. La 63 Brigada Paracaidista se desplegó en la zona, y el primer ministro federal, el bosniocroata Ante Marković, viajó a Borovo Selo para negociar la liberación de los policías croatas capturados. El gobierno de Croacia, por su parte, aceptó la mayor presencia del ejército federal en el área, hecho que luego tendría importantes consecuencias en la inminente guerra que se avecinaba. Dicho gobierno se enfrentó a serias dificultades políticas por los errores cometidos, criticados por el alcalde de Osijek, Zlatko Kramarić, y el jefe de la policía croata en dicha ciudad, Josip Reihl-Kir, quien también se quejó abiertamente de que extremistas croatas se hubieran hecho cargo de la situación en la zona, obstruyendo sus esfuerzos para negociar la paz. De hecho, dos meses después, el 1 de julio, fue asesinado en Tenja mediante dieciséis disparos de Kalashnikov, en lo que parece fue un control-trampa orquestado por un reservista de la policía croata con vínculos en el HDZ llamado Antun Gudelj, que interceptó su vehículo. En el incidente también resultaron muertos Milan Knežević y Goran Zobundžija, concejal y vicealcalde respectivamente de Osijek, siendo además herido el alcalde de Tenja Mirko Tubić. Gudelj, tras muchas vicisitudes y apoyos encubiertos, sería condenado en 2009 a veinte años de cárcel gracias a la perseverancia de la viuda de Reihl-Kir, Jadranka, por lograr algo de justicia.

Los heridos croatas que habían sido capturados en Borovo Selo sufrieron diversas vejaciones. De hecho, en fecha tan tardía como el 10 de mayo de 2011, cuatro paramilitares serbios fueron acusados de ello por un tribunal de Osijek, aunque por haber sido capturado únicamente uno, llamado Milan Marinković, la sentencia solo le condenó a él a 3 años y 6 meses de prisión por el delito de malos tratos a prisioneros de guerra.

En esta oleada de muertes sospechosas y asesinatos por emboscadas tuvo lugar, el 15 de mayo, la defunción del presidente serbio de la comuna de Borovo Selo Vukašin Šoškočanin, miembro del Partido Democrático Serbio, al parecer ahogado «accidentalmente» en el Danubio cuando regresaba de visitar un campo de refugiados de Vojvodina. Šoškočanin, organizador de la masacre de los policías croatas, quizá pudiera haber sido asesinado por submarinistas del ejército federal yugoslavo, aunque no hay pruebas de ello.

Entre otros incidentes a destacar, debemos recordar lo sucedido en el histórico puerto de Split, donde, el 6 de mayo, se produjo una multitudinaria protesta de los ciudadanos (se habló de hasta cien mil manifestantes) ante el edificio Banovina, cuartel general del ejército federal en la zona. Entre las peticiones de aquellos estaba el fin del bloqueo impuesto por los militares yugoslavos al pueblo de Kijevo (del que hablaremos más tarde). La situación se descontroló, se cruzaron disparos y un soldado federal de origen macedonio resultó muerto. Los medios de comunicación serbios volvieron a acusar al gobierno croata de fascista y genocida. El 5 de junio fueron detenidos cuatro supuestos responsables, juzgados por un tribunal militar y sentenciados a varios años de prisión, aunque el 25 de noviembre serían liberados en un intercambio de prisioneros. Para evitar nuevos problemas, la fuerza federal iría retirando su material de Split, para instalarlo en lugares más seguros.

Una primavera cada vez más violenta, a la que seguiría un verano donde definitivamente se declaró abiertamente la guerra contra las dos repúblicas separatistas. Y para avivar más el fuego, las autoridades croatas organizaron un referéndum por la independencia para el 19 de mayo, en la que salió vencedor el sí por abrumadora mayoría (más del 93% de los votantes). No obstante, en las zonas de mayoría serbia el referéndum fue boicoteado.

Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

Подняться наверх