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Slobodan Milošević, o el nacionalismo oportunista serbio
ОглавлениеSlobodan Milošević era un destacado funcionario comunista serbio que había hecho carrera en el mundo de la empresa pública yugoslava. Nacido en Požarevac en 1941, en 1953 se afilió a la Liga de los Comunistas de Yugoslavia. Estudió Derecho en la Universidad de Belgrado, donde se licenció en 1964. En ese momento inicia su actividad profesional en la Administración de la República Socialista de Serbia, y más concretamente en el Ayuntamiento de Belgrado, primero como asesor del alcalde y luego como jefe del servicio de información municipal. En 1968 se pasó al mundo empresarial, en el que ocupó puestos de responsabilidad en la empresa autogestionaria, característica del régimen socialista económico yugoslavo. Comenzó a trabajar en la compañía energética estatal Technogas, de la que en 1973 fue nombrado director general. Y en 1978, accedió a la dirección del mayor banco de Yugoslavia, el Banco Unido de Belgrado (Beogradska Banka).
Tras la muerte de Tito en 1980, Milošević comenzó a abrirse paso en el mundo de la política. Aunque aparecía como un hombre de carácter introvertido, orador más bien mediocre y sin carisma, en 1983 fue elegido miembro del Presidium del Comité Central de la Liga de los Comunistas de Serbia (LCS) y, al año siguiente, presidente del comité municipal en Belgrado. El 15 de mayo de 1986 sustituye a Ivan Stambolić, alzado ahora a la presidencia serbia, en la presidencia del Comité Central de la LCS.
El 20 de abril de 1987, Milošević se encontraba en Kosovo enviado por su mentor Stambolić. Debía entrevistarse con los dirigentes comunistas locales para valorar en primera línea lo que allí estaba sucediendo. 2.000 manifestantes serbios le salieron al paso, protestando por la opresión que decían sufrir. Milošević les atendió, prometiéndoles que les escucharía en breves días. Cuatro días después, el dirigente serbio llegaba a Kosovo Polje, localidad del distrito de Priština ubicada en el lugar donde se decía había sido derrotado el rey Lazar por los turcos en 1389. Aquí, las cosas resultaron harto más complicadas.
Mientras Milošević hablaba con varios líderes locales en la casa de cultura del lugar, fuera una multitud de serbios (cifrada en 15.000 personas según New York Times, aunque otros hablan de 20.000) se enfrentaba con piedras a la policía albanokosovar de la provincia, y al parecer estaba ganando la batalla. Milošević salió a parlamentar con ellos y sus palabras, dirigidas a un pequeño grupo de manifestantes, quedaron recogidas por la televisión de Belgrado. Fue un discurso cien por cien nacionalista, con palabras que incluían la necesidad de defender a los serbios, la petición de que no abandonaran sus hogares y la sugerencia de que no toleraran la opresión de los albaneses. El discurso concluía con el grito de «¡Yugoslavia y Serbia nunca abandonarán Kosovo!». Unos minutos de gloria que, gracias a la televisión, auparon al dirigente comunista serbio al liderazgo del emergente nacionalismo. En la Europa occidental, más ilusionada con el fin de la guerra fría que patrocinaban Reagan y Gorbachov, todo aquello parecía algo secundario. Pero de nuevo en Eslovenia y Croacia se seguía tomando nota de lo sucedido.
La efervescencia nacionalista serbia estaba creciendo como la espuma, empujada por la crisis económica. Además, ahora estaba incentivada por la prensa serbia, en buena manera controlada por Milošević, quien en 1988 puso sus ojos sobre la provincia autónoma de Vojvodina para eliminar su autogobierno. Un objetivo fácil, pues allí los serbios no eran minoría, sino más de la mitad de la población.
El 5 de octubre de 1988, alrededor de 150.000 personas se reunieron en Novi Sad, la vieja capital austro-húngara de Vojvodina, para protestar contra el gobierno autónomo. Todo había comenzado días antes con protestas previas en la vecina localidad de Bačka Palanka, dirigidas por el funcionario comunista de la minoría húngara llamado Mihalj Kertes, segundón de Milošević. Cercada la sede del gobierno provincial, el jefe del partido, Milovan Šogorov, solicitó por teléfono ayuda a Milošević, y este se la prometió a cambio de que todo su equipo dejara sus cargos. Al día siguiente, el equipo gubernamental de la autonomía dimitía, siendo de inmediato sustituido por hombres fieles a Belgrado y a Milošević, que estaba vendiendo todo aquello como una revolución antiburocrática dispuesta a acabar con funcionarios corruptos e ineficaces. Situaciones parecidas se vivieron en Montenegro, con más manifestaciones a partir de octubre que acabaron con los viejos dirigentes, y en la propia Belgrado, con una gran manifestación de varios cientos de miles de personas (un millón según algunas fuentes) celebrada el 19 de noviembre. Durante el acto, se enarbolaron retratos de Milošević, y este prometió que Serbia sería completamente libre y recobraría Kosovo, situándose en posición de equidad frente a las demás repúblicas yugoslavas. Gracias a sus intrigas, el dirigente serbio se convertiría el 8 de mayo de 1989 en presidente de la República Socialista de Serbia. Dos años antes había logrado deponer de dicho cargo a su antiguo protector Stambolić mediante una serie de acusaciones e intrigas palaciegas.
