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El primer movimiento

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Antes de que Jeremías conociera Dios, Dios ya lo conocía a él: “Antes que te formara en el vientre, te conocí”. Esto cambia todo lo que hayamos pensado jamás sobre Dios. Creemos que Dios es un objeto sobre el cual tenemos preguntas. Tenemos curiosidad sobre Dios. Nos hacemos preguntas sobre Dios. Leemos libros sobre Dios. Participamos en largas sesiones de estudio nocturno sobre Dios. Vamos de vez en cuando a la iglesia para saber cómo van las cosas con Dios. Reflexionamos sobre el amanecer o una sinfonía para cultivar un sentimiento de reverencia hacia Dios.

Pero esta no es la realidad de nuestras vidas con Dios. Mucho antes de que si quiere se nos hubiera ocurrido la idea de hacernos preguntas sobre Dios, Dios ya se hacía preguntas sobre nosotros. Mucho antes de que nos interesáramos en el tema de Dios, Dios nos sometió al más intensivo y exhaustivo conocimiento. Antes de que si quiera cruzara por nuestras mentes que Dios pudiera ser importante, Dios nos señaló como importantes. Antes de que fuésemos formados en el vientre, Dios nos conocía. Fuimos conocidos antes de conocer.

Esta verdad tiene un resultado práctico: ya no vamos de aquí para allá, ansiosos y llenos de pánico, buscando una razón para nuestra existencia. Nuestras vidas no son rompecabezas que deben ser armados. Más bien, vamos a Dios, quien nos conoce y nos revela la verdad de nuestras vidas. El error fundamental es comenzar con nosotros mismos y no con Dios. Dios es el centro a partir del cual la vida se desarrolla. Si utilizamos nuestro ego como el centro del cual se desarrolla la geometría de nuestras vidas, viviremos excéntricamente.

Toda sabia reflexión es corroborada por la Biblia. Entramos a un mundo que no creamos. Crecemos en una vida que fue provista para nosotros. Llegamos a un complejo de relaciones con otras voluntades y destinos que ya están plenamente operativos antes de que seamos incluidos en ellas. Si vamos a vivir apropiadamente, debemos estar concientes de que estamos viviendo en el medio de una historia que ya fue comenzada y que será concluida por otra persona. Esta otra persona es Dios.

Mi identidad no comienza cuando comienzo a entenderme a mí mismo. Existe algo previo a lo que pienso de mí mismo, y eso es lo que Dios piensa de mí. Esto significa que todo lo que pienso y siento es por naturaleza una respuesta, y a aquel a quien estoy respondiendo es Dios. Nunca digo la primera palabra. Nunca hago la primera movida.

La vida de Jeremías no comenzó con Jeremías. La salvación de Jeremías no comenzó con Jeremías. La verdad de Jeremías no comenzó con Jeremías. Él entró a un mundo en el cual las partes esenciales de su existencia ya eran historia antigua. Y con nosotros es igual.

Algunas veces cuando conversamos de manera cercana y profunda con otras tres o cuatro personas, otra persona se añade al grupo y comienza abruptamente a decir cosas, discutir posiciones y a hacer preguntas ignorando completamente lo que fue dicho durante las dos horas anteriores, ignorante del delicado balance que había sido alcanzado en la conversación. Cuando esto sucede, siempre quiero decir: “¿Sería mucha molestia que cerraras la boca por un momento? Sólo siéntate y escucha hasta que te pongas al corriente de lo que estamos hablando. Sinfonízate primero con lo que está sucediendo, y entonces serás bienvenido a nuestra conversación”.

Dios es más paciente. Él soporta nuestras interrupciones, vuelve atrás y nos pone al día sobre las viejas historias, repitiendo la información primordial. Pero sería muchísimo mejor si nos tomáramos el tiempo para entender el sentido de las cosas, para encontrar nuestro lugar. La historia en la cual la vida calza ha avanzado bastante cuando entramos en escena. Es una conversación emocionante, brillante, llena de muchas voces. La clave está en descubrir la identidad detrás de las voces y familiarizarse con el contexto en el cual las palabras son usadas. Entonces, poco a poco, aventuramos una declaración, hacemos una reflexión, hacemos una pregunta o dos, incluso nos atrevemos a hacer una objeción. No es mucho antes que nos volvemos participantes regulares en la conversación en la cual, a medida que se desarrolla, llegamos a conocernos a nosotros mismos incluso mientras somos conocidos.

Correr con los caballos

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