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Introducción

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Hace mucho tiempo, en mi juventud, yo tenía el descaro de creerme capaz de pronunciarme sobre el “sentido de la historia”. Ahora sé que el sentido de la historia es algo que debemos descubrir, no proclamar.

Henry Kissinger

Tiempo, geografía y áreas temáticas. Pocas veces en la historia contemporánea un acontecimiento generó tanto impacto en tantas dimensiones como la pandemia del COVID-19. En cuestión de meses y en una escala planetaria, los principales aspectos de la vida humana se vieron trastocados. El trabajo, el ocio, el consumo, la educación, la política, los negocios, el cuidado de la salud y las relaciones sociales en general fueron reformulados en pos de adaptarse a una estremecedora e impactante “nueva normalidad”.

Un aspecto que evidencia con claridad el carácter altamente disruptivo del COVID-19 es la reiteración de la frase “por primera vez en la historia”. Nunca antes ocurrió que millones de personas fueran obligadas a permanecer en cuarentena en sus hogares al tiempo que más de mil millones de estudiantes de todos los niveles educativos en todo el mundo se vieron imposibilitados de asistir físicamente a sus clases. Por primera vez 85.000 museos en todo el mundo tuvieron que cerrar de manera simultánea sus puertas. El espacio de Schengen –acuerdo que constituye todo un símbolo de la integración europea, por medio del cual varios países del continente suprimieron los controles entre sí de las fronteras interiores– se cerró por primera vez desde su creación, mientras que en la Ciudad del Vaticano, en una imagen inédita, el Papa celebró la misa de Pascua sin fieles, frente a la Plaza de San Pedro vacía.

En la dimensión económica los ejemplos abundan. Las minas de plata de Potosí paralizaron su producción luego de cinco siglos de actividad sin interrupciones y el precio del petróleo registró un peculiar récord al cotizar por primera vez en valores negativos en su variedad WTI. Por su parte, la Reserva Federal de los EE. UU. (FED) llevó adelante una política de estímulo sin precedentes que hace lucir pequeña a la desplegada durante la crisis financiera internacional de 2008, hasta ese entonces la mayor de la historia. La deuda global en relación al PIB se amplió de manera significativa en el contexto de la pandemia marcando un nuevo máximo histórico, del mismo modo que lo hicieron los déficits fiscales en la mayoría de los mercados emergentes. Igual de fuerte e histórica –tanto en volumen como en velocidad– fue la salida de fondos registrada en estos últimos, en busca de un refugio seguro ante tanta incertidumbre a nivel global. Más impresionante aún fue la caída en las principales plazas bursátiles, con el índice Standard & Poor’s 500 –uno de los más importantes y representativos de EE. UU.– registrando la mayor pérdida de valor en el menor lapso de tiempo, en términos comparativos con anteriores caídas a lo largo de la historia.

En este marco, no caben dudas de que estamos siendo testigos de lo que los internacionalistas llamamos un “acontecimiento con impacto sistémico”. La afectación no se reduce a un conjunto de actores, interacciones y agendas, sino que, por el contrario, condiciona el comportamiento de todas y cada una de las unidades del sistema e impacta en todas sus dimensiones (político-diplomática, económico-financiera, comercial y estratégico-militar). La literatura anglosajona denomina game changer a este tipo de eventos por sus efectos disruptivos.

Por todo lo referido, resulta evidente que más allá de los desafíos que la pandemia supone para la ciencia biológica y la medicina, vinculados con el desarrollo de vacunas y tratamientos que logren controlar los efectos del COVID-19, constituye además un gran desafío para las ciencias sociales en general y para las relaciones internacionales en particular. Para agregar complejidad al asunto, la pandemia se combina y retroalimenta con un proceso incluso más desafiante que la antecede y atraviesa, a saber: la disputa por el poder global, con Estados Unidos y China como principales protagonistas. El alcance y la magnitud del impacto de estos procesos, sumado al carácter multidimensional de sus efectos, conducen indefectiblemente a la gran pregunta que atraviesa todo el debate: ¿la pandemia del COVID-19 cambiará el mundo? Si usted lector espera encontrar en estas páginas una respuesta taxativa y unívoca para este interrogante, lamentamos decepcionarlo y sentimos la obligación de anticiparle que eso no ocurrirá, al menos no de ese modo. Como dice el popular dicho, “es muy difícil hacer pronósticos, sobre todo cuando se trata del futuro”.

