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Prólogo

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En mayo de 2012, Gladys Lechini me invitó a dar un curso sobre regionalismo y política exterior en el doctorado que ella dirigía en la Universidad Nacional de Rosario. Cargué mis filminas y allá fui. Pasé una semana excepcional enseñando en La Siberia, como llaman al campus frío y lejano de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Me acuerdo de cada lugar donde comí y de todos los amigos que encontré, pero recuerdo más que nada a los alumnos: eran una docena de jóvenes brillantes, uno de los cursos más inteligentes que tuve el privilegio de torturar. Esteban fue uno de esos alumnos, Nicolás zafó por poco. Mantuve contacto con buena parte de ellos, que hoy se destacan en la profesión como entonces lo hacían en el aula. Y, ahora como entonces, me hacen trabajar. Por momentos los odio.

A veces, los académicos se encierran en su torre de marfil: saben cosas, pero no saben –o no les interesa– contarlas. Otras veces, presenciamos en el debate público a gente que no sabe pero igual cuenta. En la Antigua Roma los llamaban chantas. Este libro consigue el equilibrio perfecto: sabe y cuenta, y por sobre todo no aburre. Porque esa, que Martín Fierro ignoraba, es la ley primera: no importa cuánto sabemos o cuánto contamos si el que escucha se durmió.

Hay tres maneras de abordar tanto la investigación como la divulgación científica. La primera se enfoca en la teoría o el método: tengo una sola herramienta y la uso con todo lo que se mueve, y también si se queda quieto. La segunda se enfoca en el caso: tengo una obsesión y la persigo aumentando el arsenal de herramientas en desmedro de la posibilidad de generalizar y comparar. La tercera se enfoca en un problema: quiero saber por qué algo no funcionó cómo se esperaba, y recurro a todas las herramientas y todo el conocimiento disponible para averiguarlo. Esteban y Nicolás se alinean en este último grupo: son teóricamente pluralistas y metodológicamente eclécticos, y nada de lo humano les es ajeno. ¿Por qué el mundo está en crisis? ¿En qué se parece esta crisis a las anteriores y en qué se diferencia? ¿Y qué factores pueden impulsar a la política internacional en cuáles trayectorias? El lector que busque ratificar prejuicios se desilusionará. Este libro abraza la complejidad del mundo y procura entenderla, no esconderla.

Los autores no caen en la grieta: a pesar de conocerlos personalmente, y después de leer su obra, no sé a quién votan. Ellos no confunden análisis con deseos, el gran problema de quienes buscan cambiar el mundo antes de comprenderlo. Tejen sus argumentos con datos y con conceptos ajustando el análisis a la realidad –y no al revés–.

Hay cuatro formas en que un académico puede intervenir en el debate público: como intelectual orgánico, como intelectual público, como analista político y como divulgador científico. El intelectual orgánico defiende a un partido; es un militante instruido. El intelectual público defiende causas variadas; suele saber mucho sobre un tema y pontificar sobre otros. El analista político torna inteligible la realidad; aplica categorías y conceptos de las ciencias sociales a los procesos políticos. El divulgador científico torna inteligible la ciencia; presenta investigaciones y descubrimientos académicos de forma comprensible para el lego. Los autores de este libro cumplen eficazmente los dos últimos roles, y dejan el papel de intelectual orgánico e intelectual público para quienes no entienden de ciencia o de política.

Desde hace tiempo hay quienes postulan, medio en broma y medio en serio, a Rosario como la Capital Argentina de las Relaciones Internacionales. Ya su Concejo Municipal la había declarado, en 2018, Cuna del Rock Argentino, como si no les bastase con haber sido la cuna de Roberto Fontanarrosa. No es recomendable seguir alimentando ese ego, so riesgo de que parezcan porteños. Y sin embargo, libros como este justifican el apodo.

Andrés Malamud

Lisboa, agosto 2020

La disputa por el poder global

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