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EL PRECEDENTE DE LAS SERIES DE GLOSAS: LA BIEN PLANTADA

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A principios de julio del año 1911, Eugenio d'Ors y su familia se trasladaron a Can Ferrater, una casa solariega de Argentona, para pasar las vacaciones de verano. Instalado en una de las zonas preferidas de veraneo de la burguesía barcelonesa catalanista, un ambiente que conocía muy bien, Ors comenzó a publicar algunos artículos sobre las colonias veraniegas. Evocaba el ambiente de la colonia, con los burgueses y nuevos ricos que se desplazaban en tren desde sus casas de veraneo hacia Barcelona, con las familias que se quedaban, esperándoles, con hijos y criadas. Aparte de ir a visitar al pintor Joaquín Torres García en Vilassar de Mar, aquel verano Ors decidió dar forma narrativa a los valores de la tradición clásica que había defendido en los últimos cinco años desde el «Glosari», y optó por articularlos en una figura femenina arquetípica que debía responder a un ideal de mujer catalana que Ors reclamaba para identificar la sociedad de su tiempo. Es así como empezó a escribir, y a publicar, la serie de glosas autónomas y correlativas de agosto a noviembre de 1911 que llevarían el título común de «La Ben Plantada» y que desarrollarían un hilo argumental que constituiría una de las series estivales del «Glosari» más conocidas del autor.

Aunque es posible definir esta obra como una novela, como un ensayo filosófico o, incluso, como un poema en prosa, La Ben Plantada (que se publicaría en primera edición catalana a finales de 1911) plantea, de hecho, el problema de la representación artística de todo un ideario. Para decirlo en otras palabras, en este libro hay un conflicto constante entre la función poética y la función referencial, porque la mínima intriga narrativa coincide con la demostración máxima de una especie de alegoría metafísica y política con intención ejemplar. Quizá por esta razón, el libro ha sido y es susceptible, como mínimo, de dos tipos de lectura: o bien es leído como un «breviario de raza», como un «manual de doctrina», como una «investigación teórica», como un «ensayo filosófico con intención patriótica», como «un ensayo teórico sobre la filosofía de la catalanidad» (todos estos conceptos son del autor y aparecen en el libro), o bien es leído como un relato imaginario, como una «verídica historia», como una «invención», en definitiva, como una «novela». Claro que esta misma disyuntiva, este doble horizonte de lecturas generado por la obra misma, ya hacía que Ors otorgara al libro, pocos meses después de ser publicado, una clara indeterminación genérica que le llevaba a calificarlo de «especie de novela, […] hay en ella predicación de doctrina y predicación de ejemplo»14.

Así, reducir esta obra a su solo argumento, la llegada de una chica enigmática, de rasgos idealizados, a una población de veraneantes de la costa catalana, la expectación que despierta entre los habitantes de la colonia su comportamiento, las especulaciones sobre su prometido y su posterior desaparición, contenida en un episodio final en el que revela su lección ejemplar, no permitiría dar cuenta de toda su complejidad narrativa y simbólica. Escrita en primera persona, con toda la fuerza del presente, dividida en tres partes y con un estilo voluntariamente lírico que favorece la exaltación y el énfasis, en esta novela Ors da coherencia narrativa a unos fragmentos que tienen autonomía propia, que pueden ser leídos por separado, pero que, como el propio autor sostenía en el prólogo, no tienen nada que ver con la estructura de una novela de folletín, destinada «a avasallar el interés y angustia de la buena alma lectora a los intentos de lucro de algún noticiero periódico o empresa». La débil acción narrativa y el poco desarrollo de una verdadera intriga se ponen al servicio, eficazmente, de una estructura lineal, con un cierto esquematismo en la presentación, sin profundidades psicológicas en los personajes (Teresa no es en realidad un personaje que actúa, sino simplemente una presencia), ni retrospecciones o juegos temporales en la narración, donde quizá sólo destacan los elementos premonitorios que, desde el principio, anuncian al lector la «tragedia» final. La novela se fundamenta sobre todo en las reflexiones y descripciones que hace un narrador atónito, llamado Xènius, que se erige como única fuente del relato y que va describiendo, con admiración, sorpresa y emoción, las características físicas y morales de la figura protagonista.

La Ben Plantada, pues, era la propuesta orsiana de nuevo modelo de novela decidido a superar las limitaciones de la narrativa realista decimonónica. Porque, en tanto que escritor, la suya era una reacción contra la realidad o, al menos, contra los límites que le imponía la realidad de su presente o, quizás, contra la captación anecdótica, puramente exterior, de la realidad. Una solución personal, por tanto, ante el desconcierto en que se encontraba el género con la crisis del naturalismo, pero perfectamente integrado, por más que Ors intentara negado, en las nuevas formas de la narrativa de su tiempo. Una novela, eso sí, autorreflexiva, poco narrativa, figurativa, y que hacía de la fragmentación y la discontinuidad sus razones narrativas.

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