Читать книгу Correr con los caballos - Eugene Peterson - Страница 18

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Me encontraba sentado en el mostrador de una charcutería en Brooklyn, comiendo un emparedado de pastrami con pan de centeno y teniendo una conversación ligera con el dueño del establecimiento. Después de unos quince minutos de conversación desordenada, sin que ninguno de los dos dijera al otro nada de interés, el hombre se puso en pie delante de mí adoptando una postura de intensa concentración y dijo: “No me lo diga, usted es de… déjeme ver… usted viene de… Nebraska”.

“No”, le dije, “Soy de Montana”.

El hombre se desilusionó, “Normalmente no me equivoco tanto”.

El ritmo de la conversación mejoró. Supe que mi interlocutor estaba muy orgulloso de su habilidad para reconocer los acentos regionales. Personas de todas partes del país, de todas partes del mundo, venían a su negocio. Él tenía un buen oído. Desarrolló una magnífica destreza para descubrir el origen de las personas escuchando las variaciones dialectales en el habla.

Me sentí halagado de ser el objeto de su curiosidad. El único interés previo que puedo recordar haya mostrado en mí un dependiente fue tomar mi orden correctamente y asegurarse de que yo hubiera entendido bien el precio.

“¿Qué te cobro?”

“Un pastrami con centeno. ¿Cuánto es?”

“Un verde y setenta y cinco”

El lenguaje es informativo y utilitario. Cuando ha terminado su trabajo o se detiene o se transforma en chisme. Pero por aquellos breves momentos en aquel lugar de Brooklyn, alguien escuchaba mis palabras por algo más que simple información; aquel hombre buscaba conocimiento. Aquella persona deseaba saber de donde venía y lo que había experimentado que había dado como resultado mi manera de pronunciar las palabras de la manera en que lo hice. No fui reducido a ser un consumidor hambriento al que se le podía sacar provecho económico. Yo tenía particularidades geográficas, una idiosincrasia lingüística. En mí había más que necesidades biológicas y potencial económico, y él estaba interesado en ello o, al menos, en una parte de ello.

En una época periodística en la cual las únicas cosas que califican como merecedoras de atención son lo inmediato y lo extraordinario, no estoy acostumbrado a ser considerado de esta forma. En una era comercial en la que cada persona es evaluada como una unidad económica y el tiempo es dinero, no estoy acostumbrado a tan relajada consideración. Pero sólo esta clase de atención es la que me permite expresar las muchas facetas de la humanidad y el complejo significado que tienen para quién soy. Separado del antes, el ahora tiene poco significado. El ahora es sólo una delgada porción de lo que soy; aislado del rico depósito del antes, no puede ser entendido.

Así los biógrafos investigan en los archivos familiares. Los psiquiatras recuperan recuerdos reprimidos e indagan sobre las impresiones de la infancia. Los amantes hurgan en los álbumes de fotografía buscando saber todo lo posible el uno del otro, sabiendo que cada detalle profundiza la comprensión y, por ende, el amor. El antes son las raíces del ahora visible. Nuestras vidas no pueden ser leídas como si fueran un periódico sobre las noticias de última hora; son novelas íntegras que incluyen el desarrollo del personaje y de la trama, siendo cada párrafo esencial para su madura apreciación.

Sabiendo que la humanidad completamente apasionada y desarrollada de Jeremías tenía necesariamente un complicado e intrincado trasfondo, nos preparamos para examinarla. Hasta ahora sólo hemos echado un vistazo. Hasta ahora tenemos esto: tres escuetos e inexpresivos datos: el nombre de su padre, Hilcías; el oficio de su padre, sacerdote; su lugar de nacimiento, Anatot. Queremos saber más. Sin información adicional, ¿cómo podremos obtener una adecuada comprensión de la humanidad de Jeremías? Necesitamos saber las condiciones sociales y económicas de Anatot para poder trazar las primeras influencias en la pasión de Jeremías por la justicia. Necesitamos saber si su padre fue pasivo o enérgico para así evaluar la compleja vida emocional del hijo. Necesitamos saber si su madre fue sobre protectora y cuándo destetó a su hijo si deseamos explicar la increíble tenacidad del profeta en su adultez. Necesitamos conocer los métodos de enseñanza usados por los sabios locales para distinguir lo original de lo convencional en la enseñanza y predicación de Jeremías. Las preguntas aumentan. La falta de evidencia es frustrante. Lo que necesitamos es un avance significativo en el descubrimiento de manuscritos del Anatot del siglo séptimo antes de Cristo, manuscritos que contengan anécdotas, datos estadísticos y cartas, la materia prima para la reconstrucción del mundo en el cual nació Jeremías.

Fantaseamos con una primicia arqueológica. Mientras tanto lo que tenemos al alcance de nosotros es mucho más útil: la investigación teológica. En lugar de hablar sobre lo que los padres de Jeremías hicieron, hablaremos sobre lo que Dios hizo: “Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer. 1:5).

Correr con los caballos

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