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Nota al lector

Este libro está dedicado al recuerdo de los días que pasé entre los pinos del Tallac, donde, junto a una hoguera, escuché este relato épico.

Un recuerdo agradable me trae la imagen a la cabeza, clara, vívida: los veo sentados, uno de ellos pequeño y poca cosa, y, el otro, alto y fornido, el líder, el guía, montañeros rudos los dos. Fueron ellos quienes me contaron esta historia, poco a poco, frase a frase. Se sentían preparados para hablar, pero no sabían cómo hacerlo. Eran parcos en palabras; palabras que, además, habríamos considerado vacías en un papel, carentes de sentido, sin ver los labios fruncidos, sin siseos ni bufidos, sin el brutal rugido contenido con maestría humana, sin el chasquido y los tirones de las muñecas, sin el fulgor de los ojos grises, que fue lo que de verdad me contó esta historia, pues las palabras no pasaron de ser un mero titular. También hablaron de un tema más sutil aquella noche, un tema que no parecía que estuviera allí, pero que se leía entre líneas y, escuchando el rudo relato, oí con claridad el canto de los pájaros nocturnos en la tormenta y entre el brillo de la mica capté el destello del oro, dado que la suya era una parábola con la típica energía de las historias de las montañas que, no obstante, se desvanece cuando desciende a las llanuras. Me hablaron de cómo crecen las gigantescas secuoyas a partir de una semilla diminuta; de la avalancha que, nacida de un copo de nieve, crece en los picos y se lanza desde ellos, para ir perdiendo vigor y morir en los llanos. Me hablaron del río que teníamos a nuestros pies, de cómo iba creciendo, de cómo empezaba siendo un regato en la zona más alejada del Tallac y de cómo iba convirtiéndose en un arroyo primero, en un riachuelo después, en un río luego, en un gran río, en un torrente que bajaba desde las montañas hasta la llanada para encontrar un final tan extraño que solo los sabios son capaces de creerlo. Yo lo he visto. Ahí lo tienes, el río, el maravilloso río que no cesa pero que, al mismo tiempo, nunca llega al mar.

Te cuento la historia tal y como me la contaron a mí y, en realidad, no la escribo como me fue entregada porque la de aquellos dos hombres era una lengua que no tiene escritura, por lo que no hago sino ofrecerte una vaga transcripción; vaga, pero en todo momento respetuosa, pues reverencio el espíritu indomable de los montañeros y venero a esa poderosa bestia que la naturaleza convirtió en un monumento del poder, al tiempo que me admira y adoro el choque, la terrible y heroica batalla que aconteció cuando unos y otros se toparon.

Jacky, el oso de Tallac y otros cuentos

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