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Un modelo de Hombre

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Esta cualidad doble de las Escrituras –la capacidad de intensificar una pasión por la excelencia combinada con una indiferencia hacia los logros humanos como tales— me llama poderosa y particularmente la atención en el libro de Jeremías.

Cleanth Brooks escribió lo siguiente: “Uno busca un modelo de hombre, intentando en un mundo crecientemente deshumanizado identificarse a sí mismo con un hombre que actúe como un ser moralmente responsable y no que ande como si fuera un mero objeto”.3 Jeremías es, en mi opinión, un “modelo de hombre”, una vida excelencia que los griegos llamaron aretê. En Jeremías está muy claro que la excelencia viene de una vida de fe, de estar cada vez más interesado en Dios que en sí mismo, y que tiene casi nada que ver con comodidades, fama o logros personales en la historia. Jeremías estimula mi pasión por una vida plena. Al mismo tiempo, cerraba firmemente la puerta contra intentos de alcanzar esta clase de vida por medio de la autopromoción, autosatisfacción o mejoramiento propio.

Es extremadamente difícil ilustrar la bondad de manera atractiva; es mucho más sencillo retratar a un canalla interesante. Todos nosotros tenemos mucho más experiencia en el pecado que en la bondad, por lo que un escritor tiene más material imaginario con que trabajar para crear un personaje malo que uno bueno. En novelas, poemas y obras de teatro la mayoría de los personajes memorables son villanos o victimas. La gente buena, de vidas virtuosas, parecen un poco tontas. Jeremías es una impresionante excepción. En la mayor parte de mi vida adulta me ha atraído. La complejidad e intensidad de esta persona capturó y retuvo mi atención. Lo cautivante en este hombre es su bondad, su virtud, su excelencia. Tuvo una vida plena. No tuvo una vida color de rosas, al contrario, atravesó tormentas violentas de hostilidad y la furia de la duda amarga. No hay un solo rastro de satisfacción, complacencia o ingenuidad en Jeremías. Cada músculo de su cuerpo fue presionado hasta el límite por la fatiga, cada pensamiento en su mente fue sujeto al rechazo, cada sentimiento en su corazón fue sometido al ridículo. La bondad en Jeremías no significó “ser bueno”. Fue algo más como la valentía.

Jeremías me ha ayudado a nivel personal, pero también pastoralmente, y los intereses personales y pastorales convergen entre sí. Como pastor reto a otros a vivir una vida plena y proveo guía para hacer esto. Pero, ¿cómo hacer esto sin estimular inadvertidamente el orgullo y la arrogancia? ¿Cómo estimulo el apetito por la excelencia sin alimentar al mismo tiempo la determinación egoísta de hacer caer a todo aquel que se atraviese en el camino? En todas partes encontramos voces alentadoras que abogan por una vida mejor. Es bueno tal estímulo. El consejo, sin embargo, que acompaña este estímulo ha introducido una malicia ilimitada en nuestra sociedad, y me opongo enérgicamente a él. El consejo es que podemos alcanzar nuestra plena humanidad por medio de la satisfacción de nuestros deseos. Esto ha sido una receta para la miseria para millones.4 El consejo bíblico sobre este asunto es claro: “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Pero, ¿cómo puedo guiar a otras personas a que se nieguen a sí mismos sin que tengan la idea errónea de que estoy estimulándolos a ser la alfombrilla en la cual todos limpian sus zapatos? El difícil arte pastoral consiste en alentar a la gente a crecer en excelencia y a vivir de manera generosa, a perderse y encontrase a sí mismo al mismo tiempo. Es paradójico, pero no imposible. Jeremías resalta entre quienes lo han hecho: una identidad plenamente desarrollada (y, por lo tanto, extraordinariamente atractiva) y una persona completamente desinteresada (y, por lo tanto, maduramente sabia). Por medio de conversaciones, charlas, retiros, sermones, Jeremías ha sido un ejemplo y mentor para mí a lo largo de veinticinco años.

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