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El compañero de viajes
ОглавлениеLa vida cristiana no es un escape silencioso a un jardín donde podemos caminar y hablar sin interrupciones con nuestro Señor, ni es un viaje de fantasía a una ciudad celestial donde podemos comparar nuestros galardones y medallas de oro con los de los demás que hayan logrado entrar en el círculo de ganadores. El suponer lo anterior, o esperarlo, es dar vuelta el tornillo hacia el lado equivocado. La vida cristiana es dirigirnos hacia Dios. Al dirigirse hacia Dios, los cristianos viajan sobre el mismo suelo que todos los demás, respiran el mismo aire, beben la misma agua, hacen las compras en las mismas tiendas, leen los mismos periódicos, son ciudadanos bajo los mismos gobiernos, pagan los mismos precios por los comestibles y la gasolina, temen los mismos peligros, están sujetos a las mismas presiones, tienen las mismas aflicciones, son enterrados en el mismo suelo.
La diferencia es que cada paso que damos, cada respiro que inhalamos, sabemos que somos resguardados por Dios, que él nos acompaña, que él nos gobierna; y por lo tanto, no importa qué dudas soportemos o qué accidentes experimentemos, el Señor nos guarda de todo mal, cuida nuestra vida misma. Sabemos esta verdad del himno de Lutero:
Y aunque este mundo, de demonios lleno
Amenazara con destruirnos,
No temeremos, porque Dios ha dispuesto
Que triunfe en nosotros su verdad.
Ante el príncipe de la inexorable oscuridad,
No temblamos;
Su ira soportamos,
Porque, ¡he aquí! su fin es certero;
Y nuestro pequeño mundo, sobre él caerá.
Nosotros, los cristianos, creemos que la vida es creada y moldeada por Dios, y que la vida de la fe es una exploración diaria de las constantes e innumerables maneras en que experimentamos la gracia y el amor de Dios.
El Salmo 121, cuando lo aprendemos temprano y lo cantamos repetidas veces al caminar con Cristo, define claramente las condiciones bajo las cuales expresamos nuestro discipulado—el cual, en breves palabras, es Dios. Una vez que incorporamos este salmo a nuestro corazón, nos será imposible suponer con desaliento que ser un cristiano es una batalla incesante en contra de fuerzas siniestras que en cualquier momento pueden irrumpir y vencernos. La fe no es un asunto precario de un escape fortuito de los asaltos satánicos. Es la experiencia de Dios, sólida, masiva y segura, que evita que el mal penetre a nuestro interior, que guarda nuestra vida, que nos cuida cuando salimos y cuando regresamos, que nos guarda ahora mismo, que nos cuida siempre.