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Prólogo

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En la noche del 1 de marzo de 1991, un grupo de paramilitares serbios pertrechados con armas de la reserva territorial se apoderó de Pakrac, una pequeña localidad de la república de Croacia con poco más de 8.000 habitantes. Ocuparon la estación de Policía y capturaron a los 16 agentes allí destacados. Al día siguiente, unos 200 policías de elite croatas, apoyados por vehículos blindados, recuperaron la población, capturando a 180 rebeldes, incluidos 32 policías serbios, y provocando la huida de los paramilitares hacia los bosques vecinos. Una operación que solo provocó tres heridos leves entre los agentes croatas, pero que fue magnificada por la prensa de ambos bandos. Además, la intervención del ejército federal yugoslavo a favor de los rebeldes serbios, tanto antes como después de este incidente, mostraría bien a las claras cómo iba a desarrollarse el inminente conflicto bélico.

Los sucesos de Pakrac, de los que ahora se cumplen 30 años, son considerados los primeros incidentes bélicos de las denominadas guerras yugoslavas, una serie de conflictos que durante la última década del siglo xx tiñeron de sangre aquella región. Los peores acaecidos en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Como consecuencia, surgieron seis nuevos Estados (siete, si contamos Kosovo) que en la actualidad, incluida la propia Serbia, solo quieren olvidar que algún día estuvieron unidos formando aquello que se llamó Yugoslavia.

La mayoría de estos Estados viven hoy día una cierta estabilidad (si dejamos de lado la pandemia del coronavirus), e incluso algunos forman parte de la Unión Europea. Otros, en cambio, no han logrado superar los problemas derivados de aquellos conflictos. Como es el caso de Bosnia y Herzegovina. Aquí, la existencia de una Republika Srpska (República Serbia) integrada en la unión, pero dominada por políticos nacionalistas serbios que no olvidan su intención de unirse a la madre patria serbia, provoca numerosos problemas a la hora de cohesionar el Estado. Y no digamos Kosovo, un pseudoestado ni siquiera integrante de la ONU al no haber sido reconocido por diversos países, incluida España (aunque en mayo de 2020, el gobierno de Pedro Sánchez dio a entender que podría cambiar de postura, siempre y cuando Kosovo llegara a algún tipo de acuerdo con Serbia).

Y llegados a 2020, la pandemia del coronavirus ha provocado la relegación de muchos de los problemas políticos de estos países. Entre las muchas consecuencias de la enfermedad podemos mencionar la muerte del criminal de guerra Momčilo Krajišnik, colega político de Radovan Karadžić, el principal dirigente serbobosnio, un personaje del que hablaremos a menudo en este libro. Krajišnik, que había sido sentenciado a 27 años de prisión por el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia de La Haya, se encontraba en libertad condicional en Banja Luka (la capital oficiosa de la Republika Srpska) cuando se contagió del virus, falleciendo el 15 de septiembre de 2020.

Aunque en menor medida que en España, lógicamente, las seis repúblicas exyugoslavas han sufrido también los efectos de la pandemia. En Kosovo, por ejemplo, la gestión de la epidemia llevaría incluso a la caída del gobierno de Albin Kurti, destituido en una moción de censura aprobada en su Parlamento el 25 de marzo de 2020. En Macedonia del Norte, las elecciones legislativas fijadas para el 12 de abril tuvieron que ser aplazadas hasta el 15 de julio. Resultará interesante saber cómo se vivirá en estos países el 30 aniversario de sus guerras.

Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

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