No obstante, a lo largo de este ensayo se identificarán las “fuerzas profundas” de la política internacional, es decir, aquellas tendencias –previas a la pandemia– que ejercen presión sobre el orden actual, así como también las principales variables que condicionan su intensidad, su dirección y su velocidad y de las cuales depende en consecuencia la configuración de los posibles escenarios futuros. Si bien resulta complejo determinar cómo será el mundo posterior a la pandemia, podemos intentar anticipar sus características según la forma que adquiera la coevolución de las principales variables que explican y condicionan la dinámica internacional. En otras palabras, para simplificar, no podemos saber cuál será exactamente el estado del clima en un día determinado con un año de anticipación, pero sí sabemos que si la temperatura atmosférica es muy baja y la humedad es elevada, de seguro caerá nieve. También sabemos que en determinadas áreas geográficas es muy poco probable que las variables en cuestión se comporten de la manera referida.

El COVID-19 agrega una elevada dosis de complejidad a un mundo de por sí nada sencillo. Retomando la analogía climatológica, el COVID-19 alteró las estaciones del año y evidenció con claridad uno de los rasgos centrales de nuestro tiempo: la incertidumbre. Lo inimaginable ocurre con mayor frecuencia de lo que uno cree. En este sentido, escribir sobre la coyuntura plantea enormes desafíos y el éxito depende de lograr tamizar correctamente lo superficial de lo estructural. Somos plenamente conscientes de esta dificultad y asumimos los riesgos. También tenemos la profunda convicción de que estudiar el mundo anterior a la pandemia ya no será una tarea de los internacionalistas sino más bien de los historiadores.

El libro se propone sistematizar el debate disciplinar en el campo de las relaciones internacionales en relación a los impactos de la pandemia del COVID-19 en la disputa por el poder global y la configuración de un nuevo orden. Se espera poder mostrarle al lector qué se discute y desde qué perspectiva, de dónde viene y hacia dónde se dirige el mundo, así como también qué aspectos podrían alterar el rumbo o bien acelerarlo. Se plantean tantos interrogantes como respuestas posibles y, en pos de no abrumar al lector, aquí procuramos ordenarlos con un sentido lógico y explicativo que se cristalizará a medida que se avance en la lectura: ¿Qué diferencias tiene este acontecimiento de impacto sistémico con otros ocurridos en el pasado? ¿Es posible calificar al COVID-19 como un cisne negro? ¿El mundo atraviesa una crisis como consecuencia del coronavirus o este actuó más bien como catalizador de riesgos globales preexistentes? ¿Cuál es el impacto sobre la gobernanza global y sobre el llamado “orden internacional liberal” y sus instituciones? ¿Estamos frente al final de la globalización? ¿Hay una crisis de liderazgo global? ¿Marcará el COVID-19 la declinación de EE. UU. y la emergencia definitiva de un mundo liderado por China o será este, por el contrario –y como muchos sostienen–, un “nuevo siglo americano”? ¿Cuál es el lugar de los países emergentes en esta crisis? ¿Qué implicancia tiene la disputa por el poder global entre EE. UU. y China y por qué la evolución de este vínculo es central para entender la configuración del mundo pospandemia? En los capítulos subsiguientes se buscará articular respuestas para todos y cada uno de los interrogantes listados en pos de despejar algo de la incertidumbre que reina sobre el mundo que viene.

El presente ensayo se estructura en torno a cuatro supuestos de partida que dan forma y articulan el debate en cada uno de los cuatro capítulos que componen el libro. En primer lugar, y como adelantamos, estamos siendo testigos de un acontecimiento con impacto sistémico –el tercero en lo que va del siglo–, el cual de ninguna manera puede ser catalogado como un cisne negro.

En segundo lugar, la crisis global producto de la pandemia del COVID-19 dejó al desnudo y agudizó los fuertes desequilibrios y riesgos globales que se vienen gestando desde hace décadas, al tiempo que expuso la incapacidad del mundo para gestionarlos y mantenerlos a raya, lo que provocó a su vez una aceleración de las tendencias preexistentes.

En tercer lugar, se reconoce la existencia de una crisis de liderazgo global que condiciona fuertemente el éxito de la cooperación internacional, así como también la provisión de bienes públicos globales, ambos aspectos centrales para garantizar la estabilidad en cualquier orden internacional y asegurar un manejo ordenado de las tendencias disruptivas que eventualmente puedan emerger.

Por último, se sostiene que la coevolución del vínculo entre EE. UU. y China es clave en este sentido y resulta determinante en la configuración de los escenarios futuros. De la dinámica del vínculo bilateral dependerá en buena medida el grado de control, la dirección y la velocidad de las tendencias que hoy irrumpen y ejercen presión sobre el orden internacional.

Son muchos los interrogantes. Son múltiples los debates y las reflexiones impulsadas por el temblor que ha provocado la pandemia. Son muchos los escenarios posibles. Cualquier atajo lleva inexorablemente al encierro del pensamiento. Sobre algo no hay dudas: son tiempos históricos interesantes los que corren. Desafiantes para vivirlos, apasionantes para intentar descubrirlos en su sentido.

La disputa por el poder global

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