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3.1.3 Las elecciones de 1936

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El 14 de junio de 1936, a las once de la noche, el Partido Aprista lanzó a través de su emisora clandestina la candidatura de Víctor Raúl Haya de la Torre a la presidencia de la República. El coronel César Enrique Pardo (exiliado en Chile) era candidato a la primera vicepresidencia y el obrero Juan Guerrero Químper a la segunda vicepresidencia. La transmisión duró aproximadamente veinte minutos y durante esta se escucharon explosiones en varias partes de Lima (Baldeón 2005: 468).

Al día siguiente, el 15 de junio de 1936, el gobierno, mediante decreto supremo, convocó oficialmente a elecciones para elegir presidente de la República, primer y segundo vicepresidentes, senadores y diputados. La candidatura de Haya de la Torre fue vetada el 5 de setiembre por el Jurado Electoral, invocando el artículo 53 de la Constitución, que prohibía la actividad política de partidos internacionales. Quedaron así cuatro candidatos a la presidencia: Jorge Prado Ugarteche, exprimer ministro de Benavides, por el Frente Nacional, que agrupaba a la burguesía industrial y financiera; Manuel Vicente Villarán, apoyado por los partidos Nacional Agrario, Nacionalista del Perú y Acción Patriótica, que se ubicaba a la derecha de Prado y representaba al viejo civilismo y a los agroexportadores; Luis A. Flores, por la Unión Revolucionaria, la agrupación de Sánchez Cerro, convertida ya en un partido fascista cuyos militantes desfilaban en las calles con camisas negras; y Luis Antonio Eguiguren, por el Partido Social Demócrata, que contaba con el respaldo del proscrito Partido Aprista Peruano.

La elección de Jorge Prado como candidato del Frente Nacional concitó la atención de las emisoras DUSA, Grellaud, Internacional y Goicochea, que informaron en directo de los pormenores de la asamblea que culminó con el lanzamiento del expremier a la Presidencia de la República. La Crónica, que respaldaba la candidatura de Prado, colocó altoparlantes en los balcones de su local para que el público siguiera el curso del evento transmitido por radio (La Crónica, 17 de marzo de 1936).

Las elecciones de 1936 fueron, en realidad, las primeras en las que se empleó la radio como un medio de campaña, pues en los comicios de 1931, ya se ha señalado, el medio no fue usado por las fuerzas políticas que entonces contendieron.

Tras una gira por el interior del país, Jorge Prado convocó en julio a un mitin en la Plaza Dos de Mayo, en Lima, el cual resultó muy accidentado. El discurso del candidato fue transmitido por Radio Goicochea, que además puso altoparlantes en las bocacalles de la plaza. Según el diario El Comercio, cuando las dos terceras partes de la plaza estaban ya ocupadas por los manifestantes, estalló un petardo de dinamita que voló un alambre que conectaba el micrófono con los altoparlantes, “interrumpiendo el servicio de los amplificadores por unos minutos”. Contramanifestantes de la Unión Revolucionaria y el Apra se enfrentaron a continuación a los seguidores de Prado e intentaron impedir el ingreso del candidato a la plaza. Prado logró penetrar, sin embargo, y se dirigió al domicilio de Víctor Larco Herrera, desde donde debía dirigir el discurso de campaña. A decir de El Comercio, los silbidos eran ensordecedores al punto de que la voz del locutor de la emisora que anunciaba en esos momentos el ingreso de Prado a la residencia apenas si se escuchaba por el bullicio. Cuando Prado, por fin, inició su discurso estallaron “dos potentes cohetes” debajo del balcón donde se encontraba; aun así continúo. “El Perú —dijo— necesita terminar con este sistema de luchas enconadas y odiosas de hombres que se despedazan, de derechas o de izquierdas” (El Comercio, 6 de julio de 1936).

La campaña de Jorge Prado incluyó presentaciones de los candidatos de sus listas parlamentarias, en las radios Grellaud, DUSA, Goicochea, Internacional y Miraflores, “en horarios diurnos y nocturnos”. Hicieron uso del medio los candidatos a senadores Melitón F. Porras, José Balta, Rafael Larco Herrera, Andrés F. Dasso; y los candidatos a diputados Genaro M. Agüero, Jorge Badani, Carlos Borda, Vicente H. Castro, Guillermo Correa Elías, Julio Ferrand, Francisco Lanatta, Santiago Llosa Argüelles, Julio César Mariátegui (hermano de José Carlos Mariátegui), Claudio Martínez, Carlos Sayán Álvarez y Federico Uranga (La Crónica, 8 de octubre de 1936).

El discurso de cierre de campaña de Jorge Prado tuvo lugar en el local del comité ejecutivo del Frente Nacional, en la Calle del Milagro, y se escuchó en la tarde del 9 de octubre por todas las estaciones limeñas en onda corta y larga; además, por los parlantes instalados en la Plaza San Martín y la Plaza Dos de Mayo. Prado nuevamente llamó a superar “todos los odios, todas las divergencias que hasta ahora hemos sufrido con pena y dolor los peruanos” (El Universal, 10 de octubre de 1936).

