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¿Qué hay en un nombre?

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El libro de Jeremías comienza con un nombre propio, Jeremías. Otros siete nombres propios le siguen: Hilcías, Benjamín, Josías, Amón, Judá, Joacim, Sedequías. El nombre propio es la parte más importante de la oración en nuestro idioma. El grupo de nombres propios que da inicio al libro de Jeremías hace alusión exactamente a lo que es más característico de Jeremías: el rol personal en contraposición con el rol estereotipado, lo individual en contraste con la borrosa multitud, el espíritu único en contraste con el humor cultural generalizado. El libro en el cual encontramos el más memorable registro de lo que es ser humano en el sentido más completo y desarrollado, comienza con nombres propios.

El dar nombre se refiere a lo esencial. Este acto, un acto que ocurre al comienzo de la vida de cada uno, tiene un enorme significado. Todos hemos recibido un nombre. Desde entonces el curso de la vida es trazado en el océano de la realidad en búsqueda de la rectitud. Eugen Rosenstock-Huessy ha extraído el significado de dar nombre: “El nombre es el estado del habla en el cual no hablamos de la gente, las cosas o los valores, sino en el cual hablamos a las personas, las cosas, los valores… El nombre es la manera correcta de llamar a una persona para que ella responda. El significado original del lenguaje fue este mismo hecho, que pudiera ser usado para hacer que las personas respondan”.2

Al nacer recibimos un nombre, no un número. El nombre es la parte de la oración por medio del cual somos reconocidos como personas. No somos clasificados como una especie animal. No somos etiquetados como un componente químico. No somos valuados por nuestro potencial económico ni recibimos un valor en dinero. Recibimos un nombre. El nombre que recibimos no es tan importante como el acto de recibirlo.

La estatura impresionante de Jeremías como ser humano – Ewald lo llama “el profeta más humano”3— y la creciente vitalidad de aquella humanidad por sesenta años tiene su origen en haber recibido un nombre, junto con la centrada seriedad con la que tomó su nombre y el nombre de otros. “Ser llamado por su verdadero nombre es parte del proceso de convertirse en sí mismo de todo oyente. Debemos recibir de otros un nombre; esto es parte de nacer completamente”.4 Jeremías recibió un nombre y estuvo inmerso en nombres. Nunca fue reducido a una función o absorbido por una moda sociológica, ni capituló ante una crisis histórica. Su identidad e importancia se desarrollaron a partir del acto de recibir un nombre y su respuesta a él. El mundo de Jeremías no comienza con la descripción del escenario o un esbozo de la cultura, sino con ocho nombres propios.

Cada vez que pasamos de nombres propios a etiquetas abstractas, gráficos o datos estadísticos, estamos menos en contacto con la realidad y disminuimos nuestra capacidad de tratar con lo que es mejor y en el centro de la vida. Somos siempre, no obstante, estimulados a hacer esto. En muchas áreas de la vida la transmisión adecuada de nuestro número de carné de identidad es más importante que la integridad con la que vivimos. En muchos sectores de la economía el título que ostentamos es más importante que nuestra habilidad para hacer cierto trabajo. En muchas situaciones la imagen pública que la gente tiene de nosotros es más importante que las relaciones personales que desarrollemos con ellos. Cada vez que nos plegamos a este movimiento de lo personal a lo impersonal, de lo inmediato a lo remoto, de lo concreto a lo abstracto, somos disminuidos, somos menos. Se requiere resistencia si deseamos mantener nuestra humanidad.

“Es un desastre espiritual”, advierte Thomas Merton, “que un hombre se conforme con su identidad exterior, con la fotografía tipo pasaporte de sí mismo. ¿Acaso su vida se reduce a sus huellas digitales?5 Pero las fotos tipo pasaporte, normalmente, son preferidas, incluso exigidas, en la mayoría de nuestras relaciones en el mundo.

Haciendo los preparativos para viajar a otro continente, solicité un pasaporte. Presenté mi certificado de nacimiento junto con la planilla de solicitud. El empleado de la oficina postal al cual entregué el documento era un hombre al cual había conocido personalmente por diecinueve años. Éste rechazó la solicitud: Yo no había presentado el certificado original de nacimiento, sino una fotocopia. Le traje entonces el documento original que también fue rechazado porque debía estar en relieve. Escribí al estado en donde había nacido y pagué por una copia grabada. Todo aquel tiempo había estado tratando con una persona que sabía mi nombre y había visto mi vida en la comunidad por diecinueve años. Este conocimiento personal de primera mano había sido rechazado a favor de un documento impersonal.

Creo que puedo reconstruir los hechos que justifican tal procedimiento. Existe el peligro de espionaje extranjero. Nuestro gobierno tiene la responsabilidad de mantener a nuestro país seguro. No sería confiable depender de la lealtad del personal y el conocimiento de un trabajador de la oficina postal para determinar la identidad de nadie. Insistir en un certificado de nacimiento grabado es una forma de evitar falsificaciones.

En mi situación el procedimiento fue más divertido que frustrante, pero el incidente en sí mismo, un inconveniente menor, es síntoma de un mayor peligro a nuestra humanidad: si soy tratado frecuente y autoritativamente de manera impersonal, comienzo a pensar en mí mismo de la misma forma. Me considero a mí mismo en términos de cómo encajo dentro de las normas estadísticas; me evalúo a mí mismo en términos de mi utilidad; hago un avalúo de mí mismo en relación a lo mucho o lo poco que otros me quieren. En el proceso de seguir estos procedimientos me encuentro a mí mismo definido por una etiqueta, restringido a una función, funcionando al nivel de mi número de carné de identidad. Se requiere de un esfuerzo firme y sostenido para mantener nuestros nombres al frente. Nuestros nombres son más importantes que el devenir en la economía, mucho más importantes que las crisis de las ciudades, mucho más importantes que un gran paso adelante en la exploración espacial. Esto es así porque un nombre se dirige exclusivamente a la criatura humana. Un nombre reconoce que soy esta persona y no otra distinta.

Nadie puede valuar mi importancia examinando el trabajo que hago. Nadie puede determinar mi valor decidiendo el salario que me pagarán. Nadie puede saber que es lo que hay en mi mente examinando mis calificaciones escolares. Nadie puede conocerme midiéndome, pesándome o analizándome. Llámenme por mi nombre.

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