Algo menos de tres meses antes, y una vez controladas Vojvodina y Montenegro con nuevos dirigentes de su cuerda, Milošević había pasado a la acción en Kosovo, donde todos estos sucesos inquietaban cada vez más a la población albanesa, empobrecida y atacada por la prensa serbia. Cuando el dirigente serbio inició la sustitución de los dirigentes albaneses de la provincia, el 20 de febrero de 1989 los trabajadores del complejo minero kosovar de Trepča se pusieron en huelga. Una semana después recibían el apoyo de los dirigentes eslovenos, lo que provocó una indignación teledirigida por los medios de información serbios, celebrándose el día 28 en Belgrado una enorme manifestación donde se coreó a Milošević, se exigieron armas para atacar Kosovo y se escuchó al presidente de la federación, ahora el inseguro bosnio musulmán Raif Dizdarević. Este se limitó a asegurar que la provincia albanesa era parte de Serbia, pero fue Milošević quien se llevó la gloria, prometiendo el arresto de los dirigentes albanokosovares promotores de la protesta. Y así fue. Tropas con tanques, junto a policía federal llegada de Serbia, acabaron con la revuelta de forma violenta provocando varias decenas de muertos (entre 22 y 140 según las fuentes), y el 3 de marzo, por decisión de la misma presidencia federal, se ordenó la detención del dirigente comunista albanokosovar Azem Vllasi y de sus colaboradores, acusados de organizar huelgas y desórdenes. A finales del mismo mes, los Parlamentos de Vojvodina y Kosovo, ahora en manos de seguidores de Milošević, aprobaban la limitación de sus prerrogativas autonómicas. De hecho, aquello era el fin de ambas autonomías provinciales, anuladas definitivamente al año siguiente tras aprobarse la nueva constitución de la república de Serbia.
Como hemos adelantado ya, en mayo Milošević pasó a ser presidente de la República Socialista de Serbia, y el 28 de junio estrenó su nuevo liderazgo celebrando en la explanada de Gazimestan, junto a Kosovo Polje, el 600 aniversario de la trágica batalla contra los otomanos. Era, como sabemos, el día de Vidovdan o San Vito. Todas las autoridades federales, con el presidente Janez Drnovšek (esloveno) a la cabeza, se congregaron en el lugar, pero fue Milošević quien se llevó la gloria. Ante una enorme multitud de serbios llegados de todo el país, que según divulgó con evidente exageración el diario Politika sumaban dos millones (las estimaciones más fiables rebajan la cifra a la mitad), el presidente serbio habló de las pasadas y presentes batallas que se habían ganado y debían continuar ganándose («Seis siglos más tarde, estamos comprometidos en nuevas batallas, que no son armadas, aunque tal situación no pueda excluirse aún. En cualquier caso, las batallas no pueden ganarse sin la resolución, el denuedo y el sacrificio, sin las cualidades nobles que estaban presentes en los campos de Kosovo en aquellos días del pasado»), aunque sin apelar directamente al enfrentamiento armado, sino a la prosperidad económica y social: Pero las viejas banderas monárquicas serbias, hasta entonces malditas, ondearon a cientos como símbolos del resurgir de la nación, de un pueblo que exigía justicia ante los atropellos padecidos. Los albaneses, que habían sido excluidos de la celebración, decidieron quedarse en sus casas como prueba de su malestar ante aquella provocación.
Milošević aprovechó el control que logró ejercer sobre los medios de comunicación (televisión serbia, buena parte de una prensa previamente purgada de críticos, radio), impulsando una campaña de odio sin precedentes en la Europa de posguerra. El discurso del miedo pretendía calar sobre todo en los serbios de Kosovo, Croacia y Bosnia, recordando momentos históricos relativos a la lucha serbia por su libertad y la defensa de la religión ortodoxa, al dominio otomano o al genocidio de los ustaše. Es decir, convirtiendo la historia en mitología y folclore. Según estos medios, eslovenos, croatas, bosnios y albanokosovares se habían propuesto humillar y expulsar a los serbios de sus territorios. Los bosniacos pasaron a ser denominados turcos, fundamentalistas islámicos o incluso muyahidines; los croatas, fascistas del Vaticano, y los albaneses, terroristas, criminales y saqueadores de templos. Los canales de televisión, las cadenas de radio, los periódicos y revistas constituyeron el eje neurálgico de la formidable campaña de intoxicación que, sincronizadamente, atizó la desconfianza y el odio entre las comunidades y las regiones en las que quedaban rescoldos, o los resucitó si se habían extinguido, fabricando el clima propicio para que se desencadenara la carnicería. También la literatura aportó su granito de arena a este proceso. En 1989 se publicaron dos exitosas novelas donde los serbios se convertían en víctimas de sus enemigos más próximos: Timor Mortis, de Slobodan Selenić (editorial Svjetlost, Sarajevo), donde se relatan matanzas de los ustaše contra los serbios; y Vaznesenje (La ascensión, Dečje Novine editor, Belgrado), un relato a caballo entre la primera y la segunda guerras mundiales en el que se incide en el odio que los musulmanes bosnios sienten por los serbios. Para caldear aún más este ambiente, la situación económica yugoslava no era ni de lejos demasiado boyante. Las huelgas se multiplicaban debido a la disminución del nivel de vida (699 en 1985, 851 en 1986, 1.570 en 1987). La situación tocó fondo en 1989 cuando la hiperinflación alcanzó el 2.700%. Ante tales problemas, el gobierno federal apenas supo hacer nada.