Manuel Vicente Villarán también empleó intensamente la radio en su campaña. El 12 de mayo expuso su programa por Radio DUSA. El 20 del mismo mes, Clemente Revilla, líder del Partido Nacionalista que apoyaba su candidatura, se dirigió a los electores a través de las ondas hertzianas, prometiendo que Villarán: “No trasplantará métodos exóticos, y fiel a la ideología derechista, responderá a la ciudadanía como saben responder los hombres de honor y de conciencia rectilínea” (El Comercio, 21 de mayo de 1936). El 27 de mayo, Villarán usó nuevamente los micrófonos, esta vez para dirigirse a un público que le era más bien esquivo: “Lo que más interesa a los proletarios y empleados, si bien calculan su verdadera conveniencia, es que se conserve la paz y el orden, para que la prosperidad no se interrumpa” (El Comercio, 28 de mayo de 1936). La frecuencia de las alocuciones por radio de Villarán (quien tenía entonces 63 años de edad) hizo que La Crónica (defensora de la candidatura de Prado) se refiriera jocosamente a él como “El viejito de la Dusa” (Baldeón 2005: 472).

Otro paladín de la candidatura de Villarán, el intelectual conservador José de la Riva Agüero, presidente de la Acción Patriótica, habló en junio a los oyentes: “Aspiremos a lo mejor, votemos por un gobierno derechista, homogéneo y compacto, de propósitos fijos y netos, de acendrada autoridad intelectual y moral”. En aquel discurso radial, Riva Agüero advertía sobre las tendencias de algunos electores: “Los que por novelería y poquedad de espíritu se inclinan a no repugnar un régimen de Centro Izquierda, porque se han constituido análogos en numerosos países, son pobres pusilánimes, débiles mentales, propensos a imitarlo todo, aún lo más dañino [...]” (El Comercio, 11 de junio de 1936).

El uso privilegiado que dio Villarán a la radio como medio de propaganda durante su campaña tendría como razón, según comentaba el escritor marxista Juan Luis Velázquez en un folleto publicado aquel año, la incompatibilidad del candidato con la popularidad, lo que llevaba a sus promotores a guardarlo “en una cámara cerrada y hermética, como es el cuarto donde está el micro” (Velázquez 1936: 39). Velázquez se refería en su opúsculo a varias de las intervenciones por radio de los seguidores de Villarán (José de la Riva Agüero, Clemente Revilla, Pedro Beltrán, Raúl Ferrero Rebagliati, José Carlos Bernales, Enrique Douglas y Ernesto de la Jara), y se detenía especialmente en la de López de la Torre, quien habría dicho: “Tengo el presentimiento de que este micro maravilloso ante el cual hablo, llega a los cuatro puntos cardinales del Perú, a todas las regiones y a todas las comarcas, a todas las inteligencias y a todos los corazones, una voz fraterna y una palabra cordial, cuyos ecos y matices se conservan inalterables a través del tiempo y la distancia” (Velázquez 1936: 51-52).

Velázquez ironizaba sobre esas palabras:

¿Cree, efectiva, honradamente, el Dr. López de la Torre, que los aparatos receptores de radio están divulgados en el Perú, “en todas las regiones y en todas las comarcas”? Nosotros, la verdad, no podemos preciarnos de conocer totalmente el Perú, pero, le conocemos, sobre todo, en la costa, donde el nivel de vida es más elevado que en la sierra y la montaña. Y nosotros no hemos visto aparatos de radio en los hogares de los trabajadores de las ciudades de la costa —y estos hogares sí los conocemos—. Nosotros no hemos visto aparatos de radio en las chozas de los peones agrícolas. Nosotros sólo sabemos que los aparatos de radio son artículos, no sólo de lujo, sino de gran lujo en la costa del Perú. Sabemos que, inclusive, en muchas ciudades donde existe luz eléctrica, ésta no puede ser pagada por los obreros, por constituir un artículo de lujo, debido a las condiciones de vida que tienen [...]. El pueblo peruano está sin zapatos y en la ignorancia. El pueblo peruano, no puede tener radio. No puede tenerlo, así lo quisiera. No es cierto, pues, que, cuando se habla por radio, el Civilismo se dirige al pueblo. Cuando el Civilismo habla por radio, se dirige a los grandes señores feudales-latifundistas, esparcidos por todo el territorio nacional, se dirige a los familiares de los candidatos y adherentes, residentes, en su mayoría, parasitariamente en Lima. Cuando el Civilismo habla por radio se dirige al extranjero, a los imperialistas que siguen de cerca la política nacional, para buscar la mejor utilización de los hombres civilistas-feudales que pueden servir los intereses extranjeros (Velázquez 1936: 52-53).

No obstante que Velázquez tenía razón en su diagnóstico sobre el escaso alcance nacional del medio por entonces, ha de recordarse que el consumo de la radio no se hacía únicamente en el hogar, sino también en plazas y lugares públicos donde eran instalados altoparlantes, y en los centros comerciales. Por otro lado, el grueso de los electores (que según la ley vigente solo podían ser varones adultos que supieran leer y escribir) se concentraba en las ciudades, donde podía tener acceso a audiciones radiales. No debe olvidarse, además, que ya se había demostrado con motivo de la guerra con Colombia en 1933, y se comprobaría ese mismo año de 1936 con ocasión de las Olimpíadas de Berlín, la capacidad que tenía la radio para movilizar masas en Lima. Quizá por ello la mayoría de los postulantes a la presidencia no desdeñó el uso de la radio en su campaña electoral.

La Unión Revolucionaria, el partido fascista que postulaba a Luis A. Flores a la presidencia, privilegió las manifestaciones de masas, pero también empleó la radio. El 13 de setiembre, una marcha convocada por la UR partió de la Plaza Unión hasta la Plaza San Martín. Allí, desde uno de los edificios del Portal de Belén, se dirigieron a la multitud Abelardo Solís (secretario general del partido), Yolanda Coco (secretaria de organización femenina) y Luis A. Flores. Los discursos fueron transmitidos por Radio Goicochea (El Callao, 14 de setiembre de 1936).

El candidato del Partido Social Demócrata, Luis Antonio Eguiguren, contrató en setiembre una hora en Radio DUSA, con consecuencias inesperadas. Según testimonio de César Miró recogido en el libro de Alonso Alegría, OAX Crónica de la radio en el Perú (1993), Eguiguren le pidió a Miró, entonces locutor de DUSA y conductor de La revista oral en esa emisora, que leyera en su lugar un mensaje debido a que el candidato tenía “muy mala voz”. Miró accedió. Al día siguiente tuvo que hacer frente a un intento de detención por parte del gobierno, Radio DUSA fue multada y La revista oral suspendida (Alegría 1993: 58-59). El argumento esgrimido por el gobierno para la sanción a la emisora fue que la transmisión no había sido autorizada por el Ministerio de Gobierno y Policía (Baldeón 2005: 477).

La víspera del día de las elecciones, el 10 de octubre de 1936, el general Benavides se dirigió al país por las ondas hertzianas. Transmitieron las radios Nacional, DUSA, Grellaud, Internacional, Miraflores y Goicochea, con la cooperación de All American Cables Inc. y la Compañía Peruana de Teléfonos. En su discurso, el Presidente rechazó versiones de que había querido imponer como su sucesor a uno de los candidatos (Prado), pero reconoció que había buscado la unión de dos fuerzas políticas (las encabezadas por Prado y Villarán) para que formaran una sola candidatura, y aceptaba su fracaso en esa pretensión. Admitía, asimismo, haber empleado la censura pero “sólo con el objeto de impedir que se soliviantara a la opinión induciéndola en los peligros de una lucha inmotivada o favoreciendo la propaganda de tendencias adversas a la tranquilidad social y el orden que el gobierno está obligado a mantener”. Aludía, luego, al proscrito Partido Aprista y la candidatura de Eguiguren, llamando a los oyentes a cerrar filas en su contra; y hacía, por último, una invocación a los electores: “¡Que vuestro voto lleve al poder a un ciudadano que mantenga la orientación dada al país! Que vuestro voto afirme la senda del progreso nacional que hoy recorremos. ¡Que no sea el acto destructor que nos conduzca a la angustia económica, a la anarquía, al caos que en otras horas vivimos!” (La Crónica, 11 de octubre de 1936).

Las elecciones se realizaron sin incidentes. Los escrutinios, sin embargo, se suspendieron cuando se comprobó que el candidato respaldado por el Apra, Luis Antonio Eguiguren, empezaba a tomar notoria ventaja.14 El 3 de noviembre el Congreso declaró nulos los sufragios emitidos a favor de la lista de Eguiguren, y el Jurado Nacional de Elecciones anuló el proceso electoral. El 13 de noviembre, el Congreso prorrogó por tres años el mandato de Benavides, otorgándole además facultades legislativas; de modo que el general gobernaría en adelante sin Congreso. El 8 de diciembre, Benavides recurrió a la radio para inaugurar la prórroga de su gobierno. Una vez más aludió a la “charla familiar”: “Usaré, como en otras idénticas oportunidades, el sencillo lenguaje de la charla familiar”; recordó sus esfuerzos por lograr una candidatura única que hiciera frente al APRA: “Si se hubiera producido esa unificación que yo ansiaba y que propicié desde el primer instante, y que sólo fracasó, como ya dije, por una lamentable incomprensión, el país habría elegido, legal y pacíficamente a mi sucesor”; y, refiriéndose a la prórroga que le fue propuesta por el Congreso, exclamó:

Fue entonces cuando se produjo en mi espíritu el conflicto más hondo, más trascendental de toda mi vida [...]. La disyuntiva era fatal. O dejar al Perú en los más funestos y evidentes peligros, o me decidía a aceptar la ampliación de mi mandato [...]. Acepté la ampliación de mi mandato únicamente por la conformidad patriótica con que todo soldado acepta y cumple su deber, cuando la nación le reclama sus servicios. Ninguna ambición ni grande ni pequeña, ha sido el móvil de mi proceder. Pongo a Dios por testigo [...] (El Comercio, 9 de diciembre de 1936).

La radio en el Perú

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